Agustina Iglesias nació en 1868 en el concejo gallego de Valga, hija de madre soltera y pobre. Tenía sólo diez años cuando fue violada brutalmente, lo que la dejó estéril e imagino que condicionaría para siempre su comportamiento sexual (se decía que sabía cómo dar a los hombres lo que querían pero que ella carecía de deseos eróticos). La violación significó también su deshonra y la necesidad de escapar de su pueblo natal. Sus andanzas desde entonces hasta que alcanzó la fama forman parte de una leyenda que ella misma inició inventándose una biografía mítica y abonando así un terreno fértil en el que la imaginación de varios novelistas ha sembrado de aventuras y nombres propios de dudosa verosimilitud y casi imposible verificación (léanse los libros de Pedro Orgambide, Carmen Posadas o Ramón Chao, todos relativamente recientes). En todo caso, lo que parece seguro es que durante esos años trashumantes, desde adolescente, despertó en casi todos los hombres que la conocían unas increíbles ansias lujuriosas, llevándolos a las conductas más extremas por poseerla. Muy pronto tuvo que deducir la chica que esa devoradora atracción que despertaba era el recurso fundamental y tremendamente lucrativo sobre el que basaría su carrera.
Si su cuerpo había de ser su particular mina de oro, le convenía administrarlo con inteligencia, concediendo sus goces a personajes escogidos según criterios de rentabilidad pecuniaria. Es impresionante la lista de hombres ilustres (siempre entre los poderosos de la época) que fueron amantes suyos. Podemos razonablemente dudar de que, como narran los novelistas, Eusebi Güell y su amigo Gaudí disfrutaran de sus encantos en Barcelona (Orgambide describe el atormentado encuentro amoroso del arquitecto y la bella: él, fervientemente religioso, sucumbe a la tentación del pecado sumido en la angustia de la culpa) o de que, en Madrid, un ya anciano duque de Albornoz la presentara en sociedad y, prendado de ella, la solicitara matrimonio (eso cuenta Posadas, aunque no encuentro referencias a ningún ducado de Albornoz entre la nobleza española) o de que en sus primeros días parisinos mantuviese una relación con Gustave Eiffel, ocupado por entonces en la finalización de su famosísima torre para la Exposición Universal. Sin embargo, es bastante más probable, casi seguro, que fue amada por el príncipe Alberto I de Mónaco, el rey de los belgas Leopoldo II (de infausta memoria para los africanos), el que ya era "eterno" Príncipe de Gales y llegó luego a ser por breve tiempo rey de Gran Bretaña, Eduardo VII (Bertie, para la Otero), el káiser Guillermo II (brutal y cruel), el gran Duque Nicolás Nicoláyevich Románov (comandante supremo del ejército ruso), el príncipe Nicolás I de Montenegro (suegro del anterior) ... Casi todos estos regios personajes asistieron a una cena privada en Maxims para celebrar el trigésimo aniversario de la "artista" y, aunque se desconoce si los postres consistieron en una degustación colectiva de esa carne tan deseada, es más que cierto que los regalos de cumpleaños que recibió "Carolina" fueron joyas de valor incalculable. Quedaría por citar, si no somos demasiado escrupulosos en cuanto a la fiabilidad, al joven Alfonso XIII de quien se dice que fue iniciado en las artes amatorias por esta mujer extraordinaria; si así fuera, le tuvo que inocular el gustillo en dosis excesivas, pues sabido es que el abuelo de nuestro actual Borbón padecía unas exageradas inclinaciones eróticas que hoy le habrían merecido la calificación de adicto al sexo.
