Después de dar una vuelta completa a la Bangor House, salgo de nuevo por May St. a Main St., enfrente de una sucursal del People’s United Bank que, por lo visto, es el segundo banco privado en importancia de Nueva Inglaterra. Junto a ese edificio hay otro bastante más gracioso, construido hacia finales del XIX en ese eclecticismo victoriano que no sé adjetivar con propiedad: un semisótano de ladrillo de bastante altura que obliga a disponer una larga escalera para acceder a la primera planta de madera pintada de blanco; por encima de ésta otra más bajo cubiertas oscuras muy inclinadas, con una torrecilla rematada en pináculo en uno de los ángulos. Un tipo sentado en el murete del jardín delantero me informa que este inmueble lo ha adquirido el banco de al lado; no sabe a qué funciones lo dedica pero sí que antes, desde mediados de los ochenta, fue la sede de la Penobscot Theatre Company. La PTC es la compañía de teatro más importante del Estado como productora de obras dramáticas y espectáculos, peor también como dentro de formación profesional en todos los aspectos de las artes escénicas. Al ver que el edificio es ahora de un banco pienso lo peor, seguramente influido por lo que ha ocurrido con tanta frecuencia en España durante los pasados años. Pero no, me dice el amable individuo que parece esperar a alguien, no fue un embargo sino una venta (en 2004), porque previamente (en 1997) la compañía adquirió la Bangor Opera House, que está ahí mismo –señala con el dedo más adelante por Main Street–, en la siguiente manzana. Bueno, pienso, pues enseguida veré la ópera de Bangor, y entonces levanto la cabeza y veo una iglesia detrás de esta casa, con frente ya a Union Street. De golpe me vienen dos ideas a la cabeza. La primera que esta casita que ahora es del banco y que antes fue de la PTC tuvo que pertenecer previamente a esa iglesia, tuvo que ser la casa parroquial (o el equivalente en la correspondiente jerga protestante). Segundo, que esa iglesia es la del culto unitario a la que asistía Charlie Howard y de la que salió el 7 de julio de 1984 para morir asesinado.
He de confesar que no sé casi nada sobre la Iglesia Unitaria, sólo que deriva de algunas de las ramas de la Reforma protestante del XVI. Lo cierto es que a quienes hemos tenido una educación (¿o catequesis?) católica nada nos han enseñado sobre las restantes religiones, ni siquiera sobre las otras cristianas. Probablemente, esas carencias formativas hayan sido intencionadas: a fin de cuentas, nada contribuye más al rechazo del otro que su desconocimiento. De hecho, cuando ya adulto empecé a leer los argumentos de los reformadores, éstos me eran mucho más convincentes que los de los defensores de la ortodoxia católica. Y así les ocurrió también a muchos católicos honestos e inteligentes de la época; por eso, se evitó divulgar las doctrinas de Lutero y similares, optándose por pintarlos como emisarios del diablo y prohibir la lectura de sus obras. Como sea, ahora que estoy ante una iglesia del culto unitario (o que lo fue, como contaré más adelante), me veo obligado a enterarme mínimamente de qué, cuándo y cómo de esta religión. Sus orígenes se remontan a las viejas disputas contra la Trinidad, el dogma establecido en 325 en Nicea y que (los católicos) aprendimos en primaria con la fórmula “un solo Dios y tres personas distintas”.El Concilio de Nicea, el primero ecuménico de la cristiandad, pretendió unificar la fe, ya que por entonces se discutía sobre cualquier asunto teológico. De éstos, uno de los más controvertidos era la naturaleza de Cristo y, en particular, si era o no Dios. La postura de quienes negaban que lo fuera, que venía prácticamente desde los tiempos inmediatos a la muerte de Jesús, fue tremendamente popularizada por un presbítero de Alejandría (probablemente de origen bereber) llamado Arrio. En Nicea, con el apoyo del emperador Constantino, se declaró a Arrio blasfemo y se estableció la consustancialidad de Padre e Hijo, de modo que Cristo no había sido creado por el Padre de la Nada, como sostenían lo arrianos (nótese que éstos no llegaban a defender que fuera un hombre normal, como ocurriría más tarde y como pensaron muchos de los primeros cristianos). Ahora bien, la oficialización de la tesis trinitaria no supuso la desaparición de las creencias “unitaristas” (por ejemplo, hay quienes sostienen que mucho influyeron en las concepciones teológicas de Mahoma), pero hay que esperar a la eclosión de los movimientos reformistas del XVI para que vuelva a cuestionarse el dogma.
