En un post reciente, Lansky reivindica el valor literario de Freud, centrándose en Totem y Tabú (1913-1914), pero también en sus ensayos biográficos sobre Leonardo (1910) y Moisés (1937-1938). Viene a decirnos que, pese al merecido desprestigio de las teorías freudianas –y, especialmente, de su aplicación terapéutica–, tanto en psicología como su generalización a la antropología, el austriaco fue un magnífico escritor que, por eso, conviene leer. Yo lo he leído poco, pese a que me lo he topado innumerables veces, dado que es referencia inevitable en todos cuanto les siguieron, varios de los cuales he frecuentado. De hecho, demasiado joven –aunque no tanto como Lansky– leí La interpretación de los sueños (1900) y recuerdo que me produjo sensaciones contrapuestas. Revisando ahora su extensa producción, compruebo que también he leído algún breve ensayo, pero desde luego mi conocimiento directo de su obra es muy escaso. Con Totem y Tabú me ocurre como con algunas ciudades que antes de visitarlas crees ya conocerlas de tanto que te han contado de ellas; quizás eso sea excusa para retardar el viaje, pero hay que hacerlo. Entre tanto, de las referencias que nos da Lansky me llamó la atención la que califica como "disparatada biografía de Leonardo" y me apresté a conseguirla (internet mediante) y disfrutarla aprovechando la jornada festiva de la Candelaria, patrona de esta Isla.
Más que una biografía, el libro es el estudio psicoanalítico de un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci para, a partir del mismo, explicar la enigmática personalidad del genio del Renacimiento. Calificar esta aproximación de disparatada implica considerar disparatadas –como efectivamente muchos hacen– la mayoría de las claves interpretativas de la psique humana que estableció Freud. Sin entrar a discutir la pertinencia de la libido como factor fundamental en la construcción de las personalidades o las asociaciones oníricas hacia pulsiones recurrentes, lo que no puede negarse es que este ensayo de la primera década del siglo pasado es un entretenidísimo ejercicio intelectual de extender hasta sus últimas consecuencias la interpretación de un recuerdo aparentemente baladí. Así, gracias a las claves psicoanalíticas, Freud ofrece una explicación que nos aclara la misteriosa personalidad del genio italiano. Su sexualidad (homosexual) reprimida y sublimada hacia la investigación deriva de su condición de hijo ilegítimo y una intensa exposición al amor maternal. Al leer la argumentación freudiana no podemos evitar la impresión de que los ladrillos con que la construye no son muy resistentes. Inevitablemente tendemos a rechazarlos como tópicos tantas veces escuchados, pero hay que ponerse en la época y apreciar la novedad que entonces suponían esas ideas. De otra parte, como con todos los tópicos, su defecto está en la pretensión de generalidad, incluso –como suelen hacer los discípulos acríticos– en entenderlos como recetas infalibles cuando no deberían ser más que criterios, tendencias básicas que necesariamente han de matizarse (y verificarse) en cada caso concreto. Pero, independientemente de su utilidad y eficacia interpretativa de realidades tan escurridizas como la psique humana, no se puede negar que el edificio resultante es de armoniosa arquitectura. Citando el dicho italiano, se non vero, ben trovato y, como reivindica Lansky, una buena muestra de la calidad literaria del vienés.
