A Eva
Me pide Eva, en un comentario a mi anterior post, que retome la historia de mis amigos Laia y Zenón. Hay personas cuyas peticiones es un placer atender, así que vamos allá.
La verdad es que casi toda la parte “jugosa” de la historia está ya contada. Por seguir el orden cronológico debería aprovechar este post para publicar el texto que Laia escribió relatando su experiencia sexual con Filipe. Sé que a Eva le gustaría que lo hiciese pero, por diversos motivos, no lo veo procedente de momento. Sí me gustaría referirme al impacto emocional y psíquico, además del estrictamente físico, que supuso para Laia sentir, por primera vez en su vida, un orgasmo. Porque ese impacto fue el desencadenante de profundos cambios en su forma de pensar y, específicamente, en su actitud respecto a su relación con Zenón.
Algunas comentaristas se sorprendieron (Amanda incluso se indignó) de que Laia no hubiera nunca tenido orgasmos. Ya contesté entonces que no me parece algo insólito y que conozco más de un caso de mujeres (todas entre cuarenta y cincuenta años) en la misma situación que mi amiga. De hecho, y aunque a este tipo de estadísticas no se les puede exigir demasiada fiabilidad, parece que en torno al 10% de las mujeres sexualmente activas son anorgásmicas primarias (las que nunca han tenido un orgasmo) y, obviamente, un porcentaje bastante mayor son (al menos en determinadas épocas) anorgásmicas secundarias. Y conste que no suman la multitud de mujeres que tienen orgasmos en un porcentaje relativamente bajo de las relaciones sexuales que mantienen; ni tampoco se cuentan entre las anorgásmicas aquéllas que nunca tienen orgasmos en pareja aunque sí saben proporcionárselos a sí mismas.
Como es más que sabido, salvo un pequeñísimo porcentaje debido a causas orgánicas, la anorgasmia obedece a razones de índole psicológica (de ahí que Amanda ofreciese a Laia sus servicios profesionales). Tiene mucho que ver con dos factores fundamentales: prejuicios muy arraigados (casi nunca conscientes) respecto al sexo y falta de comunicación con la pareja (ligada en gran medida a los mismos prejuicios). Habría que añadir, aunque sea también una consecuencia de los prejuicios, una falta de conocimiento del propio cuerpo. Todas estas circunstancias, como ella misma me confesó, se verificaban en Laia.
Me contó, por ejemplo, que nunca se había masturbado. Lo había “probado” alguna vez, pero no pasaron de meros ensayos titubeantes que abortó antes de obtener cualesquiera consecuencias fructíferas. En esas ocasiones sentía, me dijo, una mezcla de vergüenza, culpa y ridículo que le imposibilitaban la relajación imprescindible para dejar a su cuerpo activar los sensores del placer, para darse permiso a sentir físicamente. Era, son sus palabras, como si una parte de su cerebro la recriminara. Puedo comprender perfectamente la dificultad (mejor, la imposibilidad) de sentir placer cuando sometes esas sensaciones a una profunda represión.
En las relaciones sexuales, desde sus inicios (había tenido tres parejas sexuales antes de Zenón), Laia se excitaba y, de hecho, disfrutaba enormemente con las caricias y los besos. Curiosamente, la intensificación de la excitabilidad no proseguía cuando era tocada en la zona genital ni tampoco con la penetración. No es que le molestara, también le gustaba; sin embargo, sentía que su libido no se desplegaba con la misma espontaneidad, que algo en su cerebro se alertaba y “cortaba” el abandono erótico que llevaba hasta esos momentos. Aun así, disfrutaba mucho, antes de casarse y durante los primeros años con Zenón, de los coitos, sobre todo cuando la penetración iba acompañada de estrechos abrazos e intensos besos que la hacían sentirse muy unida al hombre a quien amaba. En cierta medida, pensaba ella, sublimaba su excitación sexual (y la justificaba) en amor. Y las satisfacciones que obtenía de recibir y dar amor compensaban, eso cree, las ausencias orgásmicas. De otra parte, me dijo, lo pasaba bien en términos físicos y, al menos en esos primeros años, no se quedaba con “ganas de más” (al menos no sentía claramente esa falta). Al fin y al cabo, es difícil añorar lo que no se conoce.