Aunque los primeros y más célebres reformadores no tenían demasiada simpatía hacia el credo niceno, el primero que se opuso frontalmente a la Trinidad fue Martin Borrhaus, en su obra de 1527, De Operibus Dei. Más famoso fue Miguel Servet, quien en 1530, después de asistir a la coronación de Carlos V en Bolonia como parte del séquito imperial, lo abandona para visitar varias ciudades centroeuropeas adheridas a la Reforma. Estaría en los primeros años de su veintena y, pese a su extrema juventud, el aragonés había demostrado que tenía una mente despierta e inquieta, inclinada hacia las discusiones teológicas. En 1531 publica De Trinitatis Erroribus, donde niega contundentemente la Trinidad, escandalizando tanto a los reformadores alemanes como a los católicos (le mandó una copia al Obispo de Zaragoza que inmediatamente se la pasó a la Inquisición). Posteriormente, viendo la que había armado, matiza y suaviza su posición y sobre todo reclama una mayor tolerancia y libertad de conciencia (“Me parece que todos tienen parte de verdad y parte de error y que cada uno ve el error del otro, mas nadie el suyo... Fácil sería decidir todas las cuestiones si a todos les estuviera permitido hablar pacíficamente en la iglesia”). Pero la tolerancia no era una virtud apreciada en aquellos tiempos como el propio Servet tuvo ocasión de comprobar dos décadas después cuando, apresado en Ginebra (Calvino le tenía tirria), fue ejecutado en la hoguera por hereje (“Porque su libro llama a la Trinidad demonio y monstruo de tres cabezas … Por estas y otras razones te condenamos, Miguel Servet, a que te aten y lleven al lugar de Champel, que allí te sujeten a una estaca y te quemen vivo, junto a tu libro manuscrito e impreso, hasta que tu cuerpo quede reducido a cenizas, y así termines tus días para que quedes como ejemplo para otros que quieran cometer lo mismo”).
La cruel condena de Servet impactó tremendamente a sus contemporáneos y tuvo como efecto alentar las disidencias contra las posiciones dogmáticas, sobre todo entre los protestantes. Especial relevancia en la década de los cincuenta del XVI tuvieron unos cuantos italianos del norte –Matteo Gribaldi, Bernardino Ochino, Lelio Sozzini– (todos, por cierto, tuvieron que salir de Italia para evitar ser apresados por la Inquisición), quienes también cuestionaron la triple divinidad. Los escritos teológicos antitrinitarios dieron sus primeros frutos en Polonia. Conviene recordar que en esos tiempos, el Reino de Polonia estaba formado por la unión de ésta con el Gran Ducado de Lituania, bajo la dinastía Jagellón y vivía la que se considera que fue su Edad de Oro (en la segunda mitad del XVI, aún después de la derrota ante los turcos en la batalla de Mohács, el territorio polaco-lituano comprendía casi la totalidad de las actuales Bielorrusia y Ucrania; de los actuales territorios de Polonia y de Lituania, en cambio, gran parte pertenecía a principados alemanes y a la Orden de los Caballeros Teutones). Si bien el Reino era sólidamente católico, a principios de los cincuenta el Parlamento prohibió las persecuciones y condenas por motivos religiosos, lo que hizo que se Polonia se convirtiera en un refugio de todos los disidentes, en unos tiempos en que se cometían las mayores atrocidades en nombre de la fe. A ello hay que sumar que la corte de los Jagellon, con sede en Cracovia, mantuvo estrechas relaciones con Italia, importando el Renacimiento y el humanismo. Téngase en cuenta que la segunda mujer del rey Segismundo era Bona Sforza, hija del Duque de Milán. De tal modo, en Cracovia se asentó un relativamente importante grupo calvinista con no pocos italianos y, como no era Ginebra, surgieron voces que, influidas por Servet y los italianos, cuestionaban la Trinidad y, en general, el dogmatismo.
