¿Por qué se les dice cornudos a los cornudos?
A Lansky
En su brevería del pasado miércoles, Lansky nos retó a los "gozosos etnólogos aficionados" a que averiguásemos las razones por las que "la posesión de cuernos sea una evidencia de ignominia y ausencia de honra". Prometí intentar desvelar el misterio y buscando, cómo no, con Google, la explicación más frecuente, como era de esperar, es la de los vikingos quienes en sus correrías acostumbraban a gozar impunes de las mujeres ajenas; de ahí vendría que se le dijera al marido que le habían puesto los cuernos, por referencia a los cascos de aquéllos. Pero, como es sabido y Lansky ya aclaró, los cascos vikingos carecían de tales ornamentos; además, no casa mucho que se asignara a los ofendidos el atributo de los ofensores. La wikipedia aporta una hipótesis algo más convincente, según la cual, cuando los señores nórdicos, ejercitando sus derechos de pernada, visitaban con lascivas apetencias a alguna campesina de su feudo, colgaban un cuerno de la puerta de su choza a modo de advertencia al marido (o a cualquier otro merodeador). Podría ser, pero no termino de creérmelo porque esos cuernos que le colocaban al villano no eran causa de deshonra sino, por el contrario, motivo de orgullo. Y, de todos modos, ni en la wiki ni en ninguna otra página de las que aporta esta teoría encontré la más mínima prueba o fuente documental que la sostenga.
Así que, por distintas vías, me puse a indagar y se me ocurrió de entrada que probablemente la expresión tendría su origen en los romanos o, si era más antigua, ellos podrían darme alguna pista. Tuve suerte porque no tardé mucho, hojeando el sexto libro de las Epístolas Ad Familiaris de Ciceron, en topar con la frase "cornuum abundantia hospebus expaventaba", que vendría a traducirse como "la opulencia de los cuernos asombraba a los visitantes". No hablaba el viejo Marco Tulio de ningún ciervo de colosal cornamenta sino de la villa de recreo que se había hecho construir en Tusculum uno de los más ricos romanos de su época. Pensé que sería moda entre los romanos decorar las paredes de sus residencias con cabezas astadas (en cuyo caso esa afición habría sobrevivido más de dos mil años en algunas minorías de gusto más que dudoso), pero rebuscando en la monumental Historia de Roma de Mommsen me topé con una esclarecedora frase "ihren Besitz zu füllen zehn Reihen der Hörner" (sus pertenencias colmaban diez hileras de cuernos). Finalmente, pude comprobar en "La vida en la Roma antigua" de Pierre Grimal que ya desde las últimas décadas de la República se había popularizado entre los romanos acaudalados disponer de habitaciones parecidas a lo que hoy llamaríamos vestidores en cuyas paredes disponían cuernos de distintos animales, cuanto más exóticos mejor. Estos cuernos tenían tanto la función de percheros para las túnicas y otras prendas como de soportes de tablas sobre las que se disponían distintos objetos.
Así que, por distintas vías, me puse a indagar y se me ocurrió de entrada que probablemente la expresión tendría su origen en los romanos o, si era más antigua, ellos podrían darme alguna pista. Tuve suerte porque no tardé mucho, hojeando el sexto libro de las Epístolas Ad Familiaris de Ciceron, en topar con la frase "cornuum abundantia hospebus expaventaba", que vendría a traducirse como "la opulencia de los cuernos asombraba a los visitantes". No hablaba el viejo Marco Tulio de ningún ciervo de colosal cornamenta sino de la villa de recreo que se había hecho construir en Tusculum uno de los más ricos romanos de su época. Pensé que sería moda entre los romanos decorar las paredes de sus residencias con cabezas astadas (en cuyo caso esa afición habría sobrevivido más de dos mil años en algunas minorías de gusto más que dudoso), pero rebuscando en la monumental Historia de Roma de Mommsen me topé con una esclarecedora frase "ihren Besitz zu füllen zehn Reihen der Hörner" (sus pertenencias colmaban diez hileras de cuernos). Finalmente, pude comprobar en "La vida en la Roma antigua" de Pierre Grimal que ya desde las últimas décadas de la República se había popularizado entre los romanos acaudalados disponer de habitaciones parecidas a lo que hoy llamaríamos vestidores en cuyas paredes disponían cuernos de distintos animales, cuanto más exóticos mejor. Estos cuernos tenían tanto la función de percheros para las túnicas y otras prendas como de soportes de tablas sobre las que se disponían distintos objetos.
