En el último post digo en relación al sedevacantismo que “el nombre expresa sin ambages lo que sostienen”. Lo escribí sin pensarlo, de forma natural, pero luego, releyéndolo, me llamó la atención haber usado ese término –ambages– del cual no estaba muy seguro de saber su significado. Conocía la palabra, claro, como complemento modal del verbo decir y similares; en realidad, precedida siempre de la preposición sin. Decir algo sin ambages lo he leído en varias ocasiones para expresar que se hacía a las claras, sin rodeos, abiertamente. Y, en efecto, tal es la primera acepción que recoge el diccionario: “rodeos de palabras o circunloquios” (circunloquio, por cierto, no es otra cosa que un rodeo de palabras, con el añadido no baladí, de ser innecesario, ya que de lo que se habla podría haberse entendido sin tanto gasto verbal). Curioseo en el Corpus del Español del Siglo XXI (citas recientes del uso del idioma) y compruebo que de las 224 que la RAE aporta solo en una ambages viene precedido de con en vez de sin (proviene de la novela Los incorpóreos, 2010, de Ana Ripoll: “su rostro se contrajo en un rictus de furia y decidí no volver a andar con ambages”). Así que me da que en la actualidad asumimos sin + ambages como una construcción fija, de modo que si leyéramos la palabreja sin el sin nos chocaría, obligándonos probablemente a preguntarnos por su significado. A mí al menos nunca se me habría ocurrido usarla de forma distinta a como lo hice.
Ahora bien, el significado actual de ambages corresponde a la acepción “metafórica” del término. Hay otra con referencia material, y cuya definición, en el Diccionario de Autoridades (1726), reza así: “Se halla usado en lo antiguo por rodeos materiales, intrincados”. Algunos años después, en la 3ª edición (1791), encontramos una explicación algo más clara que es la que sin casi alteración aún se mantiene (aunque ahora como segunda acepción y precedida de la abreviatura “poco usada”): “Rodeos o caminos intrincados como los de un laberinto”. Así que en algún momento este vocablo se usó en nuestro idioma para nombrar una ruta tortuosa con soporte físico, material. Busco ejemplos en otra de las bases lexicográficas que nos facilita la RAE (el Corpus Diacrónico del Español) pero no encuentro casi ninguno con esta acepción, tan sólo dos citas usan la palabra con clara referencia material y ambas son de las más antiguas de la relación, del siglo XVI. La primera es del bueno de Fray Bartolomé de las Casas y pertenece a su Apologética historia sumaria (que escribió desde 1527 hasta mediada la década de 1550 para defender la racionalidad y humanidad del indio): ““Labirinto es o era obra portentísima y espantable invención para mostrar la sotileza del humano ingenio sobre las pirámides y todas las otras obras hechas por hombres. Contenía en sí el labirinto mil caminos, vueltas y revueltas que llaman ambages, encuentros y recuentros, entradas y salidas inexplicables, muchas puertas para entrar; los que pensaban entrar salían y los que creían salir entraban”.
La otra referencia también proviene de literatura indiana, en este caso de la Primera parte de los problemas y secretos maravillosos de las Indias, que publicó en 1591 el médico mexicano (nacido en Sevilla pero trasladado a Nueva España con solo catorce años), Juan de Cárdenas. La cita que contiene nuestra palabra aparece en el capítulo XI en un epígrafe dedicado a explicar “por que causa las tunas restriñen el vientre y provocan tanto la orina”. (Aclaro que la tuna es la opuntia ficus-indica, también llamada chumbera o nopal y entre los nativos mexicanos, tal como nos informa el propio Cárdenas, nochtle). Pues bien, aunque la cita es larga, al ser también jugosa y sabrosa (como la misma tuna) no me resisto a transcribirla: “Pues, digo agora lo que succede: la parte aguanosa y subtil de la tuna, éssa, como tan delicada y penetrativa, apenas ha llegado al estómago quando por las venas mesaraycas se cuela y reparte al hígado y de allí lo más aguanoso y sin provecho baxa a los riñones y bexiga, quedando lo que es de substancia en el hígado. La otra parte seca y dura, que son los granillos, éssos, como quedan sin aquella humidad de que antes tenían, porque toda la chupó y llamó a sí el hígado, quedan, como digo, secos y sin xugo ninguno, no más de como si imaginássemos muchos granillos de uva muy secos y muy sin xugo; puestos los dichos granillos en las tripas, como les falta toda la humidad, mediante la qual avían de deslizarse y descendir del estómago por el vientre abaxo, es de fuerça que se queden açolvados y detenidos en los senos y ambages de las tripas, Y ésta es la causa por que las tunas tanto quanto más llaman la orina, yéndose toda la parte aguanosa a los riñones, tanto más restriñen las hezes, por quedar, como he dicho, los granillos solamente despojados de humidad, por quanto la chupó toda el hígado”.
