A Raquel, que me inspiró el título
No es que sea la que más estimo, aclaro, pero sí es muy apreciada por algunas amigas íntimas que suelen insistirme (cariñosamente, eso sí) para que la ejerza con más frecuencia. ¿Que cuál es? Pues resulta que dispongo de una lengua extremadamente singular; además, aprovechando sus cualidades innatas, a base de entrenamiento constante, he adquirido con ella una habilidad superlativa, aunque decirlo parezca excesivamente presuntuoso.
En primer lugar habéis de saber que mi lengua es muy larga, amén de sorprendentemente elástica. No piense nadie que una lengua así afea el rostro o el aspecto de su poseedor; a mí (y a mucha gente) no me parece que sea un órgano poco estético, pero en todo caso está guardadita en la boca y, salvo que yo quiera exhibirla, de las fugaces visiones en las situaciones cotidianas (conversando, comiendo, etc) nadie es capaz de detectar ninguna anomalía diferencial. De ahí la sorpresa cuando, por el motivo que sea, la dejo asomar hacia afuera descolgándola fláccida hasta cubrirme todo el mentón. Y cuando paso a estirarla en ejercicio de vanidad infantil, proyectándola al frente ligeramente acanalada, mostrando un perfil inverosímil que a más de una (y de uno) le provoca extraños desasosiegos.
¿Y qué decir de su acrobática flexibilidad? Soy capaz de doblarla y redoblarla, enrollarla y desenrollarla, tirabuzonearla, espiralizarla, abombarla, ondularla y cuantas combinaciones queráis imaginar. Mi lengua es un ilimitado contorsionista que ejecuta las más prodigiosas danzas, fantasías de vuelos etéreos, pese al ancla insobornable de la raíz faríngea. También es veloz, de movimientos tan raudos que escapan al control de la vista; aunque pueden ser, si quiero, lentos y cadenciosos. Por último, es un órgano fuerte, poderoso. Mis diecisiete músculos linguales corresponden, proporcionalmente, a los bíceps de un sansón.
Descubrí muy niño que gozaba de una lengua superdotada. De forma instintiva empecé a usarla en acciones poco habituales, como si el propio órgano, consciente de sus potencias, quisiera hacerse valer, demostrarme su utilidad. Pero también desde muy pequeño empecé a darme cuenta de mezcla de malestar y repugnancia que a bastantes personas le producían mis movimientos, por más que para mí resultasen naturales. Hube pues de reprimir las salidas de la guarida, prohibir a mi ansiosa danzarina exhibir sus dotes. Para compensarla, obedeciendo a una fuerte necesidad interior, dedicaba horas a ejercitarla en la soledad de mi habitación. Frente a un espejo, yo era entrenador, director y público, siempre entretenido con los espectáculos de mi lengua, día a día más audaces, más complejos.
Habilidades así, no obstante, no pueden mantenerse secretas. Llamadlo vanidad, pero el adolescente que fui quiso probar las empalagosas dulzuras de los aplausos y la tentación derrotó a la tímida prudencia. Los primeros testigos fueron amigos íntimos y enseguida -no sabéis cómo se corrió la voz- todos querían presenciar mis numeritos. Inventé infinidad: el del helicóptero, la lengua rígida hacia el frente que gira a velocidad creciente hasta convertirse en un aspa en frenética revolución; el pellizco sorpresa, una chica colocada frente a mí y, en un abrir y cerrar de ojos, mi lengua saltaba hacia afuera y prensaba por un instante la punta de su nariz para inmediatamente volver a ocultarse en la boca cerrada; los malabares con pequeñas bolitas (con tres a la vez logré hacerlo) que mantenía botando simultáneamente; hasta algunos trucos de magia en los que escamoteaba misteriosamente un pequeño objeto para hacerlo aparecer sobre la superficie de la lengua que parsimoniosamente desenrollaba ante el atónito dueño.
