Bueno, he acabado las dos o tres tareas pendientes y estoy dudando si resolver el sudoku samurai de El País o escribir sobre nuestra necesidad de construirnos enemigos. No estoy demasiado motivado, así que sólo esbozaré ideas sueltas (y tontas, imagino).
La tesis (nada original) es que, para nuestra tranquilidad psicológica, necesitamos tener enemigos a quienes echar la culpa de nuestra infelicidad. El mecanismo, supongo, consiste en convertir la insatisfacción propia en rencor hacia otro. El otro es quien nos hace daño y nos impide ser felices.
Tengo la sensación de que la época más productiva en la construcción de los enemigos es la adolescencia. Naturalmente, en esas edades los enemigos canónicos son los padres. Son quienes nos impiden ser lo que queremos ser (aunque no tengamos ni la más remota idea de qué queremos ser). Por eso hay que "matar" al padre (o a la madre). Ese asesinato virtual debería ser terapéutico, capaz de suprimir el rencor; mejor, capaz de suprimir nuestra necesidad de inventar enemigos. En teoría, superar la adolescencia implicaría adquirir la madurez suficiente para saber que nuestras insatisfacciones están en nuestro interior; adquirir la responsabilidad profunda sobre nuestra vida.
Claro que con frecuencia no somos capaces de alcanzar esa madurez. En algunos casos (demasiados) nos han hecho mucho daño y ese dolor se incrusta en pliegues muy recónditos de nuestro estómago, ahí donde radica la ansiedad (luego uno se entera de que es en el sistema límbico cerebral, pero da lo mismo). Intuyo que ese dolor que guardamos se aferra tanto a nosotros que pasamos, sin darnos cuenta consciente, a considerarlo como lo que somos (o, al menos, como una parte importante de lo que somos).
Pues bien, ese "mal bicho" que muchos llevamos dentro se ocupa, creo yo, de construirnos los enemigos convenientes. Lo hace después de haber creado la insatisfacción, la ansiedad, la sensación de carencia e infelicidad. Primero crea el problema y luego propone la solución que no lo es (me recuerda a la Administración Bush). La solución, sin embargo, es la que justifica su existencia. No va a ser tan torpe de hacernos ver que la causa de la insatisfacción está dentro nuestro, que la causa es el propio mal bicho. No, la culpa es de otro (normalmente del otro que más cerca tienes, incluso del que más te quiere).
Mantener esta ficción autodestructiva y recurrente exige que el mal bicho nos mantenga convencidos. No convence a la razón; al contrario, procura que la razón no intervenga demasiado en este proceso. El convencimiento debe realizarse en el ámbito del sistema límbico, lo cual no es demasiado difícil porque estamos en hipertrofia emocional. La razón, en esos momentos, se retira y esa retirada es cada vez más definitiva respecto a ese convencimiento a medida que el mal bicho nos lo va incrustando a fondo.
Y asunto resuelto ... hasta la próxima. Hasta que desaparecido el enemigo pero a salvo el mal bicho, este cabroncete, que tanto parecemos querer visto cuánto lo mimamos, vuelva a hacernos sentir esa insatisfacción profunda y vuelve a enseñarnos al nuevo enemigo. Y, por cierto, si no hay enemigo a mano, siempre podrá recurrir a los viejos nunca adecuadamente enterrados.
Es muy difícil renunciar a inventarnos enemigos porque eso exige enfrentarnos a nuestro dolor, a nuestro mal bicho; y el cabrón no se deja extirpar fácilmente. Además, no es tonto. No nos miente descaradamente, porque entonces sería muy sencillo darnos cuenta del error. Simplemente nos distorsiona la visión, nos hace ver lo que le conviene que veamos, nos caricaturiza al otro, al enemigo. A partir de la existencia real de un alguien que nos ha hecho daño, se trata de verlo sólo como un hacedor de daño y, sobre todo, de achacar a ese daño la absoluta responsabilidad de nuestra infelicidad. Si no hubiera estado con él, si no hubiera sido el sujeto paciente de su daño (en cuya generación nada he tenido que ver), yo sería feliz.
Todo parece muy obvio, muy elemental. Pero lo es sólo visto desde fuera, sin la influencia del mal bicho. Porque basta que pensemos en esos nuestros propios enemigos interiores, los que nos han "impedido" ser felices, para que las emociones del rencor y el dolor afloren, para que inmediatamente carguemos las tintas hacia el lado de ellos (no hacia nosotros), para que nuestra razón se ofusque y no discurra con tranquilidad.
En todo caso, lo que es claro es que, cuando ya hemos construido al enemigo, no queda más remedio que alejarlo de nosotros. Y a veces, cuando uno es el enemigo (aún a su pesar), tiene que entender que no le queda más remedio que alejarse de quien así lo ha disfrazado. Quizás, con el tiempo, esas enemistades se diluyan ... o quizás no.
Pero, en todo caso, lo más importante no es el futuro de una relación entre dos que pasaron de amantes a enemigos. Lo verdaderamente importante es que esa persona sea capaz de extirparse el mal bicho, de perdonarse a sí misma y, como consecuencia, de no volver a necesitar convertir en enemigo a quien le ama.
Y ahora a hacer el sudoku.
La tesis (nada original) es que, para nuestra tranquilidad psicológica, necesitamos tener enemigos a quienes echar la culpa de nuestra infelicidad. El mecanismo, supongo, consiste en convertir la insatisfacción propia en rencor hacia otro. El otro es quien nos hace daño y nos impide ser felices.
