Pocos conocen una de las actividades a las que dedico parte de mi tiempo libre; en los ratos ociosos “creo” originales ideas que luego vendo con más o menos éxito a los productores de concursos televisivos. Lo que empecé como mero divertimento se ha convertido en un filón sorprendentemente lucrativo. Quién me iba a decir a mí, en mis modestos inicios, que las absurdas locuras que se me ocurrían a modo de terapia para el estrés laboral iban a ser la fuente de mi más que excesivo patrimonio actual. Y es que, cuánto más disparatada sea la ocurrencia, más entusiasma a esos ejecutivos mentecatos que viven pendientes de los índices de audiencia.
Naturalmente, uso un pseudónimo, ya que me daría muchísima vergüenza que mis colegas profesionales llegasen a descubrir que estoy detrás de deleznables programas en los que concursantes semianalfabetos se angustian en esfuerzos ridículos. Ni siquiera en este blog anónimo me atrevo a mencionar algunos de los títulos de concursos que se han desarrollado a partir de alguna idea mía; incluso aquí creo que debo mantener un cierto prestigio de talla cultural por más que, lamentablemente, la actividad intelectual no sea, en este sociedad del espectáculo banal, tan rentable como debiera.
Aun así, por muy degradado que llegue el producto a la caja tonta, he de reivindicar una mínima calidad en sus orígenes, he de proclamar que el hálito primigenio, la inspiración motora, deriva de inquietudes y buceos en más nobles materias. Bien es verdad que, a lo peor, con esta defensa no hago sino agravar mis culpas, confesando ingenuamente cómo prostituyo lo sagrado en el lodazal pestilente del circo mediático. Sea, pero ello no obsta para que, a medida que mi fama se extiende en ese mundo de yuppies, me reclamen cada vez con mayor frecuencia nuevas ideas y, consecuentemente, haya de estrujar mi fértil creatividad para encontrarlas. En fin, que algún trabajo me va costando.
Dije antes que “creo originales ideas” y exageré más de la cuenta. Las ideas, como la energía, ni se crean ni se destruyen, como mucho se transforman. En gran medida, todo se reduce a un ejercicio de ars combinatoria, procurando que los elementos de partida sean lo más heterogéneos entre sí, a fin de propiciar contrastes chocantes que –la experiencia lo demuestra- generan notables réditos comerciales. Además, es sabido que plagiar de muchas fuentes no es tal (investigación, me parece que lo llaman) y, en todo caso, el riesgo de mostrar ese pecado se minimiza sobremanera si los elementos a combinar son lo suficientemente poco conocidos por el público medio o por la crítica periodística (algo, por otra parte, poco difícil). En fin, van estas excusas no pedidas para sugerir hacia dónde apunto en la búsqueda de ideas.
Ahora mismo, por ejemplo, estoy dándole vueltas a un posible guión basado en el anacoretismo sirio. Como algunos sabrán, en la provincia romana de Siria, durante los siglos IV, V y VI, hubo una espectacular explosión de monjes cristianos, con protagonistas famosísimos en su época por hazañas ascéticas que, hoy en día, figurarían en el Guinnes. Además, visto desde nuestra época, pareciera que entre ellos hubiera habido una especie de competencia de originalidad, a ver a quien se le ocurría la forma de misticismo más singular. Daré algunas pinceladas para que pueda comprobarse que no exagero.
Había un grupo de monjes que se condenaban a la statio o inmovilización absoluta; se trataba de estar siempre de pie. Obviamente, para lograrlo, habían de recurrir a ayudas, tales como colgarse por los sobacos, atarse a un árbol, construirse una celda tan estrecha que no pudieran perder la verticalidad. Pues así, estos estacionarios se pasaban años y años, orando y siendo admirados en su santidad por los devotos cristianos de los alrededores.
Naturalmente, uso un pseudónimo, ya que me daría muchísima vergüenza que mis colegas profesionales llegasen a descubrir que estoy detrás de deleznables programas en los que concursantes semianalfabetos se angustian en esfuerzos ridículos. Ni siquiera en este blog anónimo me atrevo a mencionar algunos de los títulos de concursos que se han desarrollado a partir de alguna idea mía; incluso aquí creo que debo mantener un cierto prestigio de talla cultural por más que, lamentablemente, la actividad intelectual no sea, en este sociedad del espectáculo banal, tan rentable como debiera.