Avanzado su matrimonio, no obstante, las cosas empezaron a cambiar. Laia me señaló el fracaso de sus intentos de maternidad como un punto de inflexión de su vida conyugal. Algo, cree ella, tuvo que quebrarse en esas capas profundas del cerebro abriendo una pequeña rendija por la que empezaron a filtrarse algunas insatisfacciones reprimidas. Aun así, no puede decirse que llegara a hacerse reflexiones conscientes, autoanálisis explícitos sobre su sexualidad (eso no ocurriría hasta la experiencia con Filipe y en ese proceso sigue actualmente); pero sí empezó a expresar, confusa y contradictoriamente, sus disgustos respecto al sexo. También es verdad que, tras siete u ocho años de convivencia, el entusiasmo amoroso había decaído en ambos y el erotismo mutuo, entendido como incentivo vivificador, estaba en cotas muy bajas. Todos sabemos del efecto erosivo de la cotidianeidad.
Me contó (y yo lo he vivido) que el sexo se había convertido en algo monótono, las más de las veces provocado sin estímulos “mentales” a iniciativa de Zenón. El propio Zenón, notaba ella, se lo tomaba como una mera resolución de sus necesidades biológicas, por más de que siempre tratara de mantener unos mínimos en cuanto al “envoltorio”. En lo que se refiere a los aspectos de estricto comportamiento sexual, su marido fue reduciendo cada vez más la diversidad de las prácticas y acortando los tiempos de ejercicio. Por su parte, como reacción, como causa o, lo más probable, como ambas cosas contribuyendo a un proceso que se retroalimentaba, cada vez más ella fue desarrollando una apatía hacia el sexo que inevitablemente era percibida por Zenón.
Ambos se dieron cuenta de que su vida sexual se estaba degradando y tímidamente intentaron afrontarlo, hablar de ello. Laia me reconoció que fue su marido quien más esfuerzos hizo en esa línea, aun cuando él también arrastraba trabes psicológicos que se lo dificultaban mucho. Ella, en todo caso, no se lo puso fácil ya que lo que más hizo fue imputarle (explícita e implícitamente) la pérdida de calidad de las relaciones sexuales. Le dijo, entre otras cosas, que “ya” no sabía cómo hacerla disfrutar, que sólo se concentraba en su propio placer. Pese a todo, Zenón, durante un periodo no muy largo, intentó “innovaciones”, buscando que Laia recuperase la motivación y también animarse él mismo. Por ejemplo, un día apareció con un kit de vibradores; me lo enseñó una semana después de haberlo comprado, me dijo Laia; el tiempo que había tardado en atreverse a planteármelo. Esta anécdota puede dar una idea de la potencia de los prejuicios de ambos para alcanzar una comunicación productiva sobre sexo.
Lo cierto es que todos los intentos de revitalizar la vida conyugal fracasaron. Ninguno demostró ser muy ducho en estos asuntos. Zenón no lo intentó con demasiadas ganas ni tampoco con mucho arte. Pero –Laia lo reconoció- ella tampoco le facilitó nada la tarea. Baste comentar que lo primero que le dijo a su titubeante marido cuando le mostró los consoladores era que eso a ella no le gustaba. Su comportamiento fue eminentemente pasivo, esperando que su marido encontrara los resortes adecuados para motivar su sexualidad, pero sin apenas aportarle pistas. Cree ella que, seguramente, porque ni siquiera las conocía y, además, porque seguían funcionándole esos oscuros mecanismos internos que reprimían cualquier intento de conocerlas. En el fondo, me dijo, me estaba defendiendo de mi misma, de mis miedos y traumas que llevaba desde niña; al mismo tiempo, dirigía a Zenón un grito mudo de auxilio, confiando en ese estúpido dicho de que no hay mujer frígida, sino hombres incompetentes.
