Nuevas aventuras en el tranvía
Voy caminando hacia la parada y veo que el tranvía ya está allí. Mi bono no tiene saldo suficiente así que me apuro en cambiarlo por uno nuevo (introducir el viejo, que la máquina me diga la diferencia que he de pagar, meter el dinero y confiar en que no rechace el billete arrugado de diez euros, recoger las monedas de la vuelta, el nuevo bono y el recibo). En ese momento suena la bocina que advierte de la salida del tranvía y con las justas logro colarme dentro. Pico el bono reciencito de 12 euros en la "canceladora", una máquina con una ranura en la parte superior por la que se traga el bono, lo lee y le descuenta el coste de un viaje imprimiendo una serie de códigos, y luego lo escupe para que el cliente se lo guarde para siguientes usos (o por si se lo pide un revisor).
El tranvía está bastante lleno, pese a ser la parada inicial. Voy cargado con un maletín, una bolsa con libros recién comprados y la chaqueta. Encuentro un asiento libre y, molestando a un par de señoras, lo ocupo. Coloco los bultos y chequeo que llevo todo conmigo. Echo en falta el bono nuevo; no está en el bolsillo de la camisa, ni en los de los pantalones, ni en el de la chaqueta, ni en la bolsa con los libros, ni en el maletín ... La única explicación es que se me olvidara recogerlo de la canceladora, descuido rarísimo que nunca antes me había sucedido. Pido permiso y vuelvo a molestar a las dos señoras para caminar hacia la canceladora en la que piqué el bono. En cuanto llego, un señor mayor, con voz casi susurrante me dice: usted es el que se dejó el bono en la máquina. Sí, contesto, ¿sabe que ha sido de él? Lo ha cogido esa mujer de allí, la que está con una camiseta negra.
Me acerco a la mujer que me da la espalda. Junto a ella hay un tipo muy alto y muy cachas; lleva una camiseta ajustada que deja adivinar pectorales de vigoréxico; los brazos, al descubierto, cubiertos de tatuajes y con un diámetro comparable al de mis muslos, no dejan espacio a la imaginación. Con un dedo rozo ligeramente la espalda de la mujer de negro, perdone, le digo. Se da la vuelta lentamente, pero antes de que me vea, el hombre con voz irritada me increpa, qué es lo que quiere. Perdone, repito mirando a ambos, ella ya se ha dado la vuelta y me mira intrigada, ¿ha encontrado un bono en la máquina? Sí, contesta, ¿por qué? Es que es mío, se me quedó, ¿me lo puede dar? Ella se queda callada, mirándome como si me estuviera tasando. Tres, cuatro, cinco segundos, nada. Habla el gigante musculado: ese bono estaba agotado, ya no vale. Y él también me mira, pero con otra mirada, nada tranquilizadora.
En fin, estamos en un tranvía lleno; noto que la gente de alrededor está pendiente de la escena. Ahora soy yo el que no hablo, limitándome a sentir las dos miradas. Paso del vigoréxico para esforzarme en aguantar la mirada de la mujer, creo descubrir un punto irónico en el fondo de unos ojos grandes y negros. No, no estaba agotado, lo acababa de comprar, le contesto a ella, ¿te importaría devolvérmelo? Cruz de Piedra, anuncia la voz femenina de la megafonía. Vamos, dice el gigantón. Ella amaga una ligera sonrisa, sí claro, tómalo, y en su mano, como de la nada, aparece el bono; me lo da y se gira, sigue al hombre, la puerta se abre, salen a la calle. El tranvía vuelve a ponerse en marcha.
El señor mayor que me había señalado a la mujer vuelve a hablarme, ahora en un tono bastante más alto: menos mal que se lo dieron, el bono, porque querían quedárselo. Sí, corrobora una chica joven, yo le dije a esa mujer que el bono se lo había olvidado usted. Otra entra en la conversación: claro que sabían que estaba lleno, si lo comentaron entre ellos, menudo par esos dos. Parece que, ahora que se han ido, se ha abierto la veda para el chismorreo; no me gusta ser el motivo del debate, les agradezco y retorno hacia mi antiguo asiento. Mientras camino echo un vistazo al bono: se trata de uno ya agotado.
