La última novela de la trilogía Morirás mañana (Escupirán sobre mi tumba, 2012) sucede en Buenos Aires, adonde el escritor protagonista (¿trasunto del autor, el peruano Jaime Bayly?) se desplaza para seguir matando, vicio compulsivo al que ha quedado enganchado. Los tres volúmenes se leen con facilidad, un divertimento literario menor a mi juicio, pero entretenido. El texto que transcribo a continuación viene al principio de la tercera novela, antes de que empiecen propiamente a sucederse los acontecimientos. Poco tiene que ver con éstos y tengo para mí que Bayly quería introducirlo a toda costa; es más, se me ocurre que llevó la trama hasta Buenos Aires como excusa para hacerlo. Al margen de la veracidad de la descripción que hace de los argentinos (de los porteños, especialmente) –no deja de ser una enésima versión de los habituales tópicos tantas veces escuchados–, lo cierto es que está muy bien escrito y me he divertido mucho leyéndolo; no necesito más argumentos para compartirlo en este blog.
Me llevo bien con los argentinos a pesar de que en Sudamérica tienen fama de pedantes, de presumidos, de mirarnos a los demás por encima del hombro, de no sentirse sudamericanos sino europeos. Y Buenos Aires, aunque les duela a muchos sudamericanos acomplejados con fobia a todo lo argentino (o sea fobia a mí también, porque yo soy argentino por elección), es sin duda la ciudad más europea de Sudamérica y, como a las grandes ciudades europeas, le ha pasado últimamente algo que no le ha hecho perder su esplendor pero que la ha dotado de cierto riesgo y la ha convertido en una ciudad no por afrancesada menos sudamericana y tercermundista, mezcla de todas las sangres mestizas, como las demás grandes ciudades de la región. Del mismo modo que en Santiago hay miles de peruanos y bolivianos con fama de ladrones (y peruanas con fama de buenas nanas y cocineras), en Buenos Aires hay un fascinante batiburrillo de europeos y bolivianos, de australianos y paraguayos, de canadienses y ecuatorianos, de gays adinerados y gays sin un céntimo pero igualmente refinados que han escapado de algún país centroamericano como Honduras o Nicaragua o Panamá para afincarse allí y sentirse libres, en una gran ciudad. Porque Buenos Aires, con sus días revueltos de protestas cotidianas y marchas incendiarias y energúmenos que se conjuran para interrumpir una calle sin que la policía haga nada y solo los mire con abúlica complicidad, sigue siendo la ciudad más cojonuda y fascinante de Sudamérica, y también la más primer y tercermundista, porque allí persisten las tradiciones nobles de los que tienen dineros centenarios, pero ahora deben cohabitar con las costumbres vocingleras y folklóricas de los inmigrantes bolivianos, peruanos, paraguayos y centroamericanos, muchos de los cuales viven hacinados en cuartos diminutos, pero no les importa porque en realidad no permanecen en esos habitáculos, allí apenas duermen cuatro o seis horas diarias, apiñados como animales, ellos sienten (y por eso eligen quedarse) que viven en Buenos Aires y que Buenos Aires es sin duda alguna una gran ciudad, una ciudad infinitamente más estimulante y melancólica y hermosa que cualquiera de las ciudades de las que han escapado. A mí no me hablen mal de los argentinos ni de la Argentina ni de los porteños siquiera, como si los salteños o los rosarinos o los cordobeses o los mendocinos fuesen genéticamente mejores que los porteños: no me jodan con ese verso pueblerino, que los argentinos, en lo que a mí respecta, son, ante todo, divertidos, raros, bizarros, pintorescos, y todos me caen bien, incluso los que me caen mal me caen bien porque me parecen personajes literarios, no sé si me explico. Les reprochan hablar mucho y darse aires de sabiondos. Pues es eso precisamente lo que me hechiza de ellos: escuchar sus chácharas, sus versos, sus embustes, sus trampas pendencieras, porque los argentinos más divertidos son siempre los más mentirosos y los más tramposos y los más canallas, esos son los que mejor me caen y de los que más fácilmente me hago amigo. Todo argentino es un entrenador de la selección de fútbol de su país (y si lo dejan, de la de España también). Todo argentino es presidente de su país (y si lo dejan, dictador de Cuba también). Todo argentino tiene el plan perfecto para que Estados Unidos salga de la crisis (y si lo dejan, para que el mundo entero salga de la crisis, o al menos Occidente, pero quizá si le hablas de África no la tiene tan clara). Todo argentino es un profeta, un visionario, un iluminado. Todo argentino