Hay un límite preciso a la hora de ayudar a los demás. Más allá de este límite, invisible para muchos, no hay más que una voluntad de imponer la propia manera de ser ... (El arte del placer; Goliarda Sapienza: novela muy recomendable).
Señor, dame la inteligencia para ver ese límite y dame, también, la paciencia para no superarlo (oración laica de un agnóstico: yo).
Acepto, en lo que personalmente me toca, la primera frase de Goliarda; no así la segunda. Sé que, por falta de inteligencia o de paciencia, he superado ese límite varias veces; sin embargo no recuerdo que nunca fuera por voluntad de imponer. Aunque, ciertamente, de eso me han acusado.
Conclusión apresurada y estúpida: hay que saber hacer marketing con la propia personalidad. Que no confundan tus defectos con otros que no lo son (y que tienen peor prensa).
Dar y recibir; ayudar es dar ... ¿o no? Cada vez más, uno prefiere dar a recibir. Me pregunto si tendrá que ver con hacerse mayor. Quizás, después de todo, no sea sino la evolución, la sofisticación del egoísmo. Dando me siento bien y, para sentirme bien, ansío dar. No cabe contabilizar intercambios; dar al margen de lo que reciba, variables independientes.
Pero es difícil que te dejen dar. ¿Miedo a sentirse deudor? ¿Miedo a abrir puertas? Ahí entra la paciencia: aceptar que lo que das no quiera ser recibido y, pese a ello, seguir disponible, sin forzar. Me cuesta mucho.
También podría devolverme la pelota: ¿sé recibir? Porque recibo, y mucho. Aprender pues a apreciarlo, justamente porque no lo necesito (y eso lo hace más bello), sin sentirme deudor, sin cerrar mis propias puertas.
Darse cuenta de todo esto demasiado tarde. No, no es demasiado tarde. Da igual el tiempo que dure si logro alimentar mi paciencia (escuálida ella). Si su ausencia (junto con otras incapacidades) cerraron puertas, simplemente esperar a que se abran.
Naturalmente, me gustaría que se pudieran aclarar y desmontar los equívocos y errores pasados. Hablar y abrir lo que se cerró. El pasado no existe y, sin embargo, sus lastres fantasmagóricos son pesados candados. El tiempo los disolverá: inteligencia y paciencia.
Vuelvo a citar la novela de Goliarda Sapienza: Hay que mantener las distancias con quienes se quiere; la distancia aclara las cosas casi más que la Cierta.
Señor, dame la inteligencia para ver ese límite y dame, también, la paciencia para no superarlo (oración laica de un agnóstico: yo).
Acepto, en lo que personalmente me toca, la primera frase de Goliarda; no así la segunda. Sé que, por falta de inteligencia o de paciencia, he superado ese límite varias veces; sin embargo no recuerdo que nunca fuera por voluntad de imponer. Aunque, ciertamente, de eso me han acusado.
Conclusión apresurada y estúpida: hay que saber hacer marketing con la propia personalidad. Que no confundan tus defectos con otros que no lo son (y que tienen peor prensa).
Dar y recibir; ayudar es dar ... ¿o no? Cada vez más, uno prefiere dar a recibir. Me pregunto si tendrá que ver con hacerse mayor. Quizás, después de todo, no sea sino la evolución, la sofisticación del egoísmo. Dando me siento bien y, para sentirme bien, ansío dar. No cabe contabilizar intercambios; dar al margen de lo que reciba, variables independientes.
Pero es difícil que te dejen dar. ¿Miedo a sentirse deudor? ¿Miedo a abrir puertas? Ahí entra la paciencia: aceptar que lo que das no quiera ser recibido y, pese a ello, seguir disponible, sin forzar. Me cuesta mucho.
También podría devolverme la pelota: ¿sé recibir? Porque recibo, y mucho. Aprender pues a apreciarlo, justamente porque no lo necesito (y eso lo hace más bello), sin sentirme deudor, sin cerrar mis propias puertas.
Darse cuenta de todo esto demasiado tarde. No, no es demasiado tarde. Da igual el tiempo que dure si logro alimentar mi paciencia (escuálida ella). Si su ausencia (junto con otras incapacidades) cerraron puertas, simplemente esperar a que se abran.
