Cosas que me vienen a la cabeza mientras trato de dormirme: cómo me han parecido cambiantes, distintos, los rostros de algunas mujeres que han pasado por mi vida.
Por ejemplo C. Cuando la conocí, no me gustó su cara: rasgos duros, la boca se me antojaba agresiva, los ojos (quizás fueran las pestañas) le daban un aire altanero. La segunda tarde en que nos vimos (ya no recuerdo por qué volvimos a salir) fue la de una larga conversación, en la mesa de una terraza madrileña. Yo hablaba mucho y con entusiasmo, ella escuchaba y su mirada brillaba. Cuanto más la miraba, su rostro más se iba transformando en otro, se suavizaba, dulcificaba. Esa tarde (que luego se hizo una noche larga) C me pareció muy bella.
A, una compañera de trabajo. Ella era (sigue siendo) guapa, pero a mí no me parecía expresiva o, mejor dicho, su belleza no me expresaba apenas nada. Pero hubo una temporadilla de cercanía intensa y cotidiana. Hablamos mucho, y también callamos mucho, pero juntos. Yo me sentía cada vez más cercano (ella también, creo). Y empecé a verla bellísima, tremendamente deseable. En este caso, fue todo el rostro el que resplandeció. El hechizo acabó tras una tarde de besos (¡cómo besaba!): no podía ser.
No puedo olvidar a L, intermitentemente presente durante los últimos 18 años. El recuerdo que ahora evoco es el de su rostro con los ojos cerrados, en la cama, lleno de calma y belleza, los rasgos relajados. Cuánta armonía. En ese momento me parecía más bella que nunca, mientras la miraba con tanta ternura.
Desde luego, el record en la variabilidad de mi percepción se lo lleva el rostro de K, sobre todo cuando hacemos el amor. Su cara, en el momento del orgasmo (ya desde algo antes) se transfigura e irradia una belleza inenarrable. Son sus rasgos y, obviamente, están todos en el mismo sitio. Pero ese rostro es otro, es el de una diosa o un ángel. Es impresionante lo mucho que cambia lo que veo; y es fantástico lo mucho que me emociona.
Así que, será que la belleza no es algo estático, será que los rostros, al expresar emociones y sentimientos se transforman. Pues va a ser que sí.
Por ejemplo C. Cuando la conocí, no me gustó su cara: rasgos duros, la boca se me antojaba agresiva, los ojos (quizás fueran las pestañas) le daban un aire altanero. La segunda tarde en que nos vimos (ya no recuerdo por qué volvimos a salir) fue la de una larga conversación, en la mesa de una terraza madrileña. Yo hablaba mucho y con entusiasmo, ella escuchaba y su mirada brillaba. Cuanto más la miraba, su rostro más se iba transformando en otro, se suavizaba, dulcificaba. Esa tarde (que luego se hizo una noche larga) C me pareció muy bella.
A, una compañera de trabajo. Ella era (sigue siendo) guapa, pero a mí no me parecía expresiva o, mejor dicho, su belleza no me expresaba apenas nada. Pero hubo una temporadilla de cercanía intensa y cotidiana. Hablamos mucho, y también callamos mucho, pero juntos. Yo me sentía cada vez más cercano (ella también, creo). Y empecé a verla bellísima, tremendamente deseable. En este caso, fue todo el rostro el que resplandeció. El hechizo acabó tras una tarde de besos (¡cómo besaba!): no podía ser.
No puedo olvidar a L, intermitentemente presente durante los últimos 18 años. El recuerdo que ahora evoco es el de su rostro con los ojos cerrados, en la cama, lleno de calma y belleza, los rasgos relajados. Cuánta armonía. En ese momento me parecía más bella que nunca, mientras la miraba con tanta ternura.
Desde luego, el record en la variabilidad de mi percepción se lo lleva el rostro de K, sobre todo cuando hacemos el amor. Su cara, en el momento del orgasmo (ya desde algo antes) se transfigura e irradia una belleza inenarrable. Son sus rasgos y, obviamente, están todos en el mismo sitio. Pero ese rostro es otro, es el de una diosa o un ángel. Es impresionante lo mucho que cambia lo que veo; y es fantástico lo mucho que me emociona.
Así que, será que la belleza no es algo estático, será que los rostros, al expresar emociones y sentimientos se transforman. Pues va a ser que sí.
CATEGORÍA: Recuerdos
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