En el post "Enseñar al que no sabe" mencioné que a mi padre no le gustaba nada la frase tan manida de que todas las opiniones son respetables, máxime cuando quienes más la cacareaban solían ser ese tipo de gente que he descrito como ignorantes soberbios. Sobre este tema hubo un primer comentario divergente de Amy que plantea una duda que me ha hecho pensar, y que tiene que ver con cómo el respeto hacia las personas nos viene condicionado por nuestras reacciones (las más de las veces emocionales) ante sus opiniones; luego me referiré a ello. Pero fue Pilar la que enarboló el disenso abriendo un debate con Vanbrugh y Lansky al que me sumé al final, pensando que el tema no daba para más. Contemporáneamente, y aunque de forma indirecta, volvió a salir el asunto del respeto, también con Pilar como protagonista, en el blog de TitoBeno; en ese debate Pilar se sintió ofendida y malentendida (creo) y se despidió un poco dando un portazo (a lo mejor me equivoco) y diciéndome que hay que respetar tanto a las personas como a los opiniones porque ¿quién juzga si son correctas?
Este post no es para continuar esa discusión bastante poco fructífera, sino para aclarar (y aclararme) mi posición acerca del respeto y territorios afines. Si he traído a colación la anécdota ha sido, aparte de para justificar por qué estoy escribiendo lo que estoy escribiendo, porque lo que ha ocurrido me parece una buena ilustración de las que van a ser mis tesis. La primera es que usamos imprecisamente el verbo respetar y, como consecuencia, cuando decimos "hay que respetar todas las opiniones" lo que queremos decir (o lo que quiero pensar que querríamos decir si nos paráramos a pensarlo) es "hay que respetar el derecho de todos a expresar sus opiniones y además respetarle cuando las está expresando"; es decir, tratarle educadamente y evitar los ataques personales en el debate de las ideas. La segunda tesis que quiero sostener es que, no entendiéndolo así y, por contra, bajo la falsa excusa del derecho a ser respetado, lo único que se propicia es la pobreza intelectual, los tópicos huecos y, aunque suene fuerte, la imbecilidad (si no recuerdo mal, imbecillis en latín significa débil mental). Por supuesto (me gustaría no tener que advertirlo), nada de lo que diga a partir de ahora debe interpretarse de forma personal y espero que nadie se sienta aludido; trato sólo de hacer reflexiones generales.
Compruebo que, en la acepción más acorde con el tema, respetar significa tener miramiento, consideración, deferencia. Obviamente, el respeto se verifica en la forma en que nos relacionamos con los demás. Me atrevería a decir que el verdadero respeto está muy ligado al reconocimiento íntimo del otro como alguien con la misma dignidad que nosotros, por más que no nos guste (que nos repugne incluso) su comportamiento, su forma de pensar, etc. En el fondo, respetar de verdad al otro supone aceptar su individualidad. Soy consciente, por supuesto, de que es éste un planteamiento casi angélico, muy difícil de mantener en la práctica; ¿acaso no nos resulta casi imposible respetar a individuos ruines, malintencionados, traidores ... (que cada uno ponga los calificativos que le apetezca)? Así que, más pragmáticamente, convenimos implícitamente que el respeto es, al menos, tratar al otro con arreglo a unas mínimas normas de educación, evitando, sobre todo, transmitirle que no le consideramos digno. En todo caso, por muchas vueltas que le demos para despejar qué es el respeto (todos estos conceptos son, por su propia naturaleza, tremendamente polisémicos), lo que me parece incuestionable es que se trata de algo que sólo existe en las relaciones subjetivas, entre personas.
Antes de seguir querría discutir otra frase bastante asumida: todos tenemos derecho a que se nos respete. Parece que el derecho a ser respetados proviene de que, en tanto personas, todos tenemos una dignidad intrínseca que nos hace iguales, la humana. Llegar a esta base fundacional de las declaraciones voluntaristas de derechos fue una evolución ideológica que en Occidente (justo es reconocerlo) debe mucho a las bizantinas elucubraciones teológicas; en síntesis, todos somos iguales en dignidad en razón de nuestra filiación divina, que radica en la tenencia de un alma inmortal. No es casual que, en el ámbito teológico, el reconocimiento de la dignidad humana (o del derecho a ser respetados) fuera ampliándose a más miembros de nuestra especie a medida que éstos iban consiguiendo tener alma, por ejemplo, mujeres y negros (por cierto, es curioso que los candidatos del partido demócrata norteamericano sean, por primera vez, dos humanos de reciente adquisición anímica; el republicano lleva su alma desde muchas más generaciones). Claro que, de otra parte, por más que la idea de la dignidad igualitaria de los humanos tenga raíces cristianas teóricas, su paso al plano de la realidad efectiva no se debe en absoluto a la Iglesia, sino fundamentalmente a la Ilustración y lo que siguió (casi siempre, con bastante disgusto de los obispos).
