La que sigue es una historieta tan absurda que se me antoja increíble que pueda haber ocurrido en el mundo real de la segunda década del siglo XXI pero, según asegura su protagonista, así ha sido. Ésta se llama Ana y es una chica tinerfeña de treinta y pocos, licenciada en filología inglesa, que acaba de volver a la isla después de acabar dos años de convivencia matrimonial estadounidense. Lo alucinante es el motivo de tal finalización.
Ana conoció al que todavía es su marido en un foro internáutico de traductores inglés/español y viceversa. Brandon, que así se llama, es profesor de periodismo en una universidad de Des Moines, Iowa, y traductor aficionado de novelistas españolas de la posguerra. Descubrir en el otro la apasionada atracción literaria por Carmen Laforet fue lo que hizo que, de dejarse textos públicos más o menos fríos y profesionales sobre matices connotativos de distintos giros idiomáticos, pasaran a intercambiar mensajes privados que se fueron deslizando hacia facetas cada vez más íntimas, con la premura que suele darse en Internet (y que sigue sorprendiendo cuando se compara con las resistencias que esta evolución presenta en la llamada vida real). Zanjaré la introducción diciendo que tras algo menos de dos años de contacto virtual y sendos viajes de cada uno al lugar del otro, muy enamorados, decidieron casarse.
Cuál sería el domicilio conyugal estuvo claro desde muy pronto: había de ser la capital del anodino estado de Iowa. Primero y fundamentalmente porque Brandon tenía un estupendo trabajo y una magnífica vivienda en una buena urbanización junto a un club de golf y, en cambio, Ana apenas disponía de eventuales sustituciones en colegios de la Isla. En segundo lugar, el inglés de Ana era bastante mejor que el español de su marido. Por último, el yanqui era ya talludito, unos quince años mayor que ella, y se dio por sobreentendido que las diferencias de edades aconsejaban que fuera Ana la que se lanzara a la aventura, si bien con el puerto abrigado que había de ser su futuro cónyuge.
Instalada en Des Moines, Ana se empeñó en buscar trabajo. La cosa no fue fácil pues eran los primeros momentos de la crisis, cuando no estaba el horno para demasiados bollos y menos con los extranjeros. Los primeros meses, sola la mayor parte del tiempo, Ana descubrió que la ciudad era mortalmente aburrida y casi todos los vecinos que iba conociendo le parecían de encefalogramas planos. Por fin, gracias a los contactos de Brandon, consiguió un empleo como profesora de español en una High School no demasiado lejana de su casa (aunque había de desplazarse en coche) y se volcó en su nueva actividad docente con todo el entusiasmo y energía que había mantenido en la reserva.
El primer año de clases todo fue razonablemente bien. Según ella cuenta, encajó sin ningún problema entre profesores y alumnos y se sintió más a gusto de lo que esperaba enseñando a unos adolescentes bastante brutos a quienes sólo parecía apasionarles la liga de fútbol americano en la que competía su High School. Al siguiente año, sin embargo, empezaron los problemas, que en una surrealista espiral la llevaron a ser casi acusada de acoso sexual. Llegados a este punto diré que la chica tiene una figura bastante agradable, a la que contribuyen unos pechos muy bien formados y colocados. Ahora bien, siendo bonitos, como toda ella en su conjunto, tampoco son nada excepcionales en lo que a tamaño se refiere; dignos de una mirada apreciativa, desde luego, pero para nada de los que sobresaltan por sus dimensiones.
La cosa es que, desde los primeros meses, se fijó en un chico que parecía continuamente perder la atención en clase. Lo curioso es que el chaval pasaba por ser de los mejores en el resto de las asignaturas y también traía excelentes notas en español del curso anterior. Un día, al sonar el timbre del fin de la clase y cuando todos se levantaban a toda prisa para ir al recreo, le pidió a Jason que se quedara un rato para hablar con él. En una conversación entrecortada y bastante embarazosa, al final el muchacho le confesó que su bajo rendimiento se debía a que estaba obsesionado con las tetas de la profesora (your big boobs, dijo). Ella cuenta que no supo cómo reaccionar, máxime cuando en absoluto era consciente de que pudiera causar ese efecto. Supongo que a Ana, como a toda chica joven, le gustaría verse guapa, pero ella asegura que no iba al instituto nada provocativa, que, por ejemplo, no vestía camisetas ajustadas que le resaltaran los pechos.
Por supuesto, descontada la desagradable sorpresa, Ana pensó que ahí quedaría el asunto y hablando con el chico trató de restarle toda importancia. Sin embargo, como una semana después, Jason se le presentó una tarde en su casa mientras estaba sola y le montó una escena de lo más incómoda en la que, alternando entre la ira y el llanto, le declaraba torpemente su obsesión enamoradiza y, al mismo tiempo, le pedía que dejara el colegio porque "le estaba destrozando su equilibrio emocional". Aunque no llegó a pasar nada, Ana intuyó que no del todo conscientemente el muchacho pretendía que ella adoptara alguna suerte de iniciativa sexual. Por supuesto, ni se le ocurrió dar el mínimo pie a que pudiese interpretarse ninguna acción suya en ese sentido ("no sólo porque tendría que estar loca conociendo a los gringos en ese aspecto, sino porque, por Dios, era un crío de quince años atestado de acné") y, por el contrario, se sintió irritada con ese comportamiento y prácticamente lo echó sin demasiados miramientos de su casa, advirtiéndole que no volviera.