Cuando se lee sobre esta mujer, uno se maravilla de que los hombres puedan perder la cabeza hasta tal punto por poseer (verbo absolutamente inadecuado y mentiroso) a una mujer concreta. Hasta seis se suicidaron por perder (o no obtener) sus favores; ser amante de la máxima beldad de la belle epoque era uno de los más altos signos de prestigio que todo poderoso ansiaba; las cifras de la fortuna que amasó la Otero gracias a los regalos de sus amantes son tan exorbitadas que se hacen muy difícil de creer (se habla de que llegó a poseer el equivalente a 400 millones de euros actuales, muy cerca de la de la reina Isabel II según Forbes). Pero, en fin, los hechos demuestran tercamente que, en efecto, las apetencias genitales pueden imponérsenos sobre cualquier otra motivación y conducirnos a los comportamientos más insensatos. Aceptado esto, uno supone que una mujer que logra tan espectaculares efectos sobre el colectivo masculino había de ser de una belleza superlativa, avasalladora. Ciertamente así fue considerada en sus tiempos, por encima de todas las demás. Sin embargo, veo las fotos que de ella disponemos y no me parece ninguna beldad, casi diría que más bien al contrario. En internet pueden encontrarse muchísimos retratos de la diva, así que es fácil que cada uno opine. A mí, desde luego, no me gusta su cara de plato con los ojos demasiado separados y una mirada carente de chispa; tampoco su cuerpo, por más que se dijera que tenía las medidas y curvas perfectas, responde mi idea de la voluptuosidad femenina. ¿Tanto han cambiado los gustos? Porque no se trata de que a mí no me parezca guapa (la veo bastante sosita), sino de que era considerada el equivalente de lo que hoy serían las "mujeres más deseadas", que no sólo nos parecen bellas sino, sobre todo, sexys.
De verdad que para mí es un misterio qué le veían a la Bella Otero en su época. Más desconcertante es si comparamos a Carolina con otra colega (y rival) contemporánea, la bailarina del Folies-Bergere, Cléo de Mérode. También ella deseadísima por los poderosos e icono de la belleza. ¡Pero ésta sí es guapa y sexy! Así que no es que las apetencias masculinas hayan cambiado diametralmente en los últimos cien años. ¿Acaso la Otero haría maravillas en la cama, como me sugiere un amigo? Pero eso no explica la magnitud del deseo que despertaba, sobre todo porque éste radica mayoritariamente en quienes no lo han satisfecho; por eso fantaseamos con las mujeres guapas, imaginando gozar de unos atributos que tan bellos nos parecen y que luego no son el ingrediente básico del placer físico (aunque sí del morbo mental). Lo dicho, que no entiendo cómo pudo llegar a existir el magnífico fenómeno de la Bella Otero. Tampoco deberían entenderlo del todo los productores de una miniserie para televisión de 2008 (adaptación de la novela de Carmen Posadas) en la cual el papel de la Otero le tocó a Natalia Verbeke; así cualquiera ...
Si su cuerpo había de ser su particular mina de oro, le convenía administrarlo con inteligencia, concediendo sus goces a personajes escogidos según criterios de rentabilidad pecuniaria. Es impresionante la lista de hombres ilustres (siempre entre los poderosos de la época) que fueron amantes suyos. Podemos razonablemente dudar de que, como narran los novelistas, Eusebi Güell y su amigo Gaudí disfrutaran de sus encantos en Barcelona (Orgambide describe el atormentado encuentro amoroso del arquitecto y la bella: él, fervientemente religioso, sucumbe a la tentación del pecado sumido en la angustia de la culpa) o de que, en Madrid, un ya anciano duque de Albornoz la presentara en sociedad y, prendado de ella, la solicitara matrimonio (eso cuenta Posadas, aunque no encuentro referencias a ningún ducado de Albornoz entre la nobleza española) o de que en sus primeros días parisinos mantuviese una relación con Gustave Eiffel, ocupado por entonces en la finalización de su famosísima torre para la Exposición Universal. Sin embargo, es bastante más probable, casi seguro, que fue amada por el príncipe Alberto I de Mónaco, el rey de los belgas Leopoldo II (de infausta memoria para los africanos), el que ya era "eterno" Príncipe de Gales y llegó luego a ser por breve tiempo rey de Gran Bretaña, Eduardo VII (Bertie, para la Otero), el káiser Guillermo II (brutal y cruel), el gran Duque Nicolás Nicoláyevich Románov (comandante supremo del ejército ruso), el príncipe Nicolás I de Montenegro (suegro del anterior) ... Casi todos estos regios personajes asistieron a una cena privada en Maxims para celebrar el trigésimo aniversario de la "artista" y, aunque se desconoce si los postres consistieron en una degustación colectiva de esa carne tan deseada, es más que cierto que los regalos de cumpleaños que recibió "Carolina" fueron joyas de valor incalculable. Quedaría por citar, si no somos demasiado escrupulosos en cuanto a la fiabilidad, al joven Alfonso XIII de quien se dice que fue iniciado en las artes amatorias por esta mujer extraordinaria; si así fuera, le tuvo que inocular el gustillo en dosis excesivas, pues sabido es que el abuelo de nuestro actual Borbón padecía unas exageradas inclinaciones eróticas que hoy le habrían merecido la calificación de adicto al sexo.