En el Bajo Imperio, digamos que a partir del cuarto siglo, los cuernos empezaron a tener distintos significados derivados de su función doméstica por simples procesos de asociación semántica. Si en el paso más elemental, que ya vemos en la cita de Cicerón, los cuernos simbolizan las posesiones y por tanto el estatus económico del propietario, sería inmediato asociarlos, en su desnudez visible, a quienes han sido despojados de ellas. Así, en su apocatástasis, Orígenes se refiere tangencialmente a los ricos quienes, habiendo desoído las enseñanzas de Cristo, se presentarán ante el Juicio de Dios con los cuernos visibles en sus frentes. Seguramente sería a partir de este texto que San Agustín toma la imagen del cornudo como el hombre que ha perdido lo que poseía, no sólo bienes materiales sino también y sobre todo dones espirituales. Así, para el de Hipona perder la Gracia, en especial por contumacia en falsas doctrinas, hace que afloren astas en los pecadores, como apunta en sus invectivas contra los maniqueos al final del Libro Primero De las Costumbres de la Iglesia Católica y de las Costumbres de los maniqueos: "El hombre interior debe renovarse de día en día para llegar a la perfección, y vosotros queréis que comience ya por la perfección. ¡Ojalá fueran éstas vuestras intenciones! Pero, por desgracia, son otras muy distintas. Vuestro afán, más bien que fortificar a los débiles, es la seducción de los incautos. Os envanecéis de vuestras costumbres y no os veis los cuernos que en vuestras frentes crecen porque la Gracia de Cristo os ha abandonado". Incluso más explícito resultará al referirse al diablo en su Consulta a Orosio sobre el error de los Priscilianistas y Origenistas: "Después dijeron que son de un mismo principio y de una misma sustancia los ángeles, los principados, las potestades, las almas y los demonios; y que éstos al rebelarse contra Dios y perder Su Gracia fueron signados con los cuernos y destinados al lugar inferior que les corresponde en conformidad con sus pecados".
No me parece aventurado sentar que, en vísperas de la Edad Media, y gracias al cruzamiento de su doméstica función utilitaria con simbologías cristianas (que provendrían a su vez de fuentes mucho más antiguas como las de la mitología asiria pero que, para no liarla, conviene no remover por el momento), los cuernos eran, al menos en círculos cultos, atributos simbólicos de quienes habían perdido posesiones importantes, especialmente las de naturaleza moral. Ese significado metafórico lo ilustra con sorprendente contundencia un episodio histórico; según nos cuenta Hidacio en su Chronicon, desesperados ante las incursiones de los vándalos en sus feudos, los grandes propietarios hispanoromanos de Gallaecia viajaron en 431 hasta Arles para reclamar la ayuda de Flavio Aecio, el famoso general romano, ante el cual se presentaron todos ellos tocados con unas insólitas cornamentas, en expresión de lo mucho que habían perdido en los frecuentes saqueos bárbaros. Cuenta el obispo de Aqueae Flaviae que Flavio, con bastantes problemas propios como para comprometerse en una campaña en Galicia, los despidió desdeñosamente diciéndoles que "habrían de aprender por sí solos a desprenderse de los cuernos recuperando la virtus perdida" (no está de más recordar que la virtus era el más preciado atributo ético de los romanos que, sin perder su acepción original de valentía, había pasado a ser en esos años, bajo la influencia del estoicismo y también del cristianismo, un concepto moral omnicomprehensivo). Así pues, este episodio muestra que el simbolismo de los cornudos era fácilmente comprensible en sus dos versiones -hombres desposeídos y faltos de valores espirituales- y que, además, ambas se combinaban armónicamente.
