En el almuerzo de ayer un amiga nos contaba anécdotas de su “cursillo prematrimonial”. La mayoría divertidas, máxime cuando el conferenciante (un cura) se aventuraba en los procelosos mares de las relaciones sexuales intentando, desde una aparente progresía, la difícil armonía entre el goce permisible y la concepción que, para los católicos, debe seguir siendo la primera finalidad. La contracepción, por lo visto, sólo es válida (y siempre como mal menor) con “métodos naturales”; parece, no obstante, que según el grado de “progresía” de cada cursillista, el concepto “natural” se concreta en un abanico más o menos amplio de opciones. Parece que a la Iglesia le gusta mucho lo natural (aunque según qué cosas) y además es capaz de desarrollar toda una teoría detallada en cuanto al grado de “naturalidad” de determinadas técnicas, tanto contraceptivas como las contrarias. Me vienen ahora en mente los trabes mentales que, hace ya varios años, sufrió mi hermana para recurrir a técnicas de reproducción asistida. En su caso, el máximo admisible fue la inseminación artificial, nunca la estimulación hormonal ni los FIV, ya que congelar embriones (y no digamos que nunca lleguen a implantarse) vendría a ser algo similar a un “aborto anunciado”.
En su cursillo, no obstante, mi amiga aprendió algunas cosas que desconocía (y gracias a ella, ayer yo también). Así, resulta que uno de los paladines de la defensa de la vida humana previa al nacimiento (desde el mismo momento de la fusión del óvulo y el espermatozoide) era un tal doctor Landrum Shettles. Este tipo, del cuál no había oído hablar en mi vida, resulta haber sido uno de los pioneros de la fertilización in vitro, si bien apenas tuvo éxito en sus intentos. Fue un médico e investigador estadounidense (1909-2003) que, por lo que cuentan en las webs que he encontrado, debía estar como una chota (dejémoslo en excéntrico), lo que no obsta para que su vida parezca digna de una película (de hecho, es uno de los protagonistas del documental Test Tube Babies que puede verse en la Red). Pero además, este señor resulta ser famoso por su método para seleccionar el sexo del futuro bebé, que describió a principios de los 70 en su libro “Your baby’s sex. Now you can choose” (está editado en español en 1990).
El método lo desarrolló a partir de los estudios que publicó un tal F. Utenberger en 1932 informando de la incidencia de la acidez de la vagina durante el coito en el sexo del futuro bebé. Este “hecho” (¿lo es científicamente?) requiere la presunción de que hay diferencias relevantes a efectos reproductivos entre los espermatozoides X (“femeninos”) y los Y (“másculinos”); estos últimos serían más pequeños y ligeros que los X y sobrevivirían mejor en un medio alcalino. Como la acidez de la vagina varía a lo largo del ciclo, el momento de la cópula resultaría fundamental para tener un hijo de uno u otro sexo. Mi amiga ya sólo se acordaba de que, según el sexo que se quisiera, había que mantener las relaciones justo durante la ovulación (niño) o unos días antes (niña); despertada mi curiosidad, compruebo que en internet hay varias páginas en las que se explica la mecánica a seguir bastante detalladamente (ésta, por ejemplo). Por supuesto, Shettles no garantizaba la infabilidad de su método, pero sí afirmaba que usándolo correctamente el porcentaje de varones concebidos se situaba en el 80%, y el de hembras en el 70%. No está mal.
He de reconocer que ayer, cuando mi amiga nos contó esta teoría, todos los presentes nos la tomamos a chacota. A mí, que hubiera diferencias físico-químicas significativas entre los espermatozoides sólo por el cromosoma sexual, me parecía absurdo. Sin embargo, en el rato que he estado buscando datos, me encuentro con que la mayoría apuntan a que sí las hay. Me entero por ejemplo de que se han desarrollado diversos métodos para, en una muestra seminal, separar los espermatozoides X de los Y aprovechando tales diferencias físico-químicas. Aunque, en estos momentos disto mucho de conocer y menos entender la naturaleza de estas diferencias, he de reconocer que mis risas burlonas de ayer pudieran haber sido prematuras (ya se sabe: la ignorancia es audaz; o también: esto me pasa por no haber asistido a ningún cursillo prematrimonial). Porque si, efectivamente, tales diferencias existen (están científicamente corroboradas y explicadas) entonces no me cuesta admitir que el momento del coito (el grado de acidez de la vagina) incide en el sexo del posible embrión.
Y lo anterior me lleva a la famosa discusión ética sobre la predeterminación del sexo. Porque, según he oído, la Iglesia “en principio” se opone a que la misma se emplee en las técnicas de reproducción asistida. Entre paréntesis: la predeterminación del sexo sólo es posible en técnicas que la Iglesia no admite, así que, a lo mejor, la oposición no es a decidir el sexo, sino a hacerlo con una técnica éticamente inadmisible; tampoco es que vaya a preocuparme demasiado por la coherencia de la Iglesia; además, puede que esté totalmente equivocado sobre la doctrina al respecto. Pero sea como sea, me suena que uno de los argumentos era contra el hecho en sí de “violentar” la naturaleza tratando de obtener uno u otro sexo. Y ahora me entero de que en los cursillos prematrimoniales católicos se explica cómo hacerlo (al menos, aumentar significativamente las probabilidades) con métodos caseros (eso sí, hay que ser riguroso) y desde luego más baratos.
