Detrás del Paul Bunyan gigante hay un edificio de ladrillo de dos plantas y extensa ocupación: es el Cross Insurance Center, al que ya me he referido, el auditorio o espacio multiusos principal de Bangor, construido entre 2011 y 2013. Como ya he comprobado, esta ciudad tiene una cierta manía renovadora (de la que luego se arrepienten, pero parece que sin escarmentar porque vuelven a caer en la tentación) y esta manía afecta también a los auditorios. Éste que tengo delante es el tercero en orden cronológico de los que ha tenido Bangor, todos en esta misma área de Bass Park.
A finales del siglo XIX, William Rogers Chapman, un muy reconocido director coral, originario de Bethel, Maine, tuvo la idea de crear un festival de música en el Estado con la intención de interpretar las composiciones corales más complejas, traer a los más grandes músicos del mundo y apoyar el talento local, tanto de cantantes (había organizado un gran número de formaciones corales) como de compositores (que pudieran estrenar sus obras). En esos años, una de las más famosas sopranos dramáticas era Lillian Norton, conocida como Nordica, que también era oriunda de Maine. Como es natural, Chapman se puso en contacto con la yankee diva, quien aceptó participar en la primera edición del Festival, que se celebraría en otoño de 1897 tanto en Portland como en Bangor. Cuando se conoció el programa, se desató el entusiasmo general, pero había un problema: Bangor no contaba con ningún local con capacidad suficiente para la demanda que se preveía. No se arredraron los bangorianos y a principios de julio, los más ilustres (y pudientes) se constituyeron en asociación por acciones y encargaron inmediatamente al principal constructor de la ciudad que levantara un gran edificio de madera más o menos en donde ahora está el Cross Insurance Center, muy cerca de la pista hípica del parque de Maplewood (el parque se llamaba así por los hermosos arces rojos que flanqueaban sus paseos; ahora se llama Bass Park en honor al exalcalde Joseph Bass, que donó esa gran extensión de terreno a la ciudad). A finales de septiembre estaba acabado lo que parecía un enorme granero (nave rectangular de unos 50 x 25 metros) con la fachada ornamentada y en el interior se dejaron a la vista vigas, pilares y otros elementos estructurales (lo que asustó a más de uno). El 14 de octubre comenzó el festival de tres días, con el público abarrotando los casi setecientos asientos del nuevo auditorio que, además, ofrecía una acústica maravillosa. Participaron cientos de cantantes, incluyendo varios de la Sinfónica neoyorkina, pero la apoteosis fue sin duda la presencia de Lillian Nordica, ataviada en satén blanco y con su tiara de diamantes, que interpretó una pieza del Elías de Mendelssohn.
Los festivales impulsados por Chapman duraron hasta 1926 y colocaron el nombre de Bangor en el circuito musical mundial. Después, el auditorio, ampliado y reformado en varias ocasiones, siguió en uso, albergando conciertos y otros actos, como mitines electorales. Pero hacia los años cuarenta estaba bastante claro que la ciudad necesitaba una nueva instalación, que la vieja nave de madera era ya a todas luces inadecuada. Tras bastante controversia se decidió que Eaton Tarbell, un arquitecto de Bangor, proyectara el nuevo auditorio. Tarbell (1914-1992) estudió en la Harvard School of Design y entre sus profesores estuvo nada menos que Frank Lloyd Wright quien, según confesó en una entrevista de 1988, ya le advirtió que si se instalaba en Maine haría buenos trabajos pero lo tratarían mal. Y el gran maestro acertó porque Tarbell tuvo que enfrentarse a casi todos en sus esfuerzos de hacer llegar el Movimiento Moderno a Bangor y su entorno. El canon estilístico del Estado lo había marcado desde principios de siglos John Calvin Stevens, con el llamado shingle style, un pastiche ecléctico de arquitectura colonial americana con revivals ingleses. Los ciudadanos respetables de Bangor, suscritos a revistas tipo Home and Garden, veían a veces ejemplos de edificios “modernos” que les parecían pura ciencia ficción, al menos en su ciudad. Pese a esa mayoritaria actitud hostil, Eaton Tarbell abrió estudio a mediados de los cuarenta y poco a poco fue construyendo sus obras y, aunque con muchas resistencias, ganándose el merecido reconocimiento. La consagración llegó en 1951 cuando, con 37 años, obtuvo un premio nacional por el diseño de la Vine Street School, un colegio público infantil de líneas sencillas, carente de los detalles ornamentales que caracterizaban la arquitectura institucional y abierto hacia el exterior mediante amplios muros de cristal. Que se le reconociera fuera de casa permitió que sus paisanos, en particular los dirigentes de la ciudad, concluyeran que el tío debía debía de bueno y se decidieran a encargarle el nuevo auditorio. Diseñó dos volúmenes simétricos adosados con pendientes opuestas que, con su forma de V extendida, daba al edificio una imagen de gigantescas alas de mariposa. Se construyó en diecisiete meses con escasez continua de fondos y no pocas voces en contra, pero finalmente se inauguró con gran fanfarria el 1 de octubre de 1955, convirtiéndose en el espacio de esas características más grande de toda Nueva Inglaterra después del Boston Garden. Lo que quedó claro es que era la obra más moderna de Bangor y un excelente ejemplo de la arquitectura contemporánea.