El recuerdo infantil sobre el que Freud que monta su análisis es el siguiente: "uno de los primeros recuerdos de mi infancia es el de que, hallándome en la cuna, se me acercó uno de estos animales (un buitre), me abrió la boca con su cola y me golpeó con ella, repetidamente, entre los labios". Freud nos dice que este recuerdo infantil lo narra Leonardo "en un lugar en el que trata del vuelo de los buitres se interrumpe de repente para seguir un recuerdo de sus más tempranos años infantiles que surge en su memoria". Según he podido descubrir, este relato se contiene en el Codex Atlanticus (folio 65 verso), 1.119 hojas que datan de 1478 a 1519, manuscritas por Leonardo y recopiladas por el escultor Pompeo Leoni (quien estuvo al servicio de la corte española) hacia finales del XVI. He tratado sin éxito de consultar este breve párrafo en el original, sobre todo para contextualizarlo (hay una edición del Codex en tres tomos de 2000, que cuesta más de cien euros). Se me ocurrió que es probable que el texto en el que inserta el recuerdo infantil estuviera relacionado con el Codice sul volo degli uccelli, escrito en 1505 en Florencia cuando el artista ya había entrado en la cincuentena, y me acordé de viejas lecturas sobre la máquina voladora propuesta por Leonardo inspirada, en efecto, en el estudio del vuelo de los pájaros. Pero en mi cenagosa memoria no casaban los buitres como los modelos del invento.
Pese a no poder acceder a la fuente original, gracias a internet sí he conseguido la transcripción del párrafo original (en el italiano dialectal de Leonardo) y confirmo con alborozo que el recelo de mi memoria estaba fundado. Reza así el manuscrito: "Questo scriver si distintamente del nibio par che siamio destino, perche nella mia prima ricordatione della mia infantia e' mi parea che, essendo io in culla, che un nibio venissi a me e mi aprissi la bocca colla sua coda e molte volte mi percuotesse con tal coda dentro alle labbra". Pues bien, nibbio (en el italiano actual se escribe con doble b) es milano, no buitre que se dice avvoltoio (en alemán, idioma en el que Freud escribió este ensayo, también hay dos palabras: milane y geier). Parece que Freud no leyó directamente la transcripción del códice que se custodia en la Ambrosiana milanesa, sino una traducción al alemán que yerra en esta palabra. En la mayoría de los casos se trataría de una errata irrelevante; al fin y al cabo, buitre y milano son rapaces de la misma familia (Accipitridae), bastante similares para un profano. Sin embargo, para la argumentación freudiana, el buitre –y no el milano– había de ser el animal que Leonardo recordaba (o fantaseaba) de su infancia, porque era el buitre –y no el milano– el que portaba un contenido simbólico sobre el que se basaba la argumentación psicoanalítica.
El buitre era, en el antiguo Egipto, el símbolo de la maternidad (su jeroglífico se pronunciaba mut, raíz indoeuropea de madre) y parece ser que los motivos para que se le hubiese atribuido tal función tenían su origen en que estos animales, cuando los egipcios todavía enterraban a sus muertos someramente en la arena, eran quienes transportaban el cadáver (bien es verdad que a cachitos) hacia el cielo para posibilitar el renacimiento. Pero además, en la Antigüedad se pensaba que sólo había buitres hembra y éstas quedaban fecundadas por el viento del Este a través del pico. Basándose en que la simbología maternal del buitre era muy conocida por los humanistas del Renacimiento (además había sido citada por los Padres de la Iglesia como símil de la concepción virginal de María), Freud considera más que verosímil que Leonardo la conociese y, subcoscientemente, la incorporase (como recreación adulta) a su recuerdo-fantasía infantil: también él había sido una cría de buitre pues había tenido madre pero no padre. Ahora bien, Freud no termina de concretar suficientemente la génesis de ese recuerdo y, de otra parte, el error en la especie plantea también otras debilidades.
En cuanto a mi primera duda, me parece relevante preguntarse si un milano se llegó realmente a la cuna del lactante que era Leonardo. Él dice recordarlo pero Freud da a entender que tal suceso no ocurrió, que fue un “invento” subconsciente. Es claro que si tal escena hubiera ocurrido “de verdad” la interpretación psicoanalítica carecería de sentido. Ahora bien, si es un recuerdo falso (como lo son casi todos los que poseemos de la infancia), tuvo que construirse a una edad lo suficientemente adulta como para que Leonardo conociese el simbolismo maternal del buitre y su subconsciente recrease la escena. Si es así, resulta difícil aceptar que con cincuenta y pico años –que es cuando lo relata–, el pintor creyese realmente que se trataba de un recuerdo de la infancia. En otras palabras, surge la tentación de pensar que Leonardo nos está engañando. ¿Por qué habría de hacerlo? Pues simplemente para dar mayor empaque a su interés por el vuelo del milano, haciendo intervenir al destino.
