Ayer me enganché a la escritura de Titobeno. Recuerdo haber caído por su blog al principio de descubrirlos, hará unos cinco meses. Pero fueron visitas fugaces; la verdad no sentí demasiada curiosidad. Lo cierto es que en estos meses me atraían mucho más los escritos de mujeres; quizás fuera por eso. No obstante, como he dicho, ayer lo redescubrí y empecé a leerlo de forma sistemática, cronológica. Apenas he devorado el primer mes accesible (noviembre 2005) y estoy gratamente sorprendido.
Una de las sorpresas radica en que no es fácil encontrar un hombre que aborde los temas de la forma que él lo hace, con una inteligente combinación de madurez y sensibilidad. Sin duda, el que me llame la atención obedece a que en esta etapa de mi vida me siento especialmente inclinado a pensar y a hablar (en la vida real, sólo con mujeres) sobre asuntos parecidos a los que toca Titobeno. Luego resulta que las actitudes que adopta (quiero creer que sinceras) se me antojan muy cercanas a las mías actuales. En fin, curioso ... y sugerente (para mí) porque me despierta las ganas de opinar al hilo de muchos (la mayoría) de sus posts.
Uno de esos posts (“Cuando estoy solo. ¿Soy yo?) es el motivo del presente. Cambiando obviamente las circunstancias concretas, también yo he sido, para los demás que me han ido rodeando, un tipo fuerte, una especie de referencia, el que tomaba las decisiones. Y supongo que he sido así para los demás porque desde muy joven he ido asumiendo de forma casi natural que era lo que me tocaba. Esa “naturalidad” seguro que se debe a que soy el mayor de varios hermanos (y para colmo, Leo) y al tipo de educación mamada (exacerbación del deber y la responsabilidad y represión de la emotividad).
Acabé la universidad muy muy joven (incluso en menos años de los que duraba) y empecé a trabajar enseguida (antes de acabarla). Muy pronto me descubrí eficiente en el mundo profesional y, por tanto, muy pronto alcancé el convencimiento íntimo de autosuficiencia material; es decir, estuve seguro (lo sigo estando) de que tenía (tengo) los suficientes recursos para ganarme los garbanzos. No obstante, nunca me ha importado demasiado el dinero: he tenido siempre el suficiente pero en ninguna época demasiado.
En cuanto a las decisiones, pues con la misma “naturalidad” he sido yo quien las he ido tomando, por mí y muchas veces por los otros. Cuando a finales de 2003 a mi mujer se le detectó un cáncer de mama, me puse inmediatamente a organizar las cosas, a poner en marcha todo, a mover los acontecimientos ... Este es quizás el ejemplo más reciente (y también el más dramático) pero hay muchos más. Me vale, en todo caso, como culminación de una actitud que había ido conformando mi carácter desde siempre.
Los demás me ven, desde luego, como un hombre fuerte, seguro. Y eso genera respeto, pero pocas veces proximidad afectiva. También genera (especialmente en otros hombres) competitividad (pese a que no soy nada competitivo, pero parece que lo parezco). A veces me sorprendo descubriendo en los demás hacia mí, miedo o rencor. No sé, es complicado y daría para escribir largo. En muchos ámbitos, me convierto en una especie de padre freudiano, al que se respeta y se odia, al que se admira pero no se puede amar, al que se necesita pero hay que matar. Los seres humanos somos muy complejos y contradictorios.
Como siempre me ocurre, tiendo a exagerar un poco, prescindo de los grises para ilustrar bien lo que quiero decir. Hay naturalmente excepciones, hay gente que me quiere, por supuesto después de conocerme, de ahondar un poco tras mi aparente fortaleza. Pero las excepciones no son el objeto de este post.
Por cierto, me acuerdo ahora de otra característica de los “fuertes”: se supone que soportan sin que les afecten todas las agresiones y, por tanto, los demás se sienten autorizados a infringírselas, sin concebir que puedan dolerles. Naturalmente, cuando alguno de esos demás (que no es “fuerte” sino sensible) es tratado sin las debidas precauciones en consideración a su sensibilidad se siente enormemente dolido. Las reglas del juego no tienen que ser justas.
El caso es que mi crisis de pareja (el abandono de mi mujer, para ser más precisos) hizo que me rompiera todito por dentro. Y empezaron a salir (a salirme) “cosas” que no encajaban demasiado con mi carácter fuerte y seguro. Coño, hasta yo me sorprendía. Mi propia mujer, la persona que mejor me conocía (o debía conocerme) me reveló hasta que punto su desazón, su hastío, su dolor reprimido, había distorsionado su visión (y sentimiento) de mí. Por supuesto que, con mi idiotez, mucho había contribuido a ese resultado.
Esos momentos han pasado. Pero veo ahora con absoluta lucidez que necesitaba que me rompieran y que, para ello, debían distorsionar la imagen de mi fortaleza, de mi seguridad; mostrarme amplificados hasta la caricatura sus efectos sobre los demás, sobre quienes amo. Ahora estoy aprendiendo cosas que no están muy relacionadas (al menos en el esquema social implícitamente aceptado) con la seguridad, con la fortaleza. Y, como he dicho en varios posts, creo que por ahí debo transitar.
Sigo siendo igual de fuerte, igual de seguro, que antes (o igual de débil e igual de inseguro). Sin embargo, cada vez me interesa menos actuar en los ámbitos en que esa fortaleza, esa seguridad se desenvolvían. Y puede que mi ventaja, a diferencia de Titobeno, es que puedo permitirme hacerlo.
PS. O, al menos, me gusta creer que puedo permitírmelo. Ya veremos.
CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
Casi, casi similares sensaciones me produjo descubrir ese blog. Pero después...espero tu opinión al respecto (me encantaría tenerla) dentro de unos meses.
ResponderEliminarTe felicito, un buen blog
Comentado el Miércoles, 9 Agosto 2006 22:20 (Web)