Estos últimos días he tenido varias conversaciones con mi ex acerca de nuestro hijo, de H. H sigue en el hospital; ya ha superado los dos meses y los médicos todavía no quieren aventurar ninguna fecha de alta. Ha habido momentos muy malos, porque, tras las dos operaciones, apareció una infección que estuvo resistiendo durante casi dos largas semanas a todos los antibióticos que se probaban. En esos días de fiebres continuadas de más de 40º se nos planteó que, o se paraba rápido, o habría que cortar la pierna desde la rodilla. El chico, aunque se le debió pasar por la cabeza, no supo entonces lo cerca que estuvo de quedarse “manco de la pata derecha” (no digo “cojo”, porque cojo, aunque con pierna, se va a quedar; ya veremos en qué grado).
Afortunadamente, se acertó con un antibiótico que, lentamente, comenzó a matar a las malditas bacterias que campaban a sus anchas. A estas alturas parece que la infección, si no totalmente, está casi eliminada. Dos veces por semana desde hace un mes lo llevan al quirófano y le limpian la herida, que comienza a cicatrizar exasperadamente despacio. No obstante, el pronóstico no es nada bueno. No lo era tras la desgracia y la infección carnívora lo ha empeorado. Tiene bastantes nervios sajados (se le injertaron nervios con la esperanza de que restablezcan parcialmente las conexiones), también algunos vasos menores que limitan el correcto drenaje sanguíneo de la zona y ha perdido masa muscular y tejidos, esto último intensificado por las simpáticas bacterias que pusieron ciegas de su carne. Cuando salga le espera un larguísimo (años) periodo de rehabilitación, con el objetivo de que sea capaz de valerse por sí mismo. Supongo que, en los próximos meses, pasará más de una vez por quirófano.
En todo caso, por más que pinten bastos, lo cierto es que han pasado los embates de la tempestad y cuando el barco, incluso desarbolado, flota en un mar en calma, uno empieza a reflexionar sobre lo ocurrido y sobre el devenir. Tanto R (mi ex) como yo creemos que lo que le ha ocurrido a H no es sino la consecuencia de la vida que llevaba; hasta llego a pensar que, de forma subconsciente (perdóneseme la frivolidad freudiana), el propio chico ha querido detener abruptamente esa especie de huida veloz de sí mismo que, en el fondo, es en lo que consiste su vida. H ya ha “escapado” de varias gordas (que sería largo ponerme a contar aquí) pero lo ha hecho sin interiorizar las consecuencias, sin que la hayan valido para atreverse a enfrentarse consigo mismo. Esta vez, por desgracia, van a quedar secuelas notables; además en el aspecto que él más valora: la condición física. Por el momento, H se niega a asumir esa realidad, no interioriza que el resto de su vida va a tener una minusvalía (confiemos en que la menor posible).
H tiene 22 años. Este año debería haber hecho cuarto de carrera; en cambio ha estado matriculado (porque estudiando …) en primero de económicas. Obviamente perdió los exámenes de junio, aunque su madre no cree que habría aprobado más de una o dos. Es bastante probable que no pueda presentarse en septiembre. Es decir, que el año que viene, de seguir en la universidad, volverá a estar en primero. Por otro lado, tampoco creemos que le interese económicas; en opinión de su madre, se matriculó hace un año por hacer algo, por justificar la continuidad de su vida cotidiana. Lo grave es que tampoco hay nada que le motive suficientemente, nada le interesa (y no hablo sólo de estudios o profesiones). Su afición a emborracharse como única forma de pasarlo bien (parece que bastante común entre sus contemporáneos) la explica diciendo que cuando está ebrio se ríe, no piensa en nada y se divierte. De esta forma, su vida, en los últimos cinco años, se ha venido reduciendo a tratar de “pasárselo bien”, dentro de un marco de deberes impuestos (por la universidad, la familia) que cumplía sin que le importaran lo más mínimo, sin hacerlos “suyos” para nada. A medida que crecía, ha ido procurando “aflojar” esos deberes, nada más.