Cuando se lee sobre esta mujer, uno se maravilla de que los hombres puedan perder la cabeza hasta tal punto por poseer (verbo absolutamente inadecuado y mentiroso) a una mujer concreta. Hasta seis se suicidaron por perder (o no obtener) sus favores; ser amante de la máxima beldad de la belle epoque era uno de los más altos signos de prestigio que todo poderoso ansiaba; las cifras de la fortuna que amasó la Otero gracias a los regalos de sus amantes son tan exorbitadas que se hacen muy difícil de creer (se habla de que llegó a poseer el equivalente a 400 millones de euros actuales, muy cerca de la de la reina Isabel II según Forbes). Pero, en fin, los hechos demuestran tercamente que, en efecto, las apetencias genitales pueden imponérsenos sobre cualquier otra motivación y conducirnos a los comportamientos más insensatos. Aceptado esto, uno supone que una mujer que logra tan espectaculares efectos sobre el colectivo masculino había de ser de una belleza superlativa, avasalladora. Ciertamente así fue considerada en sus tiempos, por encima de todas las demás. Sin embargo, veo las fotos que de ella disponemos y no me parece ninguna beldad, casi diría que más bien al contrario. En internet pueden encontrarse muchísimos retratos de la diva, así que es fácil que cada uno opine. A mí, desde luego, no me gusta su cara de plato con los ojos demasiado separados y una mirada carente de chispa; tampoco su cuerpo, por más que se dijera que tenía las medidas y curvas perfectas, responde mi idea de la voluptuosidad femenina. ¿Tanto han cambiado los gustos? Porque no se trata de que a mí no me parezca guapa (la veo bastante sosita), sino de que era considerada el equivalente de lo que hoy serían las "mujeres más deseadas", que no sólo nos parecen bellas sino, sobre todo, sexys.
De verdad que para mí es un misterio qué le veían a la Bella Otero en su época. Más desconcertante es si comparamos a Carolina con otra colega (y rival) contemporánea, la bailarina del Folies-Bergere, Cléo de Mérode. También ella deseadísima por los poderosos e icono de la belleza. ¡Pero ésta sí es guapa y sexy! Así que no es que las apetencias masculinas hayan cambiado diametralmente en los últimos cien años. ¿Acaso la Otero haría maravillas en la cama, como me sugiere un amigo? Pero eso no explica la magnitud del deseo que despertaba, sobre todo porque éste radica mayoritariamente en quienes no lo han satisfecho; por eso fantaseamos con las mujeres guapas, imaginando gozar de unos atributos que tan bellos nos parecen y que luego no son el ingrediente básico del placer físico (aunque sí del morbo mental). Lo dicho, que no entiendo cómo pudo llegar a existir el magnífico fenómeno de la Bella Otero. Tampoco deberían entenderlo del todo los productores de una miniserie para televisión de 2008 (adaptación de la novela de Carmen Posadas) en la cual el papel de la Otero le tocó a Natalia Verbeke; así cualquiera ...
CATEGORÍA: Personas y personajes
Buena crónica, gracias por hacerla. Aventuremos una respuesta: Es la mirada de los otros lo que vuelve atractivas las cosas. Abuso de la palabra, ya que La Otero no fue una cosa. Pero en cierto modo, algo ansiado por media realeza era ciertamente una mercancía.