Figura clave en el nacimiento del unitarianismo a partir de estos balbuceos antitrinitarios en Centroeuropa fue el piamontino Giorgio Biandrata (1516-1588). De origen noble, estudió medicina en Montpellier y, de regreso en Italia, publicó un tratado de ginecología que dedicó a la reina de Polonia y a su hija Isabella Jagiello. Gracias a ese peloteo adulón, Biandrata fue invitado en 1540 a la corte de Cracovia como médico de la reina; allí estuvo cuatro años y luego se trasladó a Alba Iulia, llamado por Isabella –muy guapa, dicho sea de paso, además de muy culta y muy querida– a la que habían casado con veinte añitos con el rey Juan I de Hungría. El reinado de Juan de Zápolya no era nada firme, en precario equilibrio entre el apoyo de Soliman y la concesión temporal de Fernando I de Habsburgo (el hijo de Carlos V), bajo el supuesto de que el reino pasaría bajo su dominio al carecer Juan de heredero. Pero en 1540 Isabella da a luz a Juan Segismundo, su padre rompe el acuerdo con el Habsburgo y pocas semanas después se muere, pero antes hace prometer a su mujer y más estrechos consejeros que defenderían al niño y lucharían por que fuera rey de Hungría. Rotos los acuerdos, Solimán ocupa Buda pero permite que Isabella y su corte se desplacen a la región de Transilvania, instalando su capital en la ciudad de Alba Iulia, hoy Rumanía, donde actúa como regente en nombre de su hijo. En esa corte permaneció Biandrata hasta 1551, cuando Isabella abandonó Transilvania a favor de Fernando.
Se supone que el italiano, durante los más de diez años que estuvo en Polonia y Hungría, se separó de la ortodoxia católica influido por el pensamiento protestante. Lo cierto es que en 1556 tuvo que escapar de Pavía para refugiarse en Ginebra. Allí se integró en el grupo de protestantes italianos y enseguida se empezó a hacer notar interrogando por escrito y públicamente a Calvino sobre la Trinidad. La insistencia de Biandrata en que Calvino condenase las tesis contrarias a la suya llevó al enfrentamiento y finalmente, en 1558, a abandonar también Ginebra y regresar a Polonia. Allí Biandrata fue nombrado por el rey Segismundo, el hijo de su vieja amiga Bona Sforza, su representante en los sínodos calvinistas; durante esos años, intenta socavar el trinitarismo pero sin negarlo frontalmente (la sombra de Calvino era alargada). En 1563, el joven rey de Transilvania, Juan Segismundo de Zápolya, el hijo de Isabella, lo convoca a Alba Iulia como médico de corte. Gracias a la tolerancia decretada por Isabella entre las tres religiones (católicos, luteranos y calvinistas), en Transilvania había continuos debates. Como representante del rey, en el sínodo celebrado en 1564, Bandriata hizo amistad con el principal exponente de los luteranos, Ferenc Dávid, que quería lograr la fusión entre las dos corrientes protestantes. Dávid y Biandrata, de común acuerdo, constituyen la nueva iglesia reformada sobre la base de la restauración del monoteísmo y el rechazo de la Trinidad. En el sínodo de 1566 se proclama la fundación de la Iglesia Unitariana; dos años después, Biandrata y Dávid publicaron la doctrina unitariana y antitrinitaria en De vera et falsa unius Dei, Filii et Spiritus Sancti cognitione.
(Seguiré con la historia del unitarianismo, que tiene su interés).