Aun así, por muy degradado que llegue el producto a la caja tonta, he de reivindicar una mínima calidad en sus orígenes, he de proclamar que el hálito primigenio, la inspiración motora, deriva de inquietudes y buceos en más nobles materias. Bien es verdad que, a lo peor, con esta defensa no hago sino agravar mis culpas, confesando ingenuamente cómo prostituyo lo sagrado en el lodazal pestilente del circo mediático. Sea, pero ello no obsta para que, a medida que mi fama se extiende en ese mundo de yuppies, me reclamen cada vez con mayor frecuencia nuevas ideas y, consecuentemente, haya de estrujar mi fértil creatividad para encontrarlas. En fin, que algún trabajo me va costando.
Dije antes que “creo originales ideas” y exageré más de la cuenta. Las ideas, como la energía, ni se crean ni se destruyen, como mucho se transforman. En gran medida, todo se reduce a un ejercicio de ars combinatoria, procurando que los elementos de partida sean lo más heterogéneos entre sí, a fin de propiciar contrastes chocantes que –la experiencia lo demuestra- generan notables réditos comerciales. Además, es sabido que plagiar de muchas fuentes no es tal (investigación, me parece que lo llaman) y, en todo caso, el riesgo de mostrar ese pecado se minimiza sobremanera si los elementos a combinar son lo suficientemente poco conocidos por el público medio o por la crítica periodística (algo, por otra parte, poco difícil). En fin, van estas excusas no pedidas para sugerir hacia dónde apunto en la búsqueda de ideas.
Ahora mismo, por ejemplo, estoy dándole vueltas a un posible guión basado en el anacoretismo sirio. Como algunos sabrán, en la provincia romana de Siria, durante los siglos IV, V y VI, hubo una espectacular explosión de monjes cristianos, con protagonistas famosísimos en su época por hazañas ascéticas que, hoy en día, figurarían en el Guinnes. Además, visto desde nuestra época, pareciera que entre ellos hubiera habido una especie de competencia de originalidad, a ver a quien se le ocurría la forma de misticismo más singular. Daré algunas pinceladas para que pueda comprobarse que no exagero.
Había un grupo de monjes que se condenaban a la statio o inmovilización absoluta; se trataba de estar siempre de pie. Obviamente, para lograrlo, habían de recurrir a ayudas, tales como colgarse por los sobacos, atarse a un árbol, construirse una celda tan estrecha que no pudieran perder la verticalidad. Pues así, estos estacionarios se pasaban años y años, orando y siendo admirados en su santidad por los devotos cristianos de los alrededores.
Otros se denominaban dendritas porque vivían en árboles. De estos, algunos se construían cabañas, pero para mí que tal recurso debería haberlos descalificado. Mayor mérito tenían los que se aposentaban sobre simples ramas, a riesgo (como ocurrió con varios de ellos) de darse de batacazos contra el suelo. Esta modalidad de anacoretismo, sin embargo, creo que la voy a descartar porque ya se aprovechó de ella Italo Calvino para su Barón rampante.
Más interesantes para mis fines resultan los dementes por Cristo, quienes, durante el día, se paseaban por los pueblos haciéndose pasar por poseídos demoníacos o retrasados mentales, mientras que, por la noche, se dedicaban a la oración. Era una manera de practicar, hasta el desprecio por sí mismos, la evangélica virtud de la humildad. Como es natural, la santidad de estos ascetas no solía serles reconocida en vida; por el contrario, con sus actuaciones se ganaban continuos insultos y hasta palizas de sus contemporáneos.
No están tampoco nada mal los boskoí, unos ascetas de costumbres salvajes a quienes les daba por vivir a la intemperie moviéndose a cuatro patas y paciendo yerba. Todo, por supuesto, para mayor gloria de Dios.
