El ejemplo es el conjunto Shangri-La. Lenguaje con reminiscencias de la primera etapa del Movimiento Moderno, pero sin renunciar a romper y pautar las fachadas planas con alusiones años veinte. Por supuesto, la boutade estilística la conforman los inmensos troncos cilíndricos que sobresalen en las cubiertas a partir de seis plantas sucesivamente retranqueadas a modo de zigurat de esquinas remarcadas con pináculos. Esas inmensas chimeneas (¿qué función tienen?) se convierten en el signo más definitorio de la imagen, alusión quizás a los entornos fabriles de los trabajadores de este inmenso grupo residencial. Por cierto, esas grandes torres cilíndricas de color azul cielo están decoradas con nubes: ¿técnica de camuflaje o detalle kitsch que remite a felicidades de marketing?
La monótona grandiosidad exterior (vista desde fuera) cambia radicalmente cuando se entra en el espacio "comunal" del conjunto. Patios oscuros y sucios desde los que se accede a los portales; paredes de ladrillo sin cuidar y hormigones mal encofrados; aparecen ya los tubos omnipresentes; ropa tendida desde ventanas tristes, basura abandonada junto a las paredes. No parece que el exterior y el interior correspondan a los mismos edificios, pero tampoco sería imposible. Aunque no se ve en la escena que adjunto, en una de las paredes de este patio comunal se dispone un cartel, de notoria estética sesentera yanqui, en el que una familia (papá, mamá, niño, niña y perro) viajan sonrientes en un coche por un paisaje de idílicos prados con un radiante sol y en el que se lee: La Felicidad, todos juntos estamos ahí; se supone que era la publicidad de esas Shangri-La Towers. Detalle simpático: el cochito individual en el que llega a los bloques el protagonista de la peli es real. Se trata de un Messerschmidt (sí, los de los aviones nazis), fabricado en Alemania en los cincuenta.
El protagonista ha traspasado el portal y subido hasta la planta correspondiente. El pasillo desde el que se accede a las distintas viviendas es el que cabe esperar después del patio vecinal, aunque ahora los tubos adquieren todavía más preeminencia: grandes y verticales rígidos, horizontales flexibles por los techos, otros más pequeños dispersos en distintas áreas de este espacio deprimente. Las paredes divididas horizontalmente por dos colores de pintura recuerdan un recurso muy usado en los cuarenta y cincuenta. La propia estética de los cacharros aparcados en el pasillo (un coche de bebé, un armazón de silla, un cubo de basura) remiten también a la primera postguerra europea. La puerta ofrece una cierta dignidad compositiva; si no fuera por la anacrónica ranura del buzón, hasta me atrevería de calificarla de moderna. El adorno navideño es la nota irónica obligada.
He aquí el interior de la vivienda a la que abre la puerta de la imagen anterior (si bien esta escena se ve media hora antes). Los adornos navideños, los papás y los niños, las ropas, los muebles, la atmósfera hogareña: se trata de una familia de escasos recursos pero bien administrados. La sala se ve limpia y ordenada, salvo por la potentísima y tosca presencia de los tubos que, casi pegados al techo, atraviesan las paredes. Pero prescindiendo (si se pudiera) de la imagen simbólica omnipresente durante toda la película, llama la atención el diferente lenguaje estético, tanto de la arquitectura interior como del mobiliario. Si los espacios comunes de esos bloques residenciales nos llevan a los pauperizados años de posguerra (que, saltando de continente, podrían enlazar con ambientes similares de los edificios de vivienda social de los guetos norteamericanos de treinta o más años después), este interior evoca quizá el periodo de entreguerras, con detalles más o menos art decó; el estarcido (¿o empapelado?) de las paredes, cuyos paños son enmarcados entre elementos verticales estrechos y limpios, la sobriedad de los muebles, con ligeras concesiones ornamentales en los herrajes que exhalan un sutil aroma art nouveau y, por supuesto, detalles de un kistch congruente con la estética ecléctica de las primeras décadas del XX. Se nos transmite una voluntad de orden y hasta de cierta pretensión estilística, pero sin estridencias, discreta. Como, por otra parte, uno imagina que corresponde a un trabajador de recursos limitados quien, pese a todo, logra crear su refugio individual frente a la opresión agobiante del sistema. Refugio, en todo caso, hasta cierto punto, como recuerda el feo contraste de los tubos y enseguida (poco después de la escena que adjunto) comprobará ese hombre tranquilo y ajeno a la que le espera. Era un hombre bueno, dirá más tarde su mujer casi enloquecida; pero la bondad no cuenta para nada en esta película.