Llegado a este punto de mis hallazgos investigadores, la siguiente suposición era evidente. Si la mujer, y más en concreto el derecho de accesibilidad exclusiva a su cuerpo, se consideraba una posesión valiosísima del marido, es de lo más lógico que quien era desprovisto de la misma fuera tildado de cornudo. Esta nueva evolución semántica, que habría consistido no sólo en asignar a los maridos engañados el término de cornudos sino en que se perdieran las otras acepciones más antiguas, tuvo que producirse a lo largo de la Alta Edad Media, toda vez que en la Baja estaba ya plenamente consolidada. Baste como la mejor prueba cualquiera de los diversos cuentos del Decamerón en los que Boccaccio emplea el término con una soltura muy reveladora. Recomiendo, por ejemplo, la lectura del delicioso Lamporecchio, donde el procaz florentino nos relata las aventuras del joven jardinero de un convento de monjas que se las apaña para satisfacer sus apetitos lujuriosos y que acaba rico y feliz, lo que le lleva a afirmar que "así trataba Cristo a quien le ponía cuernos en la cabeza". Pero no basta con acotar el periodo en que nació la expresión (que, para más inri, cubre casi mil años) sino que había de intentar encontrar alguna referencia concreta.
Fisgonear en antiguas regulaciones jurídicas de nuestro país ofrece también algunas pistas interesantes. Así, en la legislación visigótica (Liber Iudiciorum) no se menciona, entre las injurias verbales, imputar a otro la infidelidad de su mujer. En cambio, en la mayoría de los Fueros municipales redactados durante los siglos XIII y XIV, aparece como ofensa grave (y punible) tildar a otro de cornudo. O sea, que no sería hasta la Baja Edad Media que se popularizara la vinculación entre posesión de la mujer y honra. Quizá entre los nobles, esta asociación proviene desde mucho antes, pero no era así entre el pueblo ya que, como comenté más arriba, que tu mujer fuera considerada por otros (y más si eran de superior alcurnia a la tuya) como fembra placentera era tenido por motivo de orgullo. En esa evolución hacia la vinculación entre honor y fidelidad femenina, necesaria para que el término cornudo adquiriera su significación ignominiosa, jugaron un papel significativo los trovadores y, en efecto, es en la Provenza en torno al siglo XII donde encontramos las primeras alusiones en este sentido. Raimbaut d'Aurenga (1147-1173), en un poema algo rencoroso, advierte de los peligros de emparejarse con mujeres proclives al deshonor, capaces de hacer que los cuernos parezcan iglesias o barcos (E que honretz las sordeyors / Per lor anctas las levetz pars / E que guardetz vostres cornas / Que non semblon gleisas ni naus). Más esclarecedora a nuestros efectos es la oda que en los primeros años del XIII dedica Uc de Saint Circ al rey castellano Alfonso VIII y entre cuyas alabanzas leemos que "su frente resplandecía incólume" gracias al comportamiento ejemplar de su amada esposa Leonor de Plantagenet.
Y aunque algunas cosas más he descubierto que no dejan de ser curiosas, creo que con lo hasta aquí expuesto basta para sostener, al menos en una primera aproximación, la tesis que a continuación resumo. Los cuernos se empleaban en la antigua Roma con una función similar a la que tienen nuestros armarios y percheros. De ahí provendría la analogía entre los cuernos y la riqueza y, en una siguiente etapa de evolución semántica, que la desnudez de los mismos aludiera a la desposesión de su propietario. Posteriormente, decir de alguien que tenía cuernos (obviamente imaginarios) pasó preferentemente a significar que los bienes que había perdido no eran materiales sino de índole moral. Durante la Edad Media, el acceso exclusivo al cuerpo de la esposa, que en un principio no importaba demasiado, se convirtió en uno de los principales componentes del honor, probablemente por influencia de los trovadores y a causa de la transmisión de los valores ideológicos de la nobleza hacia el conjunto de la población. En consecuencia, que la mujer propia fuera gozada por otro empezó a verse como un detrimento de la honra, una pérdida que, como otras, hacía que aflorasen los cuernos. La creciente importancia de esta ofensa haría que, hacia el siglo XIV, fuera la única relevante en cuanto a los cuernos y, consecuentemente, el término cornudo se redujo a los maridos que sufrían la ignominia de la infidelidad de sus esposas.
