La siguiente jugada de Víctor fue definitiva, la estocada mortal. Ocurrió unos meses después de las pasadas elecciones autonómicas y locales; en la Institución escenario de este culebrón se repitió el anterior pacto de gobierno, de modo que el joven consejero siguió en el cargo y Víctor mantuvo incluso reforzada su posición de poder. El instrumento fue la solicitud de un operador de telefonía móvil para instalar un antena gigante en lo alto de uno de los conos volcánicos del Sur de la Isla. La proliferación de estos artefactos aconsejó hace pocos años elaborar un plan territorial que definía unas localizaciones preferentes, las prohibía en muchas otras parte de la Isla y, sobre todo, imponía unos requisitos que debían verificarse con carácter previo a la autorización. Hay que decir que ese Plan había sido muy contestado desde el Ministerio, que defendía una política desreguladora radical; o sea, que no se debía establecer ningún condicionante a las antenas. Por suerte, sobre la base de argumentos medioambientales, se había logrado salvar el primer contencioso contra el Plan y, aunque con reticencias, los operadores comenzaban a pasar por el aro. No obstante, se sabía que estaban disgustados porque las normas de implantación les suponían sobrecostes excesivos. En ese marco llegó la solicitud a que me refiero cuya resolución última correspondía al servicio a cuyo cargo todavía estaba Ángel.
Ángel redactó el informe jurídico en el cual transcribía la parte más relevante del informe técnico, que verificaba que el proyecto presentado cumplía los condicionantes del Plan Territorial. El documento de Ángel, tras pasar por el Consejo de Gobierno de nuestra Institución, fue remitido a la Consejería de Industria del Gobierno de Canarias que es la que, en última instancia, resuelve estas autorizaciones. Pasadas unas semanas, el director general de Telecomunicaciones y Nuevas Tecnologías del Gobierno convocó a nuestro consejero en su despacho para transmitirle su preocupación porque la resolución elaborada por Ángel aseguraba que la antena en trámite se situaba en uno de los ámbitos de localización preferente cuando no era así; por el contrario, el emplazamiento solicitado caía dentro de una de las áreas de exclusión para estas instalaciones. Aunque las competencias territoriales eran de nuestra institución, al director general le había parecido tan obvio el incumplimiento de los requisitos del Plan que había preferido parar la tramitación para evitar problemas ulteriores que, aparte de los efectos políticos, pudieran incluso suponer imputaciones penales. Nuestro consejero, naturalmente, quedó anonadado; a estas alturas y con la que está cayendo, todos son perfectamente conscientes de los riesgos que corren con asuntos de este tipo. Le agradeció a su colega el aviso y le pidió que congelara el expediente con la mayor discreción hasta que él hiciera las pertinentes averiguaciones.
Por supuesto, nuestro consejero le pidió a Víctor que aclarara lo que había pasado. Resultó que el informe técnico archivado en el expediente llegaba a una conclusión denegatoria pues confirmaba que la antena se localizaba en área de exclusión. El texto que Ángel decía ser transcripción del informe técnico no coincidía con éste. Todo apuntaba pues a un falseamiento doloso con la intención de posibilitar una autorización en un emplazamiento prohibido. Al consejero no le cupo duda de que Ángel había prevaricado, sólo le faltaba descubrir sus conexiones con la operadora de telefonía, cuánto tiempo llevaba embarrado en estos tejemanejes; estaba decidido a denunciarlo a la fiscalía. Sin embargo, igual que hizo con al asunto de Cristina, Víctor trató de mitigar el castigo al que había sido su amigo. Esta vez casi no pudo convencer al consejero; parece que tuvo que amenazar con que dimitiría de su puesto si se denunciaba a Ángel. Se aceptó pues tapar el caso, pero Ángel había de desaparecer del Área. El consejero lo citó en su despacho y, muy cabreado, le gritó que lo tenía por un infame corrupto, que había avergonzado a la Institución, que por supuesto estaba cesado como jefe de servicio y que se ocuparía de que lo trasladaran a un puesto donde no pudiera hacer más daño. En el culmen de su ira, le soltó como agravante que era un acosador, y que si no había sido castigado entonces como merecía, ni tampoco ahora, era gracias a Víctor. Ángel, recibió las acusaciones estupefacto. Al principio trató de rebatirlas pero el consejero, indignado, no le dejó casi hablar. Luego, a medida que iba entendiendo la magnitud del embolado, fue hundiéndose en un silencio ominoso.