Esa etapa de intentos de solucionar el problema, nunca explícitamente planteada como tal ni tampoco abordada con el suficiente compromiso, fue diluyéndose hasta morir sin necesidad de certificado de defunción. Ambos asumieron (tampoco explícitamente) una especie de resignación sexual. Resignación que abarcaba también otros aspectos de su vida matrimonial, como es frecuente en tantas parejas con unos cuantos años a sus espaldas. Como en todo, entre la apatía estrictamente sexual y la apatía generalizada de la convivencia hay relaciones de retroalimentación, se refuerzan mutuamente sin que ninguna pueda considerarse sólo causa o sólo consecuencia de la otra. El caso es que así fue evolucionando el matrimonio durante los últimos años. Cada uno de los cónyuges, para sí mismo, buscaba el acomodo de sus emociones y carencias en una vida cotidiana más o menos bien engrasada.
Tal como lo cuento me imagino que habrá quien opine que es triste una pareja así. Me abstengo aquí de hacer juicios de valor; lo que sí puedo decir es que Laia me narraba su historia con una admirable neutralidad plenamente compatible con manifiesta ternura hacia esa mujer y ese hombre que habían sido ellos unos meses antes de nuestra conversación. Quizás no éramos felices, me dijo, como nos cuentan que es la felicidad en las novelas rosas; quizás incluso habíamos levantado entre nosotros barreras que nos alejaban y distábamos mucho de mantener una relación sincera, honesta. Pero, a la vez, sentíamos que nos teníamos el uno al otro, como si fuéramos dos náufragos indefensos aferrados cada uno al tronco que nos mantenía a flote; y ese tronco era lo más consistente que cada uno tenía. Nos necesitábamos, insistió, para protegernos de nosotros mismos, de nuestros miedos. Desde esas condiciones (que ninguno se sentía capaz de superar), nuestro matrimonio era el marco más idóneo para intentar ser felices. Y en esas condiciones, concluyó, ten por seguro que ambos nos amábamos.
Pero el grado de aceptación de Zenón no era tanto como el de Laia. Ya he contado que él me dijo (y he de creerle) que pretendía enfrentarse a esa relación degradada, ya fuera por propio convencimiento o como resultado del impacto psicológico que le produjeron sus “pulsiones homoeróticas”. Sin embargo, eso no llegó a ocurrir porque Laia descubrió el secreto de su marido y reaccionó como describí en posts anteriores. Tuvo que pasar ella por su propia catarsis, que inició la experiencia con el gigoló brasilero, para ser capaz de enfrentarse a si misma, para atreverse a dar la vuelta, a poner a la luz, sus prejuicios. Durante estos últimos meses a ambos les han ocurrido más cosas. Unas cuantas “externas”, pero las más importantes han sido las que están sucediendo en el interior de sus cerebros. Y, como sagazmente intuyó Lukre, esos replanteamientos personales necesariamente habían de conducir, a cada uno por su lado, a volver a mirar, ahora con otros ojos, su relación pasada y también a su cónyuge.
Bueno, como siempre me ocurre, me he alargado sin llegar a tocar el tema que pretendía: el impacto que supuso para Laia el encuentro sexual con Filipe. Hay también otros asuntos que contar, pero de momento lo dejo aquí. Puedo adelantar (para las curiosas) que Zenón y Laia siguen, a fecha de hoy, separados. No me atrevo a pronosticar si volverán a ser pareja pero lo que es cierto es que cada uno está aprendiendo a nadar por sí sólo, una vez que hubieron de soltar los leños. Pese a estar separados y viviendo cada uno sus propias experiencias, han iniciado, titubeantes y tímidos, acercamientos sinceros, tratando de desmontar esas barreras, y admitiéndose mutuamente lo mucho que se aman. Es sin embargo un proceso difícil y de resultados inciertos en el que, dicho sea de paso, el sexo juega un papel relevante. En el caso de Laia y Zenón (no estoy para nada generalizando) no hay marcha atrás y cualquier posible recuperación de la relación entre ellos (no necesariamente de pareja) para ineludiblemente por que sean capaces de follar (entre ambos) alegres, libres y desinhibidos.
La verdad es que casi toda la parte “jugosa” de la historia está ya contada. Por seguir el orden cronológico debería aprovechar este post para publicar el texto que Laia escribió relatando su experiencia sexual con Filipe. Sé que a Eva le gustaría que lo hiciese pero, por diversos motivos, no lo veo procedente de momento. Sí me gustaría referirme al impacto emocional y psíquico, además del estrictamente físico, que supuso para Laia sentir, por primera vez en su vida, un orgasmo. Porque ese impacto fue el desencadenante de profundos cambios en su forma de pensar y, específicamente, en su actitud respecto a su relación con Zenón.