No me parece aventurado sentar que, en vísperas de la Edad Media, y gracias al cruzamiento de su doméstica función utilitaria con simbologías cristianas (que provendrían a su vez de fuentes mucho más antiguas como las de la mitología asiria pero que, para no liarla, conviene no remover por el momento), los cuernos eran, al menos en círculos cultos, atributos simbólicos de quienes habían perdido posesiones importantes, especialmente las de naturaleza moral. Ese significado metafórico lo ilustra con sorprendente contundencia un episodio histórico; según nos cuenta Hidacio en su Chronicon, desesperados ante las incursiones de los vándalos en sus feudos, los grandes propietarios hispanoromanos de Gallaecia viajaron en 431 hasta Arles para reclamar la ayuda de Flavio Aecio, el famoso general romano, ante el cual se presentaron todos ellos tocados con unas insólitas cornamentas, en expresión de lo mucho que habían perdido en los frecuentes saqueos bárbaros. Cuenta el obispo de Aqueae Flaviae que Flavio, con bastantes problemas propios como para comprometerse en una campaña en Galicia, los despidió desdeñosamente diciéndoles que "habrían de aprender por sí solos a desprenderse de los cuernos recuperando la virtus perdida" (no está de más recordar que la virtus era el más preciado atributo ético de los romanos que, sin perder su acepción original de valentía, había pasado a ser en esos años, bajo la influencia del estoicismo y también del cristianismo, un concepto moral omnicomprehensivo). Así pues, este episodio muestra que el simbolismo de los cornudos era fácilmente comprensible en sus dos versiones -hombres desposeídos y faltos de valores espirituales- y que, además, ambas se combinaban armónicamente.
Llegado a este punto de mis hallazgos investigadores, la siguiente suposición era evidente. Si la mujer, y más en concreto el derecho de accesibilidad exclusiva a su cuerpo, se consideraba una posesión valiosísima del marido, es de lo más lógico que quien era desprovisto de la misma fuera tildado de cornudo. Esta nueva evolución semántica, que habría consistido no sólo en asignar a los maridos engañados el término de cornudos sino en que se perdieran las otras acepciones más antiguas, tuvo que producirse a lo largo de la Alta Edad Media, toda vez que en la Baja estaba ya plenamente consolidada. Baste como la mejor prueba cualquiera de los diversos cuentos del Decamerón en los que Boccaccio emplea el término con una soltura muy reveladora. Recomiendo, por ejemplo, la lectura del delicioso Lamporecchio, donde el procaz florentino nos relata las aventuras del joven jardinero de un convento de monjas que se las apaña para satisfacer sus apetitos lujuriosos y que acaba rico y feliz, lo que le lleva a afirmar que "así trataba Cristo a quien le ponía cuernos en la cabeza". Pero no basta con acotar el periodo en que nació la expresión (que, para más inri, cubre casi mil años) sino que había de intentar encontrar alguna referencia concreta.
Fisgonear en antiguas regulaciones jurídicas de nuestro país ofrece también algunas pistas interesantes. Así, en la legislación visigótica (Liber Iudiciorum) no se menciona, entre las injurias verbales, imputar a otro la infidelidad de su mujer. En cambio, en la mayoría de los Fueros municipales redactados durante los siglos XIII y XIV, aparece como ofensa grave (y punible) tildar a otro de cornudo. O sea, que no sería hasta la Baja Edad Media que se popularizara la vinculación entre posesión de la mujer y honra. Quizá entre los nobles, esta asociación proviene desde mucho antes, pero no era así entre el pueblo ya que, como comenté más arriba, que tu mujer fuera considerada por otros (y más si eran de superior alcurnia a la tuya) como fembra placentera era tenido por motivo de orgullo. En esa evolución hacia la vinculación entre honor y fidelidad femenina, necesaria para que el término cornudo adquiriera su significación ignominiosa, jugaron un papel significativo los trovadores y, en efecto, es en la Provenza en torno al siglo XII donde encontramos las primeras alusiones en este sentido. Raimbaut d'Aurenga (1147-1173), en un poema algo rencoroso, advierte de los peligros de emparejarse con mujeres proclives al deshonor, capaces de hacer que los cuernos parezcan iglesias o barcos (E que honretz las sordeyors / Per lor anctas las levetz pars / E que guardetz vostres cornas / Que non semblon gleisas ni naus). Más esclarecedora a nuestros efectos es la oda que en los primeros años del XIII dedica Uc de Saint Circ al rey castellano Alfonso VIII y entre cuyas alabanzas leemos que "su frente resplandecía incólume" gracias al comportamiento ejemplar de su amada esposa Leonor de Plantagenet.