A partir de ahí comenzó la guerra. Parece que fue la novieta de Jason la que, a partir de las "confesiones" del chaval, hizo una primera denuncia que luego fue reforzada por los propios padres. Los hechos se precipitaron en alucinante sucesión de comisiones y reuniones departamentales a las que los americanos, tan formalmente democráticos, son muy aficionados. La ceremonia del absurdo iba, implacablemente, subiendo de tono, como si así estuviera escrito en el guión de un dios demente. Lo peor para Ana, sin embargo, no fue la situación en la High School (de hecho ya se había planteado dimitir con un muy hispánico "idos todos a la mierda") sino la reacción de su marido. Brandon, en vez de apoyarla, de ampararla ante las ridículas y malintencionadas insinuaciones (nunca llegó a producirse ninguna acusación formal), se sumó más o menos veladamente al campo enemigo, sacando a relucir una personalidad celosa-paranoide que ella, hasta ese momento, nunca le había sospechado.
Para no hacerla demasiado larga: Ana no sólo dejó el trabajo, sino también a su marido (del que, a través de su primera mujer, descubrió comportamientos anteriores que habría debido conocer antes de casarse) y se volvió a Tenerife, de esto hace apenas unas semanas. Ahora está intentando recomponer su mente y alma que, según sus palabras, las siente como recién sacadas de una batidora, pensando con calma (en casa de su madre) qué es lo que va a hacer, y cuidando su cuerpo embarazado de dos meses, algo que Brandon ignora y que, según ella, no sabrá nunca.
Ana conoció al que todavía es su marido en un foro internáutico de traductores inglés/español y viceversa. Brandon, que así se llama, es profesor de periodismo en una universidad de Des Moines, Iowa, y traductor aficionado de novelistas españolas de la posguerra. Descubrir en el otro la apasionada atracción literaria por Carmen Laforet fue lo que hizo que, de dejarse textos públicos más o menos fríos y profesionales sobre matices connotativos de distintos giros idiomáticos, pasaran a intercambiar mensajes privados que se fueron deslizando hacia facetas cada vez más íntimas, con la premura que suele darse en Internet (y que sigue sorprendiendo cuando se compara con las resistencias que esta evolución presenta en la llamada vida real). Zanjaré la introducción diciendo que tras algo menos de dos años de contacto virtual y sendos viajes de cada uno al lugar del otro, muy enamorados, decidieron casarse.
Cuál sería el domicilio conyugal estuvo claro desde muy pronto: había de ser la capital del anodino estado de Iowa. Primero y fundamentalmente porque Brandon tenía un estupendo trabajo y una magnífica vivienda en una buena urbanización junto a un club de golf y, en cambio, Ana apenas disponía de eventuales sustituciones en colegios de la Isla. En segundo lugar, el inglés de Ana era bastante mejor que el español de su marido. Por último, el yanqui era ya talludito, unos quince años mayor que ella, y se dio por sobreentendido que las diferencias de edades aconsejaban que fuera Ana la que se lanzara a la aventura, si bien con el puerto abrigado que había de ser su futuro cónyuge.
Instalada en Des Moines, Ana se empeñó en buscar trabajo. La cosa no fue fácil pues eran los primeros momentos de la crisis, cuando no estaba el horno para demasiados bollos y menos con los extranjeros. Los primeros meses, sola la mayor parte del tiempo, Ana descubrió que la ciudad era mortalmente aburrida y casi todos los vecinos que iba conociendo le parecían de encefalogramas planos. Por fin, gracias a los contactos de Brandon, consiguió un empleo como profesora de español en una High School no demasiado lejana de su casa (aunque había de desplazarse en coche) y se volcó en su nueva actividad docente con todo el entusiasmo y energía que había mantenido en la reserva.
El primer año de clases todo fue razonablemente bien. Según ella cuenta, encajó sin ningún problema entre profesores y alumnos y se sintió más a gusto de lo que esperaba enseñando a unos adolescentes bastante brutos a quienes sólo parecía apasionarles la liga de fútbol americano en la que competía su High School. Al siguiente año, sin embargo, empezaron los problemas, que en una surrealista espiral la llevaron a ser casi acusada de acoso sexual. Llegados a este punto diré que la chica tiene una figura bastante agradable, a la que contribuyen unos pechos muy bien formados y colocados. Ahora bien, siendo bonitos, como toda ella en su conjunto, tampoco son nada excepcionales en lo que a tamaño se refiere; dignos de una mirada apreciativa, desde luego, pero para nada de los que sobresaltan por sus dimensiones.