Algunas comentaristas se sorprendieron (Amanda incluso se indignó) de que Laia no hubiera nunca tenido orgasmos. Ya contesté entonces que no me parece algo insólito y que conozco más de un caso de mujeres (todas entre cuarenta y cincuenta años) en la misma situación que mi amiga. De hecho, y aunque a este tipo de estadísticas no se les puede exigir demasiada fiabilidad, parece que en torno al 10% de las mujeres sexualmente activas son anorgásmicas primarias (las que nunca han tenido un orgasmo) y, obviamente, un porcentaje bastante mayor son (al menos en determinadas épocas) anorgásmicas secundarias. Y conste que no suman la multitud de mujeres que tienen orgasmos en un porcentaje relativamente bajo de las relaciones sexuales que mantienen; ni tampoco se cuentan entre las anorgásmicas aquéllas que nunca tienen orgasmos en pareja aunque sí saben proporcionárselos a sí mismas.
Como es más que sabido, salvo un pequeñísimo porcentaje debido a causas orgánicas, la anorgasmia obedece a razones de índole psicológica (de ahí que Amanda ofreciese a Laia sus servicios profesionales). Tiene mucho que ver con dos factores fundamentales: prejuicios muy arraigados (casi nunca conscientes) respecto al sexo y falta de comunicación con la pareja (ligada en gran medida a los mismos prejuicios). Habría que añadir, aunque sea también una consecuencia de los prejuicios, una falta de conocimiento del propio cuerpo. Todas estas circunstancias, como ella misma me confesó, se verificaban en Laia.
Me contó, por ejemplo, que nunca se había masturbado. Lo había “probado” alguna vez, pero no pasaron de meros ensayos titubeantes que abortó antes de obtener cualesquiera consecuencias fructíferas. En esas ocasiones sentía, me dijo, una mezcla de vergüenza, culpa y ridículo que le imposibilitaban la relajación imprescindible para dejar a su cuerpo activar los sensores del placer, para darse permiso a sentir físicamente. Era, son sus palabras, como si una parte de su cerebro la recriminara. Puedo comprender perfectamente la dificultad (mejor, la imposibilidad) de sentir placer cuando sometes esas sensaciones a una profunda represión.
En las relaciones sexuales, desde sus inicios (había tenido tres parejas sexuales antes de Zenón), Laia se excitaba y, de hecho, disfrutaba enormemente con las caricias y los besos. Curiosamente, la intensificación de la excitabilidad no proseguía cuando era tocada en la zona genital ni tampoco con la penetración. No es que le molestara, también le gustaba; sin embargo, sentía que su libido no se desplegaba con la misma espontaneidad, que algo en su cerebro se alertaba y “cortaba” el abandono erótico que llevaba hasta esos momentos. Aun así, disfrutaba mucho, antes de casarse y durante los primeros años con Zenón, de los coitos, sobre todo cuando la penetración iba acompañada de estrechos abrazos e intensos besos que la hacían sentirse muy unida al hombre a quien amaba. En cierta medida, pensaba ella, sublimaba su excitación sexual (y la justificaba) en amor. Y las satisfacciones que obtenía de recibir y dar amor compensaban, eso cree, las ausencias orgásmicas. De otra parte, me dijo, lo pasaba bien en términos físicos y, al menos en esos primeros años, no se quedaba con “ganas de más” (al menos no sentía claramente esa falta). Al fin y al cabo, es difícil añorar lo que no se conoce.