ResponderEliminarAl respecto me parece que en esa competencia real habia una dosis de ver quien la tenía más larga...(con perdón de las damas)
Debemos a Hefner nuestro gusto por sus conejitas. Y debemos desconfiar de lo maravilloso que es lo nuevo. Quizas sólo esté bien presentado.
Un post divertido y ocioso.
ResponderEliminarNiego también el comentario del chófer (fantasma)
Belleza: propiedad de las COSAS que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Esta propiedad existe en la naturaleza y en las obras literarias y artística.
Cosa : todo lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, real o abstracta.
El calificativo de 'bella' aplicado a la Otero va por otros derroteros. Y es de suponer que tod@s lo entendemos.
No es la que murio alla por los 50/60s y habia pedido una pension por vejez a Francia?
ResponderEliminarVivia en Cannes o cerca de alli si la memoria no me falla
saludos
¿Has probado a leer un recetario de cocina del siglo...XIV? Era vomitivo. Los gustos cambian. El consenso social no sólo dicta las modas -eso es reciente- sino los gustos, que son muy culturales. A su modo la Bella Otero era bella y Nicole Kidman un escuerzo delgaducho y anómalo hace un siglo. Descontextualizar, sobre todo si el contexto es temporal y no sólo espacial es condenarse a no entender nada. Pero sí, para nuestro 'ecosistema cultural actual la Meroe es mucho más guapa; Marilyn Monroe (¡que delicia maravillosa!) hoy, tan solo medio siglo después estaría gorda (y una leche), etc.
ResponderEliminarAh, esa gente se sucidaba con razón, primero porque le hacían un favor al resto del mundo con su gesto, segundo, porque...estaba de moda. (con la publicación del Werther de Goethe hubo una ola de suicidios en Europa)
(Cuidado, los trolls olfatean tu blog, Miros)
Ah se me olvidaba:
ResponderEliminarJoseph Carrillo de Albornoz, Conde y después Duque de Montemar y de Bitonto
http://www.ingenierosdelrey.com/personajes/s_18/duque_montemar.htm
Yo creo también que el gusto -el fenómeno colectivo que hace que algo guste mayoritariamente- es cultural. Deseamos lo que de antemano hemos decidido que vamos a desear, y nuestros motivos para decidirlo son eminentemente culturales y sociales. Por eso todos querían tirarse a la Otero. Por eso Michael Jackson, que gloria haya, pasa por ser un músico excelente, y hay quien se deja una pasta por comer en El Bulli. (No hay manera de controlar nuestros gustos, pero el sabio aspira a controlar sus motivos.)
ResponderEliminarEn "La saga/fuga de J.B.", novela de Torrente Ballester que llevo años recomendando por doquier -casi nadie me hace caso, pero creo firmemente que es la mejor novela escrita en castellano en el Siglo XX- aparece un estupendo trasunto de la Otero: Coralina Soto. Como tantas otras cosas importantes, la descubrió D. Torcuato del Río.
Pues yo la encuentro fea. Que queréis que os diga. Pero está claro que alguna gracia debía de tener. O es que era muy atrevida en esto del sexo, y hacía cosas que nadie se atrevía a practicar.
EliminarChofer fantasma: Coincido contigo en que el gusto de los otros condiciona el nuestro. Pero no me parece suficiente para explicar el atractivo de la Otero.
ResponderEliminarAnónimo:Ocioso, sí, como todos mis posts. También entiendo (creo) esos derroteros a los que te refieres pero no me bastan como explicación.
ajyblog: Murió en 1965 en Niza. Sus últimos años vivía de una pensión que le pasaba el casino de Montecarlo, en atención a la inmensa cantidad de pasta que se dejó en él.
Lansky:Por más que esté de acuerdo en la necesidad de contextualizar y en los cambios del gusto a través de los años, sigue sin parecerme suficiente explicación. Una mujer que es considerada el sumun de belleza en un tiempo puede no parecerlo un siglo después, pero no puede resultarnos fea. Me remito a los retratos de las modelos de belleza desde, al menos, la Baja Edad Media. Y, por supuesto, al ejemplo de la Merode o a la propia Marylin: quizá ahora no sería el sex-symbol que fue, pero nadie la consideraría una mujer poco atractiva. El misterio que para mí es la Otero radica en la inmensa desproporción, cuantitativa, entre la medida de su capacidad de atraacción y su belleza. ¿Trolls?
