Ahora tenemos el euro, así que habrá que actualizar el dicho, aunque no se me ocurre cómo; ¿quizás euros a ochenta céntimos?
Estoy leyendo la última novela de Almudena Grandes; en la página 267 se cuenta que uno de los personajes, en el Madrid asediado de febrero del 39, compraba duros de plata a siete pesetas. Confiaba –obviamente- en que la peseta perdería su valor y que la plata de la moneda de duro valdría en breve más de las cinco pesetas nominales.
En la Barcelona de principios del XX, Santiago Rusiñol montó un tenderete en la plaza de Cataluña ofreciendo duros a cuatro pesetas. Según la anécdota, no vendió ni uno (y así gano la apuesta porque eso era lo que él había dicho que iba a ocurrir); parece que los transeúntes desconfiaban, pensaban que se trataba de moneda falsa, que había algún tipo de engaño, lo que fuera.
No estoy seguro de si la expresión “nadie da duros a cuatro pesetas” se impuso a partir de la excentricidad de Rusiñol o, por el contrario, ésta fue motivada por la existencia previa del dicho; me inclino más por la segunda opción. En tal caso, Rusiñol lo único que hizo fue corroborar cuan profundamente instalada estaba esa creencia en los cerebros barceloneses. Nadie da duros a cuatro pesetas, por lo tanto, si alguien dice que lo hace, es mentira, ni te molestes en comprobarlo.
El personaje de Almudena Grandes hizo algo muy parecido (aunque sea ficción, quiero suponer que esos actos pudieron efectivamente ocurrir en aquellos años) y en la novela tiene éxito. ¿Acaso son (eran) los madrileños menos desconfiados que los catalanes? ¿O quizás se deba a que el margen de ganancia que ofrece el personaje de ficción (40%) es mayor que el que proponía Rusiñol (25%)? Algo puede haber por ahí, porque es sabido que un estafador tiene tantas más probabilidades de éxito cuanto más exagerado (y por tanto increíble) es el beneficio (ilusorio) que ofrece.
Yo, la verdad, también creo que nadie da duros a cuatro pesetas. Y esa creencia me lleva a descartar, sin apenas perder tiempo en echar algo más que un vistazo rápido, los múltiples anuncios de formas de negocio o enriquecimiento rápidas y fáciles. Y las pocas veces que no lo he hecho así lo único que he sacado en claro es que el dicho se cumplía y que, probablemente, era yo el que estaba pagando un duro a cambio de cuatro pesetas (eso cuando llegaban a cuatro).
Ahora bien, la frasecita me la creo en materias pecuniarias, evaluables económicamente. No en muchos otros aspectos de la vida en los que, con harta frecuencia, te encuentres que te dan duros por cuatro pesetas (o por nada) o que eres tú mismo quien lo hace. La explicación radica en que no se trata de duros ni de pesetas. O que, cuando nos empeñamos en valorar esos intercambios, las unidades de medida son subjetivas; por lo que lo que para ti es un duro para mí puede ser una peseta. O que, aunque coincidiéramos en la cuantificación de los valores, el ejercicio resulta inútil porque no estamos haciendo negocios y, a lo mejor, cuantos más duros doy más estoy ganando.
PS: Por cierto, he buscado en la Red referencias a esos duros de plata y no las he encontrado (he dedicado poco tiempo). Sin embargo, compruebo que en 1933 la República emitió monedas de una peseta en plata; posteriormente, en 1937, se emitieron en bronce (las populares "rubias").
Estoy leyendo la última novela de Almudena Grandes; en la página 267 se cuenta que uno de los personajes, en el Madrid asediado de febrero del 39, compraba duros de plata a siete pesetas. Confiaba –obviamente- en que la peseta perdería su valor y que la plata de la moneda de duro valdría en breve más de las cinco pesetas nominales.