Avanzado su matrimonio, no obstante, las cosas empezaron a cambiar. Laia me señaló el fracaso de sus intentos de maternidad como un punto de inflexión de su vida conyugal. Algo, cree ella, tuvo que quebrarse en esas capas profundas del cerebro abriendo una pequeña rendija por la que empezaron a filtrarse algunas insatisfacciones reprimidas. Aun así, no puede decirse que llegara a hacerse reflexiones conscientes, autoanálisis explícitos sobre su sexualidad (eso no ocurriría hasta la experiencia con Filipe y en ese proceso sigue actualmente); pero sí empezó a expresar, confusa y contradictoriamente, sus disgustos respecto al sexo. También es verdad que, tras siete u ocho años de convivencia, el entusiasmo amoroso había decaído en ambos y el erotismo mutuo, entendido como incentivo vivificador, estaba en cotas muy bajas. Todos sabemos del efecto erosivo de la cotidianeidad.
Me contó (y yo lo he vivido) que el sexo se había convertido en algo monótono, las más de las veces provocado sin estímulos “mentales” a iniciativa de Zenón. El propio Zenón, notaba ella, se lo tomaba como una mera resolución de sus necesidades biológicas, por más de que siempre tratara de mantener unos mínimos en cuanto al “envoltorio”. En lo que se refiere a los aspectos de estricto comportamiento sexual, su marido fue reduciendo cada vez más la diversidad de las prácticas y acortando los tiempos de ejercicio. Por su parte, como reacción, como causa o, lo más probable, como ambas cosas contribuyendo a un proceso que se retroalimentaba, cada vez más ella fue desarrollando una apatía hacia el sexo que inevitablemente era percibida por Zenón.
Ambos se dieron cuenta de que su vida sexual se estaba degradando y tímidamente intentaron afrontarlo, hablar de ello. Laia me reconoció que fue su marido quien más esfuerzos hizo en esa línea, aun cuando él también arrastraba trabes psicológicos que se lo dificultaban mucho. Ella, en todo caso, no se lo puso fácil ya que lo que más hizo fue imputarle (explícita e implícitamente) la pérdida de calidad de las relaciones sexuales. Le dijo, entre otras cosas, que “ya” no sabía cómo hacerla disfrutar, que sólo se concentraba en su propio placer. Pese a todo, Zenón, durante un periodo no muy largo, intentó “innovaciones”, buscando que Laia recuperase la motivación y también animarse él mismo. Por ejemplo, un día apareció con un kit de vibradores; me lo enseñó una semana después de haberlo comprado, me dijo Laia; el tiempo que había tardado en atreverse a planteármelo. Esta anécdota puede dar una idea de la potencia de los prejuicios de ambos para alcanzar una comunicación productiva sobre sexo.
Lo cierto es que todos los intentos de revitalizar la vida conyugal fracasaron. Ninguno demostró ser muy ducho en estos asuntos. Zenón no lo intentó con demasiadas ganas ni tampoco con mucho arte. Pero –Laia lo reconoció- ella tampoco le facilitó nada la tarea. Baste comentar que lo primero que le dijo a su titubeante marido cuando le mostró los consoladores era que eso a ella no le gustaba. Su comportamiento fue eminentemente pasivo, esperando que su marido encontrara los resortes adecuados para motivar su sexualidad, pero sin apenas aportarle pistas. Cree ella que, seguramente, porque ni siquiera las conocía y, además, porque seguían funcionándole esos oscuros mecanismos internos que reprimían cualquier intento de conocerlas. En el fondo, me dijo, me estaba defendiendo de mi misma, de mis miedos y traumas que llevaba desde niña; al mismo tiempo, dirigía a Zenón un grito mudo de auxilio, confiando en ese estúpido dicho de que no hay mujer frígida, sino hombres incompetentes.
Esa etapa de intentos de solucionar el problema, nunca explícitamente planteada como tal ni tampoco abordada con el suficiente compromiso, fue diluyéndose hasta morir sin necesidad de certificado de defunción. Ambos asumieron (tampoco explícitamente) una especie de resignación sexual. Resignación que abarcaba también otros aspectos de su vida matrimonial, como es frecuente en tantas parejas con unos cuantos años a sus espaldas. Como en todo, entre la apatía estrictamente sexual y la apatía generalizada de la convivencia hay relaciones de retroalimentación, se refuerzan mutuamente sin que ninguna pueda considerarse sólo causa o sólo consecuencia de la otra. El caso es que así fue evolucionando el matrimonio durante los últimos años. Cada uno de los cónyuges, para sí mismo, buscaba el acomodo de sus emociones y carencias en una vida cotidiana más o menos bien engrasada.