En esa situación, hace unos días, su madre perdió los nervios. Pasados los momentos de angustia, le volvió la rebelión contra la actitud de su hijo, la desesperación por ver que pasan los años sin que se tome a sí mismo en serio, la tristeza por haber perdido toda confianza en él, por no esperar ya nada. Todos sentimientos negativos que, por su propio carácter, R tiende a dramatizar, que escasamente convierte en programa de acción, en qué hacer. Salvo la decisión, más movida por el cabreo que por la reflexión, de dejar de ser cómplice involuntaria de la vida de su hijo. Quiere, me ha dicho, dejar de mantener a H (o, al menos, interrumpir al máximo la provisión de recursos), de modo que él se vea obligado a reaccionar.
Yo coincido con R en que H debe reaccionar. Ese reaccionar, en su caso, implica romper una coraza que se ha ido creando ante los demás y, lo que es más grave, ante sí mismo. Pasa pues por enfrentarse consigo mismo. Y ese proceso le va a ser muy doloroso y tendrá que llorar de verdad, sacar lo que lleva dentro y que tiene pánico de que asome. Tiene mucho que ver con la autoestima, con el orgullo, con la debilidad de carácter … Lo que pasa es que, al igual que su madre, desconfío de H y, desde luego, más desconfío de nuestra capacidad (especialmente de la de la madre) de poderle hacer reaccionar, de que sea lo suficientemente constante y hábil para propiciar que su hijo se ayude a sí mismo (siempre la paciencia y la sabiduría).
Naturalmente, también yo estoy muy preocupado y llevo varios días hablando con él, evitando reconvenirle pero sí intentando que piense. Mi capacidad de influir sobre H es muy distinta a la de R; creo que en términos generales es bastante menor (aunque haya algunos aspectos en que puedo ser quizás un referente adecuado). A quien sí puedo ayudar más es a R y ella lo sabe y, por eso, en estos últimos días ha querido hablar en varias ocasiones conmigo. Lo cual está llevando –inevitablemente– a incipientes movidas de desbloqueo de nuestra extraña relación. Me da la sensación de que ella querría retomar los asuntos mal cerrados de nuestra ruptura. Ayer mismo, me llamó para saber cómo había ido mi conversación con H y luego me propuso invitarme a cenar para celebrar mi cumple. Le dije que no (ya estaba comprometido) y entonces me preguntó que si nosotros podríamos salir de vez en cuando, si ella podía llamarme para que quedáramos; le dije que sí, claro.
Según K (que no puede ser objetiva), R quiere que volvamos a estar juntos. Yo no digo taxativamente que no, pero tampoco lo creo al 100%. Sí intuyo que se siente sola, que quiere recuperar una relación de confianza conmigo, no sé … Como he contado en este blog (de hecho lo abrí para aclararme ante la eclosión de mis sentimientos tras la separación), yo la quiero mucho pero, al mismo tiempo, no confío en ella. Por otra parte, sigo sintiéndome herido por lo que nos pasó, por sentirme dañado injustamente, deshonestamente. Siempre he dicho que me gustaría poder recuperar una relación amorosa con R, que pudiéramos superar tantas espinas que fuimos poniéndonos para poder expresarnos el amor que sé que ambos nos tenemos. También llegué a la conclusión, meses después de la ruptura, que ese camino tenía que iniciarlo ella (no es cuestión de explicar ahora el porqué), que le correspondía a ella limpiarse a sí misma antes de poder volver hacia mí. Parece que, más de dos años después, da un primer paso.
No se piense, sin embargo, que yo deseo volver a tener una relación de pareja (en el sentido que normalmente se entiende) con R. Si pudiéramos recuperar alguna forma de relación que permita que el amor que sé que hay entre nosotros se manifieste (lo cual ahora veo poco probable, porque no me fío de ella), tengo muy claro que no será una vuelta a la convivencia cotidiana. No quiero, en esta etapa de mi vida, una relación de pareja; sí quiero, en cambio, amar (y que me amen). No me voy a enrollar con lo que pienso al respecto, para eso he escrito ya varios posts.