Es sabido que en muchísimas sociedades se prefieren sobremanera niños a niñas y que, ante la imposibilidad de predeterminar el sexo, hay abundantes abandonos o infanticidios de niñas. De otra parte, he leído que desde que se averigua el sexo durante el embarazo, los abortos selectivos (si el feto es hembra) han aumentado considerablemente. En la India, por ejemplo, el porcentaje de abortos de fetos hembras sobre el total rozaba el 100%, lo que llevó a algunos Estados de ese enorme país a prohibir la determinación del sexo prenatal (no sé si tal norma seguirá en vigor y, en caso afirmativo, dudo mucho de su eficacia real). Si el método Shettles se popularizara (suponiendo que sea eficaz, que tiene sus detractores) sería curioso descubrir que en China y sociedades similares el 80% de los neonatos fueran varones. A ver qué pasaba entonces.
En fin, corto el rollo. Aunque antes de acabar no me resisto a citar otros métodos para tener hijos varones. Son más “tradicionales” (la tendencia a preferir machitos viene desde hace muchos siglos) y no precisamente científicos; pero hay que reconocer que resultan más originales y divertidos. Ahí van: ingerir comidas ácidas, copular con las botas puestas (no sólo morir), colgando los pantalones en la parte derecha de la cama, situándose en el lado derecho, frente al viento del norte o –la mejor de todas- atándose el testículo izquierdo. Y yo que, en su momento, quise tener una niña.
En su cursillo, no obstante, mi amiga aprendió algunas cosas que desconocía (y gracias a ella, ayer yo también). Así, resulta que uno de los paladines de la defensa de la vida humana previa al nacimiento (desde el mismo momento de la fusión del óvulo y el espermatozoide) era un tal doctor Landrum Shettles. Este tipo, del cuál no había oído hablar en mi vida, resulta haber sido uno de los pioneros de la fertilización in vitro, si bien apenas tuvo éxito en sus intentos. Fue un médico e investigador estadounidense (1909-2003) que, por lo que cuentan en las webs que he encontrado, debía estar como una chota (dejémoslo en excéntrico), lo que no obsta para que su vida parezca digna de una película (de hecho, es uno de los protagonistas del documental Test Tube Babies que puede verse en la Red). Pero además, este señor resulta ser famoso por su método para seleccionar el sexo del futuro bebé, que describió a principios de los 70 en su libro “Your baby’s sex. Now you can choose” (está editado en español en 1990).
El método lo desarrolló a partir de los estudios que publicó un tal F. Utenberger en 1932 informando de la incidencia de la acidez de la vagina durante el coito en el sexo del futuro bebé. Este “hecho” (¿lo es científicamente?) requiere la presunción de que hay diferencias relevantes a efectos reproductivos entre los espermatozoides X (“femeninos”) y los Y (“másculinos”); estos últimos serían más pequeños y ligeros que los X y sobrevivirían mejor en un medio alcalino. Como la acidez de la vagina varía a lo largo del ciclo, el momento de la cópula resultaría fundamental para tener un hijo de uno u otro sexo. Mi amiga ya sólo se acordaba de que, según el sexo que se quisiera, había que mantener las relaciones justo durante la ovulación (niño) o unos días antes (niña); despertada mi curiosidad, compruebo que en internet hay varias páginas en las que se explica la mecánica a seguir bastante detalladamente (ésta, por ejemplo). Por supuesto, Shettles no garantizaba la infabilidad de su método, pero sí afirmaba que usándolo correctamente el porcentaje de varones concebidos se situaba en el 80%, y el de hembras en el 70%. No está mal.
He de reconocer que ayer, cuando mi amiga nos contó esta teoría, todos los presentes nos la tomamos a chacota. A mí, que hubiera diferencias físico-químicas significativas entre los espermatozoides sólo por el cromosoma sexual, me parecía absurdo. Sin embargo, en el rato que he estado buscando datos, me encuentro con que la mayoría apuntan a que sí las hay. Me entero por ejemplo de que se han desarrollado diversos métodos para, en una muestra seminal, separar los espermatozoides X de los Y aprovechando tales diferencias físico-químicas. Aunque, en estos momentos disto mucho de conocer y menos entender la naturaleza de estas diferencias, he de reconocer que mis risas burlonas de ayer pudieran haber sido prematuras (ya se sabe: la ignorancia es audaz; o también: esto me pasa por no haber asistido a ningún cursillo prematrimonial). Porque si, efectivamente, tales diferencias existen (están científicamente corroboradas y explicadas) entonces no me cuesta admitir que el momento del coito (el grado de acidez de la vagina) incide en el sexo del posible embrión.