sabe. Sabe todo, sabe más que nadie, sabe más que vos y que cualquier boludo del orto. Todo argentino está de vuelta. Todo argentino tiene respuesta para cualquier pregunta, incluso si no entiende la pregunta y si al responder ni él mismo entiende lo que está diciendo. Pero responde, opina, se la juega, arma el equipo, ordena el país, gobierna el mundo, gana las guerras, divide a los buenos de los malos, a los decentes de los chantas. Y habla y habla y habla y no para de hablar. Y no importa ya si lo que dice tiene sentido alguno (porque bien pronto uno advierte que todo carece de sentido y que el embrujo de la Argentina es que nada tiene sentido racionalmente y, sin embargo, todo es fascinante y hechicero y es allí donde quieres quedarte), lo que importa es que el argentino habla y no para de hablar, y tiene opiniones de todo y sobre todo, y además opiniones enfáticas, terminantes, opiniones en las que en dos minutos pone al mundo en orden, aunque luego llega a su casa y es el caos, y la mujer lo manda al carajo y solo entonces se calla el argentino deslenguado. Pero en la calle no se calla: en los taxis, en los cafés, en las barras de los bares, en los colectivos, en ciertas esquinas del centro, el argentino habla y habla y está siempre dispuesto a hablar, a tomar partido, a encenderse, a ponerse bilioso, agresivo, pasional, italiano, exasperado, a gritar y a discutir con nadie, porque muchos hablan sin que nadie siquiera los escuche, pero es eso lo que me fascina del argentino: que no para de hablar y tiene una opinión concluyente y arbitraria sobre todo lo divino y lo humano y nada lo hace más feliz, sea rico o pobre, macho o puto, vago o más vago, que sentarse en un lugar cualquiera de la ciudad, pedir empanadas, pizzas, vino, sangría, cerveza, pero sobre todo masas y pastas, y ponerse a hablar sobre cualquier cosa y pasarse horas hablando y hablando y sentenciando y resolviendo y deshaciendo entuertos y dándole un sentido al caos del mundo con el caos verbal que lo envuelve, a él y a todos los argentinos, en una suerte de gran torre de Babel donde todos hablan el mismo idioma y, sin embargo, nadie se entiende, nadie puede entenderse, porque cada uno se siente dueño absoluto de la razón, y entonces el argentino es por definición un hablador, un predicador, un charlatán, un mitómano, un embustero y, ante todo, un enemigo del silencio y la conciliación, porque si bien todo argentino está dispuesto a hablar aunque nadie lo escuche, siempre prefiere discutir con otro y, si es posible, a los gritos, para luego irse a los golpes, y enseguida cada uno consigue a una pandilla de vándalos ambulantes y entre todos cortan una calle y se enzarzan en una feroz riña callejera por algún asunto (generalmente una pasión que tiene que ver con el fútbol, con la política o con el orgullo), y entonces el argentino, ya liado a golpes contra otro argentino sin recordar bien por qué, revela que posee algo que no tenemos los demás sudamericanos: una fe ciega en sus opiniones (aun si no sabe lo que va a decir y debe improvisar en el camino) y el coraje para morir defendiendo tales opiniones en una batahola callejera o pisoteado por un caballo de la policía que luego defecará sobre su cadáver.
Estoy convencido de la verdad del axioma que sentencia que todo complejo de superioridad enmascara uno de inferioridad, y creo que eso es de especial aplicación para los argentinos y en especial para los generalmente insoportables porteños.
ResponderEliminarEn cuanto a Buenos Aires, disiento de que sea francesa, en todo caso italiana e inglesa (entre los Borges y Bioys Casares), y disiento aún más de que sea más fascinante que Río de Janeiro o la Paz.
Veo que participas del tópico sobre los porteños; supongo que si hay tanto consenso sobre su petulancia habrá que pensar que algo de base tiene. No obstante, he de confesar que la mayoría de los porteños con los que he trabado un conocimiento más allá de lo superficial han resultado ser excelentes personas, con una envidiable capacidad de autocrítica. Algunos además excelentes amigos, que sigo manteniendo.
EliminarA mí Buenos Aires me pareció una mezcla de París y Madrid, y no soy el único que piensa así. Hablo, claro, en cuanto a su espacio urbano, su arquitectura. Desde luego, bajo esa óptica, no alcanzo a asemejarla a ninguna ciudad inglesa (¿Londres?) o italiana (¿Cuál?). En cuanto a si es fascinante, a mí sí me lo pareció. ¿Más que La Paz o Río? No sé, porque no he estado en ninguna de ellas. En todo caso, la fascinación es algo muy personal.
