Dice Sabina en una de sus canciones que "hay mujeres que ni cuando mienten dicen la verdad" (*). Puede ser; puede ser que haya mujeres así, pero yo no me he encontrado con ninguna (o a lo peor sí: que me hayan engañado tan bien que ni me he dado cuenta). Lo normal, sin embargo, es que las mujeres (supongo que igual los hombres, pero no viene al caso, a mi caso) cuando mienten digan la verdad, más verdad que la que te dirían si no mintieran, si callaran, por ejemplo.
La clave, como siempre, está en saber cuáles son los mensajes que implican las mentiras; la "verdad de las mentiras", para parafrasear al reciente Nobel (aunque él se refería a otras cosas). Primero habrá que saber que te han mentido, me dirá alguien. Sí, claro, lo doy por supuesto; pero conocido es que la mentira tiene las patas cortas o que antes se coge a un mentiroso que a un cojo. Y eso incluso admitiendo que las mujeres mienten mucho mejor que nosotros o quizá que nosotros (o yo, para no generalizar a todo mi sexo) somos bastante menos observadores que ellas.
Naturalmente, sobra advertir que quien te ha mentido no te va a decir cuál es la verdad de la mentira, ni cabe la pregunta directa. De hecho, la mentira es la prueba más evidente de que no existe la confianza necesaria para que haya comunicación franca. Es muy probable, en bastantes casos, que justamente ésa sea una parte significativa del mensaje: no hay tal confianza entre nosotros; no hay ni debe haber la que tú puede que estés creyendo que hay o puede haber.
En cierto sentido, es de agradecer que, aunque sea mediante una mentira, te hagan llegar el mensaje. Quizá uno preferiría, normalmente, que le digan las cosas de frente, con sinceridad, porque una mentira, por tonta que sea, siempre duele algo, te deja una sensación de daño inmerecido. Pero a veces la persona que te miente no tiene otra opción que la mentira para hacerte llegar el mensaje y a uno, en el fondo, sólo le queda asumir la lección y aceptar los condicionantes de la realidad que le toca (y que nunca había vivido hasta estos últimos años).
La clave, como siempre, está en saber cuáles son los mensajes que implican las mentiras; la "verdad de las mentiras", para parafrasear al reciente Nobel (aunque él se refería a otras cosas). Primero habrá que saber que te han mentido, me dirá alguien. Sí, claro, lo doy por supuesto; pero conocido es que la mentira tiene las patas cortas o que antes se coge a un mentiroso que a un cojo. Y eso incluso admitiendo que las mujeres mienten mucho mejor que nosotros o quizá que nosotros (o yo, para no generalizar a todo mi sexo) somos bastante menos observadores que ellas.
Naturalmente, sobra advertir que quien te ha mentido no te va a decir cuál es la verdad de la mentira, ni cabe la pregunta directa. De hecho, la mentira es la prueba más evidente de que no existe la confianza necesaria para que haya comunicación franca. Es muy probable, en bastantes casos, que justamente ésa sea una parte significativa del mensaje: no hay tal confianza entre nosotros; no hay ni debe haber la que tú puede que estés creyendo que hay o puede haber.
En cierto sentido, es de agradecer que, aunque sea mediante una mentira, te hagan llegar el mensaje. Quizá uno preferiría, normalmente, que le digan las cosas de frente, con sinceridad, porque una mentira, por tonta que sea, siempre duele algo, te deja una sensación de daño inmerecido. Pero a veces la persona que te miente no tiene otra opción que la mentira para hacerte llegar el mensaje y a uno, en el fondo, sólo le queda asumir la lección y aceptar los condicionantes de la realidad que le toca (y que nunca había vivido hasta estos últimos años).
(*) Esta canción la escuché en directo en el Teatro Salamanca de Madrid en el año 86, cantada por Ricardo Solfa (uno de los alteregos del catalán Jaume Sisa). Durante muchos años pensé que no era de Sabina hasta que, hace relativamente poco, me enteré de que la letra (que es lo que viene a cuento en este post) sí es suya. Por cierto, ese concierto fue esplendoroso y más cuando lo recuerdas pasados tantos años; de hecho fue a partir de ahí que Sabina empezó a hacerse famoso (y que conste que yo ya lo había oído una vez en directo, con Javier Krahe y Alberto Pérez, en La Mandrágora, otro de los míticos locales del Madrid ochentero).