Y lo anterior me lleva a la famosa discusión ética sobre la predeterminación del sexo. Porque, según he oído, la Iglesia “en principio” se opone a que la misma se emplee en las técnicas de reproducción asistida. Entre paréntesis: la predeterminación del sexo sólo es posible en técnicas que la Iglesia no admite, así que, a lo mejor, la oposición no es a decidir el sexo, sino a hacerlo con una técnica éticamente inadmisible; tampoco es que vaya a preocuparme demasiado por la coherencia de la Iglesia; además, puede que esté totalmente equivocado sobre la doctrina al respecto. Pero sea como sea, me suena que uno de los argumentos era contra el hecho en sí de “violentar” la naturaleza tratando de obtener uno u otro sexo. Y ahora me entero de que en los cursillos prematrimoniales católicos se explica cómo hacerlo (al menos, aumentar significativamente las probabilidades) con métodos caseros (eso sí, hay que ser riguroso) y desde luego más baratos.
Es sabido que en muchísimas sociedades se prefieren sobremanera niños a niñas y que, ante la imposibilidad de predeterminar el sexo, hay abundantes abandonos o infanticidios de niñas. De otra parte, he leído que desde que se averigua el sexo durante el embarazo, los abortos selectivos (si el feto es hembra) han aumentado considerablemente. En la India, por ejemplo, el porcentaje de abortos de fetos hembras sobre el total rozaba el 100%, lo que llevó a algunos Estados de ese enorme país a prohibir la determinación del sexo prenatal (no sé si tal norma seguirá en vigor y, en caso afirmativo, dudo mucho de su eficacia real). Si el método Shettles se popularizara (suponiendo que sea eficaz, que tiene sus detractores) sería curioso descubrir que en China y sociedades similares el 80% de los neonatos fueran varones. A ver qué pasaba entonces.
En fin, corto el rollo. Aunque antes de acabar no me resisto a citar otros métodos para tener hijos varones. Son más “tradicionales” (la tendencia a preferir machitos viene desde hace muchos siglos) y no precisamente científicos; pero hay que reconocer que resultan más originales y divertidos. Ahí van: ingerir comidas ácidas, copular con las botas puestas (no sólo morir), colgando los pantalones en la parte derecha de la cama, situándose en el lado derecho, frente al viento del norte o –la mejor de todas- atándose el testículo izquierdo. Y yo que, en su momento, quise tener una niña.
Captain Walker - It's a boy - The Who (Tommy Soundtrack, 1975)
CATEGORÍA: Curiosidades dispersas
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
Mientras estuve embarazada leí un montón de revistas sobre bebés y embarazadas y creo recordar que explicaban el método de la acidez para predeterminar el sexo. También recuerdo que además explicaban que los espermatoizoides con el cromosoma y eran mucho más rápidos pero que sin embargo tenían una esperanza de vida menor (nos suena no?) y sin embargo los que contenían el cromosoma x eran más lentos pero su esperanza de vida era mucho mayor. Con lo cual si queríamos tener un niño teníamos que mantener las relaciones justo en el momento de la ovulación para así darles ventaja a los del cromosoma y, y sin embargo si queríamos una niña para darle la ventaja a los del cromosoma x teníamos que mantener relaciones sexuales unos días antes de que se produjera la ovulación.
ResponderEliminarComo veréis lo de la esperanza de vida mayor ya nos viene a la mujer en nuestras células progenitoras antes incluso de ser concebidas.
También hay formas para conseguir la acidez o un útero alcalino según queramos el sexo del futuro bebé, según recuerdo se introducía una esponja mojada en algo pero hijo hace ya catorce años que leí todo aquello y no recuerdo más.
Comentado originalmente el jueves 22 marzo 2007
Bueno... entonces tú te atarías el derecho, no? jajajajajaja.
ResponderEliminarMuy interesante el post.
Besotes.
Comentado originalmente el Jueves, 22 Marzo 2007 15:52
Me hace gracia la utilización de la naturaleza por parte de la iglesia. Tan pronto acude a ella para apoyar sus argumentos como la rechaza diciendo eso de que el ser humano es un ser que trasciende más allá o no sé qué. En fin, allá ellos con sus cosas.
ResponderEliminarNanny-OggPor cierto, lo de copular con las botas ¿es para él o para ella? Jajajajaj... Y yo que creía que eso era una fantasía sexual, fíjate lo de que me entero. En cuanto a lo de atarse un testículo... mmm... no sé, pero me suena a bdsm o algo así ¿no? ;D
Qué cosas ha inventado el ser humano para tener varones. Con lo buenas que somos las mujeres.
Besos
Comentado originalmente el Jueves, 22 Marzo 2007 19:56
Pues yo también hubiera querido una niña...
ResponderEliminarComentado originañmente el Jueves, 22 Marzo 2007 21:07
Aún hay otra creencia que corre para determinar el sexo. Las penetraciones profundas (hasta el foooooondo) favorecen que sea niña.
ResponderEliminarLos hombres que sólo han tenido hijas o que el primero es una niña muestran ser hombres con una gran capacidad sexual y muy pasionales. Ahí queda eso, no sé si esto tiene mucho de científico, pero que los chicos vayan tomando nota, jajajaja.
Comentado originalmente el Jueves, 22 Marzo 2007 23:25 (pal-r2@hotmail.com)