Pero me desvío. La cuestión es que, sin preguntarnos mucho por qué ni en base a qué, todos damos sentados que tenemos derecho a que se nos respete; así, en general, porque sí. Es decir, nos creemos con derecho a que nos traten con deferencia y (no estoy del todo convencido de lo que voy a decir) me da la impresión de que cosa distinta es ese tipo primero de respeto (más filosófico que otra cosa) que ese segundo respeto, más de andar por casa, y que parece más propio de manual de autoayuda para reforzar nuestras maltrechas autoestimas, cuando no saciar las vanidades. Además, si todos tuviéramos derecho a ser respetado, tendríamos obviamente el deber de respetar a todos (tratarlos con esa deferencia que requerimos hacia nosotros). Y me pregunto si de verdad cada uno cree que cualquier ser humano es digno de respeto (pongamos, por ejemplo, un pederasta). Quizá (va como mera hipótesis) el ser respetado, más que un derecho convenga considerarlo como un merecimiento. Sea como fuere, me parece que tendemos a generalizar con gran alegría nuestros derechos.
En todo caso, sea o no un derecho, es bueno que todos tratemos a todos con una mínima educación, sin necesidad de entrar en honduras filosóficas para discernir si ese trato es profundamente sincero. Basta que lo parezca, que al otro no le hagamos notar que lo consideramos una rata despreciable indigna de pertenecer a la especie humana. Aunque quizá no sea la acepción más precisa, la de tratar a los demás de forma educada, me parece la que, en la práctica habitual, mejor delinea el término respetar. Siempre -nótese- referido a las personas; cuando hablamos de respetar ideas estamos, en mi opinión, ampliando metafóricamente el significado; o mejor, estamos trasladando por omisión (sin decirlo explícitamente) el objeto del respeto. Es lo que señalaba antes: expresamos el respeto a una idea y, subrepticiamente, pasamos ese respeto al "autor" de la idea. Si todos nos diéramos cuenta de esta traslación no pasaría nada; pero lo grave es que, como está oculta, hay muchos que declaran honestamente que es la opinión (la idea) lo que debe ser respetado.
En realidad, por más que lo declaren, sus comportamientos revelan que no es verdad ni siquiera para ellos. Porque lo que hacen reclamando que se respete su opinión (que se trate con miramiento y, si me apuran, casi asumiéndola como si fuera valiosa per se) es identificar el respeto que cualquiera muestre a su opinión con el respeto hacia él. Dicho claro: si tú no valoras mi opinión, estás siendo irrespetuoso conmigo. Resultado: hemos personalizado la idea, la opinión. Yo (y cualquiera) puedo decir muchos disparates y opinar muchas tonterías; que alguien las "destroce" argumentadamente y que exponga con la más absoluta crudeza su pobrísimo valor intelectual no significa que ese alguien me esté faltando al respeto, siempre que esos "ataques" se dirijan a las opiniones, no a mí. Claro que todo esto es teoría, porque en la práctica todos tendemos en mayor o menor grado a personalizar las ideas, a sentir como nuestras las opiniones y a que nos moleste que se las degrade. Pero, como siempre, hay grados; y me parece un buen ejercicio de madurez (y de humildad) esforzarnos en esa despersonalización.
Lograrlo o no, es problema de cada uno. Ahora, de lo que estoy convencido es de que esa actitud de identificar el respeto personal con el de las opiniones a lo único que conduce es a la molicie intelectual. Me parece imposible cualquier progreso en el mundo de las ideas si los debates sobre las mismas han de someterse a estas reglas de respeto. Sólo fructifican en ese caso (y para muestra los recientes debates electorales) las conocidas falacias ad hominem o los argumentos de autoridad, ambos pésimas herramientas para el pensamiento. La pena es que, como me señala Lansky, esto de que las opiniones deben ser respetadas (so pena de estar faltando al respeto al opinante) es lugar común; así nos va, inmersos en un marasmo de tópicos y lenguajes políticamente correctos. ¿Cómo era aquella frase? Líbrenos Dios de la funesta manía de pensar. Pues, en efecto, quienes reclaman miramiento con las opiniones, quienes defienden que todas las opiniones (o casi todas) son válidas, están contribuyendo, a mi juicio, a anular nuestra capacidad crítica, a narcotizar nuestras potencias intelectivas.