La Mandrágora…en aquel sotanillo de la Cava Baja madrileña. De ahí tomaron el nombre el grupetto. Luego se mudaron al Elígeme, en Malasaña (San Vicente Ferrer), que también frecuenté mucho y en el que ya fueron socios propietarios con Aute, aunque el mejor de ellos (persona, digo) Javier empezó a beberse sus ganancias en gin tonic. Recuerdo una camarera preciosa y lesbiana, a la que todos hacíamos bromas con afanes apenas encubiertos‘proselitistas’, recuerdo a Sisa dándose un garbeo por allí de visita a los madriles, pero sobre todo reconozco a un joven del que espero que aún quede algo dentro de mí, (en plan Modugno).
ResponderEliminarPor cierto, las mentiras a veces son la cortesía que elimina como un lubricante las fricciones de esta vida. Y sólo los insensatos inmaduros y adolescentes le dan a la sinceridad un valor supremo y por encima, por ejemplo, de la compasión o la buena educación.
Estuve unas cuantas veces en el Elígeme (Malasaña por aquellos primeros ochenta era casi "mi" barrio) pero no sabía que el grupetto (como los llamas) fueran propietarios. De hecho, ni siquiera recuerdo habérmelos topado nunca. De todas formas, yo era demasiado crío por aquel entonces (veintipocos).
ResponderEliminarDetrás del pequeño escenario, hacia los camerinos, había una escalera que bajaba supuestamente a un almacen de los típicos de guardar las cajas de bebidas; allí instalaron una mesa de billar de tres bandas y aparecían los íntimos, pero también pululaban los cuatro (Krahe, Aute, Sabina, el Pérez, y Antonio Sánchez, el guitarrero...), aunque casi nunca en fin de semana)
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con Lansky en cuanto a la utilidad social, casi diría imprescindibilidad, de la mentira. Y reivindico mi derecho a mentir. Lo tengo clarísimo en la teoría, lo que, en la práctica, me permite no tener que recurrir a la mentira casi nunca; porque hay que reconocer que, aunque útil con frecuencia y necesaria en ocasiones, es también francamente incómoda, y bastante difícil de manejar. Por eso la sinceridad a ultranza me parece, más que nada, un rasgo de cómodo egoismo. Decir siempre la verdad, pase lo que pase, no deja de ser una forma, injustamente bien vista, de irresponsabilidad.
ResponderEliminarVisité un par de veces la Mandrágora, ya no sé si en los últimos setenta o en los primeros ochenta, cuando cantaban juntos Krahe, Sabina y Pérez. (De este último, por cierto, me gustaría saber qué ha sido.) Creo que conservo, incluso, una cassette grabada allí en directo.
Vanbrugh:
ResponderEliminarAlberto Pérez, alias El trovador paisajista, sigue por ahí, aunque sin tanto éxito como sus dos compinches y sobre todo, Sabina, pero tiene hasta página web, me dicen...
http://albertoperez.info/
ResponderEliminarUfff !
ResponderEliminarLa Mandrágora, el Elígeme, las anteriores cuevas de Sésamo (donde los asiduos escribíamos 'sentencias' en las paredes o garrapateadas con un palillo de dientes en un plato de café previamente tiznado con el humo de un mechero; Oliver luego; otro bareto en no recuerdo que travesía entre Hortaleza y Fuencarral...
Olvido otros antros.
Noches de alcohol, ligoteo y charlas - a veces con cierto sentido.
...y nos perdimos la recoleta vida de convento. Todo tiene un precio...
ResponderEliminarPanda de viejos nostálgicos estamos hechos ... Y sobreel tema del post apenas nadie comenta.
ResponderEliminarY.... ¿Qué comentar del post si tú mismo abres y cierras el círculo? Apenas queda resquicio por donde darte más la razón o ponerla en duda.
ResponderEliminarQueda casi todo dicho; estamos, (estoy) de acuerdo con las reflexiones.
Mentir es casi una necesidad tratándose de 'ellas', con ellas.
Solo en casos muy determinantes conviene decir la pura verdad.
Sobre todo, considero que hay que decir la verdad cuando la sarta de mentiras ya es un disparate por ambos lados.
Es más: ni siquiera sé si esto último sea verdad o mentira...
