Recién casados los padres de Luisa viajaron a Roma. Al llegar a la capital italiana se instalaron en casa de los que luego, para los futuros hijos, serían los nonni (abuelos). La Nonna, Rachele Marincola, tenía por entonces cuarenta y nueve años y era una mujer hermosa y muy elegante, con una figura muy llamativa; además poseía una personalidad fuerte y orgullosa. La Nonna sería para Luisa, durante toda su vida, una de sus más importantes referencias amorosas, casi la única durante su niñez y adolescencia. “La Nonna me dio todo, amor, comprensión, amistad, confianza y, en su afán de desprenderse de todo, me dejó sus muebles traídos de Italia, con un cúmulo de recuerdos”, escribió Luisa en 1991. De otra parte –así lo creen los hermanos– el carácter y comportamiento Rachele durante la infancia de Guido podría haber sido una de las principales causas de la colérica y patológica personalidad de éste, que tanto daño hizo a sus hijos. Merece pues la pena trazar algunas pinceladas de la historia previa de esta mujer.
Rachele Marincola nació en Catanzaro, la capital de la meridional Calabria, en el verano de 1907. Marincola es uno de los apellidos más antiguos de la nobleza calabresa. Los primeros de ese nombre provenían de Aragón y se instalaron en la corte de Pedro III en Palermo, inmediatamente después de la derrota de los franceses tras las célebres “Vísperas Sicilianas” en 1282. Hacia finales del XIV una rama pasó a Calabria, perteneciente entonces al Reino de Nápoles, asentándose en Taverna. Por fin, a inicios del XVI la familia se instaló en Catanzaro, incorporándose a la nobleza de la ciudad. Durante los últimos quinientos años, los Marincola han aportado nombres ilustres a la historia calabresa: militares, obispos, abadesas, gobernadores; incluso han dado a Catanzaro una versión meridional de Romeo y Julieta con la trágica historia de amor entre Saverio Marincola y Rachele De Nobili, retoños de las dos principales familias aristocráticas de la ciudad en los primeros años del XIX, enfrentadas mortalmente porque los primeros apoyaban la unidad italiana y los otros a los Borbones. En Catanzaro hay multitud de huellas de esta familia, entre ellas el Palazzo Marincola (uno entre varios), que alberga en la actualidad el Museo de las Artes.
La familia de la Nonna, si bien noble, era una rama menor de los Marincola. Cuando Guido conoció a los Estévez, les dijo que su madre era baronesa. Si era verdad –no he podido confirmarlo– el título habría pasado a su hijo Guido y en la actualidad lo ostentaría Gianni, el hermano mayor de Luisa, pero no es así. No sé nada de burocracias heráldicas pero se me ocurre que tal vez, a la muerte de Ernesto, habría que haber hecho un trámite que no se hizo. Gianni me comenta que alguna ocasión su padre les contó que podía reclamar el título pero que no pensaba hacerlo porque él no creía en esas tonterías. En todo caso, fuera o no barón, el padre de Rachele, Ernesto, nacido en Catanzaro en 1864, había sido riquísimo, poseedor de un inmenso patrimonio, incluyendo una enorme mansión en la que celebraban bulliciosas reuniones, codeándose con la alta sociedad. Hacia 1896, Ernesto se casó con Anna, una prima suya (ambos se apellidaban Marincola). Anna era cuatro años menor que él, viuda y con un hijo de cinco años, Carlo Prestipini, que se criaría con los abuelos, aunque mantuvo la relación con su madre y padrastro. El matrimonio tuvo dos hijos: Totò, diminutivo de Antonio, y Rachele.
Ernesto desde muy joven sufría una obsesiva ludopatía (por eso los padres de Anna no habían querido que su nieto viviera con el matrimonio) y en los tapetes
de juego –de cartas especialmente– dilapidó toda su enorme fortuna.
Rachele recordaba los buenos tiempos y más de una vez habló de ellos con
sus nietos; les contó, por ejemplo, que una noche que su padre llegó a
la casa, muy tarde como solía, le dijo a su madre: Annetta, haz la
maleta que nos mudamos; me aposté la casa y la he perdido. Así, tan
bruscamente, acabó la primera parte de la infancia de la Nonna, hacia
1920, cuando tenía doce años. Hasta esa fecha los Marincola no vivían en
Catanzaro (no he averiguado dónde) pero, al quedar completamente
arruinados, tuvieron que regresar a la capital calabresa donde al padre
se le facilitó –imagino que gracias a contactos familiares–un puesto de
funcionario. De este modo, la familia pudo sobrevivir, aunque muy
modestamente: la casa de la infancia de la Nonna tenía solo dos
habitaciones y muy pocos muebles.
