El crimen que dio en llamarse del Santo Niño de La Guardia fue descubierto por la entonces joven Inquisición española, gracias a un encadenamiento de detenciones, interrogatorios y confesiones de varias personas (judíos y conversos) a partir del "casual" apresamiento de Benito García en Astorga, como he contado en el post anterior. Si el proceso inquisitorial, instruido inicialmente ante la sospecha de un hereje judaizante, no hubiera desvelado esos actos tan crueles jamás se habrían conocido; de hecho, nunca se encontró el cadáver del desventurado mártir. Imagino que hemos de ver en esta sucesión de acontecimientos la mano de la divina providencia, frustrando el triunfo de la maldad hebraica y posibilitando su justo castigo además de, sobre todo, el conocimiento de la verdadera naturaleza del pueblo deicida.
Leamos pues (en texto ligeramente adaptado por mí) la descripción que del crimen hacen los inquisidores del Tribunal de Ávila en su sentencia de 16 de noviembre de 1491 contra el principal acusado:
Yucé Franco, judío, había atraído a algunos cristianos a los ritos y ceremonias de la ley de Moisés, convenciéndoles de que era la verdadera y no la de Jesucristo que era fingida. Les enseñó oraciones hebraicas, los tiempos de sus ayunos y pascuas y otros misterios de su fe; les dio a comer sus viandas y a beber vino caser y, de esa forma, les fue poniendo en descreencia con su ley y fe católica y haciéndoles enemigos de ella, del mismo modo que los judíos lo son.
Una noche, Yucé Franco, queriendo llevar a efecto sus perversas intenciones, crucificó en una cueva, junto con otros judíos y cristianos, a un inocente niño cristiano, para ofender y vituperar el recuerdo de la sacratísima pasión de Nuestro Señor. Le extendieron los brazos y las piernas en dos palos puestos a manera de cruz; le azotaron, escupieron y abofetearon; le pusieron una corona de hierbas espinosas en la cabeza y las mismas yerbas en la espalda y en las plantas de los pies. Mientras le dañaban de tantas maneras, los criminales decían al niño, como si fuera la persona de Jesucristo, muchas oprobiosas palabras: que era un traidor engañador que predicaba mentiras contra la ley de Dios y la de Moisés, que pensaste destruirnos y ahora te destruiremos nosotros, que te decías nuestro Rey y que habías de destruir nuestro Templo y no eras más que un hombre, hijo de una mujer corrupta, nacido de un adulterio. Y muchos más vituperios le dijeron. El propio Yucé Franco, mientras sujetaba un brazo del niño que se desangraba, con un cuchillo le abrió el costado y le sacó el corazón. Con tales tormentos el niño inocente vino a morir y expirar. Entonces lo quitaron de la cruz y lo llevaron a enterrar a un lugar secreto que nunca se pudiera descubrir.
Días después de lo tan cruelmente perpetrado, el dicho Yucé Franco y sus cómplices en el delito se juntaron secretamente en la misma cueva donde hicieron ciertos hechizos con el corazón del niño y con una hostia consagrada. Esos conjuros se hicieron con la diabólica intención de que los inquisidores y todos los demás cristianos muriesen con grandes sufrimientos y que la fe católica de nuestro Redentor pereciese completamente para que los judíos se enseñorearan y enaltecieran la ley de Moisés. Pero pasados unos días, viendo que el hechizo no obraba los efectos esperados, Yucé Franco y los demás volvieron a juntarse y de común acuerdo decidieron enviar a uno de ellos (a Benito García) con el corazón del niño y con otra hostia consagrada a ciertos judíos que tenían por sabios para que ellos hiciesen el conjuro y lograsen sus malvados fines. Asimismo el dicho Yucé Franco y sus cómplices juraron según rito judío no revelar el secreto de los delitos por ellos cometidos.