La vivienda justo encima de la de esa idílica familia ofrece una imagen completamente distinta. Un complejo residencial con dos caras incongruentes: la exterior y la interior; además, podemos suponer que cada una de las celdas que alberga tiene su propia individualidad, siempre con el denominador común de los tubos. Cuesta ahora reconocer la similitud entre las paredes y demás elementos de la arquitectura interior que habrían de ser iguales en todos los pisos del edificio. La razón es que, mientras en la vivienda anterior todo era orden y detallismo, aquí es caos y provisionalidad. Fotos sin marcos dispuestas aleatoriamente sobre una pared, una estantería metálica de almacén, televisor años sesenta reflejado en espejos inclinados, una cama casi a ras de suelo con una colcha que parece patchwork. Aquí tiene que habitar una persona joven, que pasa poco tiempo en casa, soltera, por supuesto. Se trata, en efecto, de una chica camionera, la Julieta de la historia.
Aquí la tenemos, tomando un baño (la cámara ha ido acercándonos desde la habitación de la imagen anterior). ¿De qué época son esos sanitarios? El alicatado cutre hasta 1,60, la bañera, alzada sobre cuatro patas que no pegan demasiado, el lavabo, la grifería, el calentador (geniales los chorretones de óxido sobre los azulejos), el váter oscuro y sin tapa, ese paño que parece de hule tapando el ventanuco, el estantillo de alambre plastificado en el que la mujer acumula botes. Quitando la suciedad y el desorden, me recuerda el baño de la casa de mis abuelos en un edificio del XIX cerca de la glorieta de Quevedo. La nota discordante es la pantallita de televisión sostenida por un soporte tipo lámpara flexo: modernidad de los cincuenta (por cierto, la chica está viendo una película de los hermanos Marx). En esta estética los tubos no parecen tan fuera de lugar como en el piso de la planta inferior.
PS: Para ver bien las imágenes (aunque las he pasado a jpg para que pesaran menos e imagino que han perdido calidad), recomiendo que hagan un clik sobre cada una de ellas.
La monótona grandiosidad exterior (vista desde fuera) cambia radicalmente cuando se entra en el espacio "comunal" del conjunto. Patios oscuros y sucios desde los que se accede a los portales; paredes de ladrillo sin cuidar y hormigones mal encofrados; aparecen ya los tubos omnipresentes; ropa tendida desde ventanas tristes, basura abandonada junto a las paredes. No parece que el exterior y el interior correspondan a los mismos edificios, pero tampoco sería imposible. Aunque no se ve en la escena que adjunto, en una de las paredes de este patio comunal se dispone un cartel, de notoria estética sesentera yanqui, en el que una familia (papá, mamá, niño, niña y perro) viajan sonrientes en un coche por un paisaje de idílicos prados con un radiante sol y en el que se lee: La Felicidad, todos juntos estamos ahí; se supone que era la publicidad de esas Shangri-La Towers. Detalle simpático: el cochito individual en el que llega a los bloques el protagonista de la peli es real. Se trata de un Messerschmidt (sí, los de los aviones nazis), fabricado en Alemania en los cincuenta.
El protagonista ha traspasado el portal y subido hasta la planta correspondiente. El pasillo desde el que se accede a las distintas viviendas es el que cabe esperar después del patio vecinal, aunque ahora los tubos adquieren todavía más preeminencia: grandes y verticales rígidos, horizontales flexibles por los techos, otros más pequeños dispersos en distintas áreas de este espacio deprimente. Las paredes divididas horizontalmente por dos colores de pintura recuerdan un recurso muy usado en los cuarenta y cincuenta. La propia estética de los cacharros aparcados en el pasillo (un coche de bebé, un armazón de silla, un cubo de basura) remiten también a la primera postguerra europea. La puerta ofrece una cierta dignidad compositiva; si no fuera por la anacrónica ranura del buzón, hasta me atrevería de calificarla de moderna. El adorno navideño es la nota irónica obligada.
