El 27 de septiembre de 2018, el Programa de Estudios de Rusia, Europa del Este y Eurasia de Yale y la Beca de Periodismo Poynter recibieron a Vladimir Pozner, prestigioso periodista y locutor ruso-estadounidense. Pozner habló sobre el impacto de la política exterior de EEUU hacia Rusia después de la disolución de la Unión Soviética y compartió sus opiniones sobre una variedad de temas planteados por la audiencia. El video de ese acto está disponible en Youtube; lo he visto en estos días y me ha resultado muy interesante, especialmente para contextualizar –más allá de la propaganda simplista que recibimos desde los mass media– el "actual" conflicto de Ucrania (hay, desde luego, muchos otros textos y videos que conviene revisar para estos fines). Téngase en cuenta que, para aquellas fechas, si bien la hostilidad entre Rusia y "Occidente" ya era manifiesta, y también la situación en Ucrania (en su parte oriental) era de guerra civil con participación –directa o no– de Putin y salvajadas por ambas partes, la mayoría de nosotros apenas nos enterábamos (diríase que quienes deciden qué asuntos nos conciernen no se preocuparon por Ucrania hasta la invasión del pasado 24 de febrero). Por eso, la preocupación de Pozner por la gravedad de la situación resulta, vista en retrospectiva, más relevante. De modo que recomiendo que vean el video pero, para quienes se resisten al inglés, he traducido (con algunas licencias) y transcrito a este blog el contenido de la charla, aprovechando para hacer algunas digresiones a las que soy tan aficionado. Ahí va:
Quisiera decir un par de cosas sobre quién soy. Es importante que comprendan que no represento a nadie ni a nada, a ninguna organización política, social o de cualquier clase. Me represento a mí mismo. Soy un periodista independiente. Y esa es una especie que está desapareciendo en Rusia … y no solo en Rusia. Para mí es importante decir algunas cosas antes de la conversación abierta que tendremos luego. En primer lugar que estamos en un momento extremadamente peligroso. Nunca las relaciones entre Rusia –o la Unión Soviética– y los Estados Unidos habían estado a este nivel. Durante los peores tiempos de la Guerra Fría –tiempos que recuerdo muy bien porque yo vivía en la Unión Soviética– los rusos eran anti-Casa Blanca, anti-Wall Street, pero en su gran mayoría no eran anti-americanos. De hecho, había una especie sentimiento cálido hacia los americanos. Hoy es distinto. Hoy el antiamericanismo está enraizado en el pueblo ruso. Y eso obedece a una razón.
Otra cosa que me aterra es que ninguno de los dos lados parece tener miedo de las armas nucleares. Hace 30 años, muchos de los que tienen mi edad seguro que recuerdan la película americana “The Day After” que trataba sobre lo que te pasaba a ti y a tu país después de un ataque nuclear. Había miedo en los Estados Unidos, y también en la Unión Soviética; había un convencimiento de que si esas armas se usaban destruirían nuestros países. Hoy, cuando hablas con la gente, pareciera que no hubiese armas nucleares, pareciera que éstas no fueran un factor a tener en cuenta en cómo actuamos. Y el peligro de un intercambio nuclear no deliberado sino accidental ha crecido porque también ha crecido el nivel de desconfianza entre los dos países. En el pasado ha habido varias ocasiones en las que las computadoras alertaron ataques nucleares, pero nunca ocurrieron porque la gente se tomó el tiempo para comprobar esas alarmas. Si hoy se dispara un misil balístico intercontinental desde Rusia tardará unos diez minutos en llegar a los EE. UU (y viceversa, obviamente). Por tanto, no hay mucho tiempo para comprobaciones. Si hoy esas mismas computadoras erróneamente advierten en cualquier lado que se ha lanzado un ataque, creo que la respuesta sería inmediata.
No hace demasiado tiempo éramos optimistas, ¿recuerdan? Gorbachov, Gorby, Gorby, rusos, vamos a ser amigos … Y en un corto periodo de tiempo eso cambió, ¿qué pasó? ¿Por que hemos llegado a la situación actual? No estoy preguntando quién tuvo la culpa porque eso no conduce a nada. Pero deberíamos intentar entender qué sucedió exactamente. La Unión Soviética, a partir de Gorbachov, no duró demasiado. Gorbachov asumió el cargo en marzo de 1985 y en diciembre de 1991 la Unión Soviética dejo de existir. Algunos dicen que colapsó; no colapsó. En un lugar llamado Belavezha, que es una especie de bosque, tres presidentes, el de Ucrania, el de Bielorusia y el de la propia Rusia, Yeltsin, decidieron romper la asociación, disolver la Unión Soviética. Cada uno tenía sus propias razones, desde luego. Si nos fijamos en Yeltsin, su razonamiento era muy evidente: era el presidente de Rusia, de modo que era el número dos de Gorbachov, porque Gorbachov era el presidente de la Unión Soviética, de la que Rusia era parte, la parte más grande, pero solo parte. Si se deshacía de la Unión Soviética, ya no habría presidente y se habría deshecho de Gorbachov. Y eso es exactamente lo que hizo. De modo que se acabó la Unión Soviética y enseguida también el Pacto de Varsovia, lógicamente; es decir que la alianza militar con la URSS de los países que se llamaban satélites soviéticos dejó de existir.
Por cierto, recuerdo que el Tratado de Belavezha se firmó nueve meses después de que se celebrara un referéndum en toda la Unión Soviética en el que, con una participación del 80%, un 78% de los votantes se pronunciaron por la continuidad de la Unión. De hecho, bastantes personas –el propio Gorbachov entre ellas– cuestionó la legalidad del acuerdo de estos tres presidentes, pero ya se sabe que pocas veces la historia se mueve acorde a la legalidad.