Lansky, again: Gracias por el intento, pero me temo que no. Ya había localizado a don José Carrillo (que es del siglo XVIII) e incluso buscado a sus descendientes en el ducado, que es de Montemar y no de Albornoz, como dice Posadas. No encontré ningún Albornoz duque hacia finales del XIX ni tampoco ningún título nobiliario con ese nombre.
Vanbrugh: Insisto en que estoy de acuerdo en que el gusto es cultural pero (estaré equivocado quizá) dentro de unos límites. El misterio de la Otero, para mí, es que superó esos límites.
Cuando leí La saga no identifique al personaje con la Otero, pero la semana pasada, buscando información sobre la gallega, me enteré de que, efectivamente, Torrente había recurrido a la misma en su novela. Por cierto, mucha gente opina que La saga/fuga de JB es lo mejor de TB; a mí, que he me encanta el escritor y creo haberlo leido casi completo, he de confesarte que es de las que menos me gusta (al final, va a resultar que el raro, en cuestión de gustos, soy yo).
En efecto, Vanbrugh, algunos estamos hartos -es un decir- de tu filia sagafuguera.
ResponderEliminarLa saga Fuga es una buena novela, pero ni siquiera me parece la mejor del autor (que para mí es Don Juan), ni siquiera de gallego del XX (Cunqueiro: Merlín y familia)cuanto menos del siglo XX en castellano, me parecen mejores El rey y la reina, de Sender; Mortal y rosa, de Umbral, El Jarama, de Ferlosio, Sonata de primavera, de Valle, El astillero, de Onetti, Tiempo de silencio, de Martín Santos, Paradiso, de Lezama Lima, Rayuela de Cortazar, Cien años de soledad...Conversación en la catedral, La casa verde, Tres tistes tigres..., Parte de una Historia (Aldecoa), etc. Y así hasta 50 mejores que tu saga. Mi opinión no es revisable, poirque la releí hace poco y me gustoó mucho menos que la 1ª vez, y eso es para mí una prueba irrefutable. En mi opinión, todo en mi opinión, como es lógico y claro está.
También hay algo que no se puede apreciar en las fotos y que forma parte de la belleza de una persona. Es el atractivo de cada cual, el atractivo de una persona puede residir, en su forma de mirar, de moverse, de pensar, de expresarse, de moverse, su personalidad. Hay personas guapas que carecen totalmente de atractivo y las hay feas que sin embargo no tienen nada que envidiar a las guapas en sus relaciones. Supongo que de esto también puede haber en la Otero.
ResponderEliminarPor ponerte un ejemplo a mi Lola Flores me parece una mujer fea donde las haya y sin embargo su vida amorosa posiblemente diga todo lo contrario.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar(Me equivoqué antes, por eso lo borré el comentario supra) De acuerdo con Amaranta y además aquí va la opinión en soneto del gran William:
ResponderEliminarMy Mistress' eyes are nothing like the Sun,
Coral is far more red, than her lips' red,
If snow be white, why then her breasts are dun:
If hairs be wires, black wires grow on her head:
I have seen roses damask'd red and white,
But no such roses see I in her cheeks,
And in some perfumes is there more deligh,
Than in the breath that from my Mistress reeks.
I love to hear her speak, yet well I know,
That Music hath a far more pleasing sound:
I grant I never saw a goddess go,
My Mistress when she walks treads on the ground.
And yet by heaven I think my love as rare,
As any she beli'd with false compare.
La versión de Ramón garcía González:
Soneto 130
Los ojos de mi amada no parecen dos soles,
y el coral es más rojo, que el rojo de sus labios.
Lansky
Siendo blanca la nieve, sus senos son oscuros,
y si el cabello es negro en ella es hierro negro.
He visto rosas rojas, blancas y adamascadas,
mas nunca en sus mejillas encuentro tales cosas.