Las ciudades las hace la gente más que la arquitectura
EliminarSí, las ciudades las hace la gente, como también hace la arquitectura, claro. Pero normalmente, cuando se habla del estilo europeo de Buenos Aires, incluso refiriéndolo al de París o Madrid, se suele pensar en el paisaje urbano, en la arquitectura. Por eso me sorprendió que la compararas (la ciudad, no la gente) con las inglesas o italianas. A Londres desde luego no se parece, y ciudades italianas son tan distintas que es difícil que el adjetivo "italiana" referido a la ciudad tenga algún significado concreto.
EliminarBorges y Bioy ciertamente tienen mucho de ingleses (o de anglófilos, mejor), pero veo muy forzado decir que Buenos Aires o los bonaerenses tengan mucho de ingleses. De italianos sí, desde luego, pero no de ingleses creo yo.
Vos sabés, Miros, que oír hablar de nosotros es una pasión argentina. Muchos imaginan que eso ilustra nuestro ego galáctico, prefiero creer que así como les pasa a otros pueblos que no tienen unidad étnica, de cultura o de origen buscamos en la identificación un camino para el futuro.
ResponderEliminarHas visto que Brasil tiene el mantra de la promesa que nunca llega? Bueno, el nuestro parece ser "te preguntarás infinitamente por tu esencia"
Lo de "preguntarse infinitamente por su esencia" fue un vicio muy arraigado en la intelectualidad española desde el 98 hasta bien avanzado el pasado siglo. Parece que a estas alturas la "españolidad" está en decadencia, lo cual -dicho sea de paso- me parece bastante higiénico (aunque se compense con otros nacionalismos). Ciertamente, en América padecéis con mayor intensidad esos afanes identitarios. Ahora bien, como argentino, ¿qué te parece el texto de Bayly?
Eliminar¡Qué grande es Jaime Bayly! En el párrafo que transcribes hay más literatura que, por ejemplo, en todo Cormack McCarthy.
ResponderEliminar¿Estás seguro, Miros, de que Jaime Bayly pued escribir algo "menor". Si a su litaratura la quieres motejar de divertimento, que estás en tú derecho, será, en todo caso, un divertimento grandioso (y no, menor) Y yo estoy en mi derecho de señalártelo.
Lo dicho. Que bueno es Jaime Bayly. Dice todo lo que hay que decir, sin tontunas ni pedanterías. O sea... cojonudamente bien.
¡Un abrazo para todos! ;-)
Tú y tus lamentables, a mi juicio claro, comparaciones (como la de gran Cormac McCarthy)
EliminarUn juicio autorizado y generalmente sensato. Pero hombre... tanto... como ¡lamentables! No sé yo. ;-)
EliminarBayly escribe muy bien, verdad, domina el idioma y consigue deslizarte por su prosa placenteramente. Sin embargo ... No sabría decirte qué le echo en falta para considerarlo un grande. Y estos tres libritos me han parecido muy entretenidos pero menores, sí, para su propio canon, incluso. Aunque he de reconocerte que no me siento capaz de argumentártelo.
EliminarEn todo caso, por supuesto que tienes todo el derecho a pensar que es un grande, que el texto que he transcrito tiene más literatura que todo McCarthy y esa opinión no me parece para nada lamentable (¿qué hay que lamentar?) aunque sí excesivamente entusiasta. Eso sí, Bayly dice lo que hay que decir sin tontunas ni pedanterías y, añado yo, por regla general con bastante gracia.
PS: Se me ocurre ahora que quizá una de sus carencias es que sus personajes pecan de cierto caricaturismo (exceptuando el que, de mil modos, refleja al pituco miraflorino que debe ser él mismo).
lamentable tiene más acepciones que la de lamentar, por ejemplo, la de penosas o mal fundamentadas
EliminarEntonces, las opiniones que no es que estén mal fundamentadas sino que no están fundamentadas en absoluto, ¿las consideras lamentables?
EliminarDebo admitir que me ha parecido bastante gracioso... Me abstengo, eso sí, de opinar sobre su veracidad.
ResponderEliminarEs gracioso, sí, y muy bien escrito; por eso me ha parecido que merecía la pena transcribirlo. Pero opina sobre su veracidad, aprovechemos para hacer una encuesta sobre cómo nos caen los porteños.
