Los amantes de Teruel (tonta ella, tonto él) notaban que la rutina iba filtrándose en su amor. Diego, preocupado de que ese cáncer silencioso acabara con el romance que llenaba sus vidas, decide sorprender a Isabel.
- Amor mío -le dice- a partir de ahora dejaré de acudir a tu alcoba siempre el mismo día; lo haré cuando menos te lo esperes, de modo que la ansiedad de tu incertidumbre multiplique la emoción de nuestros encuentros.
- Pero Diego -objeta Isabel- habrás siempre de venir a las 3 de la tarde, que sabes que es la hora en que mi celoso padre disfruta de su siesta.
- Verdad dices, tesoro, pero no sabrás en cual día de la semana apareceré.
- Nunca podrá ser ni sábado ni domingo, mi bienintencionado galán, porque los fines de semana vuelve a casa mi hermano, más celoso aun que mi padre.
- De acuerdo palomita -admite él, un poco a regañadientes- pero te mantendré intrigada durante los cinco días laborables.
- ¿Vendrás acaso sólo un día? -pregunta Isabel.
- Así es, ángel mío, para que la larga ausencia avive nuestra hoguera.
- Entonces, cariño, no podrás sorprenderme -contesta la bella. Repara en que ese día no podrá ser el viernes, porque si no has venido antes, ya no podrías sorprenderme. Pero tampoco vale que vengas el jueves ya que, no habiendo venido antes, yo sabré que has de venir pues el viernes tú sabes que no puedes sorprenderme. Y claro, vida mía, por idéntica inducción no puedes sorprenderme el miércoles, pues estaría segura de tu llegada al saber que tú sabes que no puedes sorprenderme en los dos días siguientes. E imagino que no hace falta que te explique que no cabe la sorpresa el martes, porque ...
- No, no hace falta -interrumpe amoscado el joven-. ¡Vive Dios que no sé qué os enseñan hoy en día a las muchachas de buena familia!
Una nube negra oscureció por vez primera la plácida atmósfera del amor mutuo. Y Diego no fue a visitarla ningún día porque, sin entenderlo del todo, se convenció de que no podría sorprenderla. Así que aceptó el reto del noble padre de su enamorada y, para poder desposarla, marchó de Teruel a obtener fortuna. Lo logró pero cuando volvió ya era tarde.
E Isabel, por paradójica, se casó con quien no debía.
- Amor mío -le dice- a partir de ahora dejaré de acudir a tu alcoba siempre el mismo día; lo haré cuando menos te lo esperes, de modo que la ansiedad de tu incertidumbre multiplique la emoción de nuestros encuentros.
- Pero Diego -objeta Isabel- habrás siempre de venir a las 3 de la tarde, que sabes que es la hora en que mi celoso padre disfruta de su siesta.
- Verdad dices, tesoro, pero no sabrás en cual día de la semana apareceré.
- Nunca podrá ser ni sábado ni domingo, mi bienintencionado galán, porque los fines de semana vuelve a casa mi hermano, más celoso aun que mi padre.
- De acuerdo palomita -admite él, un poco a regañadientes- pero te mantendré intrigada durante los cinco días laborables.
- ¿Vendrás acaso sólo un día? -pregunta Isabel.
- Así es, ángel mío, para que la larga ausencia avive nuestra hoguera.
- Entonces, cariño, no podrás sorprenderme -contesta la bella. Repara en que ese día no podrá ser el viernes, porque si no has venido antes, ya no podrías sorprenderme. Pero tampoco vale que vengas el jueves ya que, no habiendo venido antes, yo sabré que has de venir pues el viernes tú sabes que no puedes sorprenderme. Y claro, vida mía, por idéntica inducción no puedes sorprenderme el miércoles, pues estaría segura de tu llegada al saber que tú sabes que no puedes sorprenderme en los dos días siguientes. E imagino que no hace falta que te explique que no cabe la sorpresa el martes, porque ...
- No, no hace falta -interrumpe amoscado el joven-. ¡Vive Dios que no sé qué os enseñan hoy en día a las muchachas de buena familia!
Una nube negra oscureció por vez primera la plácida atmósfera del amor mutuo. Y Diego no fue a visitarla ningún día porque, sin entenderlo del todo, se convenció de que no podría sorprenderla. Así que aceptó el reto del noble padre de su enamorada y, para poder desposarla, marchó de Teruel a obtener fortuna. Lo logró pero cuando volvió ya era tarde.
E Isabel, por paradójica, se casó con quien no debía.
CATEGORÍA: Ficciones
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
Él fue el sorprendido.
ResponderEliminarComentado el Miércoles, 23 Agosto 2006 03:37
Eso le pasó por querer rizar el rizo, por no dejar que las cosas fluyeran de un modo natural. Hay miles de recursos para combatir la rutina, sin embargo la ansiedad no es la mejor amiga de las buenas relaciones.
ResponderEliminarSe lo tiene merecido.
Besitos
Comentado el Miércoles, 23 Agosto 2006 12:37
Me recuerda a "Amo a lauraaaaa, pero esperaré hasta el matrimonioooo"
ResponderEliminarComentado el Miércoles, 23 Agosto 2006 13:14