En la Barcelona de principios del XX, Santiago Rusiñol montó un tenderete en la plaza de Cataluña ofreciendo duros a cuatro pesetas. Según la anécdota, no vendió ni uno (y así gano la apuesta porque eso era lo que él había dicho que iba a ocurrir); parece que los transeúntes desconfiaban, pensaban que se trataba de moneda falsa, que había algún tipo de engaño, lo que fuera.
No estoy seguro de si la expresión “nadie da duros a cuatro pesetas” se impuso a partir de la excentricidad de Rusiñol o, por el contrario, ésta fue motivada por la existencia previa del dicho; me inclino más por la segunda opción. En tal caso, Rusiñol lo único que hizo fue corroborar cuan profundamente instalada estaba esa creencia en los cerebros barceloneses. Nadie da duros a cuatro pesetas, por lo tanto, si alguien dice que lo hace, es mentira, ni te molestes en comprobarlo.
El personaje de Almudena Grandes hizo algo muy parecido (aunque sea ficción, quiero suponer que esos actos pudieron efectivamente ocurrir en aquellos años) y en la novela tiene éxito. ¿Acaso son (eran) los madrileños menos desconfiados que los catalanes? ¿O quizás se deba a que el margen de ganancia que ofrece el personaje de ficción (40%) es mayor que el que proponía Rusiñol (25%)? Algo puede haber por ahí, porque es sabido que un estafador tiene tantas más probabilidades de éxito cuanto más exagerado (y por tanto increíble) es el beneficio (ilusorio) que ofrece.
Yo, la verdad, también creo que nadie da duros a cuatro pesetas. Y esa creencia me lleva a descartar, sin apenas perder tiempo en echar algo más que un vistazo rápido, los múltiples anuncios de formas de negocio o enriquecimiento rápidas y fáciles. Y las pocas veces que no lo he hecho así lo único que he sacado en claro es que el dicho se cumplía y que, probablemente, era yo el que estaba pagando un duro a cambio de cuatro pesetas (eso cuando llegaban a cuatro).
Ahora bien, la frasecita me la creo en materias pecuniarias, evaluables económicamente. No en muchos otros aspectos de la vida en los que, con harta frecuencia, te encuentres que te dan duros por cuatro pesetas (o por nada) o que eres tú mismo quien lo hace. La explicación radica en que no se trata de duros ni de pesetas. O que, cuando nos empeñamos en valorar esos intercambios, las unidades de medida son subjetivas; por lo que lo que para ti es un duro para mí puede ser una peseta. O que, aunque coincidiéramos en la cuantificación de los valores, el ejercicio resulta inútil porque no estamos haciendo negocios y, a lo mejor, cuantos más duros doy más estoy ganando.
PS: Por cierto, he buscado en la Red referencias a esos duros de plata y no las he encontrado (he dedicado poco tiempo). Sin embargo, compruebo que en 1933 la República emitió monedas de una peseta en plata; posteriormente, en 1937, se emitieron en bronce (las populares "rubias").
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
Aunque haya desconfiados e incrédulos, siempre hay también los que por ambición son capaces de comprar duros a cuatro pesetas. Véase, por ejemplo, esa gente que vende sus décimos de lotería premiados, convirtiendo en negro un dinero legítimamente ganado, sólo por ambición de tener más.
ResponderEliminarMás bien es que hay gente que compra las cuatro pesetas a precio de duros por blanquear su dinero negro y claro es difícil no caer en la tentación que se les pone delante.
ResponderEliminarDesde luego que con los hijos te pasas la vida regalando duros a fondo perdido. A veces se gana y otras no, pero eso es lo de menos.
ResponderEliminarBesos
Nadie vende duros a cuatro pesetas aunque hay quien sí los compra, que es bien diferente.
ResponderEliminarPero en lo que se refiere a otras cosas hay mucha, mucha gente (más de las que a veces cree la mayoría) que vende duros a cuatro pesetas, y a tres y hasta a cero.
Besos
Sobre esos duros que buscas, tengo uno de Alfonso XII con el resello de una corona mural (la que se usa en las repúblicas), quizá eran esos
ResponderEliminarAlgunos dan duros a 6 pesetas y el problema es que hay gente que los compra.
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