He de confesar que no sé casi nada sobre la Iglesia Unitaria, sólo que deriva de algunas de las ramas de la Reforma protestante del XVI. Lo cierto es que a quienes hemos tenido una educación (¿o catequesis?) católica nada nos han enseñado sobre las restantes religiones, ni siquiera sobre las otras cristianas. Probablemente, esas carencias formativas hayan sido intencionadas: a fin de cuentas, nada contribuye más al rechazo del otro que su desconocimiento. De hecho, cuando ya adulto empecé a leer los argumentos de los reformadores, éstos me eran mucho más convincentes que los de los defensores de la ortodoxia católica. Y así les ocurrió también a muchos católicos honestos e inteligentes de la época; por eso, se evitó divulgar las doctrinas de Lutero y similares, optándose por pintarlos como emisarios del diablo y prohibir la lectura de sus obras. Como sea, ahora que estoy ante una iglesia del culto unitario (o que lo fue, como contaré más adelante), me veo obligado a enterarme mínimamente de qué, cuándo y cómo de esta religión. Sus orígenes se remontan a las viejas disputas contra la Trinidad, el dogma establecido en 325 en Nicea y que (los católicos) aprendimos en primaria con la fórmula “un solo Dios y tres personas distintas”.El Concilio de Nicea, el primero ecuménico de la cristiandad, pretendió unificar la fe, ya que por entonces se discutía sobre cualquier asunto teológico. De éstos, uno de los más controvertidos era la naturaleza de Cristo y, en particular, si era o no Dios. La postura de quienes negaban que lo fuera, que venía prácticamente desde los tiempos inmediatos a la muerte de Jesús, fue tremendamente popularizada por un presbítero de Alejandría (probablemente de origen bereber) llamado Arrio. En Nicea, con el apoyo del emperador Constantino, se declaró a Arrio blasfemo y se estableció la consustancialidad de Padre e Hijo, de modo que Cristo no había sido creado por el Padre de la Nada, como sostenían lo arrianos (nótese que éstos no llegaban a defender que fuera un hombre normal, como ocurriría más tarde y como pensaron muchos de los primeros cristianos). Ahora bien, la oficialización de la tesis trinitaria no supuso la desaparición de las creencias “unitaristas” (por ejemplo, hay quienes sostienen que mucho influyeron en las concepciones teológicas de Mahoma), pero hay que esperar a la eclosión de los movimientos reformistas del XVI para que vuelva a cuestionarse el dogma.
Aunque los primeros y más célebres reformadores no tenían demasiada simpatía hacia el credo niceno, el primero que se opuso frontalmente a la Trinidad fue Martin Borrhaus, en su obra de 1527, De Operibus Dei. Más famoso fue Miguel Servet, quien en 1530, después de asistir a la coronación de Carlos V en Bolonia como parte del séquito imperial, lo abandona para visitar varias ciudades centroeuropeas adheridas a la Reforma. Estaría en los primeros años de su veintena y, pese a su extrema juventud, el aragonés había demostrado que tenía una mente despierta e inquieta, inclinada hacia las discusiones teológicas. En 1531 publica De Trinitatis Erroribus, donde niega contundentemente la Trinidad, escandalizando tanto a los reformadores alemanes como a los católicos (le mandó una copia al Obispo de Zaragoza que inmediatamente se la pasó a la Inquisición). Posteriormente, viendo la que había armado, matiza y suaviza su posición y sobre todo reclama una mayor tolerancia y libertad de conciencia (“Me parece que todos tienen parte de verdad y parte de error y que cada uno ve el error del otro, mas nadie el suyo... Fácil sería decidir todas las cuestiones si a todos les estuviera permitido hablar pacíficamente en la iglesia”). Pero la tolerancia no era una virtud apreciada en aquellos tiempos como el propio Servet tuvo ocasión de comprobar dos décadas después cuando, apresado en Ginebra (Calvino le tenía tirria), fue ejecutado en la hoguera por hereje (“Porque su libro llama a la Trinidad demonio y monstruo de tres cabezas … Por estas y otras razones te condenamos, Miguel Servet, a que te aten y lleven al lugar de Champel, que allí te sujeten a una estaca y te quemen vivo, junto a tu libro manuscrito e impreso, hasta que tu cuerpo quede reducido a cenizas, y así termines tus días para que quedes como ejemplo para otros que quieran cometer lo mismo”).