He aquí el interior de la vivienda a la que abre la puerta de la imagen anterior (si bien esta escena se ve media hora antes). Los adornos navideños, los papás y los niños, las ropas, los muebles, la atmósfera hogareña: se trata de una familia de escasos recursos pero bien administrados. La sala se ve limpia y ordenada, salvo por la potentísima y tosca presencia de los tubos que, casi pegados al techo, atraviesan las paredes. Pero prescindiendo (si se pudiera) de la imagen simbólica omnipresente durante toda la película, llama la atención el diferente lenguaje estético, tanto de la arquitectura interior como del mobiliario. Si los espacios comunes de esos bloques residenciales nos llevan a los pauperizados años de posguerra (que, saltando de continente, podrían enlazar con ambientes similares de los edificios de vivienda social de los guetos norteamericanos de treinta o más años después), este interior evoca quizá el periodo de entreguerras, con detalles más o menos art decó; el estarcido (¿o empapelado?) de las paredes, cuyos paños son enmarcados entre elementos verticales estrechos y limpios, la sobriedad de los muebles, con ligeras concesiones ornamentales en los herrajes que exhalan un sutil aroma art nouveau y, por supuesto, detalles de un kistch congruente con la estética ecléctica de las primeras décadas del XX. Se nos transmite una voluntad de orden y hasta de cierta pretensión estilística, pero sin estridencias, discreta. Como, por otra parte, uno imagina que corresponde a un trabajador de recursos limitados quien, pese a todo, logra crear su refugio individual frente a la opresión agobiante del sistema. Refugio, en todo caso, hasta cierto punto, como recuerda el feo contraste de los tubos y enseguida (poco después de la escena que adjunto) comprobará ese hombre tranquilo y ajeno a la que le espera. Era un hombre bueno, dirá más tarde su mujer casi enloquecida; pero la bondad no cuenta para nada en esta película.
La vivienda justo encima de la de esa idílica familia ofrece una imagen completamente distinta. Un complejo residencial con dos caras incongruentes: la exterior y la interior; además, podemos suponer que cada una de las celdas que alberga tiene su propia individualidad, siempre con el denominador común de los tubos. Cuesta ahora reconocer la similitud entre las paredes y demás elementos de la arquitectura interior que habrían de ser iguales en todos los pisos del edificio. La razón es que, mientras en la vivienda anterior todo era orden y detallismo, aquí es caos y provisionalidad. Fotos sin marcos dispuestas aleatoriamente sobre una pared, una estantería metálica de almacén, televisor años sesenta reflejado en espejos inclinados, una cama casi a ras de suelo con una colcha que parece patchwork. Aquí tiene que habitar una persona joven, que pasa poco tiempo en casa, soltera, por supuesto. Se trata, en efecto, de una chica camionera, la Julieta de la historia.
Aquí la tenemos, tomando un baño (la cámara ha ido acercándonos desde la habitación de la imagen anterior). ¿De qué época son esos sanitarios? El alicatado cutre hasta 1,60, la bañera, alzada sobre cuatro patas que no pegan demasiado, el lavabo, la grifería, el calentador (geniales los chorretones de óxido sobre los azulejos), el váter oscuro y sin tapa, ese paño que parece de hule tapando el ventanuco, el estantillo de alambre plastificado en el que la mujer acumula botes. Quitando la suciedad y el desorden, me recuerda el baño de la casa de mis abuelos en un edificio del XIX cerca de la glorieta de Quevedo. La nota discordante es la pantallita de televisión sostenida por un soporte tipo lámpara flexo: modernidad de los cincuenta (por cierto, la chica está viendo una película de los hermanos Marx). En esta estética los tubos no parecen tan fuera de lugar como en el piso de la planta inferior.
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Todas las imágenes provienen de la misma película; supongo que la mayoría sabrá su título y quien lo ignore puede entretenerse un ratito averiguándolo. Este fin de semana la conseguí en alta definición y volví a verla después de muchos años. Disfruté enormemente del barroquismo visual y, muy especialmente, del intencionadísimo y espectacular uso que el director hace de la arquitectura. Para perder un poco el tiempo y desconectar del frenético ritmo laboral en el que estoy, estas dos últimas noches me he dedicado a ir haciendo pantallazos de "escenas arquitectónicas". Esta primera serie trae la arquitectura los proletarios; ya añadiré otros posts sobre las restantes arquitecturas de la peli: la de los ricos, la de los burócratas, la del poder ... Al final, me gustaría mostrar las referencias reales que inspiraron al director. Claro que todo eso será si mi veleidad lo permite.PS: Para ver bien las imágenes (aunque las he pasado a jpg para que pesaran menos e imagino que han perdido calidad), recomiendo que hagan un clik sobre cada una de ellas.
