El territorio de la Berbería de Poniente que sería el teatro de operaciones de las incursiones desde Canarias –el comprendido entre los cabos de Aguer y de Bojador– pertenecía al reino de Fez, al Marruecos de la dinastía wattasida (de origen bereber), si bien por los años en que suceden las aventuras de Thomas Nichols, los wattasíes acababan de ser derrocados por Mohámmed ash-Sheikh, quien daría inicio a los sultanes saadíes. Ahora bien, pese a esa adscripción política, la zona estaba habitada por diversas tribus de la gran familia bereber –masmudas, agezulas y azenegues– con relativa autonomía respecto de Fez (incluso se la denominaba bilad al Siba, es decir, tierra insumisa). El tramo más septentrional de esta área se definiría entre las estribaciones de la gran cordillera del Atlas (su encuentro con el océano se produce justamente en el cabo de Aguer, unos cuarenta kilómetros al norte de la actual Agadir) y la desembocadura del río Massa; allí, en los fértiles valles del Massa y del Sus sus habitantes se dedicaban mayoritariamente a la agricultura y a la ganadería. Algo más al Sur, desde el Massa hasta Saguia el-Hamra (la acequia roja), el torrente que pasa junto a la actual El Aaiún, era una comarca de transición entre la estepa y el desierto, con agricultores sedentarios en los pequeños valles y oasis y pastores trashumantes en los pastizales y montañas. La última zona, desde la Saguía hasta el Cabo de Bojador (o incluso hasta el Río de Oro, aunque nos salgamos de los límites del territorio) era ya el desierto sahariano, recorrida por tribus nómadas y parsimoniosas caravanas de camellos.
Había, desde luego, ciudades, sobre todo hacia el interior. La más notable, Tarudant, junto al Sus a unos 85 kilómetros de la costa, que en los primeros años del XVI vivió su edad dorada (cuando se construyeron las murallas y su gran mezquita). También ha de contarse Massa, a orillas del río del mismo nombre, mucho más cerca del litoral. El último núcleo urbano de importancia sería Tagaos (cercana a la actual Asrir), capital de Bu-Tata el reino bereber que se creó con la desaparición de los Benimarines para pasar a finales del XV bajo la órbita castellana. Los tres eran centros mercantiles, escalas de las caravanas que cruzaban el desierto enlazando la cuenca mediterránea con el África subsahariana y llevando el oro en polvo de la curva del Níger, esclavos sudaneses, malagueta, marfil, plumas de avestruz, cera, cueros, miel, índigo … Artículos todos que se adquirían a cambio de tejidos burdos, plata , granos; es decir, con poco coste y el consiguiente alto beneficio. No es de extrañar que a los europeos interesara participar de este lucrativo beneficio, por las buenas, si podía ser, pero, si no, por las malas. A partir de la conquista de las Canarias (desde el inicio de la empresa pero, sobre todo, a partir del dominio de Gran Canaria), fue Castilla la que consolidó el monopolio occidental sobre este territorio, frente al mucho mayor empuje de los portugueses que finalmente (mediante el Tratado de Alcáçovas (1479) renunció a ese tramo de costa (así como a las propias Islas).
Pero, al margen de las ciudades, gran parte de los pobladores de este territorio residían en aduares. Aduar, palabra que proviene del árabe beduino duwwār, significa campamento de beduinos formado por tiendas y chozas. En cada aduar vivía un clan de reducida población (sus miembros, obviamente, estrechamente emparentados), dispuestos a desmontar el campamento por las exigencias del pastoreo para mudarse a otros lugares. Tanto los musulmanes urbanos como los turcos despreciaban esa forma de vida, y esa actitud fue adoptada por muchos de los españoles del XV y el XVI aunque, de otro lado, también es cierto que los beduinos de Berbería eran considerados más nobles y ricos, con mayor nivel de vida y cultura y, sobre todo, mejores y más peligrosos guerreros. Fue por tanto con los habitantes de los aduares de esta franja africana entre Aguer y Bojador con quienes se relacionaron, pacífica o violentamente, los canarios (los castellanos que se habían ido asentando en Canarias durante la segunda mitad del XV). Y conocer los aduares amigos y los enemigos (entre ellos había frecuentes conflictos), sus ubicaciones, fortalezas y debilidades, pasó a ser una de las condiciones fundamentales para que se desarrollaran estas interacciones. Por eso adquirió gran importancia la figura del adalid, los guías de las expediciones a África, generalmente moriscos cristianizados que habían arribado libremente a las islas, pero también antiguos cautivos.
Ha de tenerse en cuenta de que era aquélla una costa de hierro, escarpada y batida por el mar, sin apenas abrigos donde guarecerse las embarcaciones. Nos cuenta Rumeu de Armas que no era “en absoluto impenetrable, pero sí que hacían falta muchos años de experiencia, a lo largo de renovados intentos y múltiples fracasos, para tener acceso a los únicos e inseguros surgideros, las bocas de los ríos, cerradas por barras difícilmente franqueables, y los pequeños puertos de arrecifes, de entrada aún más angosta si cabe. Esta experiencia náutica sólo la adquirieron los castellanos, desde la base frontera de las Canarias, a lo largo del siglo XV”. Así, el territorio descrito –y sus gentes– pasó a considerarse como un verdadero hinterland de las Islas, campo natural (y de derecho) para la expansión de los habitantes isleños en todos los aspectos: conquistas, cabalgadas, comercio, pesca … Y la parte del océano que quedaría comprendida por un imaginario polígono entre Lanzarote y Fuerteventura con el litoral continental pasó a llamarse desde finales del XV la "Mar Pequeña" (además se bautizó Río de la Mar pequeña a un torrente que desembocaba, formando un abrigo natural, a unos 45 kilómetros al NE de cabo Juby).
