Lo leí hace mucho atribuido a Cela: uno es de donde acaba el bachillerato (no se es de donde se nace sino de donde se pace, dice el refrán). Si fuera cierto, yo sería madrileño, pues en Madrid hice todo el bachillerato y aprobé la reválida de sexto, aunque haya residido muchos más años fuera del Foro. Y no voy a negar que siento un algo de pertenencia mutua con este inmenso poblachón manchego reconvertido a marchas forzadas en metrópoli ultramoderna, pese a que cuando vengo a pasar unos días apenas soy capaz de reencontrarme con los espacios (y sus cargas vivenciales) de mi adolescencia o –sobre todo– del segundo lustro de los ochenta que fue mi segunda estadía, ya como “adulto”. Y a veces, hablando con los que han seguido siendo madrileños durante los últimos treinta años, me da la impresión de que ellos, pese a seguir aquí, han dejado de disfrutar la ciudad, de relacionarse con ella, de conocerla. Madrid ha pasado para varios de sus habitantes a convertirse en un mero telón de fondo, sin llegar a adquirir protagonismo. Se me ocurre que bastante tiene que ver la puñetera prisa que agobia a tantos de mis amigos y familiares: van a todos lados corriendo (o conduciendo agresivamente), sin ver y sin escuchar al entorno. Suelo repetirme cada vez que vengo que yo no viviría en esta ciudad; no si hubiera de estar sujeto por la rutina laboral que obliga a la mayoría de madrileños. Sin embargo, liberado de ésta (y consiguientemente de las prisas y los agobios), Madrid se convierte en una ciudad muy apetecible, llena de gracias que descubrir, con las que dejarnos sorprender gozosamente. Claro que para ello hace falta patearla, tomarse el necesario tiempo para conversar con sus calles, sus rincones, sus edificios …
Ayer tuve a primera hora una revisión médica en el Hospital Nuestra Señora de América, en la calle Arturo Soria. Acabada la prueba (ecografía) quedaba libre hasta las seis de la tarde. Pensé entonces en acercarme a una tienda de la glorieta de San Bernardo a comprar a mi madre una maleta pequeña con ruedas, que es el regalo de Navidad que quiere. Como tenía tiempo y ganas, decidí ir caminando, tras consultar en el Googlemaps la ruta más directa (6.100 metros, 1 hora y 18 minutos). El primer tramo consistió en bajar por las calles bastante anodinas a la espalda de Arturo Soria, atravesar el barrio de San Juan Bautista (viviendas de ladrillo de protección oficial construidas a principios de los sesenta) y llegar hasta la ribera de la M30. Esta autopista urbana define para mí el límite de lo que considero “mi” Madrid: en la parte de la ciudad que queda al exterior me pierdo inevitablemente. Lo que pasa es que los cuatro hermanos que tengo en Madrid viven todos fuera de este tercer cinturón, así que poco a poco he tenido que acostumbrarme a visitar esos barrios ignotos. Ahora bien, lo cierto es que nunca hasta ayer había cruzado a pie la M30 (ya puestos, creo que ninguna autopista, urbana o no). Así que una experiencia nueva, caminar por una pasarela sobre un río de vehículos, detenerme en la mitad y mirar hacia el Norte y hacia el Sur. En fin, nada especialmente místico, pero no estuvo mal.
Eso ya era Madrid, aunque fueran sus bordes del lejano Este. Calle del Padre Claret, cruzar Corazón de María, doblar a la derecha por Clara del Rey y ya estoy en el final de López de Hoyos, el eje articulador del entrañable barrio de La Prospe (recuerdos de los ochenta). Por cierto, ¿cuántos madrileños saben que esta popular calle honra a Juan López de Hoyos, un cura de la parroquia de San Andrés, quien regentó en el siglo XVI el Estudio Público de Humanidades de la Villa de Madrid, que tuvo entre sus alumnos nada menos que a Cervantes? Puede que tampoco sepan que esta calle se corresponde con el antiguo camino de Hortaleza, cuando este hoy barrio era municipio, a cuyos márgenes, en la segunda mitad del XIX, se empezaron a edificar casas y a trazar calles, todo sin ninguna planificación urbana (aunque, algo más hacia el centro se desarrollaba el Ensanche de Castro). Las primeras (o, mejor dicho, últimas) cuadras no me dicen mucho, pero a partir del cruce con la calle Marcenado empiezo a reconocer el viejo barrio. Paso por delante del antiguo cine Royal, cerrado; algo más abajo, el que era el cine López de Hoyos es un gimnasio estilo pijo (el Holiday Gym). Recuerdo vagamente ambas salas de mis últimos años de bachiller, cuando me saltaba las clases para meterme en cines de barrio (más los de la calle Bravo Murillo, pero también éstos) a verme dos películas en sesión continua. Pero antes de llegar al antiguo López de Hoyos paso por el mercado de Prosperidad (muy renovado desde la época en que nos acercábamos desde el piso de Ángel) y también por la plaza del barrio, en la que está la boca del metro. Era por ahí por donde salía al exterior en los tiempos de las pellas, después de hacer transbordo en Bilbao; la línea 4, en mis recuerdos, iba desde Argüelles hasta Alfonso XIII (hoy se prolonga diez estaciones más hacia el Noreste).
