La relación sexual para el hombre es la historia siempre dramática de un ser que quiere gozar del cuerpo de una mujer y acaba invariablemente por gozar de sus propios órganos (privándose con ello de los medios de gozar de esta mujer). Y lo menos que puede decirse del placer masculino es que es breve y débil. La eyaculación es una promesa incapaz de ser mantenida; el hombre tiene la impresión de que alzará el vuelo y estallará, pero se desploma, se derrumba, se ahoga. Muere sin llegar a haberse desintegrado, ha confundido con un aniquilamiento lo que no es más que un suicidio. Ya se ha acabado, piensa, pero apenas había comenzado a perder la cabeza y ahora todo se ha ido. La eyaculación siempre es el “no es eso”. En relación a lo que esperaba, no es eso, la crisis más intensa y al mismo tiempo más insignificante, fácil de obtener, rápida de satisfacer, pobre en sensaciones.
La cita proviene del libro “El nuevo desorden amoroso” escrito en 1977 por dos filósofos franceses, Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut. Su publicación (¡hace 30 años!) causó un importante revuelo en Francia y países de la Europa Occidental. En esa fecha, ambos filósofos eran muy jóvenes (no llegaban a los 30); hoy ambos son figuras reconocidas del panorama intelectual europeo, con abundantes ensayos publicados (la mayoría disponibles en castellano). Me gustaría saber qué piensan hoy los autores, a punto de entrar en la sesentena, de sus análisis y valoraciones de entonces. Me llama la atención, de otra parte, que con menos de treinta años, fueran capaces de elaborar una crítica tan demoledora a los dogmas de la llamada revolución sexual de los 60 (especialmente las tesis sobre el orgasmo de Wilheim Reich). Me pregunto si sus controvertidas posiciones (sobre todo en esos momentos) provienen sólo de una reacción intelectual, expresada con la previsible dosis juvenil de insolencia, o tienen base en experiencias sexuales personales. Algo de vivencia propia ha de haber, pero ¿a esas edades y en esos años? Bueno, parece que sí; al menos los textos exhiben la lucidez suficiente de quién es capaz de diagnosticar sus carencias; otra cosa es que hubieran experimentado las alternativas.
Yo ahora, a mis 47 tacos, estoy leyendo este libro y sorprendiéndome de que hasta hace muy poco casi nada de lo que dicen estos “jovencillos” se me hubiera ocurrido. Pero es que me da la impresión de que, al menos en mi entorno, los varones de mi generación no fuimos capaces de percibir las limitaciones de la sexualidad masculina “estándar” y, lo que es peor, muchos rondan la cincuentena sin haber abierto puertas alternativas (y creativas); por eso, a nuestras edades y con la falaz justificación de la edad (y de la “normalidad”), la resignación –consciente o subconsciente- va tiñendo más la sexualidad. Ahora bien, también me cuesta creer que la “viva repercusión” que supuso la publicación de este libro fuera tal al exterior de determinados círculos académicos y elitistas. Dudo que su reivindicación de la maleabilidad amorosa (de ahí el título del nuevo desorden) incidiera de verdad en las relaciones afectivas y sexuales reales, pues de ser ahí habría implicado profundas reconstrucciones de las mismas. Basta recordar las coordenadas históricas: acaban los 70 y vienen los 80 y en el plano ideológico el péndulo vuelve a concepciones neopuritanas (neoconservadoras), como si desde los púlpitos se nos dijera: basta ya de experimentos; ahí aparece el sida para “poner las cosas en su sitio”.
En todo caso, uno ha vivido lo que ha vivido y –qué duda cabe- podría haberlo hecho mucho mejor y aprovechado (y disfrutado) mucho más de sus opciones. Pero agua pasada, melancolía estéril; así que más me vale alegrarme de descubrir que la puerta no se había cerrado (y ciertamente que me alegro). He transcrito un párrafo del principio del libro porque al leerlo entendí lo que decía; quiero decir que lo entendí desde mi propia vivencia (hace unos años así no lo habría entendido). Me gustó que eligieran los términos desintegración y aniquilamiento vinculados al orgasmo masculino; o más precisamente al orgasmo que no es. Algo tiene que haber ahí de verdad, al menos así lo siento. Quizás la mayor intensidad vivencial del ser humano (¿del varón o de ambos?) sea lograr la desintegración de su conciencia. No me voy a enrollar al respecto, pero me vienen en mente alusiones psicoanalíticas, de espiritualismo metafísico, etc.
Esa “desintegración” se puede alcanzar (no es palabreo místico) e intuyo que es el vestíbulo de lo que algunos llaman estados superiores de conciencia. Sin ir tan lejos (porque no he ido, ojalá), lo cierto es que, en mi caso, el sexo es el “entorno” más adecuado para ello. Pero claro, no el sexo tal como lo vivía hasta hace poco; no los orgasmos eyaculatorios tradicionales. Ojo: aunque no estuvieran nada mal y, entonces, tampoco echara nada de menos; sin embargo, ahora creo que mi comportamiento sexual (en tanto que propio de un modelo determinado, independientemente de mi mayor o menor “pericia técnica”) llevaba en sí mismo fecha de caducidad, el germen de la resignación. Entender esto me permite entender el papel que jugó el sexo en mi separación (pero por ahí me alargaría demasiado).