En ese punto, los Estados Unidos tuvieron que plantearse cómo tratar con esta nueva entidad llamada Rusia. ¿Cuál había de ser la política de los US hacia este nuevo país? Por supuesto, Yeltsin también tuvo que pensar sobre cuál iba a ser la actitud rusa hacia los Estados Unidos. Recordarán que muy pronto después de que la Unión Soviética dejara de existir, creo que fue en febrero de 1992, Yeltsin viajó a los EEUU y se dirigió a la sesión conjunta del Congreso, donde dijo que el pueblo de Rusia estaba ofreciendo la mano al pueblo norteamericano en gesto de amistad para construir un mundo mejor sin guerra, un mundo en paz. Y eso es exactamente lo que quería la amplísima mayoría de los rusos. Y yo diría que incluso hoy la gran mayoría de los rusos querría tener, si no una relación de amistad, sí al menos de asociación. No tengo ninguna duda sobre esto.
De modo que eso era lo que Yeltsin quería pero, ¿qué tipo de respuesta recibió? ¿Qué tipo de respuesta recibió Rusia? Los Estados Unidos podían escoger entre dos formas de tratar a Rusia. Una forma habría sido decir: vamos a tratar a Rusia como hicimos con nuestros enemigos después de la Segunda Guerra Mundial, con Alemania, Italia y con algunos de los países que fueron ocupados, como Francia, o que no fueron ocupados pero sí muy dañados, como el Reino Unido. Encontremos una manera para asegurar que en esos países no vuelvan los nazis ni los fascistas y que los comunistas no lleguen al poder (y hay que recordar que en aquellos días los partidos comunistas de Francia y de Italia eran muy poderosos). Y ese plan pasó más tarde a llamarse el Plan Marshall, que básicamente era una idea financiera consistente en gastar mucho dinero pero con un objetivo muy preciso: desarrollar ciertas cosas e impedir que otras se desarrollasen. Pues bien, podría haberse adoptado esa política hacia Rusia. Buscar que la democracia empezase a desarrollarse en ese país. Y déjenme decirle, solo para que conste, que nunca, en toda su milenaria historia, ha tenido democracia; ha estado completamente ausente. No saben lo que es. Así que in-vertir dinero en fomentar la democracia en Rusia y también en impedir que volvieran los comunistas habría podido ser una primera política. La otra opción era decir: durante cuarenta años habéis estado amenazándonos con bombas nucleares, ahora habéis perdido la Guerra Fría de modo que vais a pagar, vais a ser castigados por lo que hicisteis. En Estados Unidos ha habido gente que defendía el primer punto de vista y gente que defendía el segundo.
En 1992, Paul Wolfowitz (por entonces subsecretario de Defensa) elaboró un documento que extraoficialmente fue conocido como “Doctrina Wolfowittz”; el contenido de ese documento fue luego incorporado en la que fue llamada –esta vez sí oficialmente– “Doctrina Bush”. Ese documento fue filtrado al New York Times y pasó a ser público. Lo que básicamente sostenía era que los Estados Unidos no debían permitir nunca que cualquier país pudiera desafiarlos, debían mantenerse siempre como el país superior. Y los EEUU teníamos que decir a los aliados que no se preocupasen por desarrollar su propio armamento porque ya lo haríamos nosotros por ellos. Además, había que tener cuidado con Rusia porque no sabíamos cómo iba a evolucionar; el oso podría volver a levantarse sobre sus patas traseras y gruñir. Cuando el New York Times publicó el documento levantó protestas entre los liberales (en Estados Unidos las palabras liberal y conservador han perdido el significado que antes tenían de modo que cuando digo liberales no estoy seguro de usar la palabra correcta: digamos que mucha gente se indignó). Edward Kennedy dijo que se trataba de un documento imperialista que ningún país podría ni debería aceptar. Enseguida fue retirado y reescrito por Dick Cheney (quien desde ningún sentido podía calificarse de liberal) y por el Secretario de Defensa, Colin Powell. Pero se mantuvo el enfoque básico: Rusia y Estados Unidos debían seguir siendo las dos únicas superpotencias. Ese punto de vista fue el único aceptado y la actitud hacia Rusia fue: has dejado de ser una superpotencia, has pasado a ser un país de segunda categoría, de modo que estate calladito, por favor.
Lo anterior se hace evidente al observar la política de Estados Unidos. Comencemos volviendo a Gorbachov y a las reuniones que tuvo en las que varias personas, algunas muy importantes, le pidieron que permitiese la reunificación de Alemania y el derribo del muro de Berlín. James Baker (cuando era Secretario de Estado con Bush) le dijo que si eso sucedía la OTAN no avanzaría ni una pulgada hacia el Este. Hay quienes dicen que esto es falso; sin embargo, no hace mucho, el 12 de diciembre de 2017, El Archivo de la Defensa Nacional de la Universidad George Washington desclasificó las minutas de las conversaciones entre Baker y Gorbachov y ahí aparece esta afirmación. Pero no fue Baker el único que le dijo esto a Gorbachov; había más personas ahí: los líderes de Alemania Occidental de aquellos días lo dijeron, y más gente. No estoy diciendo que Gorbachov hubiera podido impedir la reunificación alemana –no lo sé–, pero el hecho es que dijo sí. Y la OTAN se estuvo quieta en esos días, se estuvo quieta durante el mandato de Bush padre, se estuvo quieta durante los cuatro primeros años de Clinton … Pero en los siguientes cuatro años, en 1996 aproximadamente, se tomó la decisión de ampliar la OTAN con la incorporación de tres países: Polonia, la República Checa y Hungría.
Continuará ...
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