domingo, 29 de agosto de 2010

El sentido de la historia

En mis primeros años de universidad, como correspondía a la época y más en un país sudamericano bajo una dictadura militar sui generis, asumí con entusiasmo el marxismo. Naturalmente, a mis diecisiete años, lo que aprendí de marxismo no pasaba de unos pocos postulados básicos que funcionaban como mantras y que valían para explicar cualquier aspecto de la realidad. Era (y sigo siendo) bastante ignorante, pero lo peor es que entonces no lo sabía (ya sí). Tras leer el famosísimo "Los conceptos elementales del materialismo histórico" de la chilena Harnecker me consideraba con suficiente base teórica para juzgar acertadamente la complejidad de la realidad política y social. He de decir que, además del panfleto del Manifiesto Comunista, empecé a leer El Capital, pero no aguanté demasiadas páginas. En todo caso, debí pensar, lo importante es la acción, no perder el tiempo enfrascado en lecturas.

Uno de los dogmas que hice míos fue la concepción marxista de la historia. Es sabido que Marx, claramente influido por Hegel, reconocía una inteligibilidad en el devenir de los acontecimientos humanos. Hay una lógica en el curso de los hechos y se encuentra en las relaciones de producción; en contra del idealismo de Hegel (y no digamos de las explicaciones religiosas sobre el sentido de la vida terrenal), aparece el materialismo histórico. De alguna manera, de ahí viene una concepción determinista; concluiríamos que el sentido general (haciendo omisión de las desviaciones puntuales que no corrigen la tendencia) de la marcha de la historia viene marcado por la necesidad. En ese marco, las acciones de los hombres como individuos vendrían a ser, pensaba yo, la materialización ejecutiva de las fuerzas sociales, de las famosas relaciones de producción. Los hombres éramos los protagonistas de la historia en la medida de que éramos nosotros quienes la hacíamos realidad, quienes con nuestros actos hacíamos existir los "acontecimientos históricos". Pero era, en cierto modo, el protagonismo de un actor condicionado por el guión que en cada momento establecía el estado de las fuerzas sociales; un actor que sólo hacía lo que podía hacer, si bien tenía un relativamente amplio margen de improvisación. Los "grandes hombres", esos cuyos nombres van quedando registrados en los libros de historia, surgen como consecuencia del estado de las relaciones de producción en cada momento histórico y ponen sus notables cualidades individuales al servicio de la acción que les corresponde según su papel en ese proceso materialista o, lo que es lo mismo, según su pertenencia a una u otra clase social.

Treinta y cinco años después no creo que la explicación sea tan sencilla. De hecho, no estoy nada seguro de que la historia, el devenir de los acontecimientos que va viviendo nuestra especie, sea siquiera inteligible. Lo cual no impide reconocer que es verdad que hay un sistema socioeconómico que marca una fortísima inercia al curso de los hechos y, por tanto, condiciona mucho el marco de lo que puede ocurrir. Pero dudo que se pueda hablar de determinismo o de necesidad, todo lo más de tendencias. La verdad es que, las explicaciones de las actuaciones humanas individuales con las sencillas recetas marxistas, a medida que iba haciéndome mayor, cada vez me satisfacían menos. Cierto es, por ejemplo, que nuestra guerra civil fue la expresión de un conflicto entre dos modelos productivos (y de sociedad), pero no menos que igual que ocurrió podría no haber ocurrido y que en las motivaciones de los actos individuales que condujeron a ella no basta con argumentos clasistas, ya que muchas son las eternas malditas pasiones del ser humano. Cuanto más conozco biografías concretas, más me convenzo de que el azar (o mejor, el caos, en cuanto las acciones resultantes obedecen las más de las veces a tantos y tan distintas causas que juzgo estéril intentar sistematizarlas) juega un papel clave en la conformación de la historia. Y, en ese sentido, incluyo las acciones de los hombres concretos bajo el término azar.

3 comentarios:

  1. Estimado Panciutti:
    Sé que eres un ferviente seguidor de la creencia en la superioridad de la razón y, por eso me parece totalmente coherente tu reconocimiento como seguidor de Hegel y Marx.
    Lo cierto es que la ideología comunista fue otra ilusión sustitutoria ante el vacío que se experimenta al reconocer que las religiones convencionales no tienen fundamento. Muchos han caído en sus redes, en su voluntad de cambiar el mundo, pero lo cierto es que, por lo general, también conduce a una nueva desilusión. Ampliando el campo se podría aplicar la nostálgica sentencia que diría Willi Brandt ¿Quién no ha sido anarquista en su juventud?
    Pero ha llovido mucho desde que esos autores escribieron sus conocidos textos filosóficos y deberías seguir profundizando en tus lecturas filosóficas, ya que nos dan algún consuelo en este vano intento por comprender el desastre que nos rodea.
    En relación a lo que relatas, te recomendaría para empezar las Tesis sobre filosofía de la historia, donde Walter Benjamín expone su visión del acontecer histórico a través del Angelus Novus, un cuadro de su amigo Paul Klee, que representa al Ángel de la Historia. Un personaje que contempla el pasado mientras la tormenta que generó la pérdida del Paraíso lo impulsa de espaldas hacia el futuro. En el dibujo de Klee, el ángel aparece con las alas desplegadas aguantando el embate de las fuerzas del momento, la boca y los ojos abiertos en actitud de asombro; solo trata de observar lo que es visible en lo ya sucedido y el futuro solo es una posibilidad de redención. Así lo explica otro filósofo extraordinario, el italiano Massimo Cacciari que leo últimamente.
    Vivimos rodeados de los fragmentos que ha originado la explosión de la catástrofe. Solo podemos contemplar la forma en que se disponen porque nos ha sido negada la recomposición de la figura anterior. No podemos sino asumir el continuo amontonamiento de las ruinas, sin esperanza en lograr la recomposición.
    Por ello, solo nos queda la voluntad ligada al lenguaje para explicar el carácter de esos restos. La narración de nuestra impotencia.

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  2. Hasta tres ejemplares el Marta Hanecker llegué a comprarme (con harto esfuerzo dada mi extrema penuria en esa época). Siempre acababa regalándolo a alguien a quien yo pensaba que su lectura podría convertir a la fe verdadera. Un día me dio por reflexionar sobre mí mismo y sobre el propio libro y descubrí que éste funcionaba como un catecismo y yo como un misionero.

    De todas formas nop tanto el materialismo histórico como el descubrimientos de los mecanismos de la explotación siguen siendo parte importantes de la teoría marxista que sigo aplicando a la hora de tratar de entender la realidad.

    Tengo impresas tus aventuras viajeras, para una mañana de estas, en una hamaca en mi patio, saborearlas de un tirón como se merecen,

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  3. Vaya, ese libro me sirvió para marcarme un rumbo y lo que yo creí, la comprensión del entorno social; ahora, ni siquiera me tomaría la molestia de hojearlo porque, si creyese necesario entender con precisión los conceptos del materialismo histórico, mejor sería acudir directamente a Marx, pero, en mi caso ¿para qué?, pues, no obstante ser de mi interés, casi nunca abordo temas socio-económicos, y por eso, quiero atenerme a la famosa tesis sobre Feurbach en el sentido de que los que se dedican a la filosofía no han hecho más que interpretar el mundo y de lo que se trata es de cambiarlo (aunque sea poquito a poquito, digo yo). Lo contrario, en mi caso, insisto, sería diletantismo, que me repuga.

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