No voy a extenderme con estos divertimentos vacuos. Baste deciros que no necesité muchos años para comprender que la genialidad, del tipo que sea, es un arma de doble filo y siempre acaba hiriéndote. La misma popularidad que uno persigue se convierte en obstáculo infranqueable para llegar a los demás, para ser amado. Más todavía cuando una virtud como la que poseo facilita a los pobres de espíritu (¡qué aplastante mayoría son!) calificarla de monstruosa para disfrazar sus patéticas envidias. Así que pronto, apenas acabado el bachillerato y aprovechando la mudanza a una ciudad distinta para mis estudios universitarios, opté por ocultar mis habilidades linguales. Que me conociesen y amasen por mis muchas otras virtudes, decidí.
Desde entonces, sólo ha habido inocentes y esporádicos juegos para entretener a mis sobrinitos y a algún que otro chiquitín, procurando evitar miradas adultas. No creáis que mi carnosa amiga ha perdido por ello ocasiones para ejercer sus habilidades. Encontré pronto otros teatros mucho más satisfactorios, escenarios de pieles sedosas, topografías de bellísimos relieves en las que mi lengua se aventuraba animada por vértigos y emociones que las exhibiciones circenses nunca le aportaron. Las papilas entraban en acción, revelándose como extraordinarias recolectoras de las más sutiles y variadas sensaciones placenteras. Sabores, olores, texturas de múltiples matices iban siendo extraídos en las prolijas exploraciones de mi lengua por todos los accidentes de esas geografías femeninas. Sensaciones inagotables que mi excitado cerebro apenas podía procesar, desbordado por las urgencias de esos goces excelsos.
Madurar, entre otras muchas cosas, significa entender que el placer mayor está en la postergación. Uno va aprendiendo a convertir el agua que bebe en fuente que mana (¿quién dijo que el placer no era reciclable?), de modo que el goce no se consume sino que genera más, en espiral infinita que tiende hacia disoluciones del ser, fusiones metafísicas en las que atisbamos los misterios que por nuestra naturaleza nos son vedados. Mi lengua, casi con autonomía, fue el primero de mis órganos que supo evolucionar hacia deleites morosos, gracias sin duda a la abundancia desmesurada de sus potencialidades sensitivas que invitan a la experimentación curiosa de sus inagotables combinatorias. Los sensores superdotados de mis papilas, además, multiplicaban su intensidad receptiva gracias a los ejercicios contorsionistas de su carnoso soporte. Borrachera de sensaciones que, poco a poco, mi lengua supo transformar en largas catas de los néctares más deliciosos.
Por supuesto, el placer erótico se nutre también del que a su vez uno provoca y, a este respecto, mi lengua queda infinitamente más colmada con el entusiasmo de una única receptora de sus proezas (que a la vez es escenario) que con el aplauso de los asombrados públicos de mi adolescencia. No llega a cansarme, por más que haya sido tantísimas veces escenificado, el derramamiento orgásmico, el momento en que mi lengua se anega en jugos y aromas caudalosos: mi cabeza hundida entre sus muslos, cada mano en una nalga, empujándolas hacia arriba y hacia fuera, la lengua extendida, manto majestuoso que cubre desde el ano, flor abierta a mi saliva, hasta la montaña mágica que emerge erecta, desnuda de su capuchón. Cuántas afinidades han descubierto los clítoris con mi vértice lingual (¡son almas gemelas!), esa puntita extrema que afino hasta mudarla en bastoncito revoloteador, docto intérprete de los idiomas nerviosos de aquéllos, que sabe traducir sus mudas demandas en toquecitos, succiones, empujones y tirones, roces de mariposas, remolinos centrífugos, incisiones agudas, pálpitos convulsos ... Es frecuente que sienta, tanta es la íntima conexión, que los nervios de mis papilas se han entrelazado con los que llegan a los genitales de mi compañera de placeres, y que sus sensaciones y las mías son indistinguibles, una sola e inmensa vorágine de electricidades que hacen levitar nuestros cuerpos. Así, cuando ella, abandonada a los espasmos más salvajes, que la yerguen y ondulan tanto que apenas puedo dominarla, me precipito como buceador en ese mar tempestuoso, apretando mi cabeza y hundiendo mi lengua hasta las más oscuras profundidades para alcanzar el cáliz que todo lo sacia.