Me refiero brevemente al planteamiento que hace Amy y que, aunque inicialmente lo pareciera, no es el mismo; yo diría que se refiere a una situación inversa. Admitiendo que no hay por qué respetar las opiniones (es más que justamente para pensar productivamente sobre ellas es necesario no respetarlas, no tratarlas con miramiento), ella pone en duda si es posible respetar a la persona que manifiesta (supongo que con suficiente tenacidad) opiniones baladíes, inmorales, etc (o, al menos, contrarias a los valores que cada uno de nosotros apreciamos). Pienso, como ya he dicho, que, desde luego, aun así debemos ser respetuosos con esa persona, cuidando de no hacerle notar que le consideramos un idiota o un depravado (salvo que conviniera por buenas razones hacérselo notar). Lo que me parece muy difícil es que podamos respetarle desde nuestro interior. Con lo que vuelvo a lo poco que seguramente tenemos asumido ese "derecho" universal al respeto o que todos los humanos, por serlo, somos iguales en dignidad.
Acabo llamando la atención sobre la curiosa circunstancia de que quienes más exigen el respeto de sus opiniones suelen ser los que menos gustan de mantenerse en el debate de las ideas y, enseguida, llevan la discusión a alusiones personales, faltando al respeto a quienes, según ellos, les ha faltado primero al no valorar "debidamente" su opinión. También estas personas suelen tener una sensibilidad especial para detectar, cuando alguien discute sus opiniones, la intención faltona del atrevido. Pero de esto ya hable en un post anterior relativo a la dignidad. En fin, son circunstancias curiosas ...
Este post no es para continuar esa discusión bastante poco fructífera, sino para aclarar (y aclararme) mi posición acerca del respeto y territorios afines. Si he traído a colación la anécdota ha sido, aparte de para justificar por qué estoy escribiendo lo que estoy escribiendo, porque lo que ha ocurrido me parece una buena ilustración de las que van a ser mis tesis. La primera es que usamos imprecisamente el verbo respetar y, como consecuencia, cuando decimos "hay que respetar todas las opiniones" lo que queremos decir (o lo que quiero pensar que querríamos decir si nos paráramos a pensarlo) es "hay que respetar el derecho de todos a expresar sus opiniones y además respetarle cuando las está expresando"; es decir, tratarle educadamente y evitar los ataques personales en el debate de las ideas. La segunda tesis que quiero sostener es que, no entendiéndolo así y, por contra, bajo la falsa excusa del derecho a ser respetado, lo único que se propicia es la pobreza intelectual, los tópicos huecos y, aunque suene fuerte, la imbecilidad (si no recuerdo mal, imbecillis en latín significa débil mental). Por supuesto (me gustaría no tener que advertirlo), nada de lo que diga a partir de ahora debe interpretarse de forma personal y espero que nadie se sienta aludido; trato sólo de hacer reflexiones generales.
Compruebo que, en la acepción más acorde con el tema, respetar significa tener miramiento, consideración, deferencia. Obviamente, el respeto se verifica en la forma en que nos relacionamos con los demás. Me atrevería a decir que el verdadero respeto está muy ligado al reconocimiento íntimo del otro como alguien con la misma dignidad que nosotros, por más que no nos guste (que nos repugne incluso) su comportamiento, su forma de pensar, etc. En el fondo, respetar de verdad al otro supone aceptar su individualidad. Soy consciente, por supuesto, de que es éste un planteamiento casi angélico, muy difícil de mantener en la práctica; ¿acaso no nos resulta casi imposible respetar a individuos ruines, malintencionados, traidores ... (que cada uno ponga los calificativos que le apetezca)? Así que, más pragmáticamente, convenimos implícitamente que el respeto es, al menos, tratar al otro con arreglo a unas mínimas normas de educación, evitando, sobre todo, transmitirle que no le consideramos digno. En todo caso, por muchas vueltas que le demos para despejar qué es el respeto (todos estos conceptos son, por su propia naturaleza, tremendamente polisémicos), lo que me parece incuestionable es que se trata de algo que sólo existe en las relaciones subjetivas, entre personas.