La cosa es que, desde los primeros meses, se fijó en un chico que parecía continuamente perder la atención en clase. Lo curioso es que el chaval pasaba por ser de los mejores en el resto de las asignaturas y también traía excelentes notas en español del curso anterior. Un día, al sonar el timbre del fin de la clase y cuando todos se levantaban a toda prisa para ir al recreo, le pidió a Jason que se quedara un rato para hablar con él. En una conversación entrecortada y bastante embarazosa, al final el muchacho le confesó que su bajo rendimiento se debía a que estaba obsesionado con las tetas de la profesora (your big boobs, dijo). Ella cuenta que no supo cómo reaccionar, máxime cuando en absoluto era consciente de que pudiera causar ese efecto. Supongo que a Ana, como a toda chica joven, le gustaría verse guapa, pero ella asegura que no iba al instituto nada provocativa, que, por ejemplo, no vestía camisetas ajustadas que le resaltaran los pechos.
Por supuesto, descontada la desagradable sorpresa, Ana pensó que ahí quedaría el asunto y hablando con el chico trató de restarle toda importancia. Sin embargo, como una semana después, Jason se le presentó una tarde en su casa mientras estaba sola y le montó una escena de lo más incómoda en la que, alternando entre la ira y el llanto, le declaraba torpemente su obsesión enamoradiza y, al mismo tiempo, le pedía que dejara el colegio porque "le estaba destrozando su equilibrio emocional". Aunque no llegó a pasar nada, Ana intuyó que no del todo conscientemente el muchacho pretendía que ella adoptara alguna suerte de iniciativa sexual. Por supuesto, ni se le ocurrió dar el mínimo pie a que pudiese interpretarse ninguna acción suya en ese sentido ("no sólo porque tendría que estar loca conociendo a los gringos en ese aspecto, sino porque, por Dios, era un crío de quince años atestado de acné") y, por el contrario, se sintió irritada con ese comportamiento y prácticamente lo echó sin demasiados miramientos de su casa, advirtiéndole que no volviera.
A partir de ahí comenzó la guerra. Parece que fue la novieta de Jason la que, a partir de las "confesiones" del chaval, hizo una primera denuncia que luego fue reforzada por los propios padres. Los hechos se precipitaron en alucinante sucesión de comisiones y reuniones departamentales a las que los americanos, tan formalmente democráticos, son muy aficionados. La ceremonia del absurdo iba, implacablemente, subiendo de tono, como si así estuviera escrito en el guión de un dios demente. Lo peor para Ana, sin embargo, no fue la situación en la High School (de hecho ya se había planteado dimitir con un muy hispánico "idos todos a la mierda") sino la reacción de su marido. Brandon, en vez de apoyarla, de ampararla ante las ridículas y malintencionadas insinuaciones (nunca llegó a producirse ninguna acusación formal), se sumó más o menos veladamente al campo enemigo, sacando a relucir una personalidad celosa-paranoide que ella, hasta ese momento, nunca le había sospechado.
Para no hacerla demasiado larga: Ana no sólo dejó el trabajo, sino también a su marido (del que, a través de su primera mujer, descubrió comportamientos anteriores que habría debido conocer antes de casarse) y se volvió a Tenerife, de esto hace apenas unas semanas. Ahora está intentando recomponer su mente y alma que, según sus palabras, las siente como recién sacadas de una batidora, pensando con calma (en casa de su madre) qué es lo que va a hacer, y cuidando su cuerpo embarazado de dos meses, algo que Brandon ignora y que, según ella, no sabrá nunca.
Slipknot - Snuff (All Hope is Gone, 2008)
Des Moines, la aburrida ciudad donde vivió Ana, es la cuna de un grupo de heavy metal llamado Slipknot (nudo corredizo), unos tíos que actúan siempre con los rostros cubiertos por inquietantes máscaras. A mí, salvo muy contadas excepciones, este género del rock no me mola nada. No obstante, pongo una de sus canciones como banda sonora de este post porque es soportable y, sobre todo, porque la propia Ana me dijo (a ella sí le gusta el heavy), la letra le pareció muy adecuada a lo que, sin palabras, sentía que venía a decirle su marido. Ésta es la traducción de los primeros versos:
Entierra todos tus secretos en mi piel / Llévate tu inocencia y déjame con mis pecados / Siento el aire que me rodea como una jaula / Y el amor es solo un camuflaje del que sale la rabia de nuevo… / Así que, si me amas, déjame ir. / Escápate lejos antes de que me entere. / Mi corazón sigue demasiado oscuro para que te valga. / No puedo destruir lo que no tengo a mi alcance. / Entrégame a mi destino / Si estoy solo no puedo odiar. / No merezco tenerte…
Entierra todos tus secretos en mi piel / Llévate tu inocencia y déjame con mis pecados / Siento el aire que me rodea como una jaula / Y el amor es solo un camuflaje del que sale la rabia de nuevo… / Así que, si me amas, déjame ir. / Escápate lejos antes de que me entere. / Mi corazón sigue demasiado oscuro para que te valga. / No puedo destruir lo que no tengo a mi alcance. / Entrégame a mi destino / Si estoy solo no puedo odiar. / No merezco tenerte…
Pobre Ana. A veces uno prueba... y le va mal :(
ResponderEliminarUn beso
No me gustan los nombres de los personajes, -Brandon, Jason- parecen sacados de una sit de TV; bueno, Ana, sí.