Tengo la sensación de que la época más productiva en la construcción de los enemigos es la adolescencia. Naturalmente, en esas edades los enemigos canónicos son los padres. Son quienes nos impiden ser lo que queremos ser (aunque no tengamos ni la más remota idea de qué queremos ser). Por eso hay que "matar" al padre (o a la madre). Ese asesinato virtual debería ser terapéutico, capaz de suprimir el rencor; mejor, capaz de suprimir nuestra necesidad de inventar enemigos. En teoría, superar la adolescencia implicaría adquirir la madurez suficiente para saber que nuestras insatisfacciones están en nuestro interior; adquirir la responsabilidad profunda sobre nuestra vida.
Claro que con frecuencia no somos capaces de alcanzar esa madurez. En algunos casos (demasiados) nos han hecho mucho daño y ese dolor se incrusta en pliegues muy recónditos de nuestro estómago, ahí donde radica la ansiedad (luego uno se entera de que es en el sistema límbico cerebral, pero da lo mismo). Intuyo que ese dolor que guardamos se aferra tanto a nosotros que pasamos, sin darnos cuenta consciente, a considerarlo como lo que somos (o, al menos, como una parte importante de lo que somos).
Pues bien, ese "mal bicho" que muchos llevamos dentro se ocupa, creo yo, de construirnos los enemigos convenientes. Lo hace después de haber creado la insatisfacción, la ansiedad, la sensación de carencia e infelicidad. Primero crea el problema y luego propone la solución que no lo es (me recuerda a la Administración Bush). La solución, sin embargo, es la que justifica su existencia. No va a ser tan torpe de hacernos ver que la causa de la insatisfacción está dentro nuestro, que la causa es el propio mal bicho. No, la culpa es de otro (normalmente del otro que más cerca tienes, incluso del que más te quiere).
Mantener esta ficción autodestructiva y recurrente exige que el mal bicho nos mantenga convencidos. No convence a la razón; al contrario, procura que la razón no intervenga demasiado en este proceso. El convencimiento debe realizarse en el ámbito del sistema límbico, lo cual no es demasiado difícil porque estamos en hipertrofia emocional. La razón, en esos momentos, se retira y esa retirada es cada vez más definitiva respecto a ese convencimiento a medida que el mal bicho nos lo va incrustando a fondo.
Y asunto resuelto ... hasta la próxima. Hasta que desaparecido el enemigo pero a salvo el mal bicho, este cabroncete, que tanto parecemos querer visto cuánto lo mimamos, vuelva a hacernos sentir esa insatisfacción profunda y vuelve a enseñarnos al nuevo enemigo. Y, por cierto, si no hay enemigo a mano, siempre podrá recurrir a los viejos nunca adecuadamente enterrados.
Es muy difícil renunciar a inventarnos enemigos porque eso exige enfrentarnos a nuestro dolor, a nuestro mal bicho; y el cabrón no se deja extirpar fácilmente. Además, no es tonto. No nos miente descaradamente, porque entonces sería muy sencillo darnos cuenta del error. Simplemente nos distorsiona la visión, nos hace ver lo que le conviene que veamos, nos caricaturiza al otro, al enemigo. A partir de la existencia real de un alguien que nos ha hecho daño, se trata de verlo sólo como un hacedor de daño y, sobre todo, de achacar a ese daño la absoluta responsabilidad de nuestra infelicidad. Si no hubiera estado con él, si no hubiera sido el sujeto paciente de su daño (en cuya generación nada he tenido que ver), yo sería feliz.
Todo parece muy obvio, muy elemental. Pero lo es sólo visto desde fuera, sin la influencia del mal bicho. Porque basta que pensemos en esos nuestros propios enemigos interiores, los que nos han "impedido" ser felices, para que las emociones del rencor y el dolor afloren, para que inmediatamente carguemos las tintas hacia el lado de ellos (no hacia nosotros), para que nuestra razón se ofusque y no discurra con tranquilidad.
En todo caso, lo que es claro es que, cuando ya hemos construido al enemigo, no queda más remedio que alejarlo de nosotros. Y a veces, cuando uno es el enemigo (aún a su pesar), tiene que entender que no le queda más remedio que alejarse de quien así lo ha disfrazado. Quizás, con el tiempo, esas enemistades se diluyan ... o quizás no.
Pero, en todo caso, lo más importante no es el futuro de una relación entre dos que pasaron de amantes a enemigos. Lo verdaderamente importante es que esa persona sea capaz de extirparse el mal bicho, de perdonarse a sí misma y, como consecuencia, de no volver a necesitar convertir en enemigo a quien le ama.
Y ahora a hacer el sudoku.
CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
A veces el "bicho" muta y camina por otros derroteros.
ResponderEliminarCuando te empeñas en racionalizar las situaciones, los porqués de las actitudes dañinas de los demás y asumes (en vez de culpabilizarles) que sí, te han causado dolor, pero probablemente bregando con sus propios demonios... Entonces tu bicho interior se venga de tí (por listo-a) y te genera grandes dosis de culpa tan profundas que casi no las ves hasta que alguien las saca a la luz.
Culpa por tus propios demonios que campan a sus anchas y que no sabes como exorcizar.
Culpa por considerarte un ser racional e inteligente y no saber qué demonios hacer con tus demonios...
Comentado el Lunes, 4 Septiembre 2006 10:19
Sigo leyendo tus post atrasados poco a poco, y a veces me da un poco de miedo lo que me identifico con tus reflexiones.
ResponderEliminarComentado el Martes, 5 Septiembre 2006 19:00
Miedo, así resumiría yo al "mal bicho" y al responsable de crearnos esos enemigos, que siempre están en nuestro interior.
ResponderEliminarUn beso
Publicado el Martes, 12 Septiembre 2006 07:57