Antes de seguir querría discutir otra frase bastante asumida: todos tenemos derecho a que se nos respete. Parece que el derecho a ser respetados proviene de que, en tanto personas, todos tenemos una dignidad intrínseca que nos hace iguales, la humana. Llegar a esta base fundacional de las declaraciones voluntaristas de derechos fue una evolución ideológica que en Occidente (justo es reconocerlo) debe mucho a las bizantinas elucubraciones teológicas; en síntesis, todos somos iguales en dignidad en razón de nuestra filiación divina, que radica en la tenencia de un alma inmortal. No es casual que, en el ámbito teológico, el reconocimiento de la dignidad humana (o del derecho a ser respetados) fuera ampliándose a más miembros de nuestra especie a medida que éstos iban consiguiendo tener alma, por ejemplo, mujeres y negros (por cierto, es curioso que los candidatos del partido demócrata norteamericano sean, por primera vez, dos humanos de reciente adquisición anímica; el republicano lleva su alma desde muchas más generaciones). Claro que, de otra parte, por más que la idea de la dignidad igualitaria de los humanos tenga raíces cristianas teóricas, su paso al plano de la realidad efectiva no se debe en absoluto a la Iglesia, sino fundamentalmente a la Ilustración y lo que siguió (casi siempre, con bastante disgusto de los obispos).
Pero me desvío. La cuestión es que, sin preguntarnos mucho por qué ni en base a qué, todos damos sentados que tenemos derecho a que se nos respete; así, en general, porque sí. Es decir, nos creemos con derecho a que nos traten con deferencia y (no estoy del todo convencido de lo que voy a decir) me da la impresión de que cosa distinta es ese tipo primero de respeto (más filosófico que otra cosa) que ese segundo respeto, más de andar por casa, y que parece más propio de manual de autoayuda para reforzar nuestras maltrechas autoestimas, cuando no saciar las vanidades. Además, si todos tuviéramos derecho a ser respetado, tendríamos obviamente el deber de respetar a todos (tratarlos con esa deferencia que requerimos hacia nosotros). Y me pregunto si de verdad cada uno cree que cualquier ser humano es digno de respeto (pongamos, por ejemplo, un pederasta). Quizá (va como mera hipótesis) el ser respetado, más que un derecho convenga considerarlo como un merecimiento. Sea como fuere, me parece que tendemos a generalizar con gran alegría nuestros derechos.
En todo caso, sea o no un derecho, es bueno que todos tratemos a todos con una mínima educación, sin necesidad de entrar en honduras filosóficas para discernir si ese trato es profundamente sincero. Basta que lo parezca, que al otro no le hagamos notar que lo consideramos una rata despreciable indigna de pertenecer a la especie humana. Aunque quizá no sea la acepción más precisa, la de tratar a los demás de forma educada, me parece la que, en la práctica habitual, mejor delinea el término respetar. Siempre -nótese- referido a las personas; cuando hablamos de respetar ideas estamos, en mi opinión, ampliando metafóricamente el significado; o mejor, estamos trasladando por omisión (sin decirlo explícitamente) el objeto del respeto. Es lo que señalaba antes: expresamos el respeto a una idea y, subrepticiamente, pasamos ese respeto al "autor" de la idea. Si todos nos diéramos cuenta de esta traslación no pasaría nada; pero lo grave es que, como está oculta, hay muchos que declaran honestamente que es la opinión (la idea) lo que debe ser respetado.
En realidad, por más que lo declaren, sus comportamientos revelan que no es verdad ni siquiera para ellos. Porque lo que hacen reclamando que se respete su opinión (que se trate con miramiento y, si me apuran, casi asumiéndola como si fuera valiosa per se) es identificar el respeto que cualquiera muestre a su opinión con el respeto hacia él. Dicho claro: si tú no valoras mi opinión, estás siendo irrespetuoso conmigo. Resultado: hemos personalizado la idea, la opinión. Yo (y cualquiera) puedo decir muchos disparates y opinar muchas tonterías; que alguien las "destroce" argumentadamente y que exponga con la más absoluta crudeza su pobrísimo valor intelectual no significa que ese alguien me esté faltando al respeto, siempre que esos "ataques" se dirijan a las opiniones, no a mí. Claro que todo esto es teoría, porque en la práctica todos tendemos en mayor o menor grado a personalizar las ideas, a sentir como nuestras las opiniones y a que nos moleste que se las degrade. Pero, como siempre, hay grados; y me parece un buen ejercicio de madurez (y de humildad) esforzarnos en esa despersonalización.