La cruel condena de Servet impactó tremendamente a sus contemporáneos y tuvo como efecto alentar las disidencias contra las posiciones dogmáticas, sobre todo entre los protestantes. Especial relevancia en la década de los cincuenta del XVI tuvieron unos cuantos italianos del norte –Matteo Gribaldi, Bernardino Ochino, Lelio Sozzini– (todos, por cierto, tuvieron que salir de Italia para evitar ser apresados por la Inquisición), quienes también cuestionaron la triple divinidad. Los escritos teológicos antitrinitarios dieron sus primeros frutos en Polonia. Conviene recordar que en esos tiempos, el Reino de Polonia estaba formado por la unión de ésta con el Gran Ducado de Lituania, bajo la dinastía Jagellón y vivía la que se considera que fue su Edad de Oro (en la segunda mitad del XVI, aún después de la derrota ante los turcos en la batalla de Mohács, el territorio polaco-lituano comprendía casi la totalidad de las actuales Bielorrusia y Ucrania; de los actuales territorios de Polonia y de Lituania, en cambio, gran parte pertenecía a principados alemanes y a la Orden de los Caballeros Teutones). Si bien el Reino era sólidamente católico, a principios de los cincuenta el Parlamento prohibió las persecuciones y condenas por motivos religiosos, lo que hizo que se Polonia se convirtiera en un refugio de todos los disidentes, en unos tiempos en que se cometían las mayores atrocidades en nombre de la fe. A ello hay que sumar que la corte de los Jagellon, con sede en Cracovia, mantuvo estrechas relaciones con Italia, importando el Renacimiento y el humanismo. Téngase en cuenta que la segunda mujer del rey Segismundo era Bona Sforza, hija del Duque de Milán. De tal modo, en Cracovia se asentó un relativamente importante grupo calvinista con no pocos italianos y, como no era Ginebra, surgieron voces que, influidas por Servet y los italianos, cuestionaban la Trinidad y, en general, el dogmatismo.
Figura clave en el nacimiento del unitarianismo a partir de estos balbuceos antitrinitarios en Centroeuropa fue el piamontino Giorgio Biandrata (1516-1588). De origen noble, estudió medicina en Montpellier y, de regreso en Italia, publicó un tratado de ginecología que dedicó a la reina de Polonia y a su hija Isabella Jagiello. Gracias a ese peloteo adulón, Biandrata fue invitado en 1540 a la corte de Cracovia como médico de la reina; allí estuvo cuatro años y luego se trasladó a Alba Iulia, llamado por Isabella –muy guapa, dicho sea de paso, además de muy culta y muy querida– a la que habían casado con veinte añitos con el rey Juan I de Hungría. El reinado de Juan de Zápolya no era nada firme, en precario equilibrio entre el apoyo de Soliman y la concesión temporal de Fernando I de Habsburgo (el hijo de Carlos V), bajo el supuesto de que el reino pasaría bajo su dominio al carecer Juan de heredero. Pero en 1540 Isabella da a luz a Juan Segismundo, su padre rompe el acuerdo con el Habsburgo y pocas semanas después se muere, pero antes hace prometer a su mujer y más estrechos consejeros que defenderían al niño y lucharían por que fuera rey de Hungría. Rotos los acuerdos, Solimán ocupa Buda pero permite que Isabella y su corte se desplacen a la región de Transilvania, instalando su capital en la ciudad de Alba Iulia, hoy Rumanía, donde actúa como regente en nombre de su hijo. En esa corte permaneció Biandrata hasta 1551, cuando Isabella abandonó Transilvania a favor de Fernando.