Naturalmente, me gustaría que se pudieran aclarar y desmontar los equívocos y errores pasados. Hablar y abrir lo que se cerró. El pasado no existe y, sin embargo, sus lastres fantasmagóricos son pesados candados. El tiempo los disolverá: inteligencia y paciencia.
Vuelvo a citar la novela de Goliarda Sapienza: Hay que mantener las distancias con quienes se quiere; la distancia aclara las cosas casi más que la Cierta.
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
Yo sí que creo que con la edad se empieza a apreciar más el hecho de dar que el de recibir.
ResponderEliminarY aunque suene a coña y a que tengo un morro que me lo piso, cuando yo digo eso de que "mi madre disfruta desviviéndose por mí", lo digo en serio. Sé que a ella hacer cosas por mí le encanta y aunque a veces parezco una hija mal criada lo soy desde hace poco, desde que comprendí que a ella sentirse imprescindible para mí es importante.
Y también creo que encontrar el punto justo de dar o pasarse dando es complicado.
Hace unos días, creo que fue en el blog de "sexo para andar por casa" hicieron una encuestilla a ver qué es lo que gustaba más a la peña en materia de sexo, si dar o recibir, y ganamos de largo los que disfrutamos más dando. La estadística no es fiable, claro, porque es lógico que salga así entre bloggeros, ya que nuestros comentarios escritos no son otra cosa que dar y más dar, por mero el placer que da el dar. Y lo bueno es que aquí nunca hay miedo de hartar al receptor ¿verdad?
ResponderEliminarSoy madre.
ResponderEliminarBesos de una maia.
A veces también, es posible, que cierres puertas porque la gente tiende a imponerte condiciones cuando da, aquello de la diferencia entre ayudar e imponer tu voluntad y hasta se sienten ofendidos cuando no es su voluntad la que gana la partida. En esta vida he encontrado dos personsas que aparte de dar a manos llenas nunca me han impuesto su voluntad, mi madre y un amigo del que todavía no sé si me merezco tenerlo o no. Aunque claro ninguno de ellos me los merezco por méritos propios, son un regalo para mi.
ResponderEliminarpues ambas fraces son sobervias..
ResponderEliminarun sasludo
Es que es muy complicado encontrar a alguien que de algo sin esperar nada a cambio...pero si hay gente buena de corazón que sólo quiere ayudar y eso hace, sin más...
ResponderEliminarLo que no termino de entender es la última frase, eso de que hay mantener las distancias con la gente que se quiere....me lo tienes que explicar...
Me tomo la libertad de citar algo que escribí: "Una de las cosas que he aprendido en estos últimos años es que no siempre ayudar a los otros es una buena opción.
ResponderEliminarPrimero, porque hay gente que no quiere ser ayudada o no valora o malinterpreta lo que haces por ella. Y eso es frustrante y agotador física y psicológicamente. Para qué tanto esfuerzo?
Segundo, porque cada cual tiene que aprender a valerse por sí mismo, a reconocer sus problemas y a dar con el truco para resolverlos por sí mismo y evitar que los nuevos contratiempos se lleguen a transformar en eso, en problemas.
Hoy me conformo con mostrar el camino cuando lo veo claro porque yo ya he pasado por ahí. Se acabó lo de cargarme a nadie a los hombros para que tome esa vía y no otra, que le hará sufrir. La libertad individual incluye el derecho a equivocarse y, lamentablemente, como pocos escarmientan en cabeza ajena, suele ser la opción más escogida para aprender.
El mejor favor que le hago a quienes quiero es no malgastar mis fuerzas con gente que no me aprecia y concentrarme en mi propio proyecto para ser feliz. Sólo si yo soy feliz, transmitiré y atraeré felicidad. Esa es la ley que desde hace unos meses rige mi vida. Me cansé de sufrir.
Lo de que mi ejemplo le sirva de modelo a otras personas ante la misma encrucijada, ya es otro cantar. Pero bueno, yo lo cuento, por si sirve.
Muchos besos"
El comentario anterior era mío.