ResponderEliminarCarmen Laforet fue acosada/asediada/cortejada por Ramón J. Sender en su aventura americana; era mucho mayor que ella. Creo que no está claro sin consiguió 'algo'
Pues más le vale que no flaquee jamás en su intención de que su marido no sepa nunca que está embarazada, porque conociendo a los gringos, está bastante claro que le quitaría la custodia del niño apoyándose en las acusaciones de acoso, que aunque no hayan sido formales, sin duda se volverían así para favorecerlo.
ResponderEliminarLas mujeres al final flaqueamos en estas cosas, espero que Ana sea lo suficientemente inteligente para que este señor se mantenga al margen de la vida de su hijo.
Pobre Ana, menuda historia!. Aunque también fue arriesgado por su parte casarse con un hombre al que conoció por internet (aunque luego le conociera en persona).Y por supuesto estoy de acuerdo con Amaranta: aconséjale que nunca le diga lo del hijo que espera porque se quedaría sin él.
ResponderEliminarPor cierto, he estado buscando la forma de la segunda persona del plural del imperativo del verbo "ir" porque me sonaba fatal lo de "idos a la mierda" pero he descubierto que está correctamente escrito y curiosamente el verbo ir es el único que no pierde la desinencia en el modo imperativo ( y eso que soy de ciencias puras...jejeje, para que luego digan)
LODE IR A BUSH CARD2 EL ERTE AL CEPETUZO NA SUENA A SUENYO GOV AIR NAM EN TALITAL IMPOST TURA RAE IMPOSIBLE LODDE IR AL COLEGYT I DESPUES ALA UNIVERSIDAD ICER GENES ROSUS CON EL PRO GIMO U.N. POCO DIFICIL 😅😊🥰🥰🥰🥰😘😘😘😘😘😘😋UUFFFF! ☺️☺️☺️☺️LAOBESI ID ADD DEA XINOS ES PROBLEMA DESAL LOURD.ES MONDEA.AL UN SALU2 MAS SALUDABLESS .A GOV.ES
EliminarEsta historia me recuerda aquella otra vieja historia ¡cuántas veces repetida! de esa relación establecida entre un hombre poderoso y una mujer insignificante: Amo que seduce/abusa de criada, y que una vez destapado el asunto (embarazo) es ella, la víctima, la que debido a la hipócrita moral victoriana y los privilegios de clase, será condenada y abandonada a su suerte.
ResponderEliminarPues Atman puede que te lo recuerde, pero mucho no tiene que ver.
ResponderEliminarAmaranta, al menos reconocerás que en ambos casos se trataría de injusticias cometidas contra mujeres trabajadoras y relacionadas con la moral sexual, pero si además añadimos que la protagonista de la historia de Miroslav es una mujer emigrante “insignificante” y que el chico del acné pudiera pertenecer a alguna familia acomodada, pues yo creo que las coincidencias comienzan a ser bastante obvias.
ResponderEliminarA mí a lo que me recuerda esta historia, mutatis mutandis, es a la caza de brujas o a los procesos de la Inquisición, en los que bastaba la denuncia para que se pusiera en marcha la maquinaria de indagación, en sí misma un castigo, ya antes de que hubiera condena. Civilizadamente hemos sustituído el potro de tortura por las comisiones de investigación, que no es poca diferencia, pero es la única.
ResponderEliminar(Lupita, es verbo ir es el único que mantiene la desinencia del imperativo cuando se añade el pronombre. Todos los verbos tienen en imperativo esa "d" final: amad, bebed, sentidd; Y todos la pierden al adosarse el "os" reflexivo: amaos, bebeos, sentíos... salvo el ir, porque, evidentemete, "íos" sonaría muy raro.
Los argentinos, más prácticos, como el voseo les obligaría a decir "í" donde los españoles decimos "ve", lo han sustituído por "andá".)
Sin querer entrar en discusión, la sirvienta que se queda embarazada de su señor estaba atentando contra esa normal moral absurda o no, y en el caso de Ana está claro que ella no ha acosado a chaval alguno. Si lo hubiera hecho entonces estaríamos en el mismo caso, donde una sociedad castiga duramente a aquel que osa contravenir el orden moral por muy injusta que esta sea.
ResponderEliminarAna está embarazada de su marido, no del chaval de clase alta...jajajajja, no hay similitud.
Quizás el hecho de que Ana haya quedado embarazada de su marido y la criada de su amo, te aleja de ver el paralelismo… Más claro aún: pongamos que el amo no consigue seducir/abusar de la empleada, entonces, como estipula ese reglamento no escrito entre siervo y señor —si no quieres salir mal parada, no contrariarás los deseos (incluso sexuales) de tu amo —, la empleada será despedida (en muchas ocasiones eso suponía caer en la indigencia), y qué mejor venganza que invertir los términos y acusarla a ella de haber sido la que intentó seducirlo a él... ¡pobrecito!
ResponderEliminarAsí sí que lo veo Atman.
ResponderEliminarUn verdadero drama, si nos ponemos en la piel de Ana, la pobre, sin amigos ni familia, probablemente sin dinero,sola en una sociedad hostil e imbécil.