Nótese que en los dos ejemplos que he encontrado, los ambages referidos son rutas tortuosas con un soporte físico. De las Casas está describiendo la laberíntica distribución de la mansión del señor de Tezcuquo, que era sobrino de Moctezuma; Cárdenas las vueltas y revueltas del intestino. Sin embargo, el uso metafórico de ambages no solo es mucho más frecuente sino también más antiguo (aunque, en los ejemplos más vetustos, para aclarar que tal es la acepción con que se emplea, suele escribirse retóricos ambages). La explicación creo yo que es que el vocablo se adoptó directamente del latín, del famosísimo Satiricón de Petronio y precisamente de una parte en la que está hablando sobre la forma de escribir propia de la poesía; se trata del capítulo CXVIII y el texto que nos interesa es el siguiente: “Ecce belli civilis ingens opus quisquis attigerit nisi plenus litteris, sub onere labetur. Non enim res gestae versibus comprehendendae sunt, quod longe melius historici faciunt, sed per ambages deorumque ministeria et fabulosum sententiarum tormentum praecipitandus est liber spiritus, ut potius furentis animi vaticinatio appareat quam religiosae orationis sub testibus fides” (El que quiera, por ejemplo, tratar un asunto como la guerra civil … no se ha de contentar con encerrar en sus versos la relación de lo acontecido. Eso corresponde a la historia, que lo hará mejor. Tiene que usar grandes rodeos, recurrir a la intervención de los dioses. El genio, libre siempre, se ha de precipitar por entre las ficciones de la fábula. Más se ha de asemejar a los oráculos de la pitonisa agitada por delirios proféticos que a una narración fiel apoyada en testimonios fiables).
Es curioso que en el siglo primero el árbitro de la elegancia recomendara para hacer literatura abundar en circunloquios, cuando posteriormente, al menos desde el Renacimiento en adelante, andarse con ambages pasó las más de las veces a desaconsejarse. Pero, en todo caso, dos son los datos que me parecen relevantes: que ya en tiempos de Nerón el vocablo se usaba en su acepción metafórica; y también que haya pasado al español directamente del latín, sin ninguna alteración. Pero es que aumenta mi sorpresa que el palabro también existe tal cual en casi todas las lenguas romances: en italiano, en francés, en portugués, en catalán … Y en todas, por cierto, es siempre plural; no sé por qué. No obstante, por mucho que el término sea latino, algo más puede añadirse de su etimología, que para eso tengo mi estimado Corominas. Así, aprendo que deriva de agere, ‘conducir’, con el prefijo amb–, ‘alrededor’. O sea, lo que se mueve (se conduce) alrededor, sin entrar al interior o, en el caso de discursos, sin ir al meollo del asunto (circunloquio, el sinónimo, tiene otra etimología pero con equivalente lógica). Gracias a Corominas, por cierto, me entero de que del sustantivo ambages deriva el adjetivo ambagioso, que califica a lo que está “lleno de ambigüedades, sutilezas y equívocos”; si ya ambages se usa poco (limitado casi exclusivamente a la expresión que motiva este post), no digamos este derivado que es, además, todavía más feo. Aun así, me siento tentado de emplearlo alguna vez, sobre todo para aplicárselo a los textos legales que últimamente se producen, plenos de ambigüedades. Y acabo ya: seguro que el lector atento habrá deducido acertadamente que ambiguo participa de la misma etimología.