Lograrlo o no, es problema de cada uno. Ahora, de lo que estoy convencido es de que esa actitud de identificar el respeto personal con el de las opiniones a lo único que conduce es a la molicie intelectual. Me parece imposible cualquier progreso en el mundo de las ideas si los debates sobre las mismas han de someterse a estas reglas de respeto. Sólo fructifican en ese caso (y para muestra los recientes debates electorales) las conocidas falacias ad hominem o los argumentos de autoridad, ambos pésimas herramientas para el pensamiento. La pena es que, como me señala Lansky, esto de que las opiniones deben ser respetadas (so pena de estar faltando al respeto al opinante) es lugar común; así nos va, inmersos en un marasmo de tópicos y lenguajes políticamente correctos. ¿Cómo era aquella frase? Líbrenos Dios de la funesta manía de pensar. Pues, en efecto, quienes reclaman miramiento con las opiniones, quienes defienden que todas las opiniones (o casi todas) son válidas, están contribuyendo, a mi juicio, a anular nuestra capacidad crítica, a narcotizar nuestras potencias intelectivas.
Me refiero brevemente al planteamiento que hace Amy y que, aunque inicialmente lo pareciera, no es el mismo; yo diría que se refiere a una situación inversa. Admitiendo que no hay por qué respetar las opiniones (es más que justamente para pensar productivamente sobre ellas es necesario no respetarlas, no tratarlas con miramiento), ella pone en duda si es posible respetar a la persona que manifiesta (supongo que con suficiente tenacidad) opiniones baladíes, inmorales, etc (o, al menos, contrarias a los valores que cada uno de nosotros apreciamos). Pienso, como ya he dicho, que, desde luego, aun así debemos ser respetuosos con esa persona, cuidando de no hacerle notar que le consideramos un idiota o un depravado (salvo que conviniera por buenas razones hacérselo notar). Lo que me parece muy difícil es que podamos respetarle desde nuestro interior. Con lo que vuelvo a lo poco que seguramente tenemos asumido ese "derecho" universal al respeto o que todos los humanos, por serlo, somos iguales en dignidad.
Acabo llamando la atención sobre la curiosa circunstancia de que quienes más exigen el respeto de sus opiniones suelen ser los que menos gustan de mantenerse en el debate de las ideas y, enseguida, llevan la discusión a alusiones personales, faltando al respeto a quienes, según ellos, les ha faltado primero al no valorar "debidamente" su opinión. También estas personas suelen tener una sensibilidad especial para detectar, cuando alguien discute sus opiniones, la intención faltona del atrevido. Pero de esto ya hable en un post anterior relativo a la dignidad. En fin, son circunstancias curiosas ...
PS: La banda sonora de este post era, obviamente, inevitable.
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
El respeto al adversario, que no a sus ideas, aún cuando ¿quien somos? ¿no somos un conjunto de ideas y experiencias mezcladas con sentimientos? ¡Donde acaba la idea y empieza la persona? ¿No es una continuidad? El respeto es aceptar que no hay verdades absolutas, que es posible que todos tengamos una parte de verdad o de nuestra verdad y aceptar que no es la verdad del otro. Sin llegar a extremismos en los que el respeto a una persona ruin puede ser discutible, pero si supieramos ponernos en el lugar del otro, ser capaces de pensar bajo sus circustancias, experiencias y sentimientos, podríamos entenderlo, ya que es complicado ocupar su lugar y ser ellos en un instante para entender lo que expresa, al menos llamemos respeto a toda idea que no es nuestra y que podemos no compartirla pero que podamos entender que otro sienta que es su verdad. Huyo de las ideas absolutistas, encajonadas y sobre todo de las que se expresan como verdades absolutas siempre y cuando no sean cientificamente probadas y aún así la tierra pasó de ser plana a ser redonda.
ResponderEliminarRespetar es aceptar, no como algo obligado, sino como algo sentido, que hay más gente que nosotros y que no pensamos igual, y todos tengamos un poco de verdad.