A veces me pregunto cómo habría sido África sin la expansión del Islam, con un desarrollo a partir de los últimos restos del Imperio Romano de Occidente. Sin duda, no habría variado mucho en lo que se refiere al modo de vida de los beduinos, aunque sí hubieran tenido otra religión. El desierto no da opciones...
ResponderEliminarMás que a äfrica te refieres -como aclaras luego- al Magreb o a lo que en el XVI llamaban Berbería. En cuanto a tu elucubración, yo creo que, al margen de las exigencias vitales del desierto, sí habría cambiado mucho la historia si no hubiera habido Islam. Probablemente, no habría apenas diferencia entre los países del Norte y del Sur de la cuenca mediterránea. Claro que lo de la historia ficción ya se sabe que no va a ninguna parte.
EliminarDebería haber indicado que me refería al norte de África, porque a partir del sur del Sáhara son varias galaxias culturales que han crecido a su aire.
ResponderEliminarSí es cierto que esa obsesión por distinguir entre fuertes y débiles proviene de acomplejados, sin importar cuál sea la causa de su complejo. Hay quien, teniendo problemas de salud o discapacidades bastante limitantes, vive con una alegría extraordinaria.
Nunca había oído hablar de la malagueta, más que como una playa malagueña. Investigando por Internet resulta que actualmente se llama así a una especia con la que se hace el tabasco, procedente de un árbol centroamericano, Pimenta dioica, que difícilmente podía ser objeto de comercio en el Sáhara. Así que, investigando más, encuentro que esta especia recibió el nombre por su semejanza con otra de la familia del jengibre, la pimienta de Guinea, Aframomum melegueta, también conocida como amomo, que era la que originalmente se conocía como malagueta y que imagino que es con la que comerciaban las caravanas africanas de tu post. Según la Wikipedia, actualmente se usa para dar sabor a algunas cervezas artesanales, a algunas ginebras y al aquavit noruego, pero parece que en los siglos XV al XVII era muy popular en Europa. Qué cosas.
ResponderEliminarEn cuanto al aduar, es una palabra bastante familiar para mí. Cuando mi cuarto presentaba su estado habitual de desorden, mi madre me regañaba asegurando que lo tenía como un aduar, de modo que durante años para mí significó "lugar sucio y desordenado", y cuando por primera vez lo encontré en mis lecturas referido a un campamento beduino mi primera impresión fue que se estaba calificando peyorativamente el campamento en cuestión. Tardé algo en comprender que "aduar" era el nombre objetivo de tales campamentos, al margen de que estuvieran más o menos ordenados al gusto de mi madre. Imagino que es fácil encontrar más ejemplos de "racismo" escondidos en otros usos léxicos similares. Una vez más, qué cosas.
Como en todos los casos en que se vive con lo esencial, sin cosas superfluas, y en perpetuo movimiento nómada, los aduares son un ejemplo de buena organzación. Por tanto, disiento de tu madre, aunque ya había oído la expresión en dicho sentido, tan graciosa como desacertada.
EliminarLa relación de artículos que cito está copiada directamente de un artículo de Antonio Rumeu de Armas (1912-2006), uno de los maestros clásicos de historia de Canarias (y de América). Cuando la leí, igual que a ti, me llamó la atención la malagueta y, también igual que tú, hice la pertinente investigación (fácil en este caso) para enterarme de lo que era (la también llamada pimienta de Guinea, en efecto). Me planteé aprovechar para escribir un párrafo explicando cada uno de estos artículos subsaharianos y su demanda en la Europa de aquel tiempo, pero preferí autocensurarme esa nueva tentación de irme por las ramas.
EliminarEn cambio, a diferencia de ti, tampoco conocía el significado de la palabra aduar (o la había olvidado). También hube pues de investigarla e incluso estuve tentado de hacer las pertinentes (y académicas) distinciones respecto de otro término que también aparece profusamente en la literatura histórica sobre este asunto: cabila. En cuanto a lo que dice Lansky sobre que los aduares son un ejemplo de buena organización, no lo sé. En todo caso, la opinión de los cristianos del XVI sobre ellos era bastante despectiva; tal vez por ello pervivió la acepción peyorativa que usaba tu madre.
¡Pobre África! Sí.
ResponderEliminarHombre, lo que dice Lansky sobre el buen orden de los aduares parece bastante lógico. Estoy bastante seguro de que mi madre, que era muy leída, sabía qué cosa era un aduar, pero estoy totalmente seguro de que nunca en su vida vió uno, y que su uso de "aduar" como sinónimo de desorden no obedecía a ninguna opinión personal suya sobre cómo eran los aduares, sino al empleo de una palabra de uso más o menos común en su época con ese significado.
ResponderEliminarMi mamá nos conminaba: No me hagan renegar! y de esa manera para mi un renegado era uno que hacia enojar a la madre
ResponderEliminarJa, ja.
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