Más interesantes para mis fines resultan los dementes por Cristo, quienes, durante el día, se paseaban por los pueblos haciéndose pasar por poseídos demoníacos o retrasados mentales, mientras que, por la noche, se dedicaban a la oración. Era una manera de practicar, hasta el desprecio por sí mismos, la evangélica virtud de la humildad. Como es natural, la santidad de estos ascetas no solía serles reconocida en vida; por el contrario, con sus actuaciones se ganaban continuos insultos y hasta palizas de sus contemporáneos.
No están tampoco nada mal los boskoí, unos ascetas de costumbres salvajes a quienes les daba por vivir a la intemperie moviéndose a cuatro patas y paciendo yerba. Todo, por supuesto, para mayor gloria de Dios.
No podemos olvidar a los que, gracias a su fundador San Simeón, son los más famosos de todos: los estilitas, que se pasaban la vida encaramados en lo alto de una columna también (como los estacionarios) en una inmovilidad casi absoluta.
Para acabar con estos pocos ejemplos (no se piense que la lista es exhaustiva) citaré a los hipetros, que eran unos monjes que vivían a la intemperie buscando exponerse a las condiciones más rigurosas del clima. En estos días, por ejemplo, un hipetro se habría puesto a las tres de la tarde bajo el sol, soportando por amor a Cristo los más de 40º que estamos disfrutando.
Un rasgo común de todas estos anacoretas era su gusto por la exhibición pública, lo que los enlaza directamente con los mecanismos psicológicos de los concursantes televisivos; así que, como puede verse, tampoco hemos cambiado tanto en 1600 años. Por supuesto, en su época fueron muy famosos; es decir, sus proezas absurdas atraían espectadores. Tampoco en ese aspecto la humanidad ha evolucionado mucho. Por tanto, creo que hay materia. Sólo se trata ahora de buscar algunos otros elementos para hacer la combinación algo más compleja y, por supuesto, adaptar las prácticas del protocristianismo a los tiempos modernos (pero tampoco creo que haga falta mucho). Por supuesto, habrá que dar con un tono que no hiera susceptibilidades religiosas (téngase en cuenta que muchos de estos ascetas son miembros del santoral católico), aunque no descarto introducir algunos rasgos de espiritualidad new age, en plan homenaje actualizado a las elevadas motivaciones de aquellos sirios. Pues nada, a seguir dándole vueltas. No se me negará que la idea promete.
Un rasgo común de todas estos anacoretas era su gusto por la exhibición pública, lo que los enlaza directamente con los mecanismos psicológicos de los concursantes televisivos; así que, como puede verse, tampoco hemos cambiado tanto en 1600 años. Por supuesto, en su época fueron muy famosos; es decir, sus proezas absurdas atraían espectadores. Tampoco en ese aspecto la humanidad ha evolucionado mucho. Por tanto, creo que hay materia. Sólo se trata ahora de buscar algunos otros elementos para hacer la combinación algo más compleja y, por supuesto, adaptar las prácticas del protocristianismo a los tiempos modernos (pero tampoco creo que haga falta mucho). Por supuesto, habrá que dar con un tono que no hiera susceptibilidades religiosas (téngase en cuenta que muchos de estos ascetas son miembros del santoral católico), aunque no descarto introducir algunos rasgos de espiritualidad new age, en plan homenaje actualizado a las elevadas motivaciones de aquellos sirios. Pues nada, a seguir dándole vueltas. No se me negará que la idea promete.
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
Jajaja! Creo que a éste no me voy a apuntar.
ResponderEliminar¿Y cuál sería el premio? ¿Un taburete de diseño para mantenerse en equilibrio?
Besos
Jo... ya te empiezo a ver como la mente calenturienta que hay detrás del ..."Ella y El van de luna de miel son tal para cual..."
ResponderEliminarEntre confesiones yo fuí a un concurso televisivo del que además me llevé una pequeña pasta...
Pues nada, ahora cada vez que vea un concurso hortera en la televisión me acordaré de tí :)
Uysss sorprendida me quedo ;).
ResponderEliminarEs lo bueno que tiene la tele, que de cualquier buena idea puede producir un bodrio, o al contrario.