Esa reunión tuvo lugar hacia mediados del pasado octubre. Acabada la misma, sin hablar con nadie, sin dar ninguna explicación, Ángel se marchó a su casa y no volvió más. A los pocos días, se supo en el Área que estaba de baja médica. Como es natural, surgieron los rumores y no pasó mucho tiempo sin que casi todos nos enteráramos de lo que había ocurrido, por más que se hubiese pretendido tapar el asunto. Los que habían trabajado más estrechamente con él no daban crédito a la imputación; sencillamente, no podían creer que Ángel estuviera implicado en ninguna trama corrupta. Pero además del convencimiento general de su honradez, varias cosas no cuadraban. De entrada, no parecía lógico que un funcionario con larga experiencia planteara tan burda falsificación, diciendo que un texto era transcripción del informe técnico cuando bastaría con ver éste para quedar en evidencia. Pero había un detalle curioso: la parte que Ángel decía que era transcripción del informe técnico incluía una imagen en la que se veía la ubicación de la antena sobre cartografía y el ámbito de localización preferente. Se trataba de la típica exportación a JPG de una vista de un proyecto GIS en el que alguien había georreferenciado la antena y cargado de las bases de datos geográficas la cartografía oficial y los recintos del plan territorial. Ese ejercicio, siendo práctica habitual en la elaboración de los informes técnicos, no podía haberlo hecho Ángel porque no sabía manejar el programa GIS. En otras palabras, la imagen que aparecía en su informe, Ángel podía haberla copiado y pegado a partir de un informe técnico previo en Word pero no haberla generado él. Es decir, lo que a todos nos parecía lo más plausible es que Ángel efectivamente hubiera transcrito el informe técnico, tal como decía; no podría haberlo falsificado.
Así que cuando Ángel escribió su informe, en el expediente tenía que haber uno técnico falsificado. En nuestra institución todavía no hay un programa informático de control de expedientes; ni siquiera se ha implantado la firma electrónica. Lo que se hace es que la carpeta física llena de papeles con firmas a bolígrafo y sellos, se reproduce en una carpeta en el disco duro del Área. La auxiliar administrativa encargada, va apuntando en una Excel el momento en que se cumple cada paso de la tramitación y se ocupa de avisar al que sigue. Esa rutina tuvo que producirse en el funesto asunto de la antena. El aparejador acabaría su informe técnico, guardaría el Word (con la imagen incrustada) en el disco duro y le daría el papel impreso y firmado a Conchi para que lo archivara en el expediente físico. Conchi, entonces, avisaría a Ángel para que redactara su informe. En ese momento tuvo Víctor que cometer la felonía: copiar y modificar el informe del aparejador y sustituir el original por su falsificación. Probablemente, ni siquiera haría lo mismo con el de papel, sabedor de que Víctor solía trabajar a partir del documento informático. Ciertamente, la apuesta tenía un cierto riesgo: que Ángel consultara alguna duda al aparejador y se descubriera el pastel. Pero se trataba de un informe sencillo y Ángel solía resolver sus obligaciones con la mayor eficacia y evitando molestar innecesariamente a sus subordinados. En fin, lo cierto es que la jugada le salió perfecta. Desde luego, en cuanto Víctor comprobó que el informe jurídico había sido remitido a la Consejería de Industria (solo tres días después de su redacción), se ocupó de volver a colocar en el ordenador el informe técnico correcto.
Esto que acabo de contar fue la conclusión a la que llegamos unos cuantos. No teníamos pruebas, por supuesto, y sabíamos que nuestra certeza sobre la honestidad de Ángel (y la consiguiente vileza de Víctor) no valía para convencer a nadie más. Para colmo, la condena que se había precipitado sobre Ángel no era explícita y por tanto contra ella no cabía defensa; eso, sin duda, aumentaba el daño. Nos sentíamos desolados ante el dolor que imaginábamos sufría Ángel, horrorizados ante la maldad de Víctor, frustrados ante nuestra impotencia. Intentamos contactar con nuestro compañero pero se nos hizo saber que se encontraba muy mal (dedujimos que sumido en una depresión) y que no quería hablar con nadie. Así se fue acabando el año pasado y cuando estaban a punto de llegar las fiestas navideñas recibimos un nuevo golpe, más terrible aún.
Esa reunión tuvo lugar hacia mediados del pasado octubre. Acabada la misma, sin hablar con nadie, sin dar ninguna explicación, Ángel se marchó a su casa y no volvió más. A los pocos días, se supo en el Área que estaba de baja médica. Como es natural, surgieron los rumores y no pasó mucho tiempo sin que casi todos nos enteráramos de lo que había ocurrido, por más que se hubiese pretendido tapar el asunto. Los que habían trabajado más estrechamente con él no daban crédito a la imputación; sencillamente, no podían creer que Ángel estuviera implicado en ninguna trama corrupta. Pero además del convencimiento general de su honradez, varias cosas no cuadraban. De entrada, no parecía lógico que un funcionario con larga experiencia planteara tan burda falsificación, diciendo que un texto era transcripción del informe técnico cuando bastaría con ver éste para quedar en evidencia. Pero había un detalle curioso: la parte que Ángel decía que era transcripción del informe técnico incluía una imagen en la que se veía la ubicación de la antena sobre cartografía y el ámbito de localización preferente. Se trataba de la típica exportación a JPG de una vista de un proyecto GIS en el que alguien había georreferenciado la antena y cargado de las bases de datos geográficas la cartografía oficial y los recintos del plan territorial. Ese ejercicio, siendo práctica habitual en la elaboración de los informes técnicos, no podía haberlo hecho Ángel porque no sabía manejar el programa GIS. En otras palabras, la imagen que aparecía en su informe, Ángel podía haberla copiado y pegado a partir de un informe técnico previo en Word pero no haberla generado él. Es decir, lo que a todos nos parecía lo más plausible es que Ángel efectivamente hubiera transcrito el informe técnico, tal como decía; no podría haberlo falsificado.