ResponderEliminarY, Miroslav, me repito, esperando no aburrir demasiado : qué bien lo cuentas
Vanbrugh : Si.El tema de los imperativos, las desinencias etc. lo estudié en EGB. Lo que pasa es que me pone frenética que mucha gente emplee incorrectamente el tiempo imperativo cuando se añade el pronombre y digan : "besaros", "amaros", "iros". Ha sido entonces cuando he pensado en "iros" y me ha salido (aplicando la regla que debo tener grabada en mi cerebro) "ios" ( o sea perder la "d") y es por lo que al leer "idos" me ha sonado tan mal. Entonces me he ido a google ( bueno a la rae...)y es cuando he visto que era la excepción de la regla.
ResponderEliminarGracias.
Viajera: Pues sí, pero no por eso hay que dejar de probar, que, al fin y al cabo, viene a ser un sinónimo de vivir. Te debo una lectura atenta de tus aventuras, pero es que no encuentro el rato necesario. Un beso.
ResponderEliminarLansky: Pues tendrás que decírselo a Brandon y Jason cuando visites Des Moines. El que, en cambio, es falso es el de Ana.
Amaranta y Lupita: Creo que Ana tiene bastante claro no decírle nada a Brandon de su hijo. Lo que ya no estoy tan seguro es de si podrá evitar que el otro se entere porque están condenados todavía a manteber cierto contacto. Ya se verá.
Atman y Amaranta: La verdad es que la comparación entre ambas historias a mí también me ha parecido un poquillo rebuscada y, aunque al final logras explicar el nexo de similitud, sigo pensando que está un poco traído por los pelos. Pero, en todo caso, a cada uno le vienen las asociaciones que le vienen, faltaría más.
Vanbrugh: Sin duda, mi mecanismo asociativo cerebral funciona de modo má sparecido al tuyo que al de Atman. En cuanto al imperativo argentino, al ser en plural, imagino que sería"ándense".
Lupita: A mí también me dsespera el uso generalizado del imperativo en infinitivo. También entiendo que suene raro "idos" (locos), aunque más raro me suena íos (a nombre de isla griega). DE todas maneras, te apuesto lo que quieras a que en poco tiempo la RAE admite el imperativo en "r", al menos en algunos verbos como "iros", en concesión a su uso generalizado. Ya lo ha hecho con el leísmo, tan absolutamente generalizado, sobre todo en Madrid.
Miroslav : No me gusta un pelo cuando la RAE admite "palabros" en concesión a su uso generalizado....son vulgarismos!!!! puaaaaaaaajjjjj
ResponderEliminarY no, no soy leísta.
No, yo me refiero al imperativo de la segunda persona del singular, el que en español de España es "vé" (de ir). Los argentinos, que usan "vos" en vez de "tú", conjugan los imperativos de la segunda persona del singular como nosotros los de la 2ª persona del plural, pero sin la "d" final: mirá(d), tené(d), sentí(d). El del verbo ir, por tanto, sería, con ese mecanismo, "í"(d), y como esa pobre vocal, solita encima de débil, quedaría muy tonta, para el imperativo cambian el verbo "ir" por el verbo "andar", y dicen "andá". ("Andáte a la mierda y quedáte un rato", por ejemplo.)
ResponderEliminarVale, Miroslav, entonces ahora entiendo porque se comportan como zotes en una sytcom
ResponderEliminarEl leismo es bueno, una evolución del lenguaje, porque sino hablaríamos como Tirso de Molina, y tampoco es eso
si no
ResponderEliminar¿Por qué "tampoco es eso"? ¿Qué tendría de malo que habláramos como Tirso de Molina? (suponiendo que alguien sepa cómo hablaba Tirso de Molina; sabemos cómo escribía, pero ni idea de cómo hablaba. ¿O hablaba en verso?)
ResponderEliminarLa evolución (del idioma, de cualquier cosa) es buena si significa crecimiento, perfeccionamiento, mejora. Es decir, si es verdadera evolución, no mero cambio. Pero precisamente en el idioma hay una tonta y extendida tendencia -perdona, Lansky, pero así es- a celebrar como deseable evolución cualquier cambio, sin averiguar mínimamente ni sus causas ni sus efectos, y a condenar como "casticismo" rancio cualquier deseo de preservar en su estado actual mecanismos que funcionan bien y que no hay la menor necesidad de cambiar.
El cambio por el cambio: celebremos también el desgaste, el envejecimiento, la esclerotización. Acabaremos por no distinguir entre el crecimiento y las distensiones musculares, entre los embarazos y los tumores. Con tal de que sea distinto, sea bienvenido. No te pares a considerar si es mejor o peor. Niega, si hace falta, que haya "mejor" ni "peor". Si todo el mundo lo dice "así", pues así es como se dice. La Academia, que se limite a bendecir las ruinas y a alentar el desmorone.
Ojalá habláramos como Tirso de Molina...
groseramente se dice: un par de tetas tira más que dos carretas...estas la arrastraron al abismo.
ResponderEliminarvanbrugh:
ResponderEliminarNo se trata de decidir si el cambio es 'bueno', evolutivo, o malo, 'empobrecedor' (y menos que seas precisamente tu quien lo decida) sino que por fortuna, como digo, acontece.