De hecho, este auditorio era una de las cosas que quería ver en Bangor. En los primeros ochenta, un querido amigo y compañero de carrera fue a hacer un curso de postgrado a Harvard. Ya no me acuerdo por qué azarosos motivos pero el caso es que estuvo trabajando durante un par de meses en EWT & Associates, la oficina de Tarbell en Harlow St. Por lo que me contó a su regreso, aunque el arquitecto jefe era ya mayor (rondaría los setenta), mantenía una relación muy cordial y cercana con toda la gente que trabajaba en el estudio, muchos de ellos recién egresados en prácticas, contándoles historietas de sus encuentros con grandes maestros del movimiento moderno durante los cuarenta y cincuenta. Mi amigo, claro, se empapó de la obra de Tarbell –construyó más de 2.500 edificios en Bangor y su entorno– y me comentó que tenía verdaderas joyas, por lo que no entendía cómo no había adquirido un mayor reconocimiento. Lo cierto es que todavía hoy, veinticinco años después de su muerte, Eaton W. Tarbell sigue siendo un desconocido en el mundo de la arquitectura; resulta sorprendente que casi no haya información sobre él en Internet y que muy pocos libros especializados lo mencionen. A mi amigo lo que más le gustó fue el auditorio, por aquel entonces a pleno funcionamiento y ya asumido por los bangorianos. Así que venía con la intención de verlo con mis propios ojos, a lo mejor hasta asistir a un partido de baloncesto de los Maine Black Bears, el equipo universitario; pero descubro consternado que fue demolido en 2013, después de la inauguración de este Cross Insurance Center que se alza frente a mis ojos, protegido por Paul Bunyan.
Parece que hacia los ochenta empezaron los problemas, sobre todo con la cubierta que comenzó a dejar pasar agua. El incidente más famoso ocurrió en 1988 durante un concierto del cantante de country Kenny Rogers, al que el auditorio obsequió con una buena ducha. Empezaron a fallar también los sistemas de acondicionamiento climático. Pero, sobre todo, muchos consideraban que el auditorio de Tarbell no estaba a la altura del nuevo Bangor, convertido en una capital dinámica y necesitado de un espacio mayor y más moderno en el que albergar actos multitudinarios que atrajeran gente y dinero. Como ya había ocurrido décadas atrás con el viejo auditorio de 1897, hacia principios del actual siglo la ciudad se dividió en dos bandos: los que querían reformarlo y los que apostaban por un nuevo edificio. Estaba, claro, el problema de los altos costes de hacer un nuevo auditorio, sin que se encontraran fuentes de financiación suficientes. En 2005 a la tesorería municipal le tocó la lotería: el “racino” Hollywood Slots (véase un post anterior) abrió sus puertas, lo que suponía unos ingresos importantes vía impuestos. El optimismo embargó a los gestores urbanos y la opción de un nuevo edificio ganó fuerza. El Ayuntamiento encargó unos estudios previos, de los que resultaron unas estimaciones en torno a cien millones de dólares para una instalación que diera cabida a siete mil personas sentadas. Entonces, un ciudadano defensor de renovar el viejo auditorio, empezó una campaña para someter la decisión a referéndum. El 4 de mayo de 2011, los bangorianos, después de años de debate, votaron, en proporción tres a uno, a favor de la construcción del nuevo auditorio, tal como proponía la municipalidad. Acorde con los tiempos y los cambios sufridos por nuestra profesión, el nuevo polideportivo ya no es obra de un arquitecto sino de una ingeniería especializada en este tipo de instalaciones. Acabadas las obras, se inauguró en octubre de 2013. Unos meses antes, en junio, se demolió el viejo auditorio. Por lo que he podido leer en periódicos de esos años, puedo entender que fuera necesario el nuevo edificio; lo que me cuesta admitir es que también lo fuese demoler el antiguo. Puede que dentro de poco tiempo, los habitantes de Bangor redescubran la calidad de la arquitectura de Tarbell y lamenten la pérdida de su obra más emblemática, del mismo modo que ahora se quejan de los efectos de la renovación urbana de los sesenta.