Y aunque algunas cosas más he descubierto que no dejan de ser curiosas, creo que con lo hasta aquí expuesto basta para sostener, al menos en una primera aproximación, la tesis que a continuación resumo. Los cuernos se empleaban en la antigua Roma con una función similar a la que tienen nuestros armarios y percheros. De ahí provendría la analogía entre los cuernos y la riqueza y, en una siguiente etapa de evolución semántica, que la desnudez de los mismos aludiera a la desposesión de su propietario. Posteriormente, decir de alguien que tenía cuernos (obviamente imaginarios) pasó preferentemente a significar que los bienes que había perdido no eran materiales sino de índole moral. Durante la Edad Media, el acceso exclusivo al cuerpo de la esposa, que en un principio no importaba demasiado, se convirtió en uno de los principales componentes del honor, probablemente por influencia de los trovadores y a causa de la transmisión de los valores ideológicos de la nobleza hacia el conjunto de la población. En consecuencia, que la mujer propia fuera gozada por otro empezó a verse como un detrimento de la honra, una pérdida que, como otras, hacía que aflorasen los cuernos. La creciente importancia de esta ofensa haría que, hacia el siglo XIV, fuera la única relevante en cuanto a los cuernos y, consecuentemente, el término cornudo se redujo a los maridos que sufrían la ignominia de la infidelidad de sus esposas.
Cuernos - Joaquín Sabina (Hotel Dulce Hotel)
CATEGORÍA: Curiosidades dispersas
Me convenciste :-)
ResponderEliminarUn beso
A mí no. Pero ha sido un buenísimo intento.
ResponderEliminarBorges se hizo famoso por no mucho más.
No es algo que me interese lo de los cuernos. Con dolor y años, he aprendido que casi nadie "nos hace" nada: la gente vive, generalmente como puede.
ResponderEliminarSeñor V: resulta fácil la boutade, el chascarrillo, aunque para hacerlo con talento es necesario ser Borges...
¡Dios mío! Prometo solemnemente que la alusión a Borges ha ido cargada de todo el respeto necesario, rodeada de toda la liturgia imprescindible -me santigüé antes de escribirlo, de veras- y sin la menor intención no ya ofensiva, sino siquiera alejada un ápice de la reverencia canónica.
ResponderEliminarAdmiro profunda y convenientemente a Borges, declaro ante quien sea menester.
Miroslav inventó un método curioso: Los protagonistas y los textos son reales; las conclusiones pueden ser fabulosas y no pocas veces fantásticas. El sabor peculiar de esta obra está en ese vaivén.
ResponderEliminarMe he permitido esta especie de paráfrasis fusilada directamente del prólogo de Borges a las Vidas Imaginarias de Marcel Scowb:
"Schwob inventó un método curioso. Los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos. El sabor peculiar de esta obra está en ese vaivén."
De todas formas la expresión sabor peculiar se queda muy corta para definir el placer que produce la lectura de este texto miroslaviano.
¿Quizás es esa la razón por la cual no hay esposas cornudas
ResponderEliminarSin coña.
¡Bravo! Te quedó muy bien.
ResponderEliminarPor supuesto, no inventaste nada, al contrario de lo que dice Hararem, sino que como perspicaz comenta Vanbrugh es un método muy borgiano de erudición-ficción.
Bocaccio da otra explicación muy ocurrente y presumiblemente falsa
Ah, y gracias por la dedicatoria; no tenías porqué...
ResponderEliminarUltimamente leí en algún foro que hay al menos 2 tipos diferentes tipos de cornudos, los que no lo saben y el que se complace de serlo, tanto que sus acciones tienden a que otros hombres disfruten de su pareja. Quizá deba de dárseles otro adjetivo.
ResponderEliminar