Tal como lo cuento me imagino que habrá quien opine que es triste una pareja así. Me abstengo aquí de hacer juicios de valor; lo que sí puedo decir es que Laia me narraba su historia con una admirable neutralidad plenamente compatible con manifiesta ternura hacia esa mujer y ese hombre que habían sido ellos unos meses antes de nuestra conversación. Quizás no éramos felices, me dijo, como nos cuentan que es la felicidad en las novelas rosas; quizás incluso habíamos levantado entre nosotros barreras que nos alejaban y distábamos mucho de mantener una relación sincera, honesta. Pero, a la vez, sentíamos que nos teníamos el uno al otro, como si fuéramos dos náufragos indefensos aferrados cada uno al tronco que nos mantenía a flote; y ese tronco era lo más consistente que cada uno tenía. Nos necesitábamos, insistió, para protegernos de nosotros mismos, de nuestros miedos. Desde esas condiciones (que ninguno se sentía capaz de superar), nuestro matrimonio era el marco más idóneo para intentar ser felices. Y en esas condiciones, concluyó, ten por seguro que ambos nos amábamos.
Pero el grado de aceptación de Zenón no era tanto como el de Laia. Ya he contado que él me dijo (y he de creerle) que pretendía enfrentarse a esa relación degradada, ya fuera por propio convencimiento o como resultado del impacto psicológico que le produjeron sus “pulsiones homoeróticas”. Sin embargo, eso no llegó a ocurrir porque Laia descubrió el secreto de su marido y reaccionó como describí en posts anteriores. Tuvo que pasar ella por su propia catarsis, que inició la experiencia con el gigoló brasilero, para ser capaz de enfrentarse a si misma, para atreverse a dar la vuelta, a poner a la luz, sus prejuicios. Durante estos últimos meses a ambos les han ocurrido más cosas. Unas cuantas “externas”, pero las más importantes han sido las que están sucediendo en el interior de sus cerebros. Y, como sagazmente intuyó Lukre, esos replanteamientos personales necesariamente habían de conducir, a cada uno por su lado, a volver a mirar, ahora con otros ojos, su relación pasada y también a su cónyuge.
Bueno, como siempre me ocurre, me he alargado sin llegar a tocar el tema que pretendía: el impacto que supuso para Laia el encuentro sexual con Filipe. Hay también otros asuntos que contar, pero de momento lo dejo aquí. Puedo adelantar (para las curiosas) que Zenón y Laia siguen, a fecha de hoy, separados. No me atrevo a pronosticar si volverán a ser pareja pero lo que es cierto es que cada uno está aprendiendo a nadar por sí sólo, una vez que hubieron de soltar los leños. Pese a estar separados y viviendo cada uno sus propias experiencias, han iniciado, titubeantes y tímidos, acercamientos sinceros, tratando de desmontar esas barreras, y admitiéndose mutuamente lo mucho que se aman. Es sin embargo un proceso difícil y de resultados inciertos en el que, dicho sea de paso, el sexo juega un papel relevante. En el caso de Laia y Zenón (no estoy para nada generalizando) no hay marcha atrás y cualquier posible recuperación de la relación entre ellos (no necesariamente de pareja) para ineludiblemente por que sean capaces de follar (entre ambos) alegres, libres y desinhibidos.
CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras
Creo que te entendí mal, de allí mi aparente indignación en mi comentario respecto a Laia: creí entender que nunca había tenido un orgasmo con Zenón.
ResponderEliminarObviamente, si era incapaz de provocárselos ella misma, el tema adopta un cariz (y matiz) completamente distinto.
Espero y deseo las cosas se arreglen entre esos dos, sea por separado o sea como pareja, pero que pordió a Laia le provoquen muchos orgasmos (se provoque otros tantos) y Zenón aprenda a comunicar, a aprender y a enseñar a disfrutar más allá de lo socialmente aceptado.
pues definitivamente creo que existe la telepatia, entre a tu blog presintiendo que ibas a contar finalmente la historia de tu amigo, y acabo de escuchar en mi Ipod el tema de Alicia Keys que agregaste a tu post ... (el cd es estupendo)
ResponderEliminaren cuanto a tus amigos, pues ojala puedan mejorar sus vidas y ser felices, ya sea juntos o separados, pero como dices, que logren ser capaces de follar con alegria y libertad, que es lo mas importante ...
un beso muy grande, y gracias por la dedicatoria ...