Vuelvo al tema del post, Miroslav, no te enfades:"De hecho, la mentira es la prueba más evidente de que no existe la confianza necesaria para que haya comunicación franca", dices en el post. Quitando el "franca", que le da a la afirmación un tono moralista a mi juicio fuera de lugar, esa es, creo, la clave de la cuestión: el grado de verdad que puede y debe soportar, es, exactamente, lo que nos dice de qué clase de relación se trata -si existe o no la confianza necesaria...-
ResponderEliminarAntes que nada debo matizar un poco mi anterior afirmación: yo no soy tan partidario de la mentira -siempre fea, sobre todo cuando la llamamos así- como de una prudente administración de la verdad, que es una mercancía no solo escasa, y por tanto valiosa, sino, sobre todo, muy peligrosa. No creo, por ello, tener ninguna obligación genérica y a priori de decir la verdad, menos aún de decir toda la verdad y no siempre, tampoco, de decir nada más que la verdad. La verdad que yo conozco la otorgo, como un don y sin obligación alguna, a los que creo que la merecen. Y la niego, con todo mi derecho, a aquellos de los que temo que harán mal uso de ella, o que les perjudicará, o simplemente que no la necesitan para nada. En el legítimo empeño de negar la verdad a estos últimos hay un medio irreprochable, que es el de callarla. Y si no fuera suficiente este, hay otros: embellecerla, empaquetarla, sustituirla por sucedáneos más cómodos o útiles, lo que comunmente se llama mentir, que pueden ser, según las circunstancias, igualmente legítimos. Lo que sucede con estos últimos métodos, a los que por abreviar llamaré mentiras, es, en primer lugar, que tienen una inmerecida mala prensa, fruto de la no siempre beneficiosa influencia del protestantismo. Y, en segundo lugar, que su empleo es casi igual de peligroso, y bastante más complicado, que la administración de la verdad en estado puro, por lo que deben ser empleados con moderación, discernimiento y discreción. He dicho.
Las verdades absolutas son tóxicas, además de una grosería: 'te quedan pocos años de vida', 'qué estropeado estás', 'al final no eras tan listo como creías de joven', 'aquel libro tuyo era una mierda', 'espropeaste aquella relación por (táchese lo que no proceda): gilipollas, impaciente, icntinente, rijoso', 'tienes cáncer, te quedan meses de vida'...
ResponderEliminarY "las verdades del barquero", "decirle cuatro verdades", "soltárselas a la cara", "con franqueza", "en confianza", "me vas a permitir que te diga una cosa", "sé que te va a doler, pero debes saber"...
Hay mentiras corteses, el lubricante en las relaciones que mencionaba en mi anterior comentario y al que se adhería Vanbrugh. Y hay mentiras interesadas, esas son como robar en una relación, propiamente se las pueden llamar engaños. Y hay, como dije, una actitud ingenua y sobrevaloradora de la franqueza.
La verdad absoluta como aspiración no es sensata en las relaciones, sólo en la ciencia, en la filosofía, en la Historia, y más como aspiraciones asintóticas que como metas definitivas. Y no olvides que siempre son más revolucionarias las preguntas, las respuestas siempre, en cambio, son más conservadoras.
Hala, ya está, ¿contento? ¿Podemos ahora seguir hablando de nuestra loca juventud perdida? Me acuerdo de la camarera aquella..., un día fuí y le dije una mentirijilla, le dije...
¿Te perdiste la recoleta vida de convento, Lansky? ¿Entre las que sedujiste con tus mentirijillas no habia, pues, ninguna monja?
ResponderEliminar(Mi ordenador ha dejado su juventud tan atras como nosotros -proporcionalmente hablando- y esta lleno de rarezas inexplicables. En dias alternos, por ejemplo, se niega a dejarme poner acentos. Hoy le toca.)
También hay mentiras innecesarias, aquellas que sueltas para justificarte sin que nadie te haya pedido explicaciones.
ResponderEliminarPuedes volver a tu loca juventud perdida; describe detalladamente lo que pasó con aquella camarera "en cuyas caderas no se ponía el sol".
ResponderEliminarPero, en todo caso, el tema no era la verdad y su innecesariedad o, mucha sveces, su improcedencia. Sino el mensaje que te dicen (la verdad) cuando te mienten. Sobre todo, como dice Amarante, en las mentiras gratuitas. Y, respetando el derecho de todos a la mentira o, mejor, a administrar la verdad como nos dé la gana, y estando también de acuerdo en la sobrevaloración de la sinceridad, en especial en la vida social cotidiana, el entorno al que me estaba refiriendo era el de una relación de confianza. En fin, que no me estoy explicando nada bien ...
mentiras gratuitas...
ResponderEliminarMe da la impresión que pueden terminar saliendo caras. En cuanto a las mentiras inncesarias que dice Amaranta, me da la impresión de que al menos son 'necesarias' para el que las dice.