Así que cuando Ángel escribió su informe, en el expediente tenía que haber uno técnico falsificado. En nuestra institución todavía no hay un programa informático de control de expedientes; ni siquiera se ha implantado la firma electrónica. Lo que se hace es que la carpeta física llena de papeles con firmas a bolígrafo y sellos, se reproduce en una carpeta en el disco duro del Área. La auxiliar administrativa encargada, va apuntando en una Excel el momento en que se cumple cada paso de la tramitación y se ocupa de avisar al que sigue. Esa rutina tuvo que producirse en el funesto asunto de la antena. El aparejador acabaría su informe técnico, guardaría el Word (con la imagen incrustada) en el disco duro y le daría el papel impreso y firmado a Conchi para que lo archivara en el expediente físico. Conchi, entonces, avisaría a Ángel para que redactara su informe. En ese momento tuvo Víctor que cometer la felonía: copiar y modificar el informe del aparejador y sustituir el original por su falsificación. Probablemente, ni siquiera haría lo mismo con el de papel, sabedor de que Víctor solía trabajar a partir del documento informático. Ciertamente, la apuesta tenía un cierto riesgo: que Ángel consultara alguna duda al aparejador y se descubriera el pastel. Pero se trataba de un informe sencillo y Ángel solía resolver sus obligaciones con la mayor eficacia y evitando molestar innecesariamente a sus subordinados. En fin, lo cierto es que la jugada le salió perfecta. Desde luego, en cuanto Víctor comprobó que el informe jurídico había sido remitido a la Consejería de Industria (solo tres días después de su redacción), se ocupó de volver a colocar en el ordenador el informe técnico correcto.
Esto que acabo de contar fue la conclusión a la que llegamos unos cuantos. No teníamos pruebas, por supuesto, y sabíamos que nuestra certeza sobre la honestidad de Ángel (y la consiguiente vileza de Víctor) no valía para convencer a nadie más. Para colmo, la condena que se había precipitado sobre Ángel no era explícita y por tanto contra ella no cabía defensa; eso, sin duda, aumentaba el daño. Nos sentíamos desolados ante el dolor que imaginábamos sufría Ángel, horrorizados ante la maldad de Víctor, frustrados ante nuestra impotencia. Intentamos contactar con nuestro compañero pero se nos hizo saber que se encontraba muy mal (dedujimos que sumido en una depresión) y que no quería hablar con nadie. Así se fue acabando el año pasado y cuando estaban a punto de llegar las fiestas navideñas recibimos un nuevo golpe, más terrible aún.
Este tipo de zancadillas, por desgracia, no es insual en las administraciones, sirve para perpetrar venganzas, para eliminar competidores, por celos, para colocar a otro, etc.
ResponderEliminarHombre, una putada de esta magnitud no me parece que sea habitual; al menos yo, en treinta años en la administración,no había visto nada comparable.
Eliminarhabitual es frecuente, inuual, que es el término por mi elegido no es tan absoluto, simplemente que no es extremadamente raro
EliminarEso es; gracias por la precisión, Joaquín
EliminarPues me figuro que entre el episodio anterior del falso acoso y el actual golpe debieron de pasar algunos años, pues dijiste que la felonía de Cristi se supo años después... Y sí, es triste.
ResponderEliminarEl asunto de Cristi ocurrió a finales de la pasad legislatura, creo recordar que en los últimos meses de 2014. Lo que digo en el post anterior es que "Como pude confirmar años después, esta era el precio pactado por la felonía (a fecha de hoy, Cristi sigue siendo jefa de sección en otro servicio administrativo de la casa y, según me dicen, es una funcionaria bastante apreciada y con excelentes perspectivas)". Cuando ocurrió el incidente yo no tarbajaba en la Institución y, por tanto, no me enteré; pero creo que casi nadie se enteró hasta el desenlace de esta historia (que aún no he contado). En todo caso, tanpoco fueron tantos años: de finales de 2014 (Cristi) a octubre de 2016. No llegó a dos años.
EliminarMe lo he figurado, aunque así lo hayas escrito en la anterior entrega de esta, para hacer juego con el título de esa película infantil, serie de vergonzosas bellaquerías.
EliminarNo creo que mis pesadillas (que tampoco lo son tanto ni muy frecuentes) tengan mucho que ver con esta historia. No era propiamente amigo mío; sí compañero y me parecía una persona muy apreciable.
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