Sin embargo, al igual que Freud, me inclino a pensar que Leonardo no miente y que él, en efecto, creía que lo había visitado un milano cuando estaba en la cuna, lo cual obliga a suponer que ese recuerdo (verdadero o falso) era cuando lo relató ya muy lejano en el tiempo, por lo que resulta difícil admitir que conociera la divertida simbología del buitre. Si así fuera, se derrumbaría la base de la argumentación freudiana. Pero, como en el fondo tampoco importa demasiado, convengamos en que, por el proceso subconsciente que fuera, Leonardo se construyó el recuerdo de un ave que simbolizaba a su madre. ¿Habría mantenido Freud el mismo discurso de haber sabido que el pintor se refería a un milano y no a un buitre? Pues pienso que probablemente sí. El parecido entre ambos pájaros le habría bastado para justificar la traslación (siempre subconsciente) de la simbología del buitre a la del milano. Al fin y al cabo, me parece que en el psicoanálisis la belleza del relato es bastante más importante que la verdad, si es que ésta existe. Y el relato encandila; un escritor magnífico, sin duda.
Es curioso, estos días vi dos películas de Fritz Lang, “El doctor Mabuse”, alemana, y “The Ministry of Fear”, norteamericana, y en ambas los malvados son expertos en psicoanálisis. Me pregunto si dicha ciencia era considerada oscurantista en los años veinte y cuarenta en que fueron hechas cada una de esas películas.
ResponderEliminarLa interpretación de los símbolos puede dar lugar a todo tipo de conjeturas: decía Umberto Eco que las escenas finales del “2001” de Stanley Kubrick sirven para que cada uno cree la alegoría que le apetezca. Curiosamente, años después, en un plano de “La chaqueta metálica” se ve al fondo una construcción que recuerda al monolito que aparece al comienzo de la odisea espacial, lo que dio lugar a todo tipo de interpretaciones, hasta que el propio Kubrick dijo que dicha construcción era simplemente una parte del decorado sin ninguna pretensión simbólica.
Sí, lo malo de las interpretaciones simbólicas es que son infinitas. Lo cual no quita que la técnica psicoanalítica (y no digamos si nos metemos con las fantasías de Jung) sea una herramienta que, tomada con el adecuado escepticismo, tenga una cierta validez para "abrirnos los ojos".
EliminarHay artículos en algunas páginas humorísticas sobre el falso simbolismo que muchos construyen con series, películas o lo que sea. Por ejemplo, en TV Tropes, uno llamado "Fayx Symbolism" y también en Cracked tienen varios.
EliminarEs dudoso que un observador y naturalista consumado, para su época, como era Leonardo, y que además tenía obsesión con el mundo de las aves (especialmente por su vuelo) pudiera confundir un milano con un buitre; se parecen como un huevo a una castaña (cierta esfericidad). Igualmente, Freud era un naturalista pertinente, se había iniciado en el estudio de la zoología a partir de la fisiología reproductora de los peces en Trieste y le gustaba pasear por el campo y observar aves, pero también sabemos del gusto aún más acusado que tenía por ‘forzar’ la realidad para hacerla coincidir con sus teorías. Calificar de disparatada ésta por mi parte… no me parece disparatado. El historiador Meyer Schapiro nos dice en su obra que "Freud pudo contar con el silencio de laicos y miembros de su familia, así como de discípulos de confianza, para confesarles a estas personas serias que el libro sobre Leonardo da Vinci era una obra de ficción”.
ResponderEliminarParece que Lacan disculpó a Freud echándole la culpa a la traducción alemana que éste leyó. Al margen de eso, lo alambicado de la interpretación, hace que sea muy verosímil esa confesión del propio vienés.
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