jueves, 19 de marzo de 2009

Los Beatles, Dylan y la marihuana (capítulo 5)


Iba a seguir el orden cronológico de mis recuerdos, contarte como siguió esa noche en el Fénix con Brian y Wendy. No creas que pretendo escaquearme por vergüenza o algo así; a mis sesenta y dos tacos paso ya de falsos pudores. Pero acaba de sonar "I Want to Hold Your Hand" y me he acordado de un detalle tonto que está relacionado con Dylan y la marihuana. En el otoño del 63, McCartney se había mudado a la casa de los padres de Jane Asher, la que sería su novia hasta el 68. En el sótano, Margaret Asher, la madre, que era profesora de oboe se había acondicionado una habitación para música y ahí pasaron varias horas John y Paul componiendo en estrecha compenetración; en esa época las canciones sí merecían de verdad la firma Lennon-McCartney. Por entonces los Beatles ya habían alcanzado bastante éxito en Inglaterra y tenido durante varias semanas dos números uno en las listas; sin embargo, todavía no habían pegado en los USA. Eso preocupaba a Brian que estaba empeñado en conseguir un contrato con una discográfica importante en Estados Unidos; según él mismo me dijo, les pidió a John y Paul que compusieran pensando en el gusto americano y, con esa idea en la cabeza, salió este tema. Cuando Brian lo escuchó por primera vez se dijo a sí mismo que ya tenía el argumento definitivo para convencer a los yanquis. A finales de noviembre la canción salió en Inglaterra (un single, cuya cara B era This Boy) y llegó enseguida al número 1 en las listas. Con la canción en todas las emisoras británicas, Epstein por fin pudo convencer Capitol Records de que editase el single en los USA (la cara B fue I Saw Her Standing There), justo en las navidades del 63. Estados Unidos era, en esos momentos, un país absolutamente abatido y desconcertado tras el asesinato de Kennedy, apenas un mes antes. En ese ambiente, la canción de los Beatles significó, para los más jovenes, un bombazo, la acogida superó cualquier expectativa y en poquísimos días se vendieron todas las copias disponibles. Había empezado la "invasión británica" o, para ser más precisos, la Beatlemanía cruzaba el Atlántico.

Ya te conté antes que fue I Want to Hold Your Hand, el tema que impresionó a Dylan mientras cruzaba el país en su camioneta Ford en febrero del 64. Pero, al margen del impacto musical que recibió, Bob confundió lo que decía la letra de la canción y en vez de oír I can't hide, I can't hide, I can't hide (no puedo esconderlo, no puedo esconderlo, no puedo esconderlo) entendió I get high, I get high, I get high (me coloco, me coloco, me coloco). Desde luego, el que debía estar bastante colocado era el propio Dylan cuando escuchaba la canción porque tampoco me parece normal, pero ya se sabe que cada uno oye lo que quiere oír. Lo cierto es que, unos meses después, cuando finalmente se encontraron en el Delmonico de Manhattan y los Beatles le confesaron que nuca había fumado marihuana, Bob se mostró perplejo; estaba convencido de que eran unos porreros por esos versos. Al aclararle John que no, que lo que decían era otra cosa (inocente al máximo), todos se echaron a reír y, de alguna manera, el equívoco sirvió para empezar a romper el hielo entre ambas partes.

Eso ocurría, como ya te dije, la tarde noche del 28 de agosto de 1964. Los Beatles estaban en Estados Unidos desde el 18 de ese mes. Era nuestra primera gira americana en serio, me dijo Brian; habíamos empezado por la costa oeste y llevábamos un ritmo de locos, a golpe de avión privado: San Francisco, Las Vegas, Seattle, Vancouver, Los Angeles, Denver, Cincinnati. En Nueva York nos habían alojado en el Delmonico, un hotel en Park Avenue; no estaba nada mal, aunque yo habría preferido el Plaza, como la vez anterior, en Febrero. Los chicos, a primera hora de la tarde, habían dado una conferencia de prensa y luego en helicóptero hasta Forest Hills, al concierto. De vuelta, directamente al hotel; estábamos muertos de hambre y pedimos cenas al servicio de habitaciones. John me preguntó si finalmente aparecería Dylan. No podía asegurárselo, aunque esperaba que Aronowitz cumpliese su palabra. Le había llamado desde Londres, poco antes de iniciar el viaje y habíamos confirmado el encuentro para después del concierto de Forest Hills. Esa misma tarde, John, nervioso, había vuelto a llamar a Al para decirle que ya habíamos llegado. ¿Dónde está él? Y el periodista le contestó que en Woodstock (a unos 150 kilómetros de Manhattan) pero que si quería podía conseguir que bajase al hotel. Claro, coño, hazlo, dijo John ansioso. Así que en esas estábamos, cerca ya de medianoche, cuando Aronowitz llamó desde recepción para decirnos que estaban ahí, pero que la policía les impedía el acceso a los ascensores. Mal Evans tuvo que bajar para escoltarlos hasta la suite. En esos momentos, en la habitación de al lado había un buen grupo de personas esperando para ver a los chicos: periodistas y fotógrafos, gente de la radio y de la tele, los mismos Peter, Paul and Mary ... Le dije a Derek Taylor, nuestro jefe de prensa, que les camelara para que esperasen pacientemente. Por supuesto, con el colocón que nos cogimos, esa noche los Beatles no recibieron a nadie más después de Dylan.