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
No sé si lo has visto, pero por razones de las que informo al final del último post publicado, estoy sin tiempo para dejar comentarios en los blogs que leo. Pues eso, que no he desaparecido, sino que hasta que pasen las próximas dos semanas estoy inmersa en una locura de proporciones épicas, agravadas por el hecho de que a nuestra Delegación de Educación no se le ha ocurrido que dejar sin 13 profesores de golpe a un centro que tiene 22 (directora y jefe de estudios incluidos), y con la administrativa de Secretaría de baja por un accidente de coche, en las dos últimas semanas del curso es algo que puede crear un caos total.
ResponderEliminarA ver cómo hacemos las evaluaciones, a ver cómo sacamos fuera la montaña de papeles en la que poco a poco van convirtiendo nuestro trabajo, a ver cómo terminamos el curso, en suma. Ante estas preguntas, la inspectora nos contesta que "nos las arreglemos", que nos busquemos la vida, vamos. Y ya no tiene más que añadir.
Cuando recupere mi vida, volveré a seguir comentando, como siempre. Si es que sobrevivo, claro.
Ni idea de cual es la película, ni se buscarla. Sobre la arquitectura será una tontería pero me parece que las viviendas de las gentes más desfavorecidas siempre carecen de luz, entiendo que los materiales sean baratos pero ¿tanto cuesta hacer ventanales? supongo que más que no hacerlos, pero sanitariamente y emocionalmente la luz y la ventilación son algo fundamental.
ResponderEliminarEs necesario respetar la historia pero tambien es necesario dejar nuestra historia, por eso me gusta la mezcla de épocas siempre que se haga con buen gusto lo que no quiere decir que sea homogeneo a veces lo rompedor pone en valor lo que había y fascina lo que hay.
Una cosa es diseñar pensando que hay gente que va a vivir pero muchas veces se diseña por el gusto de las formas y volúmenes sin tener en cuenta que será un hogar.
Lo mismo que los Planes urbanísticos que piensan más en el crecimiento a secas que en un "desarrollo" armonizado donde se aune trabajo vivienda, ocio, paisaje ¡calidad de vida!
Hombre Miroslav, eso de "supongo que la mayoría sabrá su título" es cuando menos, dudoso.
ResponderEliminarDigamos que la película en cuestión (de la cual no dire título para mantener el suspense..) fue un fracaso bastante considerable aunque despues se haya convertido en una película de culto. Algo por cierto que tambien le paso a Blade Runner algun año antes.
En cualquier caso, y en mi humilde opinión, la estética cutre (que tu, tal vez por deformación profesional o más bien por formación profesional, sintetizas en la arquitectura) es lo más significativo. Es cierto que no deja de ser curioso que cosigan ese aire futurista con estética antigua.
Si no me equivoco (la vi hace mucho tiempo) estas imagenes pertenecen a cierta película de culto de Terry Gilliam (y no es "Doce monos") con cierta mención a ese estado (federal) cuya bandera alude al "orden y progreso". No diré el nombre por si alguno se entretiene con el acertijo. Si estoy en lo cierto, creo que las pistas son claras.
ResponderEliminarLa descripción está en la sintonía de Gilliam y sus fantásticas "madriguera de conejos". Esa estética, entre lo fascinante y lo repugnante, convierte, según mi percepción, el mundo mostrado en un imaginativo hibrido de elementos familiares y otros menos comunes, con un peculiar (y a veces extravagante) encaje de piezas que no estamos acostumbrados a ver juntas. Se hace difícil aceptar ese empalme, incluso puede ser "doloroso" para la vista. Pero solo lo es a ojos de quién teme que esa aberración, abobinación o monstruosidad de realidad se pueda hacer palpable. Como el que ve una persona con deformidades y reacciona ante ella con miedo irracional, como si se le fuera a contagiar "algo".
Que grande es la creatividad. Deberíamos estar más en contacto con ella.
Greetings
Pues me confieso ignorante completa con respecto a esta película. Las fotografías, al menos, no me dicen nada de nada.
ResponderEliminarEso sí, nunca había mirado una película desde este punto de vista.
Besos