ResponderEliminarImpresionadita me dejas, eh.
Yo he estado en Siria en el lugar donde pasó tantos años San Simeón en lo alto de la columna. Fuimos porque alrededor de la columna construyeron después un edificio magnífico, lo que se considera el primer edificio de la arquitectura bizantina. En el centro está la columna, de la que quedan sólo dos metros o dos metros y medio. El resto se la han ido llevando a trocitos, de recuerdo. El sitio desde luego es precioso.
ResponderEliminarParece ser que San Simeón no es que tuviera la idea de subirse a la columna, de entrada. Él buscó un sitio retirado, donde estar solo. Pero como se propagó su fama de santo, acudía muchísima gente y no le dejaban en paz. Entonces se subió a la columna para que lo dejaran tranquilo. Y luego le surgieron imitadores, que ya se subían a la columna desde el principio, sin saber que no era ese el plan primigenio de San Simeón.
Desde luego el sitio lo escogió con mucha vista.
Jajajaja!!! Ahora cuando vea un programa nuevo en la tele, pensaré si es tuyo!!! Jajajaja!!!!
ResponderEliminarOye, pues és de admirar, pues se necesita creatividad e imaginación. Yo sería lo peor.
Un besote!
Esta visto que tontos y exhibicionistas ha habido en todas las épocas. Aunque me cuesta imaginar a los mismos tontorrones que se quejan por no tener colacao para desayunar subidos a una columna y pasando hambre... Bueno que, ahora que lo pienso, ahí están los de supervivientes o como se llame ahora... Vale, igual sí que funciona :D
ResponderEliminar¿Será tuya la idea del programita ese de los guapos y los listos?
Besos
(cuento cortísimo de no me acuerdo qué autor español..)
ResponderEliminar"Erase una vez un asceta consecuente: Al ver los placeres del cielo se negó a entrar en él"
Jo, puedo prometer y prometo que como sea suyo el programa de los tontos y los listos...le retiro el saludo ....uaghhhhh.. por daños contra la humanidad....
ResponderEliminarHay dos lectoras de este post que, extrablog, me han dicho que efectivamente se han creído que dedico mis ratos libres a "inventar" guiones para concursos televisivos. Alucinadito me he quedado; yo que pensaba que el tono irónico quedaba más que claro.
ResponderEliminarEn fin, según una de ellas me ha dicho, parece ser que soy muy serio y que por eso pensaba que la cosa iba en idem. Bueno, pues no. No me estoy forrando con estos asuntos. Así que, Nanny y Marguerite, espero que me mantengais el saludo. Besos
Y yo que justo le iba a poner que no me creía nada de nada...
ResponderEliminar(Bueno, lo de todos esos raritos religiosos, sí).
pues yo tambien me lo habia creido che... no me extranaria ... sos una caja de sorpresas ...
ResponderEliminaryo creo igual deberias intentarlo, no te iria mal.
espero que estes bien, y no hayas sido afectado por el incendio, en las noticias desde mi pais via internet lo pintan como algo delicado...
ojala no sea tanto, te mando un beso...
Jopé, niño, te vi a tené que dá un par de clases sobre la ironía en el arte escrito, porque mi vida, no te lo ha pillao ni San Simeón! Me lo he creído a pies juntillas!!! También influye que te has creado ya una credibilidad por aquí, que no nos cuadra a ninguno que recurras a tomarnos el pelo, jejejejjejeje.
ResponderEliminarBesotes.
tu dices
ResponderEliminar"Ni siquiera en este blog anónimo me atrevo a mencionar algunos de los títulos de concursos que se han desarrollado a partir de alguna idea mía; incluso aquí creo que debo mantener un cierto prestigio de talla cultural"
pense que era un blog personal, es cultural?????
vaya :)
un beso
Jo, Lukre, que era irónico ... Desde luego, como me recomienda illakin, voy a tener que tomar clases de ironía, porque hay qué ver cuántos no la han pillado. Un beso
ResponderEliminarmiroslav. la imagen que das de lo que escribe es muy seria, nunca ha supuesto ironia..:P
ResponderEliminarun besooo