Miércoles 25: el último día de vacaciones foráneas, porque el jueves lo pasaríamos, en gran parte, volando de regreso. Y sólo disponíamos de medio día, porque después de almorzar había que ir al hotel final, pegado al aeropuerto, y una vez dejadas allí las maletas, a devolver el coche de alquiler. Tampoco es que nos agobiara la falta de tiempo porque ya estábamos bastante cansados de patear ciudades; de otra parte, es mi tercera visita a Munich, y en las dos anteriores he estado bastante tiempo, por lo que no siento demasiadas ganas de darme la paliza.
Así que salimos a pasear por el centro sin rumbo preciso. La primera parada en la Karlplatz, para fisgonear en una tienda de maletas que estaba en rebajas; seleccionamos una bolsa negra con ruedas cuya compra postergamos hasta nuestra vuelta. Luego pasamos de nuevo por la Marienplatz y coincidimos con el show del carrillón y figuritas móviles de la torre del Rathaus. De ahí K entró en una tienda de recuerdos, empeñada en comprarse alguna postal bonita de Munich y un imán de la ciudad, para su colección de la nevera y el microondas. Encontró dos postales y un imán de su gusto al exorbitado precio de 12 euros; indignado por el abuso decidí que no pagaría más de la mitad por las tres cosas.
Más callejeo hasta que aparecemos en el Viktualienmarkt, el famoso mercado, donde gastamos un buen rato viendo las típicas cosillas artesanales. Resulta que a la hija de K, de pequeña, le pusieron como mote el de ardilla y K andaba buscando un peluche de este animal para llevárselo. En uno de los puestos una chica vendía un montón de animalitos hechos con corcho y pinocha, bastante curiosos, la verdad. Entre ellos, por fin, había ardillas y K, tan contenta, compró una pequeñita. Esa noche, sin embargo, cuando terminábamos de hacer el equipaje (incluyendo la nueva bolsa negra que adquirimos de regreso en la tienda inicial), la ardillita no estaba. Ya habíamos devuelto el coche, pero ahí estoy casi seguro de que no se quedó pues lo comprobamos bien. La única explicación es que se nos cayera en el parking del hotel muniqués. En todo caso, tengo la intuición de que la ardilla esa le tiene miedo a los aviones y, oliéndose que le esperaban dos seguidos, ella misma decidió escaquearse. Pero también creo que tiene intención de venirse a vivir con la hija de K y probablemente ahora debe estar atravesando los bosques europeos en dirección este; calculo que antes de navidades la tendremos por aquí.
Y poco más. Almorzamos en una terraza en el Hofgarten, caminamos luego hacia la Konigsplatz para volver a comprobar la obsesión de los monarcas bávaros con la arquitectura griega, y ya dimos la vuelta para comprar la maleta y tomarnos los últimos cafés en Munich. Después enfilar con el coche hacia el aeropuerto (nada más que un error en la salida de la ciudad) y atravesarlo para llegar al hotel que había reservado en sus proximidades. Descargar las maletas, vaciar bien el coche y llevarlo hasta el autorental return, que está organizado con mucha eficiencia. Ya que estábamos ahí, aprovechamos para conseguir las tarjetas de embarque y comprarnos unas galletas y unas papas fritas, mientras esperábamos el autocar de nuestro nuevo hotel. Para acabar el día, cenamos sendas pizzas (de las congeladas) en el bar de ese hotel, y a la habitación a acostarse lo antes posible (no fue tan pronto como habríamos debido) que al día siguiente teníamos que estar en pie a las cinco y media.
El día siguiente, este jueves pasado, podría contarse como el 22º pero, más que vacacional, fue una jornada de mero desplazamiento aéreo con espera intermedia en Barajas. Así que, con este post, doy por concluida esta serie a modo de diario de viaje. En este fin de semana hemos de ordenar las fotos y aprovecharé para ilustrar los posts ya escritos. Se acabaron las vacaciones.
Así que salimos a pasear por el centro sin rumbo preciso. La primera parada en la Karlplatz, para fisgonear en una tienda de maletas que estaba en rebajas; seleccionamos una bolsa negra con ruedas cuya compra postergamos hasta nuestra vuelta. Luego pasamos de nuevo por la Marienplatz y coincidimos con el show del carrillón y figuritas móviles de la torre del Rathaus. De ahí K entró en una tienda de recuerdos, empeñada en comprarse alguna postal bonita de Munich y un imán de la ciudad, para su colección de la nevera y el microondas. Encontró dos postales y un imán de su gusto al exorbitado precio de 12 euros; indignado por el abuso decidí que no pagaría más de la mitad por las tres cosas.
Más callejeo hasta que aparecemos en el Viktualienmarkt, el famoso mercado, donde gastamos un buen rato viendo las típicas cosillas artesanales. Resulta que a la hija de K, de pequeña, le pusieron como mote el de ardilla y K andaba buscando un peluche de este animal para llevárselo. En uno de los puestos una chica vendía un montón de animalitos hechos con corcho y pinocha, bastante curiosos, la verdad. Entre ellos, por fin, había ardillas y K, tan contenta, compró una pequeñita. Esa noche, sin embargo, cuando terminábamos de hacer el equipaje (incluyendo la nueva bolsa negra que adquirimos de regreso en la tienda inicial), la ardillita no estaba. Ya habíamos devuelto el coche, pero ahí estoy casi seguro de que no se quedó pues lo comprobamos bien. La única explicación es que se nos cayera en el parking del hotel muniqués. En todo caso, tengo la intuición de que la ardilla esa le tiene miedo a los aviones y, oliéndose que le esperaban dos seguidos, ella misma decidió escaquearse. Pero también creo que tiene intención de venirse a vivir con la hija de K y probablemente ahora debe estar atravesando los bosques europeos en dirección este; calculo que antes de navidades la tendremos por aquí.
Y poco más. Almorzamos en una terraza en el Hofgarten, caminamos luego hacia la Konigsplatz para volver a comprobar la obsesión de los monarcas bávaros con la arquitectura griega, y ya dimos la vuelta para comprar la maleta y tomarnos los últimos cafés en Munich. Después enfilar con el coche hacia el aeropuerto (nada más que un error en la salida de la ciudad) y atravesarlo para llegar al hotel que había reservado en sus proximidades. Descargar las maletas, vaciar bien el coche y llevarlo hasta el autorental return, que está organizado con mucha eficiencia. Ya que estábamos ahí, aprovechamos para conseguir las tarjetas de embarque y comprarnos unas galletas y unas papas fritas, mientras esperábamos el autocar de nuestro nuevo hotel. Para acabar el día, cenamos sendas pizzas (de las congeladas) en el bar de ese hotel, y a la habitación a acostarse lo antes posible (no fue tan pronto como habríamos debido) que al día siguiente teníamos que estar en pie a las cinco y media.
El día siguiente, este jueves pasado, podría contarse como el 22º pero, más que vacacional, fue una jornada de mero desplazamiento aéreo con espera intermedia en Barajas. Así que, con este post, doy por concluida esta serie a modo de diario de viaje. En este fin de semana hemos de ordenar las fotos y aprovecharé para ilustrar los posts ya escritos. Se acabaron las vacaciones.
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
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