El pasado domingo El País publicó un estupendo artículo de Enrique Vila-Matas titulado “La ficción de la dignidad”. Se trata de una interesante reflexión sobre la dignidad a partir de la aparición en España del libro Contra la censura, ensayos de Coetze. Dice Vila-Matas que los textos de Coetze están cruzados por el espíritu de Erasmo de Rotterdam, modelo universal de libertad intelectual, de tolerante escepticismo. Imagino que Erasmo no se sentiría muy a gusto con quienes tan seguros están siempre de todo; yo, desde mis desconciertos, no puedo sino desear emularlo.
¿Qué es la dignidad? Una cualidad que mucho tiene que ver con el reconocimiento ajeno de nuestro valor (ser digno es ser merecedor de algo). La dignidad tal como la entendemos opera, por tanto, en el ámbito de nuestra actuación social; es el valor social que se atribuye a nuestro personaje en el teatro del mundo. De ahí el título del artículo de Vila-Matas: “la dignidad es una ficción, un eje más de las ruedas del teatro del universo”. En poco se parece esta “dignidad” a otra que no se denomina así y que estaría relacionada con la valoración profunda de lo que cada uno es, no de lo que aparenta.
La dignidad debe protegerse; uno ha de exigir que se respete su dignidad; es frecuente (y fácil) sentirse ofendido en la dignidad ... Es natural, porque nada hay más frágil que esa etiqueta que llevamos como personaje, que exhibimos ante los demás. Hay muchos (demasiados) que se creen que son su personaje y, consiguientemente, su autoestima depende de la valoración social que alcancen, de cuanta dignidad acumulen. Es normal que quienes más reclaman respeto para su dignidad, quienes más frecuentemente se ofenden en su dignidad, sean los de personalidad más mediocre. Porque, obviamente, cuanto más avanza uno en su crecimiento personal mejor comprende que el respeto de los demás (tan enérgicamente reclamado por los dignos) nada puede añadir al valor propio; cuanto más se profundiza en el conocimiento personal mejor se distingue lo superfluo de lo esencial.
Pese a lo sencillo que es entender esto, sorprende cuánto nos cuesta desprendernos de tantas vanidades, dejar de tomárnoslas en serio (o reírnos un poco de nosotros mismos, que viene a ser lo mismo). Y más sorprendente es que haya tantas personas para quienes estas cuestiones son motivaciones fundamentales de su vida. Cuenta Vila-Matas que un amigo suyo le confesó que, para él, el núcleo central de su dignidad íntima lo constituían las renuncias secretas a todo tipo de poder. Me impresionó esta idea y me hizo relacionar el ansia de poder (incluso sólo su reconocimiento, sin apenas capacidad efectiva) con la persecución absurda de esa dignidad ficticia.
En estos últimos meses, como consecuencia del reparto de cargos políticos tras las elecciones de mayo, hay ejemplos sobrados para observar estos comportamientos, máxime si se tiene suficiente conocimiento de los protagonistas. Tengo un amigo que ha sido cesado de director general; es una persona estupenda, sin problemas profesionales ni económicos, con una familia encantadora. Podría volver a su puesto laboral previo pero, parece ser, eso sería una degradación en su dignidad. Es algo que, implícitamente, todos admiten y me consta que se le está buscando un acomodo, un cargo que sea digno de él. El otro día, tomando unas cervezas en un bullicioso grupo, mi amigo estaba como ido, preocupado por su futuro. Me cuesta entender que no se dé cuenta de que lo mejor que le puede pasar (para su felicidad) es salirse de ese mundo falso y pernicioso; me da pena que, con todas la motivaciones fantásticas para vivir, la que domine sobre las demás tenga que ver con estas ficciones huecas; me entristece que se meta cada vez más en el camino del re-conocimiento en vez de elegir la senda del auto-conocimiento.
Naturalmente, carece de todo sentido hablar de estas cosas con los interesados; sería un diálogo de sordos, de seres situados en distintas dimensiones. A estas alturas, lo único que puedo (y debo) hacer es aprender de lo que veo e intentar no caer en las trampas insidiosas de la “dignidad”.
¿Qué es la dignidad? Una cualidad que mucho tiene que ver con el reconocimiento ajeno de nuestro valor (ser digno es ser merecedor de algo). La dignidad tal como la entendemos opera, por tanto, en el ámbito de nuestra actuación social; es el valor social que se atribuye a nuestro personaje en el teatro del mundo. De ahí el título del artículo de Vila-Matas: “la dignidad es una ficción, un eje más de las ruedas del teatro del universo”. En poco se parece esta “dignidad” a otra que no se denomina así y que estaría relacionada con la valoración profunda de lo que cada uno es, no de lo que aparenta.