Las actas del proceso de Yucè Franco fueron publicadas en 1887 por el padre Fidel Fitas en el Boletín de la Real Academia de la Historia y pueden leerse en la Red. Ciertamente, aunque a veces se haga costosa, la lectura es apasionante y, sobre todo, tremendamente instructiva sobre la forma en que funcionaba el Tribunal. Lo que más me ha llamado la atención es cuánto, a finales del XV, estaban obsesionados por el formalismo jurídico y cómo éste no era más que mera apariencia de legalidad. La debilidad argumental y la omnipresencia de las torturas, evidentes en la evolución de las confesiones de los inculpados, hacen pensar a cualquiera que lo de menos era averiguar la verdad, que de lo único que se trataba era de llegar a construir una historia más o menos coherente (para las exaltadas y supersticiosas mentalidades de la época) que contribuyera a los fines de sus urdidores. Como digo, merece la pena la lectura de estas actas e incluso, con calma, ir analizando detalladamente las incidencias procesales y entretenerse en discutir cada una de ellas. Daría el tema para muchas páginas, pero no es éste el momento de hacerlo.
Lo cierto es que el proceso (o los procesos, para ser más preciso) empezaron con la detención en Astorga de Benito García en junio de 1490 y acabaron el 16 de noviembre de 1491 con la quema, en el Brasero de la Dehesa abulense, de ocho personas. En algún sitio he leído que Torquemada instó a que se cerrara el proceso (aunque todavía quedaban varias lagunas) porque quería que la condena tuviera mucha repercusión pública antes de la inminente rendición de Granada (2 de enero de 1492). Entre esas lagunas, la más llamativa es que nunca apareció el cadáver. Pero tampoco es poco extraño que en las actas del proceso de Yucé Franco ni siquiera se identifique al inocente, ni se detallen las circunstancias en que fue raptado por los asesinos.
Según leo en The Age of Torquemada (John E. Longhurst, 1918), los inquisidores las pasaron canutas para identificar al mártir. En esos días no se sabía de ningún niño desaparecido y ni siquiera los prisioneros sabían el nombre de su víctima. Uno de ellos confesó que se trataba del hijo de un tal Alonso Martínez, de Quintanar; raudos fueron los oficiales del Tribunal al pueblo toledano donde moraban varios alonsos martínez (el nombre era de lo más común en la época) pero a ninguna le faltaba un hijo. Entonces otro reo declaró que él había enterrado los restos y lo llevaron a La Guardia para que señalase el lugar; pero no apareció cuerpo alguno. Finalmente los inquisidores se dieron por vencidos y eludieron referirse a la clamorosa ausencia del cadáver. El pueblo, en su religiosidad supersticiosa, encontró enseguida la explicación: el cuerpo del niño, al haber muerto como mártir de la fe, fue succionado por Dios hasta el mismísimo Cielo.
El conocimiento del crimen se expandió inmediatamente a velocidades vertiginosas y las habladurías populares enseguida crearon una tradición que ampliaba el relato rellenando los vacíos que el proceso no acertó a explicar. Así, el niño resultó que se llamaba Juan y vivía en Toledo, hijo de Alonso de Pasamonte y de Juana la Guindalera, esta última ciega de nacimiento. A esa ciudad fueron dos hermanos Franco y, junto a la Puerta del Perdón de la Catedral encontraron al pequeño que todos los días llevaba allí a su madre a pedir limosna; le engatusaron con dulces y consiguieron que subiera a su carro. Lo tuvieron varios meses secuestrado, un tiempo en Quintanar haciéndolo pasar por hijo de uno de ellos, y otra temporada encerrado y oculto. La leyenda cuenta que el chiquillo llegó incluso a escapar pero lo pillaron. Los malvados esperaron hasta el 31 de marzo que coincidía con la fecha de la muerte de Jesús. Eligieron La Guardia para su criminal sacrificio porque esa ciudad tiene un relieve parecido al de Jerusalén (Fray Rodrigo de Yepes, uno de los primeros que publicó la leyenda, muestra en su Historia de la muerte y glorioso martirio del santo inocente que llaman de Laguardia de 1583, estampas de ambas ciudades para que se aprecien las semejanzas topográficas). El crimen fue un remedo burlesco de la Pasión, representando cada uno de los participantes el papel de alguno de los protagonistas evangélicos. El niño, como corresponde a un santo mártir, soportó todas las torturas en silencio, sin exhalar ni una queja; sólo habló cuando Yucé Franco le buscaba el corazón metiendo la mano por el costado derecho y fue para decirle que era por el otro lado. En el momento en que expiró, la tierra tembló; también en ese momento la madre, que estaba en Toledo, recuperó la vista. No fue sino el primero de muchos milagros que el Santo Niño ha realizado desde entonces.