Pero he conocido mentirosos compulsivos, que adornan continuamente su realidad personal, exagerándola normalmente. Son personas dignas de lástima que creo que evidencia su insatisfacción, y esa es su verdad, la verdad de la smentiras
Tú te estás explicando perfectamente, Miroslav; solo ocurre que tus contertulios nos vamos por donde nos da la gana, como suele suceder. Un blog es como la vida misma. ¿Tú has visto alguna vez, fuera de congresos y simposios especializados, que una conversación mantenga el rumbo inicial durante más de dos intervenciones, sin que medie el empleo de la fuerza?
ResponderEliminarEfectivamente, cualquier mentira que te digan es un dato más del mundo real, y la observación atenta de los datos que nos da el mundo real siempre nos acaba llevando a reconstruir la verdad. Eso lo sabe muy bien la policía.
Un motivo más, volviendo a llevar el agua a mi molino, para mentir con tranquilidad de conciencia: mi mentira no deja de ser una herramienta más que pongo a disposición de mi interlocutor para que, si quiere, averigüe a través de ella la verdad. Una cortés forma de ponerla a su alcance sin imponérsela.
(No sé si alguno de los que hayáis leído estos comentarios míos volveréis a fiaros alguna vez de nada que yo diga. Solo puedo decir que, a pesar de cuanto aquí digo, en la práctica miento rara vez. Puro egoismo, me resulta francamente incómodo.)
No veo po qué excluyes de esa deriva del rumbo inical de un discurso, Vanbrugh, a los simposios y congresos, pasa siempre en los turnos de preguntas (en realidad mini conferencias, o no tan minis, que dan los falsos preguntadores)
ResponderEliminarLos excluyo porque nunca he estado en ninguno y, desde fuera, se ven con mucho respeto. Que tenía esa esperanza, vaya...
ResponderEliminarEs muy difícil poder mentir cuando se desconoce la verdad. Porque metafísicamente, la verdad, toda la verdad no existe, o al menos no tenemos acceso a ella. Entonces, nos movemos en una superficialidad dónde decir verdades o mentiras se trata más bien de aproximaciones personales para con el otro y que dejan traslucir una intención: “Quiero que me comprendas”, “Que tengas ésta imagen de mí” o “Me importa un bledo lo que pienses de mí”. Más que las verdades o las mentiras, lo que a mí me interesa de los otros es el grado de conocimiento y actitud hacia mi persona, es decir con un amigo o una novia, uno debe sincerarse (sabiendo dosificarse), ya que siempre te interpretarán benévolamente, o en caso contrario te interpelarán, mientras que con un desconocido o un enemigo, se trata sólo de reflejar una imagen conveniente (es mejor ocultarse y que no te conozcan demasiado). En cualquier caso la búsqueda de la verdad es un objetivo primordial de cada persona, y para ello es muy bueno sacarla a la luz y compartir con los demás lo que nosotros creemos que es la verdad, para darnos cuenta de cuan lejos estamos aún de ella.
ResponderEliminarEn Fortunata y Jacinta, que ahora estoy releyendo con un placer que no es casi de este mundo, Galdós demuestra magistralmente como Juanito Santacruz utiliza las verdades que le suelta a su recién esposada Jacinta sobre su vida pasada como un puñetero deshaogo. Y uno pinesa que se podía desahogar en otro sitio y no en la pobre casadita.
ResponderEliminarYo también estoy releyendo Fortunata y Jacinta (¡curiosa coincidencia!) y no acabo de estar de acuerdo. Santacruz no tiene tantas ganas de contarle a Jacinta sus aventuras prematrimoniales como Jacinta de conocerlas. Es ella la que le tira de la lengua, empeñada en saber lo que maldita la falta que le hace. Una víctima más de esa irracional adoración por "la verdad a toda costa" que nos aqueja. Si aprendiéramos que "la verdad" es, en primer lugar, bastante relativa, como bien señala Atman; y, en segundo, un valor secundario, conveniente solo en la medida en que sea útil a otros fines más importantes, -la felicidad, por ejemplo- pero en absoluto prioritario ni importante por sí mismo...
ResponderEliminar¿Y no resulta bastante incómodo saber descifrar la verdad de una mentira? Más que nada porque en definitiva tener la certeza de que te mienten y tener que tragar por educación es bastante desquiciante. Por eso las mentiras gratuitas se me hacen difíciles de tragar, al fin y al cabo quien no pregunta es porque no quiere saber ¿o no?. Si preguntas ya te estás arriesgando a que te mientan pero si no ¿realmente es necesario que la gente comulgue con ruedas de molino?.
