Sábado por la mañana, pese a lo cual madrugamos (relativamente) para retroceder los diez kilómetros hasta Melk y visitar la abadía. Sin embargo, en cuanto llegamos al aparcamiento comprobamos que había como veinte autocares e infinidad de coches: resulta que se trata de uno de los mayores puntos turísticos de Austria después de Viena. El edificio es inmenso (¡240 metros de fachada!) y una de las joyas del barroco austriaco, que ya es decir mucho. Estuvimos viéndolo por fuera y los patios públicos, con la idea de sacar las entradas, pero cuando llegamos a la zona de taquilla nos encontramos con una cola kilométrica que nos desmotivó inmediatamente. Así que bajada al pueblo y paseo por la preciosa Hauptstrasse, llena de tiendas que obviamente viven de las riadas de turistas que, como nosotros, la invaden. Capuchinos de media mañana y arrancar el coche para seguir viaje.
Para no repetir el tramo que ya habíamos hecho el día anterior siguiendo el Danubio, decidimos girar hacia el interior para ir a San Polten, la capital de la Baja Austria. De ese modo no vimos el tramo entre Melk y Krems, conocido como el Wachau, un valle que, aparte de su atractivo turístico, tiene una rica cultura agrícola; pero, al fin y al cabo, esa pequeña elipsis la compensamos con la visita a las dos ciudades que marcan sus extremos y, de otra parte, San Polten bien mereció la visita. Bajo un solajero tremendo aparcamos muy cerca de la catedral, a la que accedimos a través del claustro anexo. De nuevo barroco a tope, con la excepción de una pequeña capilla alojada en un ábside románico y equipada tan sólo con un sobrio altar, una talla medieval del crucificado y un bonito retablo colorista; después de la profusión ornamental, ese rincón era un delicioso remanso de paz estética. Luego seguimos hacia el resto del casco, visitando las otras dos iglesias barrocas principales, el interesante Rathaus gótico-renacentista y la inmensa plaza adyacente con la inevitable columna barroca de la Trinidad en su centro (en todas las ciudades austriacas se encuentra uno con estos monumentos, un poco adefesios para mi gusto, que se erigieron en el último tercio del XVIII para conmemorar las victorias sobre los turcos y sobre la peste).
Visto San Polten, enfilamos hacia el norte para recuperar el curso del Danubio en las ciudades pegadas de Stein y Krems. Entramos primero en Stein, la más occidental y la de menor tamaño. En este tramo final del Wachau el río va bastante encajonado, así que la ciudad (apenas una villa) se organiza en tres calles paralelas más o menos horizontales, cada una algo más alta que la siguiente, en una cota superior de la ladera; las uniones entre ellas las hacen pequeños callejones con escaleras. El pueblo es muy bonito, no tanto por la monumentalidad de sus edificios sino por la armonía y correcta escala del conjunto. Tras cruzarnos con una caravana de más de cien ciclistas (no paraban de pasar mientras caminábamos por la calle principal), nos sentamos en una placita para almorzar (platos locales bastante ricos) y, a los postres, fuimos testigos de la salida de un edificio vecino (sería el juzgado) de ocho o diez personas, novios incluidos, que conformaban una boda: vestidos con sus trajes de gala de un mal gusto espeluznante, nada más salir, todos se precipitaron a encender sus cigarrillos, mientras hablaban animadamente entre ellos, y así permanecieron un largo rato, bajo un sol insoportable … Parecía una película surrealista.
No hicimos más que mover unos metros el coche para aparcarlo en el cortísimo espacio que queda entre la puerta de Krems de Stein y la puerta de Stein de Krems, ambas preciosas. Hace gracia imaginarse lo que debía ser en la Edad Media cuando ambas ciudades, tan cercanas, cerraran sus puertas. Krems es algo más grande, con arquitecturas más destacables pero, en mi opinión, menos armonioso que su vecina menor. Recorrimos su centro histórico de cabo a rabo, incluyendo la subida por una escalera en túnel hasta una iglesia gótica que no era el Dom. Ya regresando hacia el coche, nos paramos un rato a oír a un trío de padre (guitarra y voces), madre (pandereta y voces) e hija de unos seis años (maraca y voces) que cantaban unas canciones folclóricas que tratamos sin éxito de precisar su origen (por la pinta de ellos y el cómo sonaba el idioma, yo apostaría que se trataba de albaneses, pero vaya usted a saber). El caso es que a K le gustaron (o le conmovieron) y se acercó a darles un par de euros.