La dignidad debe protegerse; uno ha de exigir que se respete su dignidad; es frecuente (y fácil) sentirse ofendido en la dignidad ... Es natural, porque nada hay más frágil que esa etiqueta que llevamos como personaje, que exhibimos ante los demás. Hay muchos (demasiados) que se creen que son su personaje y, consiguientemente, su autoestima depende de la valoración social que alcancen, de cuanta dignidad acumulen. Es normal que quienes más reclaman respeto para su dignidad, quienes más frecuentemente se ofenden en su dignidad, sean los de personalidad más mediocre. Porque, obviamente, cuanto más avanza uno en su crecimiento personal mejor comprende que el respeto de los demás (tan enérgicamente reclamado por los dignos) nada puede añadir al valor propio; cuanto más se profundiza en el conocimiento personal mejor se distingue lo superfluo de lo esencial.
Pese a lo sencillo que es entender esto, sorprende cuánto nos cuesta desprendernos de tantas vanidades, dejar de tomárnoslas en serio (o reírnos un poco de nosotros mismos, que viene a ser lo mismo). Y más sorprendente es que haya tantas personas para quienes estas cuestiones son motivaciones fundamentales de su vida. Cuenta Vila-Matas que un amigo suyo le confesó que, para él, el núcleo central de su dignidad íntima lo constituían las renuncias secretas a todo tipo de poder. Me impresionó esta idea y me hizo relacionar el ansia de poder (incluso sólo su reconocimiento, sin apenas capacidad efectiva) con la persecución absurda de esa dignidad ficticia.
En estos últimos meses, como consecuencia del reparto de cargos políticos tras las elecciones de mayo, hay ejemplos sobrados para observar estos comportamientos, máxime si se tiene suficiente conocimiento de los protagonistas. Tengo un amigo que ha sido cesado de director general; es una persona estupenda, sin problemas profesionales ni económicos, con una familia encantadora. Podría volver a su puesto laboral previo pero, parece ser, eso sería una degradación en su dignidad. Es algo que, implícitamente, todos admiten y me consta que se le está buscando un acomodo, un cargo que sea digno de él. El otro día, tomando unas cervezas en un bullicioso grupo, mi amigo estaba como ido, preocupado por su futuro. Me cuesta entender que no se dé cuenta de que lo mejor que le puede pasar (para su felicidad) es salirse de ese mundo falso y pernicioso; me da pena que, con todas la motivaciones fantásticas para vivir, la que domine sobre las demás tenga que ver con estas ficciones huecas; me entristece que se meta cada vez más en el camino del re-conocimiento en vez de elegir la senda del auto-conocimiento.
Naturalmente, carece de todo sentido hablar de estas cosas con los interesados; sería un diálogo de sordos, de seres situados en distintas dimensiones. A estas alturas, lo único que puedo (y debo) hacer es aprender de lo que veo e intentar no caer en las trampas insidiosas de la “dignidad”.
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
Pues siendo la dignidad un valor tan en alza y tan altamente cotizado es todo un atrevimiento relativizarla. Y es que desde que se acuñó el término de lo políticamente correcto e incorrecto hay una cosa que están grabando a fuego, como si fuéramos ganado, en la espalda de todos nosotros, dignidad.
ResponderEliminarNo tengo nada clara mi concepción de la dignidad ni de cómo respondo yo ante sus ataques (si es que los sufro, que ahora mismo no caigo).
ResponderEliminarVamos, que lo que cuentas me parece muy acertado, pero no sé como aplicármelo a mí misma.
Resumiendo, que es viernes y estoy un poco espesita...
Un beso.
Vaya, pues no es eso lo que yo entendía por dignidad. Entiendo lo que es vivir en una vivienda digna (esa que no está cayéndose a pedazos y no está infestada de cualquier bicho o podredumbre). Entiendo lo que es tener un sueldo digno (aquél que te permite subsistir junto con los tuyos e, incluso, pagar la hipoteca). Entiendo lo que es tener una muerte digna (aquella en la que el paciente tiene la última palabra, ya sea antes o durante su padecimiento final).
ResponderEliminarSin embargo, no concibo digno el puesto social que se alcanza. La persona es digna o no es digna, pero un cargo político no la va a hacer mejor o peor. Un político que además consiga resultados buenos dentro de su cargo, me parecerá una persona digna. Quien te atiende detrás del mostrador de una tienda cualquiera de barrio, si ayuda a que su entorno sea mejor, será una persona digna.
Besotes.
Como siempre, si antes no nos ponemos de acuerdo en el significado de las palabras, cualquier intercambio de ideas será un diálogo para besugos.
ResponderEliminarSi es algo que se ha dicho siempre. La lengua sólo sirve para que nos entendamos y nos comuniquemos con eficacia. Los que se empeñan en que una palabra signifique lo que a ellos les dé la gana, en aras de lo políticamente correcto o de lo que sea, están despojando a la lengua de su única finalidad.
No debería darse el caso de que estuviéramos hablando de si esta palabra significa tal cosa o tal otra.