Y no es éste el final, porque podría no haberlo si no nos esclavizasen las tiranías de las horas, como tampoco es el principio. He descrito, con mis pobres palabras, sólo uno de los cuadros de una obra mucho más amplia y abierta siempre a nuevas versiones. En los cuerpos de mujer ha encontrado mi lengua el escenario perfecto para desarrollar sus cualidades, para transgredir los que iba creyendo sus límites sin serlos. E inventando constantemente nuevos actos, diversificando sin cesar sus movimientos, ésta, que no es más que una entre mis muchas virtudes, contribuye a la felicidad de nuestra especie. Por cierto, me llamo David y el número de mi móvil es el 696 969 696 (capicúa en todas las dimensiones).
En primer lugar habéis de saber que mi lengua es muy larga, amén de sorprendentemente elástica. No piense nadie que una lengua así afea el rostro o el aspecto de su poseedor; a mí (y a mucha gente) no me parece que sea un órgano poco estético, pero en todo caso está guardadita en la boca y, salvo que yo quiera exhibirla, de las fugaces visiones en las situaciones cotidianas (conversando, comiendo, etc) nadie es capaz de detectar ninguna anomalía diferencial. De ahí la sorpresa cuando, por el motivo que sea, la dejo asomar hacia afuera descolgándola fláccida hasta cubrirme todo el mentón. Y cuando paso a estirarla en ejercicio de vanidad infantil, proyectándola al frente ligeramente acanalada, mostrando un perfil inverosímil que a más de una (y de uno) le provoca extraños desasosiegos.
¿Y qué decir de su acrobática flexibilidad? Soy capaz de doblarla y redoblarla, enrollarla y desenrollarla, tirabuzonearla, espiralizarla, abombarla, ondularla y cuantas combinaciones queráis imaginar. Mi lengua es un ilimitado contorsionista que ejecuta las más prodigiosas danzas, fantasías de vuelos etéreos, pese al ancla insobornable de la raíz faríngea. También es veloz, de movimientos tan raudos que escapan al control de la vista; aunque pueden ser, si quiero, lentos y cadenciosos. Por último, es un órgano fuerte, poderoso. Mis diecisiete músculos linguales corresponden, proporcionalmente, a los bíceps de un sansón.
Descubrí muy niño que gozaba de una lengua superdotada. De forma instintiva empecé a usarla en acciones poco habituales, como si el propio órgano, consciente de sus potencias, quisiera hacerse valer, demostrarme su utilidad. Pero también desde muy pequeño empecé a darme cuenta de mezcla de malestar y repugnancia que a bastantes personas le producían mis movimientos, por más que para mí resultasen naturales. Hube pues de reprimir las salidas de la guarida, prohibir a mi ansiosa danzarina exhibir sus dotes. Para compensarla, obedeciendo a una fuerte necesidad interior, dedicaba horas a ejercitarla en la soledad de mi habitación. Frente a un espejo, yo era entrenador, director y público, siempre entretenido con los espectáculos de mi lengua, día a día más audaces, más complejos.
Habilidades así, no obstante, no pueden mantenerse secretas. Llamadlo vanidad, pero el adolescente que fui quiso probar las empalagosas dulzuras de los aplausos y la tentación derrotó a la tímida prudencia. Los primeros testigos fueron amigos íntimos y enseguida -no sabéis cómo se corrió la voz- todos querían presenciar mis numeritos. Inventé infinidad: el del helicóptero, la lengua rígida hacia el frente que gira a velocidad creciente hasta convertirse en un aspa en frenética revolución; el pellizco sorpresa, una chica colocada frente a mí y, en un abrir y cerrar de ojos, mi lengua saltaba hacia afuera y prensaba por un instante la punta de su nariz para inmediatamente volver a ocultarse en la boca cerrada; los malabares con pequeñas bolitas (con tres a la vez logré hacerlo) que mantenía botando simultáneamente; hasta algunos trucos de magia en los que escamoteaba misteriosamente un pequeño objeto para hacerlo aparecer sobre la superficie de la lengua que parsimoniosamente desenrollaba ante el atónito dueño.