¿Por qué 'por fortuna'? Porque eso demuestra que está vivo, que no es un código ni una eterna piedra de rosetta, y parte de lo más emocionante del lenguaje, como de la vida de un ser vivo, es que cambia a lo largo del tiempo
No, no se trata de "decidir" nada porque, como dices, ni tú, ni yo, ni ningún hablante individual tenemos la capacidad de "decidir" nada. Pero, como sobre cualquier otra cuestión, naturalmente que sí se trata de opinar sobre si eso que acontece acontece para bien o para mal, con buenas o malas consecuencias y por buenos o malos motivos.
ResponderEliminarQue alguien engorde morbosamente, coja la bronquitis, se rompa una pierna o tenga un cáncer también son fenómennos que demuestran que ese alguien está vivo. Celebremos su feliz fortuna, mientras siga estándolo.
exacto
ResponderEliminarel latín no cambia, ¿por qué? Porque está muerto, y es tan hermoso
No. Te empeñas -porque es el único modo de discutir lo que digo- en entender que estoy equiparando con una enfermedad cualquier cambio idiomático, y no es así. Celebro como el que más los cambios en el idioma que me parecen positivos, pero no abdico, ni tengo por qué, de mi derecho a opinar que hay algunos, muchos, que no lo son. Para ilustrar lo cual me sirvo de la misma metáfora del ser vivo que tú usas para dar por buenos todos los cambios; porque es evidente que los seres vivos sufren cambios para bien, y cambios para mal. Y que el idioma, un ser vivo efectivamente, no tiene por qué ser menos, ni hay ningún motivo para pensar que sea el único caso de ser vivo que solo cambia para bien. ¿Por qué he de cerrar los ojos a la evidencia, negarme en este campo -como tú inexplicablemente haces- el derecho a juzgar y a opinar que ambos consideramos natural ejercer en cualquier otro y decidir -me lo reprochas a mí, pero eres tú el que parece haberlo hecho- que, en cuestión de habla, necesariamente todos los cambios son buenos? ¿Puedo opinar sobre si la gente se equivoca o no al votar, al comprar... al vivir, pero no sobre si se equivoca al hablar?
ResponderEliminarLa superstición del "idioma cambiante", que bendice previa y acríticamente cualquier cosa que "la gente" decida decir, me parece tan dañina como cualquier otra superstición. O más, porque es la única que parece afectar incluso a personas que en otros campos demostráis ser cultas e inteligentes.
Estoy de acuerdo con Vanbrugh. Se trata de una evolución constructiva del lenguaje, no destructiva. Personalmente preferiría hablar como Tirso de Molina que como "Er Richar" : "Anda, paaaayo dame argo"
ResponderEliminarLupita:
ResponderEliminarEn tiempos de Tirso seguro que había alemntables patanes que hablaban fatal; por tanto, comparar a un insigne del XVI con un zafio del XXI no es intelectualmente de rigor
(Y me parece muy bien que estés con vamnbrugh; a él le haces más falta)
Ah, Vanbrugh, esto es importante: no hay tal 'superstición del idioma cambiante' como dices, precisamente porque es vivo, (prolonga la metáfora a la evolución): se adapta, los cambios son adaptativos y el hecho de que haya gente que hable mal o hable bien, o haya cambios buenos y malos distrae del onjetivo fundamental de la argumentación: que es bueno que cambie el idioma. Y si no, ya digo, latín y epigrafiado en mármol
ResponderEliminarGracias, Lupita.
ResponderEliminarEl ejemplo que pones, sin embargo, no me parece acertado. "Er Richar" habla distinto que tú y que yo, pero no necesariamente peor. Mientras su habla sea coherente consigo misma y no pierda, respecto de la standard, en capacidad de expresión y de matización, me da igual que pronuncie "argo" que "algo". No son los suyos, precisamente, los cambios que considero negativos, sino los que disminuyen la carga de información -semántica, etimológica, morfológica- del idioma. El leismo, por ejemplo, por culpa del cual una distinción que cualquier hablante, aun el menos instruído, sabía hacer instintivamente, por mera virtud de la herramienta -el idioma- que usaba: la distinción entre objeto directo y objeto indirecto, se pierde totalmente. Y lo peor es que la diferencia formal entre "lo", "le" y "la" permanece, pero ya sin su utilidad original y sin ninguna otra equivalente: una mera complicación no funcional del idioma, una excrecencia. Esos, precisamente, son los cambios que me parecen destructivos.
El ejemplo fue un ejemplo rápido que me salió en ese momento pero la intención era la misma que tú expones Vanbrugh ,que los cambios sean positivos en el sentido de que no se "disminuya la carga de información -semántica, etimológica, morfológica- del idioma."
ResponderEliminarA lo mejor no era acertado el caso de "Er Richar" pero lo he puesto porque me he acordado de los videos de Gomaespuma en los que sale el gitano llamando al profesor "siñoriiita" y me hace mucha gracia.
Y gracias a los dos por decir que el ejemplo no era acertado. Eso si que es constructivo. En algo estáis de acuerdo.