La Leyenda ha tenido varias versiones a lo largo de estos cinco siglos largos, en ejercicios de creatividad desbocada que eran fáciles pues apenas había hechos ciertos a los que hubiera de anclarse la fantasía. Pero la devoción puede también ir contra los escasos datos reales y así, por ejemplo, encuentro que a Benito García lo detuvieron en Ávila (y no en Astorga) y eso ocurrió porque, de camino a Zamora, se detuvo en esa ciudad y se acercó a la catedral para no parecer sospechoso; pero al sacar su libro de oraciones, entre cuyas páginas había escondido la hostia consagrada, un gran resplandor inundó la nave de la iglesia, delatándolo.
Lo que sí es verdad es que, al poco de la ejecución inquisitorial, los vecinos y autoridades de La Guardia convirtieron al inocente mártir en el santo local, excusa y motor para varias intervenciones de renovación urbanística y fundamento principal de su identidad colectiva; y así, hasta hoy. Pero de este asunto como de otros relacionados con los libelos de sangre imputados a los judíos hablaré otro día.
Leamos pues (en texto ligeramente adaptado por mí) la descripción que del crimen hacen los inquisidores del Tribunal de Ávila en su sentencia de 16 de noviembre de 1491 contra el principal acusado:
Yucé Franco, judío, había atraído a algunos cristianos a los ritos y ceremonias de la ley de Moisés, convenciéndoles de que era la verdadera y no la de Jesucristo que era fingida. Les enseñó oraciones hebraicas, los tiempos de sus ayunos y pascuas y otros misterios de su fe; les dio a comer sus viandas y a beber vino caser y, de esa forma, les fue poniendo en descreencia con su ley y fe católica y haciéndoles enemigos de ella, del mismo modo que los judíos lo son.
Una noche, Yucé Franco, queriendo llevar a efecto sus perversas intenciones, crucificó en una cueva, junto con otros judíos y cristianos, a un inocente niño cristiano, para ofender y vituperar el recuerdo de la sacratísima pasión de Nuestro Señor. Le extendieron los brazos y las piernas en dos palos puestos a manera de cruz; le azotaron, escupieron y abofetearon; le pusieron una corona de hierbas espinosas en la cabeza y las mismas yerbas en la espalda y en las plantas de los pies. Mientras le dañaban de tantas maneras, los criminales decían al niño, como si fuera la persona de Jesucristo, muchas oprobiosas palabras: que era un traidor engañador que predicaba mentiras contra la ley de Dios y la de Moisés, que pensaste destruirnos y ahora te destruiremos nosotros, que te decías nuestro Rey y que habías de destruir nuestro Templo y no eras más que un hombre, hijo de una mujer corrupta, nacido de un adulterio. Y muchos más vituperios le dijeron. El propio Yucé Franco, mientras sujetaba un brazo del niño que se desangraba, con un cuchillo le abrió el costado y le sacó el corazón. Con tales tormentos el niño inocente vino a morir y expirar. Entonces lo quitaron de la cruz y lo llevaron a enterrar a un lugar secreto que nunca se pudiera descubrir.
Días después de lo tan cruelmente perpetrado, el dicho Yucé Franco y sus cómplices en el delito se juntaron secretamente en la misma cueva donde hicieron ciertos hechizos con el corazón del niño y con una hostia consagrada. Esos conjuros se hicieron con la diabólica intención de que los inquisidores y todos los demás cristianos muriesen con grandes sufrimientos y que la fe católica de nuestro Redentor pereciese completamente para que los judíos se enseñorearan y enaltecieran la ley de Moisés. Pero pasados unos días, viendo que el hechizo no obraba los efectos esperados, Yucé Franco y los demás volvieron a juntarse y de común acuerdo decidieron enviar a uno de ellos (a Benito García) con el corazón del niño y con otra hostia consagrada a ciertos judíos que tenían por sabios para que ellos hiciesen el conjuro y lograsen sus malvados fines. Asimismo el dicho Yucé Franco y sus cómplices juraron según rito judío no revelar el secreto de los delitos por ellos cometidos.