No voy a extenderme con estos divertimentos vacuos. Baste deciros que no necesité muchos años para comprender que la genialidad, del tipo que sea, es un arma de doble filo y siempre acaba hiriéndote. La misma popularidad que uno persigue se convierte en obstáculo infranqueable para llegar a los demás, para ser amado. Más todavía cuando una virtud como la que poseo facilita a los pobres de espíritu (¡qué aplastante mayoría son!) calificarla de monstruosa para disfrazar sus patéticas envidias. Así que pronto, apenas acabado el bachillerato y aprovechando la mudanza a una ciudad distinta para mis estudios universitarios, opté por ocultar mis habilidades linguales. Que me conociesen y amasen por mis muchas otras virtudes, decidí.
Desde entonces, sólo ha habido inocentes y esporádicos juegos para entretener a mis sobrinitos y a algún que otro chiquitín, procurando evitar miradas adultas. No creáis que mi carnosa amiga ha perdido por ello ocasiones para ejercer sus habilidades. Encontré pronto otros teatros mucho más satisfactorios, escenarios de pieles sedosas, topografías de bellísimos relieves en las que mi lengua se aventuraba animada por vértigos y emociones que las exhibiciones circenses nunca le aportaron. Las papilas entraban en acción, revelándose como extraordinarias recolectoras de las más sutiles y variadas sensaciones placenteras. Sabores, olores, texturas de múltiples matices iban siendo extraídos en las prolijas exploraciones de mi lengua por todos los accidentes de esas geografías femeninas. Sensaciones inagotables que mi excitado cerebro apenas podía procesar, desbordado por las urgencias de esos goces excelsos.
Madurar, entre otras muchas cosas, significa entender que el placer mayor está en la postergación. Uno va aprendiendo a convertir el agua que bebe en fuente que mana (¿quién dijo que el placer no era reciclable?), de modo que el goce no se consume sino que genera más, en espiral infinita que tiende hacia disoluciones del ser, fusiones metafísicas en las que atisbamos los misterios que por nuestra naturaleza nos son vedados. Mi lengua, casi con autonomía, fue el primero de mis órganos que supo evolucionar hacia deleites morosos, gracias sin duda a la abundancia desmesurada de sus potencialidades sensitivas que invitan a la experimentación curiosa de sus inagotables combinatorias. Los sensores superdotados de mis papilas, además, multiplicaban su intensidad receptiva gracias a los ejercicios contorsionistas de su carnoso soporte. Borrachera de sensaciones que, poco a poco, mi lengua supo transformar en largas catas de los néctares más deliciosos.
Por supuesto, el placer erótico se nutre también del que a su vez uno provoca y, a este respecto, mi lengua queda infinitamente más colmada con el entusiasmo de una única receptora de sus proezas (que a la vez es escenario) que con el aplauso de los asombrados públicos de mi adolescencia. No llega a cansarme, por más que haya sido tantísimas veces escenificado, el derramamiento orgásmico, el momento en que mi lengua se anega en jugos y aromas caudalosos: mi cabeza hundida entre sus muslos, cada mano en una nalga, empujándolas hacia arriba y hacia fuera, la lengua extendida, manto majestuoso que cubre desde el ano, flor abierta a mi saliva, hasta la montaña mágica que emerge erecta, desnuda de su capuchón. Cuántas afinidades han descubierto los clítoris con mi vértice lingual (¡son almas gemelas!), esa puntita extrema que afino hasta mudarla en bastoncito revoloteador, docto intérprete de los idiomas nerviosos de aquéllos, que sabe traducir sus mudas demandas en toquecitos, succiones, empujones y tirones, roces de mariposas, remolinos centrífugos, incisiones agudas, pálpitos convulsos ... Es frecuente que sienta, tanta es la íntima conexión, que los nervios de mis papilas se han entrelazado con los que llegan a los genitales de mi compañera de placeres, y que sus sensaciones y las mías son indistinguibles, una sola e inmensa vorágine de electricidades que hacen levitar nuestros cuerpos. Así, cuando ella, abandonada a los espasmos más salvajes, que la yerguen y ondulan tanto que apenas puedo dominarla, me precipito como buceador en ese mar tempestuoso, apretando mi cabeza y hundiendo mi lengua hasta las más oscuras profundidades para alcanzar el cáliz que todo lo sacia.