De otra parte, no voy a negarlo, no sé si me apetece mucho abrir los asuntos mal cerrados con R. Pero, obviamente, he de hacerlo porque otra cosa sería actuar como un avestruz y, si algo me he prometido a mí mismo, es no dejar de vivir lo que he de vivir para ser quien soy. Al fin y al cabo, esa es, a mi juicio, la única obligación que cada uno de nosotros deberíamos asumir.
Afortunadamente, se acertó con un antibiótico que, lentamente, comenzó a matar a las malditas bacterias que campaban a sus anchas. A estas alturas parece que la infección, si no totalmente, está casi eliminada. Dos veces por semana desde hace un mes lo llevan al quirófano y le limpian la herida, que comienza a cicatrizar exasperadamente despacio. No obstante, el pronóstico no es nada bueno. No lo era tras la desgracia y la infección carnívora lo ha empeorado. Tiene bastantes nervios sajados (se le injertaron nervios con la esperanza de que restablezcan parcialmente las conexiones), también algunos vasos menores que limitan el correcto drenaje sanguíneo de la zona y ha perdido masa muscular y tejidos, esto último intensificado por las simpáticas bacterias que pusieron ciegas de su carne. Cuando salga le espera un larguísimo (años) periodo de rehabilitación, con el objetivo de que sea capaz de valerse por sí mismo. Supongo que, en los próximos meses, pasará más de una vez por quirófano.
En todo caso, por más que pinten bastos, lo cierto es que han pasado los embates de la tempestad y cuando el barco, incluso desarbolado, flota en un mar en calma, uno empieza a reflexionar sobre lo ocurrido y sobre el devenir. Tanto R (mi ex) como yo creemos que lo que le ha ocurrido a H no es sino la consecuencia de la vida que llevaba; hasta llego a pensar que, de forma subconsciente (perdóneseme la frivolidad freudiana), el propio chico ha querido detener abruptamente esa especie de huida veloz de sí mismo que, en el fondo, es en lo que consiste su vida. H ya ha “escapado” de varias gordas (que sería largo ponerme a contar aquí) pero lo ha hecho sin interiorizar las consecuencias, sin que la hayan valido para atreverse a enfrentarse consigo mismo. Esta vez, por desgracia, van a quedar secuelas notables; además en el aspecto que él más valora: la condición física. Por el momento, H se niega a asumir esa realidad, no interioriza que el resto de su vida va a tener una minusvalía (confiemos en que la menor posible).
H tiene 22 años. Este año debería haber hecho cuarto de carrera; en cambio ha estado matriculado (porque estudiando …) en primero de económicas. Obviamente perdió los exámenes de junio, aunque su madre no cree que habría aprobado más de una o dos. Es bastante probable que no pueda presentarse en septiembre. Es decir, que el año que viene, de seguir en la universidad, volverá a estar en primero. Por otro lado, tampoco creemos que le interese económicas; en opinión de su madre, se matriculó hace un año por hacer algo, por justificar la continuidad de su vida cotidiana. Lo grave es que tampoco hay nada que le motive suficientemente, nada le interesa (y no hablo sólo de estudios o profesiones). Su afición a emborracharse como única forma de pasarlo bien (parece que bastante común entre sus contemporáneos) la explica diciendo que cuando está ebrio se ríe, no piensa en nada y se divierte. De esta forma, su vida, en los últimos cinco años, se ha venido reduciendo a tratar de “pasárselo bien”, dentro de un marco de deberes impuestos (por la universidad, la familia) que cumplía sin que le importaran lo más mínimo, sin hacerlos “suyos” para nada. A medida que crecía, ha ido procurando “aflojar” esos deberes, nada más.