EliminarAl toro, que mi reflexíón iba a que meter ese texto es una manera de mimarnos, y de sobarnos el lomo, a potenciales lectores: los argentinos y los hispanohablantes para quienes somos bichos interesantes. Y que el fragmento es divertido y fácil de leer con una sonrisa.
ResponderEliminarNo recuerdo bien si no te he leido diciendo que la mayor parte de las afirmaciones hechas sobre identidades nacionales es, cuando menos, arriesgada. Con estos textos me pasa lo de ciertas buenas cartas natales: de a ratos te asombras de la precisión y de ratos no. Es muy dificil extraer cualquier conocimiento adicional al que ya tenías más o menos oscuramente, y el mayor valor del texto es iluminar ese punto.
Dice la verdad? Cómo saberlo?, somos 40 millones de universos paralelos y cada uno conoce a otros pocos y solo de visita.
Yo tiendo a confiar en mis convicciones (tengo confianza en la balanza que inclina mi parecer. Miguel Abuelo)), me gustaría tener el coraje de morir bajo las patas de un caballo, no lo tengo, y quizas ya nunca crea en una guerra santa, aun si yo fuera el profeta.
Comprendido ... y bastante de acuerdo.
EliminarHace unos años, una serie de dudas existenciales que me hacían sentirme como Harry Dean Stanton al comienzo de “Paris, Texas” me llevaron a consultar a una renombrada psicoanalista argentina que atendía en un apartamento del distrito 6 de París. La diminuta sala de espera, donde en medio de una atmósfera algo cargada aguardaban sentadas en sillones o por el suelo varias mujeres de mi edad o más jóvenes, la mayoría bastante atractivas (ahí pensé que, a pesar de las apariencias, quizá todos llevemos un Travis Hunter dentro), estaba adornada con fotos de calles de Buenos Aires y de parejas bailando tangos. La psicoanalista me recibió en un salón amplio y acogedor con chimenea, cuadros y estanterías llenas de libros con una foto enmarcada de Freud sobre una de ellas, y en cuanto le conté que, entre otras cosas, vivía atribulado por el recuerdo de una agresión que le hice sufrir de niño a alguien, ella me explicó que aquella había sido mi forma de desahogarme del trauma causado por el nacimiento de mi hermano (que venía a desplazarme de mi privilegiada posición de hijo y nieto único, etc.), si bien por aquel entonces mi hermano debía de tener ya cuatro o cinco años. Al cabo de cuatro sesiones en esa línea, en las que me recibió siempre quince o veinte minutos después de la hora acordada y me atendió luego durante apenas diez, y por las que le pagué en negro doscientos euros, decidí irme con mis problemas existenciales a otra parte.
ResponderEliminarEn fin, al leer la entrada y el texto de Bayly me vinieron a la cabeza esos recuerdos, que en realidad no se refieren a los argentinos sino únicamente a la materialización de un personaje de dicha nacionalidad que hasta entonces creía exclusivamente caricaturesco.
El psicoanalista argentino (o argentina, en tu caso) es ciertamente un tópico recurrente. Yo nunca he recibido psicoanálisis, pero sí mi exmujer, lo que me convenció de que era una tomadura de pelo. Tuve la suerte de no necesitar padecerlo en primera persona como tú.
EliminarEn Argentina, en efecto, hay una importante colonia judía; de hecho, yo tengo dos porteños amigos que son judíos. También hay mucho psicoanalista, aunque intuyo que están más en el exterior que en el país (es broma). En fin, ya sabes que saben mucho de egos (¿Qué es el ego? el argentino que todos llevamos dentro).
ResponderEliminarEn un viaje de tres meses que hice por Ecuador en 1997 (me pilló en Quito la divertidísima ópera bufa de la defenestración de Bucaram), Perú y Bolivia,, entre los muchos libros que leí, los que me llevé para Lima fueron las memorias de Vargas Llosa y la primera novela, No se lo digas a nadie, de Bayly. No sé cuál de las dos me fue más útil como guía para la capital del Perú. Pero desde luego con la de Bayly disfruté infinitamente más. Como no podía ser de otra manera localicé y visité algunos de los antros que aparecían en ella. Afortunadamente me dio tiempo a alcanzar a leer cuál era el sistema feromónico de reconocimiento entre los gays del lugar: la colonia Old Spice, un bote del cual que me habían regalado por Reyes llevaba en mi mochila como after shave. Bueno, tampoco hubiera pasado nada, pero es que llevaba pareja.
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