Y no es éste el final, porque podría no haberlo si no nos esclavizasen las tiranías de las horas, como tampoco es el principio. He descrito, con mis pobres palabras, sólo uno de los cuadros de una obra mucho más amplia y abierta siempre a nuevas versiones. En los cuerpos de mujer ha encontrado mi lengua el escenario perfecto para desarrollar sus cualidades, para transgredir los que iba creyendo sus límites sin serlos. E inventando constantemente nuevos actos, diversificando sin cesar sus movimientos, ésta, que no es más que una entre mis muchas virtudes, contribuye a la felicidad de nuestra especie. Por cierto, me llamo David y el número de mi móvil es el 696 969 696 (capicúa en todas las dimensiones).
PS: Éste del video es un chaval al que hace algún tiempo le enseñé algunos ejercicios linguales. No está mal, se nota que el chico se esfuerza pero, claro, carece de las dotes innatas que a mí me han tocado en suerte.
CATEGORÍA: Ficciones
¡Mierda! Ya me han vuelto a dar gato por liebre en este número sale una señora de Albacete.
ResponderEliminarYa te vale David...
Marguerite!!
ResponderEliminarCuelga el teléfono ya!!!
Me toca a míiiiiii!!!
David, niño, ya te he dicho cientos de veces que dejes de mirar la serie "UVE" después de la porno, que luego me escribes unas cosas...
ResponderEliminarsoy la señora de Albacete, ya te vale andar dando mi número de teléfono por internet.
ResponderEliminarNo hacen más que llamarme y pedime que me cubra la cara con la lengua.
un lenguetazo.
vaya vaya.. sin palabras.. menos lobo.. juaaaaaaaaaaaa
ResponderEliminarlo que tu tienes es una imaginación y labia infinita...
¿¿¿Cuántas hojas de mi poto te fumaste tú???
ResponderEliminarVaya, un hombre con dos miembros viriles... mejor que un trío, ¿no?
Comunicando, comunicando........
Besazos.
Ya se sabe que en la inmensa sabiduría de la naturaleza, está dotó a cada ser de alguna caracteristica notable en detrimento de otras.
ResponderEliminarQue se le va hacer; a ti te dió la lengua mientras a otros los dotó fantasticamente de otras cosas.
(Es broma, no te piques) Un saludo
Al comentarista anterior se le olvidó poner su número de teléfono. ¡Ay qué despisteeeeeee!
ResponderEliminarComo veo que adoleces, al igual que yo, de la capacidad de sintesis necesaria haré un resumen del post para los servicios de documentación:
ResponderEliminar"La mía es más larga y más juguetona"
Lo mejor, la categoría del post: Ficciones.
Difiero de que la categoría sea lo mejor del post. Cachis. La cuestión es que si David tiene el pelo grasiento ahora me lo explico, todas las mujeres cogiéndolo del pelo seguro, seguro.
ResponderEliminarMuy ingenioso tu post, de calidad, de fondo y de forma. No me hago cábalas con las cualidades de tu lengua, por si acaso...