ResponderEliminarLa sinceridad es la que está sobrevalorada en esta sociedad, más que nada porque hay mucha gente maleducada. Pero realmente la verdad, nunca está suficientemente bien valorada. Porque la sinceridad no implica que estés diciendo "una verdad", lo que implica es decir lo que piensas, y eso como bien indicáis en determinadas ocasionas es de mala educación.
Decir la verdad, no implica sinceridad, sino más bien valentía y objetividad. Y es muy complicado.
No convirtamos esto, vanbrugh, en una análisis de textos: son "ciertas" ambas versiones, Santacruz, aprovechando la borrachera (la verdad de los borrachos) usa a Jacinta de desahogo, que a su vez le ha estado tirando de la lengua durante días, pesadísima, y al final asiste aterrada a la 'verdad'. Verosimil como la vida misma, que ee lo importante en el arte, lo que hace verdaderas a las mentiras literarias
ResponderEliminarY NO y NO: la verdad NO es relativa, lo diga Atman o los digas tu, en ciertas áreas, como las ciencias 'duras' o ciencias a secas, no, de ningún modo, sino algo mucho más bonito: provisional. Apañados estaríamos sino el 2º Principio de la Termodinámica o la Ley de la Gravitación Universal fueran relativas; pero, pueden ser provisionales, por ejemplo cuando al teoría M consiga (si lo consigue) unificar la cuántica y la relatividad. Epistemología pura y dura. Lo que es relativo es que yo sea, por ejemplo, más listo que tú o lea mejor a Galdos
Lo que dice Aamaranta supoongo que es cierto, incluso obvio...pero...
Antes de leer tu anterior respuesta, Vanbrugh, te iba a decir que parecía que no habías estado nunca en un Congreso. Porque, como bien dice Lansky, no es que sean excepción es que son casi el mejor paradigma de la desviación del tema central. Los odiosos cretinos de la sala que piden turno de palabra y dicen: "bueno, esto no es exactamente una pregunta ..." y se sueltan un rollo de diez minutos que, para colmo, es pura vanidad hueca que nada tiene que ver con la conferencia. O los pedantes que te presentan y aprovechan para soltar un rollo también "impertinente" (no pertinente) con la única finalidad del puro lucimiento.
ResponderEliminarDe todas maneras, bienvenida sea la desviación del tema central en los comentarios; no seré yo quien la censure aunque confiese que a veces echo en falta que la gente vaya al quid del asunto (porque con frecuencia me gustaría saber lo que piensan algunos sobre ello). No obstante, prometo un post sobre mi actitud (reconozco que algo enfermiza) ante la pertinencia en la comunicación cotidiana.
sois todos unos mentirosos
ResponderEliminarHay un concurso que se llama el juego de tu vida. Donde por contestar a 21 preguntas diciendo la verdad te llevas 100.000 euros. Y es curioso porque se supone que vas a un programa así, mientas o digas la verdad está claro que te dejan al descubierto, así que supongo que si vas, vas con todas las consecuencias. Entonces ¿dónde está el truco para que la gente no se lleve los 100.000 euros?. Pues en lo que yo he apuntado, sinceridad y decir la verdad son cosas diferentes. Hay preguntas que se refieren a lo que piensas y ahí los concursantes caen como moscas. El chico de anoche se llevó los cien mil euros, porque se ve que llevó a la misma conclusión que yo y cuando llegó a la última pregunta y se la realizaron no quiso contestar (tienen la posibilidad de utlizar un comodín) porque se refería a su pensamiento no a los hechos. Y se los llevó el jodido.
ResponderEliminarVaya revuelo se ha armado con este post! Mentiras, mentiras... si estamos rodeados! Pero si tenemos tan clara su función (y estoy de acuerdo con la mayoría de lo que aquí se ha comentado) ¿por qué nos duele, aunque sea un poco, ser mentidos? Vamos a repasar el capítulo de las expectativas Miros, que a lo mejor va por ahí...
ResponderEliminarUn beso muy grande!
Zaffe: Muy sagaz tu apunte. En efecto, puede que el que nos duela que nos mientan tenga mucho que ver con lo que esperamos de la persona que lo hace. Claro que se me ocurre que hay diversos tipos de expectativas. En cualquier caso, tu comentario me reafirma en la idea de que cuanto menos nos afecten los comportamientos ajenos, mejor. Algo en o que creo aunque diste mucho de lograrlo. Un beso
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