Vale, Lansky. Sigues intentando convencerme de algo de lo que desde el principio me he declarado convencido: que es bueno que cambie el idioma. Lo cual es una obviedad evidente que nunca discutí y en la que no veo la necesidad de insistir. Pero en ningún momento entras en la cuestión de la que yo hablo, que no es esa, como creo haber dejado claro, sino la de si cualquier cambio en el idioma es bueno, por el simple hecho de ser cambio, o si podemos -y debemos- tratar de distinguir entre cambios buenos y cambios malos. Es lo único de que hablo y lo único sobre lo que tú no pareces dispuesto a pronunciarte. Me reservo el derecho de creer que, si no lo haces, es porque no deseas darme la razón -en honor de esa extendida superstición de que hablo, para la que no resulta guay criticar el modo de hablar de la gente, ni caracterizarse como purista ni castizo- y tampoco encuentras argumentos con que quitármela y rebatir los míos.
ResponderEliminarCreo que en esta apasionante discusión última (y eso que el post iba de tetas) el último comentario de Vanbrugh deja las cosas bastante claras y ofrece unas conclusiones con las que, imagino, todos podemos estar de acuerdo (al menos yo sí).
ResponderEliminarPrimera: que cambie el idioma es bueno, por la sencilla razón de que el cambio (o evolución) es consustancial a cualquier organismo vivo.
Segunda: lo anterior no implica que cada cambio concreto del idioma sea en sí mismo bueno, al margen de qué entendamos por bueno. Incluso haciendo la simplista equivalencia de bueno igual a adaptativo, no necesariamente todos los cambios son adaptativos.
Tercero: La valoración de la bondad (o incluso adaptabilidad) de cada cambio concreto hay que hacerla respecto a ese cambio concreto.
Cuarto: Un criterio que a mí me parece muy acertado para valorar el grado de bondad de un cambio en el idioma (probablemente no el único) es como varía el grado de información la capacidad comunicativa del lenguaje (carga de información semántica, etimológica, morfológica ... como magníficamente define Vanbrugh).
Quinto: En el caso concreto de los leísmos / laísmos / loísmos, por muy aceptados que se encuentren algunos, lo cierto es que se pierde parte de la información que había antes del cambio. Lo mismo ha ocurrido en italiano, por ejemplo, con la casi desaparición de muchos tiempos del subjuntivo (entre nosotros, sólo el futuro). Por tanto, esos cambios, que se producen porque el idioma está vivo, lo cual es bueno, son para mí (y para Vanbrugh) malos, mientras que otros podrán ser buenos.
Sexto: Lo anterior no impide que haya muchos que consideren que esa pérdida de capacidad comunicativa del lenguaje es resultado de un proceso adaptativo, aunque me cuesta adivinar a qué, salvo a la cada vez mayor pobreza intelectual y expresiva (como Vanbrugh, pienso que ambas están interrelacionadas) de la mayoría de nuestra población. Bajo el criterio valorativo propuesto por Vanbrugh (y que aplaudo), no hay mucha diferencia entre el leísmo y la reducción léxica mediante el uso de las llamadas palabras "cajón" (esas que valen para todo y no precisan nada).
Séptimo: Y acabo mis puntualizaciones a riesgo de que me acusen de pedante puntilloso, diciendo que, naturalmente, lo anterior es sólo lo que opino.
Lo darás por concluido tú
ResponderEliminarOctavo:
el idioma se adapta al momento histórico, contexto temporal, por eso los viajeros en el tiempo son inmediatamente reconocidos por sus anacronismos, y por eso el euskera y otros idiomas pastoriles resulta tan risible cuando habla de asuntos tecnológicos. En bable, campo magnético es 'el prau c'atrapa'
y vanbrugh, no te agradezco que me atribuyas motivaciones políticamente correctas de lo que es guay
Muy buena tu traducción al bable. Y sí, es verdad que el euskera resulta risible cuando habla de asuntos tecnológicos pero me pregunto si no será por una cierta fatuidad de quienes no lo hablamos. Al fin y al cabo, lo que hacen viene a ser lo mismo que nosotros: crear neologismos a partir de palabras, desinencias, prefijos griegos o latinos, acomodándolos a sus propias reglas morfológicas. ¿Por qué aeroportua es risible y aeropuerto no? No deja de ser curioso que para los asuntos más modernos recurramos a las lenguas muertas.
ResponderEliminar¿Viajeros en el tiempo? ¿Dónde se sacab los tikets?
Y que conste que yo no doy por concluido nada. Simplemente trataba de ordenar mis conclusiones a partir de vuestro debate para ver si manifestabais vuestro acuerdo y, en caso de no ser así, concretárais con cual o cuales puntos estabais en desacuerdo.
Gracias, Miroslav, por tu entusiasta acuerdo conmigo. Confieso que mi explicación de qué cambios me parecen buenos y cuáles no es una construcción de urgencia, improvisada a partir de una sensación e imagino que muy mejorable, pero me conforta que te haya parecido bien.
ResponderEliminarCreo que más que bueno o malo, que se produzcan cambios en el idioma es inevitable. Lo bueno para un idioma es ser usado, que haya gente que lo hable, lo escriba y lo lea. A eso, y a ninguna otra cosa, es a lo que nos referimos cuando decimos que un idioma está vivo. Y siendo cambiante la gente que habla, y siendo cambiante el mundo de que la gente habla, el idioma en que lo hace no puede ser otra cosa que cambiante, mientras siga siendo usado.