Las actas del proceso de Yucè Franco fueron publicadas en 1887 por el padre Fidel Fitas en el Boletín de la Real Academia de la Historia y pueden leerse en la Red. Ciertamente, aunque a veces se haga costosa, la lectura es apasionante y, sobre todo, tremendamente instructiva sobre la forma en que funcionaba el Tribunal. Lo que más me ha llamado la atención es cuánto, a finales del XV, estaban obsesionados por el formalismo jurídico y cómo éste no era más que mera apariencia de legalidad. La debilidad argumental y la omnipresencia de las torturas, evidentes en la evolución de las confesiones de los inculpados, hacen pensar a cualquiera que lo de menos era averiguar la verdad, que de lo único que se trataba era de llegar a construir una historia más o menos coherente (para las exaltadas y supersticiosas mentalidades de la época) que contribuyera a los fines de sus urdidores. Como digo, merece la pena la lectura de estas actas e incluso, con calma, ir analizando detalladamente las incidencias procesales y entretenerse en discutir cada una de ellas. Daría el tema para muchas páginas, pero no es éste el momento de hacerlo.
Lo cierto es que el proceso (o los procesos, para ser más preciso) empezaron con la detención en Astorga de Benito García en junio de 1490 y acabaron el 16 de noviembre de 1491 con la quema, en el Brasero de la Dehesa abulense, de ocho personas. En algún sitio he leído que Torquemada instó a que se cerrara el proceso (aunque todavía quedaban varias lagunas) porque quería que la condena tuviera mucha repercusión pública antes de la inminente rendición de Granada (2 de enero de 1492). Entre esas lagunas, la más llamativa es que nunca apareció el cadáver. Pero tampoco es poco extraño que en las actas del proceso de Yucé Franco ni siquiera se identifique al inocente, ni se detallen las circunstancias en que fue raptado por los asesinos.
Según leo en The Age of Torquemada (John E. Longhurst, 1918), los inquisidores las pasaron canutas para identificar al mártir. En esos días no se sabía de ningún niño desaparecido y ni siquiera los prisioneros sabían el nombre de su víctima. Uno de ellos confesó que se trataba del hijo de un tal Alonso Martínez, de Quintanar; raudos fueron los oficiales del Tribunal al pueblo toledano donde moraban varios alonsos martínez (el nombre era de lo más común en la época) pero a ninguna le faltaba un hijo. Entonces otro reo declaró que él había enterrado los restos y lo llevaron a La Guardia para que señalase el lugar; pero no apareció cuerpo alguno. Finalmente los inquisidores se dieron por vencidos y eludieron referirse a la clamorosa ausencia del cadáver. El pueblo, en su religiosidad supersticiosa, encontró enseguida la explicación: el cuerpo del niño, al haber muerto como mártir de la fe, fue succionado por Dios hasta el mismísimo Cielo.
El conocimiento del crimen se expandió inmediatamente a velocidades vertiginosas y las habladurías populares enseguida crearon una tradición que ampliaba el relato rellenando los vacíos que el proceso no acertó a explicar. Así, el niño resultó que se llamaba Juan y vivía en Toledo, hijo de Alonso de Pasamonte y de Juana la Guindalera, esta última ciega de nacimiento. A esa ciudad fueron dos hermanos Franco y, junto a la Puerta del Perdón de la Catedral encontraron al pequeño que todos los días llevaba allí a su madre a pedir limosna; le engatusaron con dulces y consiguieron que subiera a su carro. Lo tuvieron varios meses secuestrado, un tiempo en Quintanar haciéndolo pasar por hijo de uno de ellos, y otra temporada encerrado y oculto. La leyenda cuenta que el chiquillo llegó incluso a escapar pero lo pillaron. Los malvados esperaron hasta el 31 de marzo que coincidía con la fecha de la muerte de Jesús. Eligieron La Guardia para su criminal sacrificio porque esa ciudad tiene un relieve parecido al de Jerusalén (Fray Rodrigo de Yepes, uno de los primeros que publicó la leyenda, muestra en su Historia de la muerte y glorioso martirio del santo inocente que llaman de Laguardia de 1583, estampas de ambas ciudades para que se aprecien las semejanzas topográficas). El crimen fue un remedo burlesco de la Pasión, representando cada uno de los participantes el papel de alguno de los protagonistas evangélicos. El niño, como corresponde a un santo mártir, soportó todas las torturas en silencio, sin exhalar ni una queja; sólo habló cuando Yucé Franco le buscaba el corazón metiendo la mano por el costado derecho y fue para decirle que era por el otro lado. En el momento en que expiró, la tierra tembló; también en ese momento la madre, que estaba en Toledo, recuperó la vista. No fue sino el primero de muchos milagros que el Santo Niño ha realizado desde entonces.