ResponderEliminarDar es más sencillo y más gratificante, sin ninguna duda. Aunque bien dicen en otro comentario que eso es algo que se aprende con la edad.
ResponderEliminarA recibir también se acaba aprendiendo... aunque cuesta. Por miedo a ser débil, por temor a la deuda... por lo que sea pero cuesta recibir.
Besos
Reich y Wen: Por supuesto, el ejemplo arquetípico es el de las madres. Sin embargo, no estaba yo pensando en el amor de las madres (quizás porque se da por supuesto, porque es el amor en su estado más puro, sin apenas los que llamo "aditamentos"). En realidad no pensaba en amores específicos; bueno, miento un poquillo, porque imagino que en la redacción del post influyó algo mi preocupación por mi hijo. Pero, aun así, pensaba en lo que cada vez me ocurre más a mí respecto a la gente a la que quiero en general. Dicho pronto y mal, siento que quiero dar y, desde luego, no quiero nada a cambio.
ResponderEliminarJ: En materia de sexo también prefiero dar. Lo cierto es que apenas veo necesidad de hacer diferencias ya que, para mí, al menos en los últimos tiempos, el sexo se está convirtiendo en una forma sublime de dar salida a mis mejores sentimientos. Ahora bien, en sexo -más que en cualquier otra expresión amorosa- el recibir acompaña siempre de forma inmediata. Y, en este aspecto (a diferencia de otros), no me está contando nada saber recibir porque tengo la inmensa suerte de contar con una maestra espléndida. Por cierto, lo de dar y recibir en sexo tiene otras connotaciones a las que, en este contexto, no me estoy refiriendo (pero de ello se podría hablar en cualquier otro momento).
Amaranta: Tienes razón. Sin embargo, a veces, por prevención o miedos que nos han encostrado, no admitimos (o no lo suficiente) a quienes quieren darnos antes siquiera de saber si piden algo a cambio. Intuyo que esos miedos (¿a que no nos hagan daño?) son fruto de nuestras carencias, de nuestras inseguridades. Creo que sólo cada uno de nosotros somos capaces de hacernos daño, muy poco los demás. Y cerrándonos pienso que lo único que hacemos es fortalecer esas carencias.
Lukre: Me alegro que te gustaran las citas. El mérito de la escritora; te recomiendo la novela.
Pilar: Te digo lo mismo que a Amaranta; a lo mejor (llámame iluso) simplemente hay que abrirse a los demás sin expectativas, sin miedo a "quedar en evidencia"., sin pensar por eso que uno pueda parecer patético o algo similar. Pasará lo que pase, pero no será a causa de uno mismo que deje de pasar lo que podría haber pasado. Y eso, a mí al menos, me basta para sentirme que hecho lo que debía, que he tenido el valor de ser yo (lejos estoy, eh). Que el otro se asusta, da marcha atrás, no entiende nada, se cierra ... pues peor para él.
En cuanto a la segunda frase, Goliarda la pone en boca de la protagonista de su novela, una mujer admirable, en el momento en que anima a su hijo a que se vaya de la casa, para que se descubra a sí mismo; en cierto sentido, me parece a mí, viene a decir que el amor a veces consiste en separarse de quien se ama. Pero, ¿quién soy yo para interpretar lo que pretendía la autora?
Por cierto, ¿recibiste un correo que te envié a propósito de tu comentario a mi post sobre la Real? Si este fin de semana se produce el milagro, tendremos que celebrarlo (en cuyo caso, me temo que Alycia no se alegrará).
Alycia: Me parece espléndido tu texto (¿lo escribiste en tu blog?). Solo disiento de la primera razón con que justificas la inutilidad (a veces) de ayudar a otros. No creo que no se deba hacer porque sea frustrante, más bien habrá que tratar de que no nos frustre. Aun así, se necesita inteligencia para saber cuando te van a rechazar, pero no por uno mismo sino para evitar hacer daño al otro. Todo lo demás, lo suscribo y, muy especialmente, lo de que uno ha de ser feliz para transmitir felicidad.
Nanny: En mi caso, desde luego, lo estoy aprendiendo con la edad. Aprender a recibir, más concretamente aprender a abrirse para recibir, es más difícil todavía, creo yo.
Besos a tod@s