ResponderEliminarUn beso
Mery
Bueno, bueno, estoy un poco decepcionado con los comentarios a este post; yo que esperaba, sobre todo de las mujeres, un animado debate sobre el sexo oral ... En fin. En todo caso, no me hago responsable de la veracidad de las afirmaciones de este David, de quien apenas conozco, aparte de lo que él mismo declara, unos pocos rasgos físicos descritos por Raquel. Dicho lo cual, paso a comentar cada comentario:
ResponderEliminarMarguerite: Vaya, dama de las camelias, osea que interrumpes tu ausencia sólo para quejarte de que el número de teléfono está equivocado. A tí sí que ya te vale. Venga, haragana, escribe un post, que te echo en falta.
Raquel: Otra que tal baila. Y en tu caso es todavía más grave.
Amanda: No, niña, ni veo el porno (ay cuánto echo de menos el Plus) ni me acordaba de la serie V; aunque me las has recordado. Pero, en todo caso, podrías decirme si te gustan esas cosas que escribe David.
hnh: Pues vaya, siento que seas la propietaria de ese número (¿cómo te las apañaste para conseguirlo?) Para ti también un lenguetazo, grande grande, como de Albacete a .... China.
Lukre: ¿Lobos? ¿Tú crees, caperucita? Al menos, parece que te has reído.
Illyakin: No, no, de tu poto no fumé ni un pizco. En cuanto a lo de los dos miembros viriles, pues visto así ... Lo malo es que están muy separados uno de otro.
Pegasux69: ¿Picarme? ¿Por qué? En todo caso, para que no saques conclusiones apresuradas, te recuerdo que David menciona su dotación lingual como una entre sus muchas virtudes.
Un tipo raro: Ya, ya ... Eso habrás de demostrarlo (cuando quieras y donde quieras).
Amy: Es que, te lo tengo dicho, antes de ...... hay que lavarse las manos. Bueno, no sólo las manos.
Mery: Gracias por calificar de ingenioso el post (¿será esa otra de mis muchas virtudes?). Y sí, mejor no hagas cábalas.
¡¡¡Me ofrezco voluntaria para ilustrar la demostración!!!
ResponderEliminarOye, oye que yo con el tal david no he hecho nada, sólo pensaba a qué se debía el estado de su pelo.....ajjajajja iba a asegurarte que me lavaba pero claro siendo española, vete tú a saber...jajajaja.
ResponderEliminarTienes razón en lo de madurar. Yo postergo tanto mis placeres que a veces no los distingo de tanto reciclarlos.
ResponderEliminarAnda que le sacas partido a tu lengua! Helicóptero, aspa, prensa, juegos malabares... Y para qué más dices que la usas?
Has probado a hacer danza del vientre con la lengua? Es fantástico. No dejes de intentarlo.
Muchos besos!
Jajajaja.... ¿David es un colega del brasileño?
ResponderEliminarSería lo ideal, David con la lengua larga y el otro provocando multiorgasmos.
Creo que voy a estar un tiempo desaparecida ocupada en ciertos menesteres de gran interés y motivación. Bye, bye....
Es necesario preguntarle a una mujer si le gusta que le coman el coñito con afición (que no ficción), fricción y devoción? Si alguna es capaz de contestar que no, venga a verme a mi consulta.
ResponderEliminarAmanda tiene razón, si querías establecer un debate sobre el sexo oral, con un post así has matao la intención antes de darle la más mínima posibilidad de sobrevivir.
ResponderEliminarAyyyyyyyy...
Jajajajajaja... nunca imaginé que se pudiera escribir tooodo un post sobre las virtudes de una lengua (para que luego digan que tengo imaginación).
ResponderEliminarPor cierto ¡qué grima de fotos! aaargh
Besos
Voy a quedarme con este trocito:
ResponderEliminar"Por supuesto, el placer erótico se nutre también del que a su vez uno provoca y, a este respecto, mi lengua queda infinitamente más colmada con el entusiasmo de una única receptora de sus proezas (que a la vez es escenario) que con el aplauso de los asombrados públicos de mi adolescencia"
No porque el contenido del párrafo anterior no me emocione, sino todo lo contrario :)
El tema central era la madurez no? ;9
Gracias por el buen ratito que me has hecho pasar... con las habilidades de tu lengua (aunque sea virtual).
ResponderEliminarBesos!!!