En esa situación, hace unos días, su madre perdió los nervios. Pasados los momentos de angustia, le volvió la rebelión contra la actitud de su hijo, la desesperación por ver que pasan los años sin que se tome a sí mismo en serio, la tristeza por haber perdido toda confianza en él, por no esperar ya nada. Todos sentimientos negativos que, por su propio carácter, R tiende a dramatizar, que escasamente convierte en programa de acción, en qué hacer. Salvo la decisión, más movida por el cabreo que por la reflexión, de dejar de ser cómplice involuntaria de la vida de su hijo. Quiere, me ha dicho, dejar de mantener a H (o, al menos, interrumpir al máximo la provisión de recursos), de modo que él se vea obligado a reaccionar.
Yo coincido con R en que H debe reaccionar. Ese reaccionar, en su caso, implica romper una coraza que se ha ido creando ante los demás y, lo que es más grave, ante sí mismo. Pasa pues por enfrentarse consigo mismo. Y ese proceso le va a ser muy doloroso y tendrá que llorar de verdad, sacar lo que lleva dentro y que tiene pánico de que asome. Tiene mucho que ver con la autoestima, con el orgullo, con la debilidad de carácter … Lo que pasa es que, al igual que su madre, desconfío de H y, desde luego, más desconfío de nuestra capacidad (especialmente de la de la madre) de poderle hacer reaccionar, de que sea lo suficientemente constante y hábil para propiciar que su hijo se ayude a sí mismo (siempre la paciencia y la sabiduría).
Naturalmente, también yo estoy muy preocupado y llevo varios días hablando con él, evitando reconvenirle pero sí intentando que piense. Mi capacidad de influir sobre H es muy distinta a la de R; creo que en términos generales es bastante menor (aunque haya algunos aspectos en que puedo ser quizás un referente adecuado). A quien sí puedo ayudar más es a R y ella lo sabe y, por eso, en estos últimos días ha querido hablar en varias ocasiones conmigo. Lo cual está llevando –inevitablemente– a incipientes movidas de desbloqueo de nuestra extraña relación. Me da la sensación de que ella querría retomar los asuntos mal cerrados de nuestra ruptura. Ayer mismo, me llamó para saber cómo había ido mi conversación con H y luego me propuso invitarme a cenar para celebrar mi cumple. Le dije que no (ya estaba comprometido) y entonces me preguntó que si nosotros podríamos salir de vez en cuando, si ella podía llamarme para que quedáramos; le dije que sí, claro.
Según K (que no puede ser objetiva), R quiere que volvamos a estar juntos. Yo no digo taxativamente que no, pero tampoco lo creo al 100%. Sí intuyo que se siente sola, que quiere recuperar una relación de confianza conmigo, no sé … Como he contado en este blog (de hecho lo abrí para aclararme ante la eclosión de mis sentimientos tras la separación), yo la quiero mucho pero, al mismo tiempo, no confío en ella. Por otra parte, sigo sintiéndome herido por lo que nos pasó, por sentirme dañado injustamente, deshonestamente. Siempre he dicho que me gustaría poder recuperar una relación amorosa con R, que pudiéramos superar tantas espinas que fuimos poniéndonos para poder expresarnos el amor que sé que ambos nos tenemos. También llegué a la conclusión, meses después de la ruptura, que ese camino tenía que iniciarlo ella (no es cuestión de explicar ahora el porqué), que le correspondía a ella limpiarse a sí misma antes de poder volver hacia mí. Parece que, más de dos años después, da un primer paso.
No se piense, sin embargo, que yo deseo volver a tener una relación de pareja (en el sentido que normalmente se entiende) con R. Si pudiéramos recuperar alguna forma de relación que permita que el amor que sé que hay entre nosotros se manifieste (lo cual ahora veo poco probable, porque no me fío de ella), tengo muy claro que no será una vuelta a la convivencia cotidiana. No quiero, en esta etapa de mi vida, una relación de pareja; sí quiero, en cambio, amar (y que me amen). No me voy a enrollar con lo que pienso al respecto, para eso he escrito ya varios posts.