Como fuere aunque digas ambages como sinónimo de rodeo o de no ser claro no es tu caso. Tu escribes comobdiría el retóricoby pedagogo hispanorromano del s. I Marco Fabio Quintiliano con una redacción clara: " Cuando escribas no aspires a que sea posible entendertw, sino a que sea imposible no enterderte". A tu amigo V y otros les pasa lo mismo. El precio de no ser claro (ir con ambages) es que no te lean. Y yo no me pierdo tus post(es). Lo de ahora; los anteriores me dan pereza leerlos. Ya me he ido por las ramas, sinónimo de ambages. Joaquín
ResponderEliminarA lo peor no soy tan claro como me gustaría, porque parece que doy a entender cosas que no pretendo. Pero, en fin, se agradece.
EliminarPues es muy interesante. Siempre es bueno pararse a considerar el origen de las palabras, suelen revelar bastante sobre la historia del pensamiento.
ResponderEliminarLa evolución del idioma, en efecto, es reveladora de muchos cosas. Y si no reveladora, al menos muy sugerente.
EliminarComo tú, he pasado por la expresión sin ambages, a veces usándola yo mismo, sin pararme a averiguar qué son exactamente los ambages (por cierto, el DRAE dice que es masculino plural, no femenino). Me bastaba con saber qué quería decir la expresión. Relacionaba la palabra, efectivamente, con ambiguo, es decir, suponía que tenían una raíz común, pero nunca me había ocupado de saber cual raíz era, y tendía a suponer que tuviera algo que ver con ambos, veo ahora que equivocadamente.
ResponderEliminarAhora que sé que los ambages son caminos complicados, rodeos que prolongan innecesariamente el trayecto, encuentro una razón más a mi afición por ellos. Tanto al viajar como al pasear, como al leer, como al escribir, me gusta andarme con ambages. Una vez que tengo claro dónde quiero llegar -o que barrunto a dónde quieren llevarme- me resulta muy placentero entretener y enriquecer el camino con todos los rodeos y ambages que se me ocurran a mí o a mi guía (escritor). Un viaje, o un texto o discurso, sin ambages, es muchas veces útil y necesario, desde luego. Pero suele ser mucho menos divertido.
Es verdad, en castellano es masculino no femenino; en las demás lenguas romances, y en el propio latín, es femenino (creo, ahora me entra la duda). Se me coló y paso a corregir el texto, gracias. En todo caso, lo que me llamó la atención es que no exista singular.
EliminarEn cuanto a tu gusto por los ambages, veo que compartes las recomendaciones de Petronio. A mí también me gustan, aunque en según que textos me desesperan. Las ambigüedades son peligrosísimas, por ejemplo, en los textos normativos y lamentablemente abundan.
Diría que simplemente es un plurale tantum: una palabra que sólo existe en plural, sin singular, como "tijeras". ¿O quizás te llama la atención que haya perdido el singular durante la evolución de las lenguas romances? Porque en el Wiktionary comentan que sí existía en singular.
Eliminarhttps://en.wiktionary.org/wiki/ambages#Latin
Vanbrugh, en realidad sí está relacionada con la palabra "ambos". El prefijo "amb" tiene tanto el significado de "alrededor" como de "los dos extremos", supongo yo que del mismo modo que se puede decir "de un lado a otro del mundo", aunque este sea una extensión obviamente abierta hasta para los tontos que defienden que la Tierra es plana. Aquí está la reconstrucción de la forma protoindoeuropea:
https://en.wiktionary.org/wiki/Reconstruction:Proto-Indo-European/h%E2%82%82m%CC%A5b%CA%B0i
Estoy de acuerdo con todos; hast a conmigo. Pero uno se puede ir de ambages pardos siendo repetitivo. Un buen "ambagista" debe de tener lo que Baltasar Gracián decía que debía existir en literura: variedad. Joaquín
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