Respetar en entender, al menos intentar ponernos en su lugar y si no compartimos al menos saber que tendrán motivos para haber llegado a ese pensamiento.
Sólo se sienten superiores, aquellos con un pensamiento simplista, los que ni siquiera son capaces de analizar que puede que sean mejores que otros pero seguro que peores que otros, y sobre todo que seran mejores en algo y peores en todo lo demas.
Marta, muy de acuerdo con lo que dices. Pero estás manteniéndote en el ámbito del respeto a las personas. Eso es justamente lo que quería separar (porque sí creo que se pueden separar las ideas de las personas) en este post. Ponerse en el lugar del otro, entender por qué piensa lo que piensa, etc, son loables maneras de ejercitar el respeto al otro. Pero al discutir la idea, la opinión, lo mejor es tratar de separarla del opinante.
ResponderEliminarLa cuestión de las verdades absolutas o relativas da para otro post (o debate). Justamente porque creo que todas las opiniones son susceptibles de ser discutidas desde la razón, es porque creo que no es necesario respetarlas. O, si me apuras, la mejor forma de respetar las ideas (forzando el significado de respetar) es, para mí, someterla al más inmisericorde tercer grado, sin concederles apriorísticamente ningún presunto valor.
En cuanto a lo de sentirse superior, no entiendo muy bien a cuento de que lo mencionas. Insisto en que no respetar las ideas, para mí, nada tiene que ver con no respetar a las personas y, por supuesto, muchísimo menos con sentirse superior al que ha opinado algo que uno considere erróneo, por ejemplo. Un beso.
Yo no veo tan complicado el tema: 1) respeto a toda persona por el hecho de serlo, lo que implica no atacarla por sus opiniones aunque estas no sean respetables 2) De ahí que, a mi juicio, no deba existir el delito de opinión, aunque esa opinión sea detestable, siempre que no pase a los hechos; y no debe existir por una cuestión de análisis beneficios/ inconvenientes; estos últimos son excesivos, peligrosos para una democracia que sea eso y no el simple acto de votar cada cuatro años, y además ¿quién decide qué opiniones se persiguen y cuáles no? 3) Tolerancia,a no confundir con respeto; ejemplo: no hay que ser "tolerante" con los homosexuales o con los inmigrantes, sino respetuoso; hay que ser tolerante con los tontos, pero intolerante con los maltratadores, lo que no implica falta de respeto: hay que respetarlos más de lo que ellos mismos con sus nefastos actos se respetan.
ResponderEliminarPues yo voy a votar al partido En Blanco
ResponderEliminarSigo viendo complicado separar la idea del que la defiende, porque en coherencia el que la opina, la pone en pr�ctica y vive en su l�nea, por eso el respeto es tantopara la idea como para la persona, sin confundir el respeto con la aceptaci�n.
ResponderEliminarEl no respetar que hay ideas diferentes, nos lleva a la idea de que son s�lo v�lidas las nuestras y por tanto superiores. Pero si partes de que no hay verdades absolutas y entiendes que todo depende de las circustancias... nadie se puede sentir superior.
Lansky, no se pueden separar las opiniones de los actos, no es lo mismo pensar que hacer, pero las opiniones tambi�n tienen l�mites, los del estado de derecho, los de la Ley y la Constituci�n, que pueden ser mejorables pero mientras no se modifiquen forman los l�mites, porque ya que el hombre no tiende a respatar al pr�jimo desde la organizaci�n (tribu, pa�s o como se llame) se deben poner l�mites no para coaccionar sino para proteger.
Otra cosa, el respeto a las ideas del otro, no tiene que suponer que no defendamos las nuestras. Sin embargo muchos políticos han convertido el debate al ataque a las ideas del otro sin saber defender las que en teoría tiene el que las debe atacar en base a otras diferentes. El debate tiene que ser la defensa de nuestras ideas y por ende que las del adversario pierdan su absolutismo, sus cimientos y por tanto su consistencia.