De hecho, este auditorio era una de las cosas que quería ver en Bangor. En los primeros ochenta, un querido amigo y compañero de carrera fue a hacer un curso de postgrado a Harvard. Ya no me acuerdo por qué azarosos motivos pero el caso es que estuvo trabajando durante un par de meses en EWT & Associates, la oficina de Tarbell en Harlow St. Por lo que me contó a su regreso, aunque el arquitecto jefe era ya mayor (rondaría los setenta), mantenía una relación muy cordial y cercana con toda la gente que trabajaba en el estudio, muchos de ellos recién egresados en prácticas, contándoles historietas de sus encuentros con grandes maestros del movimiento moderno durante los cuarenta y cincuenta. Mi amigo, claro, se empapó de la obra de Tarbell –construyó más de 2.500 edificios en Bangor y su entorno– y me comentó que tenía verdaderas joyas, por lo que no entendía cómo no había adquirido un mayor reconocimiento. Lo cierto es que todavía hoy, veinticinco años después de su muerte, Eaton W. Tarbell sigue siendo un desconocido en el mundo de la arquitectura; resulta sorprendente que casi no haya información sobre él en Internet y que muy pocos libros especializados lo mencionen. A mi amigo lo que más le gustó fue el auditorio, por aquel entonces a pleno funcionamiento y ya asumido por los bangorianos. Así que venía con la intención de verlo con mis propios ojos, a lo mejor hasta asistir a un partido de baloncesto de los Maine Black Bears, el equipo universitario; pero descubro consternado que fue demolido en 2013, después de la inauguración de este Cross Insurance Center que se alza frente a mis ojos, protegido por Paul Bunyan.
Parece que hacia los ochenta empezaron los problemas, sobre todo con la cubierta que comenzó a dejar pasar agua. El incidente más famoso ocurrió en 1988 durante un concierto del cantante de country Kenny Rogers, al que el auditorio obsequió con una buena ducha. Empezaron a fallar también los sistemas de acondicionamiento climático. Pero, sobre todo, muchos consideraban que el auditorio de Tarbell no estaba a la altura del nuevo Bangor, convertido en una capital dinámica y necesitado de un espacio mayor y más moderno en el que albergar actos multitudinarios que atrajeran gente y dinero. Como ya había ocurrido décadas atrás con el viejo auditorio de 1897, hacia principios del actual siglo la ciudad se dividió en dos bandos: los que querían reformarlo y los que apostaban por un nuevo edificio. Estaba, claro, el problema de los altos costes de hacer un nuevo auditorio, sin que se encontraran fuentes de financiación suficientes. En 2005 a la tesorería municipal le tocó la lotería: el “racino” Hollywood Slots (véase un post anterior) abrió sus puertas, lo que suponía unos ingresos importantes vía impuestos. El optimismo embargó a los gestores urbanos y la opción de un nuevo edificio ganó fuerza. El Ayuntamiento encargó unos estudios previos, de los que resultaron unas estimaciones en torno a cien millones de dólares para una instalación que diera cabida a siete mil personas sentadas. Entonces, un ciudadano defensor de renovar el viejo auditorio, empezó una campaña para someter la decisión a referéndum. El 4 de mayo de 2011, los bangorianos, después de años de debate, votaron, en proporción tres a uno, a favor de la construcción del nuevo auditorio, tal como proponía la municipalidad. Acorde con los tiempos y los cambios sufridos por nuestra profesión, el nuevo polideportivo ya no es obra de un arquitecto sino de una ingeniería especializada en este tipo de instalaciones. Acabadas las obras, se inauguró en octubre de 2013. Unos meses antes, en junio, se demolió el viejo auditorio. Por lo que he podido leer en periódicos de esos años, puedo entender que fuera necesario el nuevo edificio; lo que me cuesta admitir es que también lo fuese demoler el antiguo. Puede que dentro de poco tiempo, los habitantes de Bangor redescubran la calidad de la arquitectura de Tarbell y lamenten la pérdida de su obra más emblemática, del mismo modo que ahora se quejan de los efectos de la renovación urbana de los sesenta.
En google maps todavia hay una foto de la epoca en que estaban construyendo al nuevo y demoliendo al viejo, con sus techos "alas de gaviota". Los que demuelen el pasado están condenados a repetir las tonterías, como el día de la marmota.
ResponderEliminarBien visto
EliminarTienes razón, Chófer, no me había dado cuenta. Es curioso por que se ve el viejo auditorio en la foto aérea pero no en el mapa. Tampoco cuando entras en StreetView. Además, cuando estás en la foto aérea Google te dice que la fecha de la misma es 2017, lo cual es falso porque el viejo auditorio lo demolieron en 2013.
EliminarHay gente que no sabe valorar lo que tiene hasta que lo pierde...
ResponderEliminarMe temo que eso nos pasa a casi todos.
Eliminar