Desde Krems optamos por la autopista con intención de llegar lo antes posible a Viena, permitiéndonos sólo una breve parada en Tulln. Pese al calor, o quizá justamente por eso, este tramito de coche resultó de lo más entretenido, más incluso a K porque yo, al fin y al cabo, tenía que mantener la atención puesta en la ruta. En Tulln hay poca arquitectura interesante; tan sólo la iglesia de San Esteban, románica, gótica y barroca, en cuyo interior nos topamos con dos italianas lesbianas, una de las cuales leía a voz en grito su guía turística. Adosada a la Iglesia hay una capilla románica en edificio independiente que es una pequeña joya, con unos maravillosos frescos medievales en la bóveda y en los paños superiores del perímetro circular. Pero lo mejor de esta ciudades el Danubio o, mejor dicho, el aprovechamiento urbanístico que han hecho del río. De todas las ciudades ribereñas por las que hemos pasado (y ya son bastantes), ésta es la primera en la que el río se integra claramente en la vida ciudadana, con un fantástico parque de borde y accesos al agua. La llegada a esta zona de esparcimiento urbano está presidida por un interesante grupo escultórico que escenifica el encuentro entre Krimilda, la viuda de Sigfrido, y Atila, el temido rey de los hunos, que según el Cantar de los Nibelungos tuvo lugar en esta ciudad. Después de pasear junto al Danubio y tomarnos unos extraños refrescos con soda y helado de vainilla en la plaza principal, seguimos trayecto, olvidándome yo de que en Tulln había nacido Egon Schiele y que había un museo dedicado a este pintor. Menos mal que me he resarcido en Viena.
Tulln está ya muy cerca de Viena, así que en muy poquito rato entrábamos en la capital austríaca, donde preveíamos detenernos tres jornadas. Pese a no contar más que con el esquemático plano de la Michelín, logramos milagrosamente llegar al hotel casi sin dar vueltas. Tenemos una buena habitación, con Internet a velocidad aceptable y una plaza de aparcamiento en la que está depositado el coche (ni se nos ocurriría movernos con él por esta ciudad). Nada más instalarnos, llamé a un amigo y compañero tinerfeño que se nos había adelantado (se trata del tal Bynyomin Ahronson que me viene comentando desde hace unos posts). Las dos parejas quedamos en la Karl Platz, junto a la deliciosa boca de metro de Otto Wagner y fuimos a cenar a uno de los tan populares restaurantes germánicos al aire libre. Luego pretendíamos ir a tomar unas copas y probar la popular sacher, pero empezó a llover y decidimos dejarlo ahí. Ellos se iban al día siguiente hacia Budapest mientras que nosotros nos preparábamos a pegarnos las obligadas caminatas.
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
Para no repetir el tramo que ya habíamos hecho el día anterior siguiendo el Danubio, decidimos girar hacia el interior para ir a San Polten, la capital de la Baja Austria. De ese modo no vimos el tramo entre Melk y Krems, conocido como el Wachau, un valle que, aparte de su atractivo turístico, tiene una rica cultura agrícola; pero, al fin y al cabo, esa pequeña elipsis la compensamos con la visita a las dos ciudades que marcan sus extremos y, de otra parte, San Polten bien mereció la visita. Bajo un solajero tremendo aparcamos muy cerca de la catedral, a la que accedimos a través del claustro anexo. De nuevo barroco a tope, con la excepción de una pequeña capilla alojada en un ábside románico y equipada tan sólo con un sobrio altar, una talla medieval del crucificado y un bonito retablo colorista; después de la profusión ornamental, ese rincón era un delicioso remanso de paz estética. Luego seguimos hacia el resto del casco, visitando las otras dos iglesias barrocas principales, el interesante Rathaus gótico-renacentista y la inmensa plaza adyacente con la inevitable columna barroca de la Trinidad en su centro (en todas las ciudades austriacas se encuentra uno con estos monumentos, un poco adefesios para mi gusto, que se erigieron en el último tercio del XVIII para conmemorar las victorias sobre los turcos y sobre la peste).
Visto San Polten, enfilamos hacia el norte para recuperar el curso del Danubio en las ciudades pegadas de Stein y Krems. Entramos primero en Stein, la más occidental y la de menor tamaño. En este tramo final del Wachau el río va bastante encajonado, así que la ciudad (apenas una villa) se organiza en tres calles paralelas más o menos horizontales, cada una algo más alta que la siguiente, en una cota superior de la ladera; las uniones entre ellas las hacen pequeños callejones con escaleras. El pueblo es muy bonito, no tanto por la monumentalidad de sus edificios sino por la armonía y correcta escala del conjunto. Tras cruzarnos con una caravana de más de cien ciclistas (no paraban de pasar mientras caminábamos por la calle principal), nos sentamos en una placita para almorzar (platos locales bastante ricos) y, a los postres, fuimos testigos de la salida de un edificio vecino (sería el juzgado) de ocho o diez personas, novios incluidos, que conformaban una boda: vestidos con sus trajes de gala de un mal gusto espeluznante, nada más salir, todos se precipitaron a encender sus cigarrillos, mientras hablaban animadamente entre ellos, y así permanecieron un largo rato, bajo un sol insoportable … Parecía una película surrealista.