El tranvía está bastante lleno, pese a ser la parada inicial. Voy cargado con un maletín, una bolsa con libros recién comprados y la chaqueta. Encuentro un asiento libre y, molestando a un par de señoras, lo ocupo. Coloco los bultos y chequeo que llevo todo conmigo. Echo en falta el bono nuevo; no está en el bolsillo de la camisa, ni en los de los pantalones, ni en el de la chaqueta, ni en la bolsa con los libros, ni en el maletín ... La única explicación es que se me olvidara recogerlo de la canceladora, descuido rarísimo que nunca antes me había sucedido. Pido permiso y vuelvo a molestar a las dos señoras para caminar hacia la canceladora en la que piqué el bono. En cuanto llego, un señor mayor, con voz casi susurrante me dice: usted es el que se dejó el bono en la máquina. Sí, contesto, ¿sabe que ha sido de él? Lo ha cogido esa mujer de allí, la que está con una camiseta negra.
Me acerco a la mujer que me da la espalda. Junto a ella hay un tipo muy alto y muy cachas; lleva una camiseta ajustada que deja adivinar pectorales de vigoréxico; los brazos, al descubierto, cubiertos de tatuajes y con un diámetro comparable al de mis muslos, no dejan espacio a la imaginación. Con un dedo rozo ligeramente la espalda de la mujer de negro, perdone, le digo. Se da la vuelta lentamente, pero antes de que me vea, el hombre con voz irritada me increpa, qué es lo que quiere. Perdone, repito mirando a ambos, ella ya se ha dado la vuelta y me mira intrigada, ¿ha encontrado un bono en la máquina? Sí, contesta, ¿por qué? Es que es mío, se me quedó, ¿me lo puede dar? Ella se queda callada, mirándome como si me estuviera tasando. Tres, cuatro, cinco segundos, nada. Habla el gigante musculado: ese bono estaba agotado, ya no vale. Y él también me mira, pero con otra mirada, nada tranquilizadora.
En fin, estamos en un tranvía lleno; noto que la gente de alrededor está pendiente de la escena. Ahora soy yo el que no hablo, limitándome a sentir las dos miradas. Paso del vigoréxico para esforzarme en aguantar la mirada de la mujer, creo descubrir un punto irónico en el fondo de unos ojos grandes y negros. No, no estaba agotado, lo acababa de comprar, le contesto a ella, ¿te importaría devolvérmelo? Cruz de Piedra, anuncia la voz femenina de la megafonía. Vamos, dice el gigantón. Ella amaga una ligera sonrisa, sí claro, tómalo, y en su mano, como de la nada, aparece el bono; me lo da y se gira, sigue al hombre, la puerta se abre, salen a la calle. El tranvía vuelve a ponerse en marcha.
El señor mayor que me había señalado a la mujer vuelve a hablarme, ahora en un tono bastante más alto: menos mal que se lo dieron, el bono, porque querían quedárselo. Sí, corrobora una chica joven, yo le dije a esa mujer que el bono se lo había olvidado usted. Otra entra en la conversación: claro que sabían que estaba lleno, si lo comentaron entre ellos, menudo par esos dos. Parece que, ahora que se han ido, se ha abierto la veda para el chismorreo; no me gusta ser el motivo del debate, les agradezco y retorno hacia mi antiguo asiento. Mientras camino echo un vistazo al bono: se trata de uno ya agotado.
Se Dejaba Llevar. Antonio Vega
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
Jopé, me lo estaba viendo venir.
ResponderEliminarQué gentuza nos encontramos por estos caminos de Dios.
A veces las tertulias que se crean en un transporte público tienen mucha gracia, aunque este no sea el caso.
Un beso
Pero conservas entera la cara...enhorabuena
ResponderEliminarNo, si me lo veía venir... Con menudo par de ladrones te topaste.
ResponderEliminarBesos
Jolín.
ResponderEliminar:(
ResponderEliminar¿Por qué han de pasar estas cosas? ¿Por qué las personas somos así? Con lo fácil que resulta actuar de la manera justamente contraria.
No lo puedo evitar; estas situaciones injustas me ponen de los nervios. Porque más allá de la anécdota, implican tanto...
Bueno, voy a tratar de animarme pensando en lo simpática que me ha resultado siempre la palabra guagua. :)
Y me sale la verna perversa, deseándole un buen calambre al grandullón en su próxima sesión de gimnasio. Ji ji.
Abrazo grande, Miroslav. Y que no te puedan estas cosas.
Ah. Y que me ha encantado escuchar a Antonio Vega, una vez más... :)
¡Eso te pasa por ir al Corte Inglés a alimentar el profundo estomago del capital!
ResponderEliminarTe mamaron 12 € amigo y no hicistes nada. En fin, sigue alimentando esas actitudes. Yo no me quedo así, yo se los digo, me estan robando 12€, y llamo a la policía y los sigo. Que pa eso está el recibo del bono del tranvía. Lo que no podemos es alimentar la ley de la selva.
ResponderEliminarAdemas tenias testigos!! Chiquito parado estas hecho. Mereces ser robado.
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