ResponderEliminarNo estoy de acuerdo, Miros. Las ideas se separan de las personas cuando se convierten en doctrinas (de mayor o menor grado). Pero lo cierto es que en la elaboración y posterior comunicación de una idea por una persona, influye tremendísimamente la personalidad de ese individuo y sus sentimientos. Una persona insegura de sí misma, por poner un ejemplo, no habría llegado a la misma conclusión de haber sido una persona segura. Y si su inseguridad está planteando un problema de susceptibilidad, por seguir abonando el ejemplo, es patente que quien es receptor de esa idea está recibiendo todo un cúmulo de actos personales en perfecta mezcla. Una idea no se separa de una persona hasta que otros la acogen y la hacen propia, entonces es cuando puedes empezar a hablar y transmitir esa idea sin hacer mención al que la parió en origen.
ResponderEliminarAdemás, para poder separar rápidamente la idea de la persona, el propio emisor, como condición previa, ha de haber separado su persona de lo que va a decir. Y si lo primero no se produce, difícilmente podemos pedir lo segundo.
También opino que el respeto hay que merecerlo.
Besazos.
Supongo que siguiendo ese planteamiento que haces en el post a lo más que podemos llegar es a no perder la educación ante alguien que evidentemente no nos puede parecer respetable. A mi no me parece respetable un pederasta, un violador, un asesino, un fascista, un dictador, un nazi. Y supongo que muchas personas más que lo son lo que son porque tienen unas ideas y oponiones diferentes a las mías y aquí da igual que sus ideas les lleven a incumplir el código legal de una sociedad o no. Realmente no me parecen respetables por una cuestión ética y moral, pero eso no tiene por qué hacer que yo pierda la educación, pero lo curioso del caso, como aprecias y como yo aprecié antes en los comentarios del post anterior, ellos sí te hacen sentir su poco respeto hacia ti de una manera directa y sin lugar a dudas, y si tienen que faltar a los modos y formas lo hacen, más que nada porque en sus mentes tampoco piensan que te deban el simple hecho de mantener las formas, lo que comúnmente llamamos educación.
ResponderEliminarMiroslav, primero decirte que me ha gustado mucho el post; “muy sutil”.
ResponderEliminarMe encantaría tener la facilidad de palabra que tienes tú para poder explicarme con cierta lógica.
Por un lado te diré que “no di ningún portazo”. En el otro blog se mezclaron 2 temas muy distintos pero no fui yo quién lo inició.
Tú dices: “”hay que respetar el derecho de todos a expresar sus opiniones y además respetarte cuando las estás expresando”. Realmente creo que lo defines muy bien y mi intención siempre ha sido decir eso, respetar que todo el mundo tenga su opinión y respetar al que opina pero quizás, (quizás no, seguro) muy mal expresado.
Por otro lado, si creo que todos tenemos derecho al respeto, (por supuesto sacando de esto a asesinos, pederastas, etc); no creo que “generalicemos con gran alegría nuestros derechos”. Y no creo que por no estar de acuerdo con una opinión y porque se rebata se deje de respetar a una persona. Lo irrespetuoso suelen ser las formas y esto se puede trasladar a muchos ámbitos. Normalmente no hace sólo daño lo que se dice sino también COMO se dice. Es más muchas veces, la ofensa no es el fondo sino las formas....y tú que tanto sabes de historia sabrás que hay muchos ejemplos de esto.
Tampoco creo que “todas las opiniones son válidas”, pero excepto en casos que es sumamente obvio, me planteo como se decide si una opinión es válida o no. No me refiero a opiniones sobre hechos demostrados, irrefutables, sino a opiniones sobre ideas, sobre formas de ver “cosas intangibles”. Para mí o para ti una misma cosa puede tener versiones distintas. Quién dice que una es válida y otra no. Y es más, porque hay que decidirlo tan tajantemente.
Y finalmente, te aplaudo en lo de que “los que más respeto exigen son los que menos gustan de mantenerse en el debate y enseguida llevan la discusión a alusiones personales”....cuanta razón!, cuanta razón tienes!, cuanta gente hay que enseguida se ofende por nada y como respuesta ataca a título personal....te refuta tu opinión diciendo que no puedes entender y que entonces no merece la pena ni hablar contigo.
Para terminar te diré que me encantaría tener, como ya he dicho, tu facilidad de palabra, tu facilidad de expresión y de dejar vez tan claramente los matices de tu comentario. Chapeu!
Miros, ¿te atreves a traer un poco de pastel de necrosomnia a la fiesta? ¿Tú crees que será procedente? Vente pallá...
ResponderEliminarInsisto, Marta: las opiniones no tienen por qué tener límites, ni siquiera en la estupidez.
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