Ese es el fondo sobre el que se puede -y yo creo que se debe- empezar a tratar de discernir a qué se deben los cambios y a dónde conducen; y, si uno está aquejado de la funesta manía de opinar que me caracteriza, decidir cuáles cambios nos parecen por y para bien y cuáles por y para mal.
(Más que otra cosa por pasar el rato, porque, evidentemente, no serán nuestras decisiones las que en la práctica decidan nada. No somos más que espectadores, pero nada nos impide ser espectadores "alineados". ¿Por qué, si puedo elegir mi equipo en el partido de fútbol del que soy mero espectador, no iba a poder elegirlo en este otro, que personalmente me divierte mucho más y en el que, modestamente, hasta "juego" un poquito?)
Lansky, siento haberte acusado de corrección política. Tu inexplicable obstinación en no admitir lo que mis argumentos presentan como evidente; y en no responder tampoco a esos argumentos con otros que los contrarresten, no me deja muchas más explicaciones posibles. Y me he dicho: A ver si pinchándolo un poquito... Pero ni así, claro.
Disculpas aceptadas, Vanbrgh
ResponderEliminarLa primera regla del combate es elegir el campo de batalla y no aceptar el que proponga el enemigo. Mi campo es que la evolución no sólo es inevitable, sino buena, ¿por qué?, porque eso demuestra que el instrumento sigue vivo, como cuando te acatarras, como bien señalaste tú. Tus argumentos, que tanto entusiasmo suscitan me parecen obvios, y por tanto rutinariamente ciertos.
Curiosa batalla esta, en la que cada contendiente ha esperado al otro en un sitio distinto y se ha entretenido mientras en disparar salvas al aire, para gran contento de los espectadores. (Afortunadamente no parece haberse producido ninguna baja accidental entre estos últimos.)
ResponderEliminarHuelga decir que a mi, en cambio, la que me parece obvia y tirando a tautológica es tu complacida constatación de que sa mort n'étant arrivée, Monsieur de la Palisse est encore en vie. Pero cada uno tiene sus entusiasmos.
Que así terminen todas las batallas.
En cualquier caso no cabe duda de que esa tu primera, y sabia, regla de combate te permite no salir nunca derrotado. Si el pequeño detalle de que también te impide salir nunca vencedor no te importa, como parece, no cabe duda de que te debe de resultar una regla excelente.
ResponderEliminarMe disculpo de antemano por si parezco puñeteramente puntilloso.
ResponderEliminarPara mí una discusión no es un combate, sino una herramienta para dilucidar algo. Por ello, no se trata de salir ganador o perdedor, sino de acordar unas reglas que permitan a los interlocutores ir avanzando. Justamente, enfocar la discusión como un combate y proponer la inteligente táctica de mantenerte en el campo de batalla que quieres y no en el que te propone el adversario equivale necesariamente a negar el acuerdo sobre las reglas mínimas para que la discusión sea fructífera (se niega el mismo objeto de discusión). Bajo este planteamiento uno podrá ganar (o creer que gana) pero la sensación que se queda quien lo que quiere es profundizar en la discusión es de frustración.
En el caso concreto de esta discusión no has dejado de insistir, Lansky, en que la evolución es buena, a lo cual se te ha dicho en más de una ocasión que sí, que estamos de acuerdo. Si ese era tu "campo de batalla", la has ganado por incomparecencia del adversario; en realidad no había ninguna batalla. Vanbrugh (y yo puntualizándole) plantea otro objeto de discusión, que es si todos los cambios (manifestaciones concretas del fenómeno de la evolución) del lenguaje son buenos y cuáles podrían ser los criterios para valorar el grado de bondad de cambios concretos. Él plantea sus tesis respecto a estos dos objetos de debate y, volviendo a tu metáfora del campo de batalla, no hay tal de nuevo por incomparecencia. La diferencia entre las dos "no-batallas" es que una no se produce porque los presuntos adversarios declaran expresamente no serlo (es decir, que están de acuerdo con tu tesis) y la otra, en cambio, porque el presunto adversario (tú) simplemente se escaquea: no dice que está de acuerdo.
Bueno, en tu último mensaje sí dices que estás de acuerdo, aunque calificando las dos tesis de Vanbrugh de obvias. A mi parecer, mucho más obvio (y rutinariamente cierto, por usar tu expresión) es que la evolución es buena, que decir que no necesariamente todas las manifestaciones de la evolución (los cambios concretos) son buenos. Es más, me parece que la aparente contradicción entre ambos planos (el global y el específico) es ya suficiente motivo para "des-obviedaizar" la tesis de Vanbrugh. Y, acotándola estrictamente al campo del lenguaje (que era en el que se movía Vanbrugh, por más que el debate se haya llevado hacia la evolución biológica), no me parece para nada obvio, sino muy interesante (ben trovato, que dirían los italianos) la propuesta vanbrughiana para evaluar la bondad o no de los cambios.
E insisto, no pretendo tener razón (ganar ningún combate), sino ejercitar la argumentación para aprender (y de paso, divertirme).