Me alegra que hayas retomado esta historia, tan bien relatada, por otra parte. Seguro que ambos van a encontar su camino, juntos o separados, porque ya han dado ese "golpe de estado" que necesitaban dar. Espero tus noticias al respecto.
ResponderEliminarUn abrazo. Mery
Si se aman todo es posible, y mucho más si son capaces de desprenderse de las barreras que los mantenía incomunicados. Y por paradójico que sea aunque ahora la situación sea la de legalmente separados están más cerca que nunca de llegar a estar juntos por fin.
ResponderEliminarAmy
miroslav... con todo el cariño del mundo, luego de leerte completo, creo que no has avanzado en el relato, como bien reconoces en el ultimo párrafro.
ResponderEliminarSolo has ampliado tu punto de vista sobre el post anterior.
Por lo tanto no te puedo decir nada, porque es más de lo mismo que dije en el ultimo post..
un beso
pd: jope que dura que estoy ein... mmmmmmmmmmmmmma necesito vacaciones
Lukre: Si entiendes "avanzar" en sentido cronológico, ciertamente tienes razón: con este post no "avanzo" nada en el relato. Pero creo que te equivocas; este post no amplía MI punto de vista sobre el anterior. Lo que hago es contar las reflexiones que se había hecho la propia Laia (no yo, aunque con la mayoría de ellas estoy bastante de acuerdo) sobre sí misma y su relación de pareja. Esas reflexiones me las contó a lo largo de un par de conversaciones y creo que el que se las estuviera haciendo (y me consta que sigue en ese proceso) es significativo. Reconozco, no obstante, que al carecer de "hechos" más o menos morbosos, el relato haya perdido su interés de culebrón. Sin embargo, me resultaría interesante conocer las opiniones femeninas sobre lo vivido por Laia (e imaginé que a algunas mujeres podría interesarles confrontar las reflexiones de mi amiga con las suyas propias). Por último, el post aporta, en boca de Laia, la descripción de su evolución como pareja que también a mí me resulta relevante (en su momento me hizo encontrar muchos paralelismos con la mías propia). Un beso.
ResponderEliminarPuesto que sólo se ha avanzado en el plano de la reflexión, avanzaré yo también en ese camino.
ResponderEliminarLo primero es que no sé qué se encuentra de reprochable en que una mujer no tenga orgasmos con el marido y sí tenerlos una misma. Hay tantos logros por obtener en esta vida en tantos planos diferentes, que no sé por qué el sexual ha de primar. Menda tiene serios problemas en ese sentido y está en ello, pero no es algo que me quite el sueño, así como que tampoco me lo quita llegar a experimentar lo bien que se siente una después de hacer puenting. Ciertamente, no tener orgasmos con la pareja puede parecer, para quien los tenga, inverosímil, imperdonable (por aquello que se dice de que la mujer es responsable de su propio goce; y por aquello que se dice de que el hombre ha de esforzarse un poquito más; y de que no hay mujer que no pueda tenerlos) y algún calificativo más. Pero vamos, que me parece a mí que lo que no es justo es que las que los tengan vengan a decir a las que no los tenemos que no hay nada mejor y que no nos podemos perder eso. Yo he pasado por la maravilla de estar embarazada, pero ni se me ocurre decirle a ninguna mujer que encuentra problemas para quedarse encinta lo que se está perdiendo. Es un pelín cruel. Y además, un orgasmo ocurre y sus efectos físicos se acaban a la de ya (lo digo por los que sí tengo). Por bueno que haya sido el orgasmo obtenido con mi pareja, no me va a arreglar la vida sentimental con él, porque los alejamientos como el que nos cuentas son tema más complejo. En fin, es que me tiene un poco frita que, encima que no los tengo, tenga que oír reproches de quien ha encontrado la llave de los suyos. Y no, no pienso acudir a consulta por ese tema.