La Leyenda ha tenido varias versiones a lo largo de estos cinco siglos largos, en ejercicios de creatividad desbocada que eran fáciles pues apenas había hechos ciertos a los que hubiera de anclarse la fantasía. Pero la devoción puede también ir contra los escasos datos reales y así, por ejemplo, encuentro que a Benito García lo detuvieron en Ávila (y no en Astorga) y eso ocurrió porque, de camino a Zamora, se detuvo en esa ciudad y se acercó a la catedral para no parecer sospechoso; pero al sacar su libro de oraciones, entre cuyas páginas había escondido la hostia consagrada, un gran resplandor inundó la nave de la iglesia, delatándolo.
Lo que sí es verdad es que, al poco de la ejecución inquisitorial, los vecinos y autoridades de La Guardia convirtieron al inocente mártir en el santo local, excusa y motor para varias intervenciones de renovación urbanística y fundamento principal de su identidad colectiva; y así, hasta hoy. Pero de este asunto como de otros relacionados con los libelos de sangre imputados a los judíos hablaré otro día.
CATEGORÍA: Personas y personajes
Todo este odio contra los judíos me parece tan irracional, pero aún más irracional me parece el cambio de bando cuando Hitler continuó con "la costumbre europea" de acabar con los judíos, costumbre iniciada por los romanos cuando crucificaron a Jesús. Pero así somos los bárbaros, oye, bárbaros hasta en nuestros argumentos y es que tenemos demasiadas chaquetas en el armario.
ResponderEliminarEn el post anterior te preguntabas por el signo que hizo posible el apresamiento de Benito García, porque si bien no se le caería ninguna hostia sagrada, algo tendría que haber ocurrido de insual para que aquellos borrachos lo tacharan de hereje. Y se me viene a la mente que en aquellos días tampoco sería tan difícil saber quien era un serfardí y quién no. Los judíos no sólo son hijos de Dios sino que son semitas y aunque hoy todos seamos iguales (me refiero a los descendientes de conversos) en aquellos días sería fácil reconocerlos. Sólo teniendo en cuenta las costumbres higiénicas, sólo el olor sería un signo identificativo rápido y certero.
Y en cuanto a la Inquisición se me viene a la mente cómo en la película de "las sombras de Goya" se enjuicia a la protagonista simplemente porque la vieron en un restaurante rechazar un cochinillo. Eso unido a su ascendencia judía hizo sin más que la Inquisición la enjuiciara. No creo que en aquellos años la Inquisición tuviese problema alguno para hacer ver a "los bárbaros cristianos envejecidos" la racionalidad del tribunal.
Bajo tortura se pueden conseguir confesiones sobre los asuntos más increibles, en la España renacentista o en el Guantánamo del siglo XXI. Es obvio que, independiente de la desmesura ética, esos interrogatorios no pueden ser fiables nunca, y lo único asombroso es que se sigan empleando para pretender averiguar "la verdad"
ResponderEliminarLo de las religiones y sus cruzadas pro intereses creados... Lo triste es que todavía existan.
ResponderEliminar(off topic: ¿que no pensaba avisar? Si te avisé...hace un par de post te dije que tenía nueva casa y en mi nombre estaba el link..Ahhh ¿que hay que ser más explícita? :))
besos
amy si el odio contra los judíos te parece tan irracional es porque no conoces a los judíos, siempre los bárbaros somos nosotros y ellos los buenos, hace 2000 años que los vienen expulsando de casi todos los paises, es evidente que nunca fueron buenos vecinos de nadie.
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