Volviendo al párrafo transcrito: yo no me atrevería a afirmar con la radicalidad de los autores que “la relación sexual para el hombre es la historia siempre dramática de un ser que quiere gozar del cuerpo de una mujer y acaba invariablemente por gozar de sus propios órganos”; y no me atrevo porque soy capaz de imaginar diversas intencionalidades masculinas. Por ejemplo, no me parece muy descabellado cambiar el orden de las palabras y decir que la relación sexual es para el hombre (para algunos o muchos hombres) querer gozar de sus propios órganos a través del cuerpo de una mujer. Pero, a efectos de resultados, viene a ser lo mismo. Lo que me interesa resaltar (y hablo exclusivamente desde mi experiencia, para nada con pretensiones generalizadoras) es que la relación sexual a la que me estoy refiriendo se basa muchísimo en el goce de la mujer. No, por tanto, querer gozar del cuerpo de la mujer, sino querer que el placer inunde el cuerpo de la mujer y obtener de ese placer el propio (el masculino). Advierto que, al menos en mi caso, no es una cuestión de “justicia” o equilibrio entre el dar y recibir (por eso de que la mujer debe llegar al orgasmo, etc). Es descaradamente egoísmo, a partir del descubrimiento de que ese placer femenino “pasa” hacia mí; odio las metáforas en este campo (porque inevitablemente suenan cursis) pero no tengo otra: es como sí la mujer produjera energía (sexual) que me va cargando y conduciéndome hacia esas experiencias de “aniquilamiento” que tanto me cuesta describir (incluso a mí mismo).
Intuyo que esa energía sexual capaz de llevarnos a experiencias profundas es predominantemente femenina. Como no puedo evitar mi pepito grillo escéptico-racionalista, me pregunto si los hombres no la tendrán también (y lo que pasa es que yo vine mal de fábrica) o si habrá mujeres que carezcan de ella (y lo que pasa es que he tenido la fortuna de encontrar una maravilla en tal sentido). Tampoco me importa mucho, porque al fin y al cabo la teorización tiene sólo interés teórico (y a mí, ahora, lo que me cuenta es la práctica). Pero, aunque sin pruebas, creo que mi intuición es correcta en lo fundamental. De lo cual cabe concluir, en plan receta, que la sexualidad del varon mejoraría si la convirtiéramos en subsidiaria de la sexualidad femenina. No voy a desarrollar esta idea, aun a riesgo de las fáciles simplificaciones: yo me entiendo.
Claro que históricamente (hasta hace nada) no han ido por ahí los tiros y me da que tampoco hoy. Puede que muchos hombres estemos descubriendo en nuestras intimidades cosas como las que tan mal cuento y también puede que muchos (aunque menos) estén experimentando la potencialidad del sexo como revulsivo de sus conciencias (y de la relación con su pareja) ... Pero de lo que estoy seguro es que estas “revoluciones íntimas masculinas” (sean de la importancia numérica que sean) no trascienden del ámbito de los privado y, por tanto, no resquebrajan apenas el discurso social con el que se ha construido la masculinidad. Esa masculinidad social es, para casi todos los varones, un freno tremendo para, por ejemplo, hablar entre nosotros y ayudarnos en nuestros desconciertos. Y así nos va: todos autodidactas porque el “libro de texto” a muchos no nos vale, pero no es cosa de reconocerlo en público.
Puuf. Ya me estoy yendo por las ramas ... Así que hasta aquí. Añado otra cita del mismo libro, pero ya sin comentarios.
¿En qué sueña el hombre mientras copula? Sueña en poder abandonarse, sin que ese abandono al placer ponga término a su excitación, sueña en gozar como la mujer, sin fin, sin tregua, en una pérdida incondicional de su ser. El éxtasis femenino se convierte, pues, en su utopía, lo que fantasea y lo que le es prohibido pero, al mismo tiempo, la amenaza inquietante que le revela su inferioridad en sus relaciones con la especie, la historia, la vida.
CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
Estás hablando de la concepción que se tiene del sexo en culturas mileniarias como el tao, el tantra y tantas otras donde se considera a la mujer como un templo, el templo de la sexualidad. Las religiones antiguas se basaban un poco en este, ahí quedan las sacerdotisas cuya función eran llevar al varón a un estado superior, al contacto con la deidad. Las vestales creo recordar.
ResponderEliminarLo complicado de esta sexualidad es que es una relación, este tipo de relación no se puede dar sin la base del conocimiento entre ambas partes. Vamos que a través del tipo de relación chico conoce chica y aquí te pillo y aquí te mato, poca espiritualidad se puede alcanzar. Quizás entre un hombre maduro con ganas de explorar y conocer más allá sí que se pueda llegar a ese estado.
Publicado Viernes, 26 Enero 2007 17:05
Efectivamente, en muchas culturas orientales (y también occidentales, si bien éstas han sido cercenadas) la mujer era considerada un templo. De hecho, en las mitologías más antiguas el principio de divinidad era femenino ... Pues seguramente habría que recuperar esa concepción, por el bien de ambos sexos; yo, desde luego, hablo desde mi naturaleza masculina. Y para ello, deberíamos empezar por creérnoslo; y no sólo los hombres, también vosotras. Al fin y al cabo, estoy convencido de que sólo vosotras podéis enseñarnos. Un beso (me encanta que me comentes).
ResponderEliminarPublicado Viernes, 26 Enero 2007 18:22