Siguiendo con los paralelismos, me ha resultado inspirador leerme en la descripción que Laia hace de su matrimonio y de su vida sexual dentro de él, en muchos aspectos. Sólo tengo que añadir que, cuando se está así, siento que lo más sano es plantear la separación. Puede ser un terremoto, pero darse un tiempo a solas para aprender a nadar cada uno por su lado es algo que debe de resultar muy enriquecedor, al margen de que después se vuelva a estar juntos y se rehaga la vida con otra pareja o en soledad. En cualquier caso, no se puede extrapolar a todos los casos, la misma solución no sirve para todo el mundo, ha de ser dentro del marco de cada pareja donde se encuentre la solución. Por la misma razón expuesta en el párrafo precedente, no entiendo que, cuando objetivamente lo mejor sería separarse (según siempre la opinión de los demás), se tache de cobardes y cómodos a los que no llegan a hacerlo; no puedo estar de acuerdo porque, a veces, quedarse juntos puede suponer un gran acto de fe y valentía. Puede que sea el camino más largo hacia la reconciliación o hacia la definitiva separación, pero no por ello ha de ser mal camino.
Qué raro me ha quedado este comentario...
Besazos.
Yo no hablaré de si tengo orgasmos o no, o con quién los tengo o dejo de tener, si a solas o acompañada, si es lo más maravilloso del mundo o no lo es, pero sí tengo una opinión profesional al respecto y ni es despectiva ni pretende reprochar a nadie nada.
ResponderEliminarLa realidad es que una mujer que tiene orgasmos pero no con su pareja no tiene un problema sexual (definición de los trastornos sexuales según la APA y el DSM-IV, no lo digo yo.) Lo que le sucede es un mal manejo del aspecto relacional en la intimidad.
Esto no es grave, no es un problema y no es un trastorno.
Es recuperable y sin ninguna duda solucionable, pero las soluciones sólo se dan si se necesitan. Si alguien como Illyakin no lo necesita o no lo considera prioritario, es lícito y válido.
Pero lo que no puede hacer uno (caso que yo pensaba, erradamente, de Laia) es quejarse después si las consecuencias de no vencer esas barreras, o no querer vencerlas son relaciones extramatrimoniales (homosexuales o no.)
Perdón, no es que no se pueda hacer, por poder, se puede hacer lo que se quiera: es que es criticable si hay permiso para criticar, que es lo que hice en su momento con Laia al desconocer la magnitud de (en ella sí) el problema.
Siguiendo con el ejemplo de la maternidad, si una mujer renuncia a ella por ascender profesionalmente (conozco un caso muy cercano) luego si me llora porque a los 45 años ya no puede ser madre pero tiene un bmw y cien pares de botas de piel, yo me siento en el derecho de decirle que no me sirve.
Por último diré que tener orgasmos en pareja no es lo mismo que tenerlos gracias a la pareja, y que lo importante es compartirlos, no provocarlos.
Creo que el problema del sexo en realidad no es más que la consecuencia de los verdaderos problemas de estas dos personas y, sin duda, sin ellos solventados difícilmente el sexo puede mejorar.
ResponderEliminarNo hace mucho una conocida me preguntó si yo estaba segura de cuándo tenía o no tenía un orgasmo. La pregunta venía, obviamente, porque ella no lo estaba. Después de explicarse que eso, generalmente, se sabe y no suele haber lugar a dudas, cayó en la cuenta de que ella no sabía lo que era y estaba a pocos meses de casarse.
El problema no es que no tenga orgasmos, eso es algo fácilmente solucionable. El problema está en que nunca (en más de treinta años de vida) tuvo la curiosidad de experimentar con su cuerpo, y eso sí creo que es un problema.
uis como entró al trapo.. jjjjj
ResponderEliminarmiroslav.. te estaba chinchando..
ves.. yo tambien puedo :O
un besoooooooo
Bueno, aparte del hecho de si Laia tenia o no tenía orgasmos me resulta sumamente curioso que una mujer con tales represiones sexuales tuviera el valor de acudir nada menos que a un prostituto. Es sorprendente el poder de la rabia y las ganas de venganza ¿no?
ResponderEliminarEspero que logren reparar la relación y salir adelante.
Besos