Se supone que el italiano, durante los más de diez años que estuvo en Polonia y Hungría, se separó de la ortodoxia católica influido por el pensamiento protestante. Lo cierto es que en 1556 tuvo que escapar de Pavía para refugiarse en Ginebra. Allí se integró en el grupo de protestantes italianos y enseguida se empezó a hacer notar interrogando por escrito y públicamente a Calvino sobre la Trinidad. La insistencia de Biandrata en que Calvino condenase las tesis contrarias a la suya llevó al enfrentamiento y finalmente, en 1558, a abandonar también Ginebra y regresar a Polonia. Allí Biandrata fue nombrado por el rey Segismundo, el hijo de su vieja amiga Bona Sforza, su representante en los sínodos calvinistas; durante esos años, intenta socavar el trinitarismo pero sin negarlo frontalmente (la sombra de Calvino era alargada). En 1563, el joven rey de Transilvania, Juan Segismundo de Zápolya, el hijo de Isabella, lo convoca a Alba Iulia como médico de corte. Gracias a la tolerancia decretada por Isabella entre las tres religiones (católicos, luteranos y calvinistas), en Transilvania había continuos debates. Como representante del rey, en el sínodo celebrado en 1564, Bandriata hizo amistad con el principal exponente de los luteranos, Ferenc Dávid, que quería lograr la fusión entre las dos corrientes protestantes. Dávid y Biandrata, de común acuerdo, constituyen la nueva iglesia reformada sobre la base de la restauración del monoteísmo y el rechazo de la Trinidad. En el sínodo de 1566 se proclama la fundación de la Iglesia Unitariana; dos años después, Biandrata y Dávid publicaron la doctrina unitariana y antitrinitaria en De vera et falsa unius Dei, Filii et Spiritus Sancti cognitione.
(Seguiré con la historia del unitarianismo, que tiene su interés).
Juan de Juan lleva cierto tiempo explicando en Historias de España la historia de la Contrarreforma, lo que empezó mediante una exposición de la situación religiosa de la Europa de comienzos del Renacimiento.
ResponderEliminarLa quema de Servet ha sido interpretada como un rechazo a sus teorías sobre la circulación de la sangre, aunque parece que es un mito cuyo origen no tengo demasiado claro.
Creo haber leído (quizás en Historias de España) que a pesar de todo Lutero nunca quiso dejar de ser católico, él esperaba que se rechazara el papado y todo lo que consideraba falso, pero confiaba en que todos los cristianos acabaran siendo "auténticos". No tengo los suficientes datos, pero sí parece que admitía varios dogmas católicos (normal, empezó siéndolo).
Yo creo que, en su momento, lo de la circulación de la sangre fue un tema menor, casi inadvertido, en los escritos de Servet. De hecho, no se mecniona entre los cargos por herejía que lo llevaron a la hoguera en la fanática Ginebra calvinista.
EliminarLutero, en sus motivaciones iniciales, más que una revolución doctrinal lo que quería era reformar la Iglesia Católica. Pero el rechazo que generó entre la corrupta jerarquía de entonces y el aprovechamiento político que se hizo de las disidencias religiosas (recuerda los príncipes alemanes) llevó inevitablemente a la ruptura.
En todo caso, el unitarismo más que de Lutero proviene de Calvino, como voy contando en estos posts.
Tolerancia implica, en efecto, una posición de superioridad. Y es que, quienes "toleraban" a los disidentes ciertamente la tenían. Sin duda, mejor habría sido discutir en términos de igualdad y que no tuviera que hablarse de tolerancia, pero dado el estilo de la época, coincidirás conmigo que mejor la tolerancia que la hoguera.
ResponderEliminarLos unitarios nacieron porque sentían un conflicto de conciencia al intentar conciliar los dogmas del anglicanismo con la razón. Calificarlos de cómodos, teniendo en cuenta los peligros que corrieron, me parece algo frívolo. Pero ya llegaremos; de momento estoy aún con los antecedentes.
ResponderEliminarLo que es verdad es que en nuestros tiempos que asunrtos como la Trinidad hayan causado tanto revuelo nos parece inaudito. Pero es que los nuestros son tiempos de descreimiento.