Pues eso, que al cabo de un rato volvió Mal trayendo a Dylan, Aronowitz y un tío alto con pinta de rabino sefardí que se llamaba Victor Maymudes, el road manager de Bob y, además, uno de sus más estrechos colaboradores y amigos. Ahí estábamos, los dos "equipos" frente a frente, todos cortados, era una situación bastante embarazosa. Al hizo las presentaciones y todos se iban dando las manos, con monosílabos tontos; yo traté de suavizar la tensión, pero no me hicieron mucho caso, se notaba como un duelo silencioso entre Lennon y Dylan, como si cada uno estuviera esperando algún tipo de concesión de parte del otro. En vez de sentarnos en los sillones, no sé muy bien por qué nos fuimos acercando a la otra parte de la suite, la que daba al ventanal sobre Park Avenue, que era donde estaba la mesa con los restos de las cenas. Alguien le preguntó a Bob que quería beber y éste pidió el vino barato al que estaba acostumbrado. No había, claro; teníamos champagne, vino francés del carísimo y whisky escocés. Los chicos se mosquearon como si les hubieran cogido en falta y le dijeron a Mal que fuese a conseguir vino para Dylan; pero éste lo impidió, que no le importaba y empezó a beber de lo que había. Casi como si fuera una compensación, uno de los Beatles, no recuerdo cuál, le ofreció a Bob anfetas (todos éramos consumidores habituales de pepas). Aronowitz se hizo el escandalizado, dijo que las pepas eran química, que no había que meterse esa mierda en el cuerpo, que fumásemos maría que provenía de la tierra, que era natural.

Entonces fue cuando los chicos le dijeron a los americanos que nunca la habían probado y sorprendieron a Dylan y ocurrió la anécdota del I get high y ya por fin se rompió el hielo. La verdad es que les apetecía probarla (y a mí también, me aclaró Brian), pero les daba algo de miedo. Paul preguntó que qué iba a pasar y Aronowitz dijo que sería una experiencia fantástica; os sentiréis de puta madre, tíos, añadió Dylan. Así que adelante, dijimos, Victor sacó la yerba de un bolsillo y se la pasó a Bob para que liara un canuto. Dylan estaba ya bastante pedo o es que era muy malo haciendo porros porque más de la mitad de la maría se le cayó en un frutero que había sobre la mesa. Cuando acabó, antes de encenderlo, Al sugirió que nos moviéramos a una parte más aislada; en el pasillo de fuera había como veinte policías y además a cada rato entraba personal de servicio del hotel; se trataba de estar tranquilos y de que el olor no nos delatase. Así que todos se movieron a una punta de la suite, junto a una ventana, y cerramos la puerta. Bob le pasó el canuto a John, como si fuese un acto ceremonial. Pero John, casi sin mirarlo, se lo entregó a Ringo, ordenándole que lo encendiese; Ringo es el catador del rey, bromeó Lennon.

Ringo se quedó mirando el porro y Aronowitz le dijo que inhalara profundamente, con mucho aire, y que aguantara la bocanada en los pulmones tanto tiempo como pudiera. Y empezó a fumar, pero claro, era la primera vez y no tenía ni idea de los rituales de la marihuana: que los porros se van pasando de uno a otro, que no se desperdician dejándolos consumirse como si fueran cigarrillos; Ringo estaba fumando tranquilamente, él solo, mientras los demás le mirábamos atentos a los posibles efectos. Entonces Victor Maymudes se puso a liar más canutos (éste sí los hacía bien) y enseguida nos vimos cada uno con nuestro propio porrito. Al poco, Ringo empezó con las típicas risitas tontas que fueron derivando hacia carcajadas histéricas. Creo que fui yo el siguiente en empezar a despelotarme, me dijo Brian, y enseguida todos los demás. Me acuerdo que empecé a gritar que estaba en el techo, y lo repetía sin cesar. Era increíble, nos mirábamos unos a otros y nos despelotábamos de risa. Fue una monumental sesión de carcajadas, todos nos sentíamos en la gloria, tan felices, tan llenos de vida y de sensaciones que no podíamos dejar de reírnos y de decir tonterías. Paul, por ejemplo, de pronto se puso serio y declaró solemnemente que se acababa de dar cuenta de que estaba pensando "de verdad", que hasta entonces no había sabido lo que era pensar. Mal coge papel y lápiz y sígueme, le dijo. Y ambos empezaron a caminar por la habitación, Paul delante declamando frases inteligibles y detrás Mal, que también estaba colocadísimo, tratando de escribirlas. Al día siguiente, lo único que se entendía de los garabatos de Mal era una escueta frase: Hay siete niveles.

Más o menos esto es lo que me contó Epstein un mes después de la noche madrileña. Sólo unos días después conocería a Dylan. Para rematar el tema de la marihuana, escuchemos esta canción de Bob, Rainy Day Women # 12&35, compuesta casi dos años después de esa reunión del Delmonico neoyorkino, y cuyo estribillo (But I would not feel so all alone, Everybody must get stoned / Pero no debería sentirme sólo yo así, todo el mundo debería colocarse) es un canto a la marihuana. Una de las curiosidades de esta canción son las dos cifras de su título, 12 y 35, cuyo producto es 420; pues bien, unos cinco años después de que se publicara, en California se empezó a usar 420 como uno de los códigos para referirse a la maría. Parece que unos chavales de secundaria decidieron reunirse a las 4:20 pm a fumarse unos porros; ¿influiría en la elección de la hora la canción de Dylan o es todo mera casualidad?


CATEGORÍA: Personas y personajes

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