Sigo caminando y llego a la calle de Príncipe de Vergara. Aquí aparecen otros recuerdos, aún más remotos, porque se retrotraen a los breves y lejanos años en que vivimos en General Mola 97, casi esquina con María de Molina, allá por el 64 y el 65. Al cruzar la calle me tienta girar a la izquierda para ver el viejo portal, pero no lo hago sino que paso por debajo del puente y aparece el VIPS de López de Hoyos, que recuerdo cuando se inauguró como supermercado de la cadena PRYCA, una plataforma horizontal que ocupaba toda esa manzana triangular sobre la que se erigía una torre de once pisos; el edificio (eso no lo sabía de niño, claro) fue proyectado por Luis Gutierrez Soto, uno de los grandes del racionalismo español. PRYCA ahí no duró mucho; lo sustituyó un supermercado Aurrerá, puede que de los primeros que hicieron los Arango en España (por cierto, de niño pensaba que era un negocio vasco; pasó mucho tiempo hasta que me enterara de que los Arango eran asturianos emigrados a México). Una vez cruzada María de Molina, López de Hoyos cambia de carácter. Hasta después de la Guerra Civil, la colina que quedaba al Norte de este tramo inicial de la antigua carretera a Hortaleza estaba aún sin urbanizar (en el plano de Castro todo ese ámbito era un gran parque; al final se ocupó con viviendas unifamiliares y edificaciones de alto nivel, siguiendo una trama que rompía la continuidad del Ensanche). Me sorprendo del tratamiento peatonal y semipeatonal de este breve tramo. Justo al principio, en el cruce con Serrano, descubro que estoy al lado del museo Lázaro Galdiano. Tendría catorce años cuando lo visité y me viene rotunda a la memoria la imagen de El Aquelarre de Goya, que tanto me impresionó entonces. Me planteo visitarlo, pero lo dejo para el regreso (luego no lo haría).
He llegado ya a la Castellana, giro hacia la izquierda y cruzo el eje principal de Madrid corriendo (no da tiempo a hacerlo andando de una vez). Entro en el Distrito de Chamberí, el barrio de Almagro, en concreto, en uno de sus ejes centrales que es el Paseo del General Martínez Campos. Esta calle se llamó originalmente Paseo del Obelisco, debido al que se erigió entre 1833 y 1835 para embellecer la plaza en la que por entonces se remataba el recién abierto Paseo de la Castellana. En 1908 la plaza se dedicó a Emilio Castelar y el Obelisco se trasladó a las Ventas, donde estuvo hasta la década de los setenta, que volvió a moverse, esta vez al Parque de la Arganzuela, donde aún sigue. En lo que a la calle se refiere, el cambio de nombre se produjo en 1914, cuando ya habían empezado a emplazarse en la misma notables palacetes, aunque estuviera a las afueras del núcleo urbano. Uno de quienes decidió asentar en esta calle su residencia fue el entonces ya muy reconocido Joaquín Sorolla, quien en 1905 adquirió un solar al lado de la casa de la actriz María Guerrero. Desde el año 1932, gracias al legado de Clotilde García del Castillo, la viuda del pintor, pasó a ser un museo del Estado. ¡Cuánto me gustaba Sorolla en la adolescencia, cuando era un enamorado del impresionismo! A este museo fui dos o tres veces pero … ¡hace más de cuarenta años! Y ahora me lo encontraba de golpe porque ya ni me acordaba que estaba ahí. Me propuse, cómo no, hacerle una visita a la vuelta (y ésta sí la haría). Repuesto de la emoción seguí hacia arriba, deleitándome con algunos de esos edificios de principios del veinte, de eclecticismos pretenciosos que en su día fueron residencia de personajes con ínfulas de grandeza y que hoy, supervivientes, se han reconvertido a sedes de instituciones o empresas. Por ejemplo, el palacio de la marquesa de la Oliva (esquina con Zurbano), que es el Instituto Médico Laxer
(continuará ...)
Eso ya era Madrid, aunque fueran sus bordes del lejano Este. Calle del Padre Claret, cruzar Corazón de María, doblar a la derecha por Clara del Rey y ya estoy en el final de López de Hoyos, el eje articulador del entrañable barrio de La Prospe (recuerdos de los ochenta). Por cierto, ¿cuántos madrileños saben que esta popular calle honra a Juan López de Hoyos, un cura de la parroquia de San Andrés, quien regentó en el siglo XVI el Estudio Público de Humanidades de la Villa de Madrid, que tuvo entre sus alumnos nada menos que a Cervantes? Puede que tampoco sepan que esta calle se corresponde con el antiguo camino de Hortaleza, cuando este hoy barrio era municipio, a cuyos márgenes, en la segunda mitad del XIX, se empezaron a edificar casas y a trazar calles, todo sin ninguna planificación urbana (aunque, algo más hacia el centro se desarrollaba el Ensanche de Castro). Las primeras (o, mejor dicho, últimas) cuadras no me dicen mucho, pero a partir del cruce con la calle Marcenado empiezo a reconocer el viejo barrio. Paso por delante del antiguo cine Royal, cerrado; algo más abajo, el que era el cine López de Hoyos es un gimnasio estilo pijo (el Holiday Gym). Recuerdo vagamente ambas salas de mis últimos años de bachiller, cuando me saltaba las clases para meterme en cines de barrio (más los de la calle Bravo Murillo, pero también éstos) a verme dos películas en sesión continua. Pero antes de llegar al antiguo López de Hoyos paso por el mercado de Prosperidad (muy renovado desde la época en que nos acercábamos desde el piso de Ángel) y también por la plaza del barrio, en la que está la boca del metro. Era por ahí por donde salía al exterior en los tiempos de las pellas, después de hacer transbordo en Bilbao; la línea 4, en mis recuerdos, iba desde Argüelles hasta Alfonso XIII (hoy se prolonga diez estaciones más hacia el Noreste).