Y en algunos perfumes, existe más deleite,
que en ese dulce aliento que emana de mi amada.
Amo escuchar su voz y sin embargo, entiendo,
que la música tiene un sonido más grato.
No he visto caminar por la tierra a una diosa,
pero al andar mi amada, va pisando la tierra.
Mas juro y considero a mi amada tan única,
que no existe en el mundo, ilusión que la iguale.
Yo he debido leer la Saga/fuga como cuatro o cinco veces, y aún me prometo futuras relecturas. He leído también casi todas las de tu lista; me faltan, para ser exactos, la de Sender y la de Lezama Lima. (Con Paradiso me pondré algún día, con Sender no creo, porque no suele engancharme, ya sabes que soy un frívolo, por muchos años). Retiro mi afirmación de que la de TB sea la mejor novela en castellano del s. XX, pero solo porque, realmente, no es mi estilo hacer ese género de comparaciones y, tras pensarlo bien, me parece preferible no establecer mejores ni peores. Sigue siendo, no obstante, la novela en castellano del s. XX, de cuantas he leído, incluidas las de tu lista, que más me ha gustado, y también la que personalmente considero mejor. Una opinión personal, por supuesto, que puedo dejar de hacer pública si el hartazgo fuera realmente mayoritario, -detesto molestar sin necesidad, y aún con ella me compunge- pero que de momento no veo motivos para ocultar.
ResponderEliminarLo de "harto" es un decir, amigo Vanbrugh, un decir excesivo para indicar que ya te lo he oido varias veces. Para mí tengo que es una novela muy sobrevalorada, por tí, desde luego, que cada vez que la relees te pierdes la posibilidad de leer otra cosa, pero también por más de un crítico "profesional"; no estás sólo en esa filia.
ResponderEliminarPsch... Cada vez que como paella pierdo la ocasión de comer alguna otra cosa, pero es que me encanta la paella y, cuando la como, es porque es lo que en ese momento quiero comer... Cada vez que voy a Lisboa me quedo sin ir a algún otro sitio, pero es que donde realmente quiero estar, cuando voy allí, es en Lisboa... Se me ocurren más ejemplos, pero soy muy reacio a hablar de mi vida sexual...
ResponderEliminarLa cuestión de fondo es: ¿debo poner mi vida al servicio de los libros que deben ser leídos? ¿O debo poner los libros al servicio de mi vida? Respeto todas las respuestas, claro, pero tengo más claro aún cuál es la mía.
Ir aLisboa y comer paella como ejemplos de que es prácticamente similar que leer el mismo libro una y otra vez (La saga fuga o La Biblia, como hacen otros infinitamente más analfabetos funcionales desde luego que tú), ¡qué razonamiento más falaz! Su sólo enunciado lo invalida.
ResponderEliminarSin embargo, para mí tengo, que releer es una forma de leer aún más cabal que lad de las primeras lecturas. Por eso hay que seleccionar muy bien, escoger con verdadero sentido. Tu lo haces, una y otra vez, has dado con un filón, sigue cavando.
A mi en cambio me parecen ejemplos acertadísimos (por eso los pongo, claro). De hecho, leer me parece perfectamente semejante a viajar, y personalmente hago ambas cosas con los mismos criterios y con los mismos fines. Por evidentes y lamentables motivos logísticos y económicos, no con la misma frecuencia...
ResponderEliminaros paso otra imagen de cuando tenia 12 años y era guapa http://www.culturagalega.org/album/imaxes/thumb_600_53_gal_01.jpg
ResponderEliminarEl atractivo reside en la personalidad y el carisma, en el dominio y manejo del lenguaje corporal, además de en los cánones de belleza de cada época. Es evidente que era una mujer inteligente. Al menos tenía un tipo de inteligencia manipulativa y social seguramente muy por encima de la media. La foto esa de una tal agustina de 12 años, es imposible que sea de ella ( pensad en la época de la que estábamos hablando y en su situación económica y social a esa edad...todo eso hace absolutamente imposible que hubiera fotos suyas de entonces, además se ve claramente que es una foto mucho más moderna, por favor...).
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