De otra parte, no voy a negarlo, no sé si me apetece mucho abrir los asuntos mal cerrados con R. Pero, obviamente, he de hacerlo porque otra cosa sería actuar como un avestruz y, si algo me he prometido a mí mismo, es no dejar de vivir lo que he de vivir para ser quien soy. Al fin y al cabo, esa es, a mi juicio, la única obligación que cada uno de nosotros deberíamos asumir.
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
En cuanto a H. sólo decirte que he conocido y conozco muchísimos casos de amigos y familiares que atravesaron la edad de H. con sus mismos problemas y que, finalmente, a todos ellos les llegó un día la cordura a sus vidas y supieron reconducirlas con mucho éxito.
ResponderEliminarY en cuanto a R., como no conozco muchos detalles de la historia, sólo comentarte que en los momentos en los que tenemos más problemas solemos darnos cuenta de muchas cosas que, cuando no los tenemos, ni nos planteamos.
No sé si lo que digo tiene algún sentido, pero ahí queda...
niño no dire nada sobre la relacion con tu ex, eso es muy personal, pero si me permites el atrevimiento he de decirte que tu hijo cuando se vea en la calle y cojo como tu dices, espabiliara.
ResponderEliminarCon 22 años le estais pidiendo demaciado como van las cosa ahora con los jovenes. ALgunos maduran muy prontos o otros no. SInceramente, se que os preocupa, pero no lo machaqueis con el "tenes que". porque lo perderan.
Bastante tendra con lo que se le viene encima al salir del hospital.
en fin...
un beso
Aunque ya sé que no estás pidiendo consejo, te diré que no me atrevo a comentar nada, sobre todo porque jamás me he visto en situaciones como las que describes (ni parecidas siquiera). No tengo hijos, a uno de mis ex hace siglos que no lo veo, y al otro apenas lo veo de lejos en alguna calle de muy tarde en tarde. No sé lo que haría yo en una situación así.
ResponderEliminarSupongo que os vendrá bien aclarar las cosas, sobre todo porque tus desconciertos se volverán menos pesados y lograrás paz. Y ella posiblemente obtendrá mucho más que tú dada la situación que hay ahora mismo en su vida. Y según lo veo K no anda muy desencaminada, así que ten cuidado porque una mala reacción (ante una negativa tuya, o ante tu nueva manera de querer vivir el amor) podría empeorar las cosas.
ResponderEliminar"no dejar de vivir lo que he de vivir para ser quien soy" ... tu lo has dicho mejor que nadie... creo que de eso se trata justamente ...
ResponderEliminarte deseo toda la suerte en la decision que tomes, y ojala tu hijo se recupere muy pronto (menudo golpazo se dio este muchacho...), pero todo ira bien ...
y feliz cumple ... ni idea cuando es pero he leido por ahi que eres Leo ... asi que debe ser pronto ...
besos ...
Feliz cumple. Según mis cálculos fue el domingo (reuniendo pistas :P)
ResponderEliminarDe tu hijo supongo que también habrás valorado una posibilidad. Es cierta y hay que planteársela seriamente: el rechazo a lo que le está ocurriendo lo puede sumir en una depresión, tanto más grande cuanto más (como dices que hace) valore la condición física. Conocí a un chico por internet con el que mantenía conversaciones por msn de esos como tu hijo, quejándose de todo y de todos, a su bola, con 30 tacos ya y ni por la mitad de la carrera... Se lesionó en el gimnasio, una hernia discal, y lo "oía" decir cada cosa, que yo trataba de animarle, hacerle ver que la vida tiene más aspectos y más que lo que él veía, pero estaba anclado ahí, sin sentirse apoyado por su familia, y veladamente se le intuía esa salida que nadie desea pero en la que, al menos una vez en la vida, hemos calibrado casi todos.
No sé cómo lo plantearía yo. Pero deberíais consultar a un psicólogo, aunque al principio él no esté implicado en las sesiones.
Con el otro tema, tu párrafo final es mi actual filosofía de vida, no traicionarme a mí misma. Así que, llegado el momento, sabrás qué hacer.
Besazos.