No hicimos más que mover unos metros el coche para aparcarlo en el cortísimo espacio que queda entre la puerta de Krems de Stein y la puerta de Stein de Krems, ambas preciosas. Hace gracia imaginarse lo que debía ser en la Edad Media cuando ambas ciudades, tan cercanas, cerraran sus puertas. Krems es algo más grande, con arquitecturas más destacables pero, en mi opinión, menos armonioso que su vecina menor. Recorrimos su centro histórico de cabo a rabo, incluyendo la subida por una escalera en túnel hasta una iglesia gótica que no era el Dom. Ya regresando hacia el coche, nos paramos un rato a oír a un trío de padre (guitarra y voces), madre (pandereta y voces) e hija de unos seis años (maraca y voces) que cantaban unas canciones folclóricas que tratamos sin éxito de precisar su origen (por la pinta de ellos y el cómo sonaba el idioma, yo apostaría que se trataba de albaneses, pero vaya usted a saber). El caso es que a K le gustaron (o le conmovieron) y se acercó a darles un par de euros.
Desde Krems optamos por la autopista con intención de llegar lo antes posible a Viena, permitiéndonos sólo una breve parada en Tulln. Pese al calor, o quizá justamente por eso, este tramito de coche resultó de lo más entretenido, más incluso a K porque yo, al fin y al cabo, tenía que mantener la atención puesta en la ruta. En Tulln hay poca arquitectura interesante; tan sólo la iglesia de San Esteban, románica, gótica y barroca, en cuyo interior nos topamos con dos italianas lesbianas, una de las cuales leía a voz en grito su guía turística. Adosada a la Iglesia hay una capilla románica en edificio independiente que es una pequeña joya, con unos maravillosos frescos medievales en la bóveda y en los paños superiores del perímetro circular. Pero lo mejor de esta ciudades el Danubio o, mejor dicho, el aprovechamiento urbanístico que han hecho del río. De todas las ciudades ribereñas por las que hemos pasado (y ya son bastantes), ésta es la primera en la que el río se integra claramente en la vida ciudadana, con un fantástico parque de borde y accesos al agua. La llegada a esta zona de esparcimiento urbano está presidida por un interesante grupo escultórico que escenifica el encuentro entre Krimilda, la viuda de Sigfrido, y Atila, el temido rey de los hunos, que según el Cantar de los Nibelungos tuvo lugar en esta ciudad. Después de pasear junto al Danubio y tomarnos unos extraños refrescos con soda y helado de vainilla en la plaza principal, seguimos trayecto, olvidándome yo de que en Tulln había nacido Egon Schiele y que había un museo dedicado a este pintor. Menos mal que me he resarcido en Viena.
Tulln está ya muy cerca de Viena, así que en muy poquito rato entrábamos en la capital austríaca, donde preveíamos detenernos tres jornadas. Pese a no contar más que con el esquemático plano de la Michelín, logramos milagrosamente llegar al hotel casi sin dar vueltas. Tenemos una buena habitación, con Internet a velocidad aceptable y una plaza de aparcamiento en la que está depositado el coche (ni se nos ocurriría movernos con él por esta ciudad). Nada más instalarnos, llamé a un amigo y compañero tinerfeño que se nos había adelantado (se trata del tal Bynyomin Ahronson que me viene comentando desde hace unos posts). Las dos parejas quedamos en la Karl Platz, junto a la deliciosa boca de metro de Otto Wagner y fuimos a cenar a uno de los tan populares restaurantes germánicos al aire libre. Luego pretendíamos ir a tomar unas copas y probar la popular sacher, pero empezó a llover y decidimos dejarlo ahí. Ellos se iban al día siguiente hacia Budapest mientras que nosotros nos preparábamos a pegarnos las obligadas caminatas.
Veo que te está resultando muy fructífero tu viaje danubiano. Me pregunto, eso sí, cuando encuentras tiempo para elaborar tan pormenorizadas crónicas del mismo, o quizás son los famosos ‘tiempos muertos’ de las habitaciones de hotel o los cafés. En fin, un saludo y sigue con tu disfrute y tu trayecto.
ResponderEliminarPues sí, Lansky, está resultando fructífero. En cuanto al tiempo, aciertas: se trata de dedicarle una horita al fnal de la jornada a poner por escrito lo hecho y visto durante el día. Me valdrá para luego ordenar las fotos y más adelante recordar la cantidad de sitios que estamos viendo. Puro turismo, al fin y al cabo.
ResponderEliminarEn cuanto a ti, ¿ya estás de vuelta de tus vacaciones?
Gamero, el actor secundario que murió hace poco, dejó dicha una frase memorable: "no le cuentes penas a tus amigos: que les divierta su puta madre". Es decir, mis vacaciones han sido un horror y, como amigo, no me importa contarte por correo aparte mis desventuras, pero a los trolls, lectores de paso y demás, ya sabes: que les diviertan sus parientes más cercanos.
ResponderEliminarNos tendrás que hacer al final una comparanza entre tu periplo y el de Magris, que al fin y al cabo algo tuvo que ver en la motivación de tu viaje. Ya sabes que comparto contigo, junto con otras muchas cosas, tu interés por la Mittleuropa (¿se dice así?, ahora no lo consulto), aunque reniego algo de gentes que no sabe sacarle buen partido al cerdo y hacen demasiadas salchichas y demasiadas pocas morcillas (del jamón, mejor ni hablamos)
Disfrute, amigacho