Lo que cuento de la familia de la Nonna proviene del sumario del proceso de nulidad matrimonial instado por la propia Rachele ante el Tribunal de la Sacra Romana Rota. Se trata de un legajo de 168 páginas amarillentas mecanografiadas (más tres de índice) escritas en un italiano algo vetusto y ceremonioso –salvo el texto de la Sentencia que está en latín– que cubre las actuaciones desarrolladas entre julio de 1938 y noviembre de 1942. Constan en ese documento las declaraciones testificales de muchas personas que dan sus versiones personales sobre Rachele y su familia en la época de su noviazgo y matrimonio (principios de los años veinte). La diversidad de fuentes sobre un mismo asunto permite contrastarlas para acercarse a lo que pudo ser la verdad de unos hechos ya muy remotos. En todo caso, a mi juicio, la información que he podido obtener de este documento tiene un alto grado de fiabilidad, mayor a mi juicio que lo que la propia Nonna contó al respecto a Luisa y sus hermanos (que, aunque coincide en la mayoría de los hechos, presenta algunas diferencias menores).
A través de las declaraciones de varios de los testigos, se puede uno hacer una idea del carácter de Ernesto Marincola, lo que me ha resultado revelador porque, en gran medida, anticipa rasgos de la personalidad de su nieto Guido, el padre de Luisa. Volveré sobre estos parecidos, pero ahora paso a extractar algunas declaraciones al respecto. Empiezo por Rachele: “Mi padre tenía un carácter duro, autoritario, casi violento y ninguno en casa se atrevía a enfrentársele, ni siquiera mi madre”. Luego añade que, en vísperas de la boda a la que le obligaban, se puso a gritar que no quería casarse y su padre la cogió por las orejas y la abofeteó repetidamente, dejándola aterrorizada. Renato Caligiuri, el marido, declara que los padres de la Nonna discutían violentamente a menudo por motivos de celos, que la joven tenía terror del padre y que sospechaba que éste algunas veces llegaba a golpearla, aunque nunca lo hizo en su presencia. El propio Ernesto Marincola reconoció ante el Tribunal que la amenazó con echarla de casa y cuando se negaba a hablar con el novio, llegaba a abofetearla, encerrarla en la habitación y dejarla sin comida, lo que confirmó Anna, su esposa, casi con las mismas palabras (esa autoinculpación y la coincidencia de las declaraciones hace pensar que Rachele les había aleccionado). Otro testigo, un tal Attilio Zimatore, tío político de la Nonna, califica a ambos progenitores de neurasténicos y asegura que el padre caía frecuentemente en la violencia. Un amigo del barrio de Caligiuri, que estuvo muy cercano durante el noviazgo, dijo que Marincola era impetuoso; un conocido de ambos cónyuges, señaló que era de ideas fijas; un primo segundo de Rachele lo califica de terco y prepotente. Giovanni Marincola, declara sobre su cuñado Ernesto que tenía un carácter brusco, nervioso y autoritario. En fin, más o menos casi todos –hay aún más declaraciones de testigos– describen congruentemente, con distintos matices menores, una personalidad violenta y autoritaria. Tampoco es de extrañar; como aclaró hacia el final del proceso Saverio Marincola, primo mayor de la Nonna, en la Italia Meridional los progenitores eran todos autoritarios sin permitir a los hijos ninguna oportunidad de defenderse. Añadía que en la familia Marincola, noble y de tradiciones antiguas, este dominio del padre estaba todavía más enraizado, sin que fuera imaginable que nadie se opusiera al mismo.
De la lectura de esas declaraciones también se concluye que, al menos al principio de la década de los veinte, el ambiente familiar de los Marincola era muy desagradable. Los esposos se peleaban constantemente y habían de ser discusiones violentas y ruidosas pues eran escuchadas por los vecinos. No me sorprende demasiado: una decadencia social y económica tan brutal como la que había sufrido ese matrimonio no puede sino agriar la convivencia. Rachele, aunque muy niña, vivió y sufrió en sus propias carnes el progresivo empobrecimiento, pasar de una vida de lujos a otra casi miserable. Y lo cierto es que se le habían grabado los buenos tiempos, tanto que me parece muy probable que de ahí provenga uno de los rasgos marcados de su futura personalidad: la afición por el lujo, por las cosas bellas; la fiera búsqueda de la seguridad, incluso de la comodidad, económica. En cualquier caso, la pésima situación familiar fue sin duda el principal motivo para que los padres arreglaran la boda de su hija adolescente.
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