He llegado ya a la Castellana, giro hacia la izquierda y cruzo el eje principal de Madrid corriendo (no da tiempo a hacerlo andando de una vez). Entro en el Distrito de Chamberí, el barrio de Almagro, en concreto, en uno de sus ejes centrales que es el Paseo del General Martínez Campos. Esta calle se llamó originalmente Paseo del Obelisco, debido al que se erigió entre 1833 y 1835 para embellecer la plaza en la que por entonces se remataba el recién abierto Paseo de la Castellana. En 1908 la plaza se dedicó a Emilio Castelar y el Obelisco se trasladó a las Ventas, donde estuvo hasta la década de los setenta, que volvió a moverse, esta vez al Parque de la Arganzuela, donde aún sigue. En lo que a la calle se refiere, el cambio de nombre se produjo en 1914, cuando ya habían empezado a emplazarse en la misma notables palacetes, aunque estuviera a las afueras del núcleo urbano. Uno de quienes decidió asentar en esta calle su residencia fue el entonces ya muy reconocido Joaquín Sorolla, quien en 1905 adquirió un solar al lado de la casa de la actriz María Guerrero. Desde el año 1932, gracias al legado de Clotilde García del Castillo, la viuda del pintor, pasó a ser un museo del Estado. ¡Cuánto me gustaba Sorolla en la adolescencia, cuando era un enamorado del impresionismo! A este museo fui dos o tres veces pero … ¡hace más de cuarenta años! Y ahora me lo encontraba de golpe porque ya ni me acordaba que estaba ahí. Me propuse, cómo no, hacerle una visita a la vuelta (y ésta sí la haría). Repuesto de la emoción seguí hacia arriba, deleitándome con algunos de esos edificios de principios del veinte, de eclecticismos pretenciosos que en su día fueron residencia de personajes con ínfulas de grandeza y que hoy, supervivientes, se han reconvertido a sedes de instituciones o empresas. Por ejemplo, el palacio de la marquesa de la Oliva (esquina con Zurbano), que es el Instituto Médico Laxer
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No, hombre, no crucé la M30 por la calzada de la utopista, sino por encima, a través de una de pasarela peatonal. No estoy tan loco :)
ResponderEliminarEl barrio (o colonia) de San Juan Bautista, donde viví con mis padres entre mis catorce y diecisiete años, no es de viviendas de protección oficial, sino una colonia de Saconia (la constructora) que remedaba, o lo intentaba, a la más lujosa y cercana (al otro lado de 'la Pista', como se conocía entonces a la luego autovía A II) del Parque de las Avenidas y aledaña al arroyo Albroñigal, con la desparecida Quinta de la Paloma (no de chabolas, sino de casitas rurales con gallineros y pozos) que luego sería la M-30.
ResponderEliminarHacia el 72 o 73 yo tenía dos buenos amigos; uno vivía en el Parque de las Avenidas y el otro en el Parque de San Juan Bautista.Solía pasar varias tardes en casa de uno o de otro y ambas, en sus portales, tenían el yugo y las flechas. Probablemente sea un anacronismo calificarlas de viviendas de protección oficial, pero (aunque no puedo comprobarlo ahora) estoy casi seguro de que fueron edificadas al amparo de alguna de las diversas leyes proteccionistas del franquismo en materia de vivienda. De hecho, Saconia (como muchas de las grandes constructpras que protagonizaron el crecimiento de la capital) supo aprovecharse de los fondos y ayudas públicas a la vivienda. Juraría que anteayer, cuando pasé delante de esos bloques (con balcones volados en la primera planta a la altura de las cabezas de los viandantes) seguian algunos yugos y flechas.
EliminarNo creo, compruébalo
EliminarSi tecleas esta url: https://www.instantstreetview.com y en el recuadro que aparece arriba a la izquierda escribes “Calle Cidamón 13, Madrid, España” (la dirección postal de uno de los bloques del Parque San Juan Bautista), verás la foto de la fachada. Encima del número 13, a la izquierda de la marquesina de la puerta e entrada, verás la placa del yugo y las flechas (la foro es de baja resolución pero se identifica).
EliminarDixit: "No estoy tan loco". Jajaja. No sé yo; escribes unas cosas... :)
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