La nuestra es, me parece, una época de conciencias adormecidas. Tiene eso que ver, por ejemplo, con la desilusión política o, como muchos proclamaron tras las navidades del 89, con el fin de las ideologías. ¡Qué distintos eran los tiempos hace cien años! Hablo de las últimas décadas del XIX y las primeras del XX, cuando todo se cuestionaba, cuando se remecían creativamente los principios sacrosantos sobre los que se estructuraba el orden social y también el íntimo, el personal. La jerarquía social, las relaciones de producción, los presupuestos patrióticos ... Sí, pero también Dios, la familia, el amor, el sexo ... Ambas esferas (y las divido en dos, probablemente, por la tiranía de las clasificaciones dicotómicas) no son diferenciables más que a efectos analíticos porque forman parte de una sola realidad, son caras de una misma moneda.
En ineludible esfuerzo de síntesis vengo obligado a la caricatura. La efervescencia de los cuestionamientos creativos de aquella época derivó (al menos en nuestra vieja y podrida Europa) en movimientos revolucionarios de múltiples características, muchos violentos pero también muchos de alegre ingenuidad. Todos conocemos que hubo dos grandes guerras y una declaración de punto final para los pensamientos y experiencias sobre la libertad y la justicia; se decretó la necesidad e inevitabilidad (¿sí?) de un orden reforzado (o de dos, qué más da) con sus concesiones cosméticas (sólo en uno de los lados). Hubo un breve renacer de ese viejo espíritu en la década de los sesenta, más en las Américas que entre nosotros; tengo la impresión de que los unos fueron más ingenuos y los otros se anduvieron con menos contemplaciones. Y así seguimos quemando etapas: negación definitiva de la utopía comunista (gracias a un sofisma criminal sostenido durante setenta años), renacer de las teocracias, sacralización y universalización de la economía, glorificación de las cárceles (con distintos estándares de confort) como opciones de vida social ...
Hoy no es ya cuestionable la estructura ideológica única, el entramado de principios sociales, económicos, éticos, personales que subyacen en el Orden, que le dan sentido y también lo soportan. Ante cualquier aspecto particular que encuentra problemas de "encaje" en esa estructura (sigo con la caricatura), la Derecha se empeña en negarlo, combatir sus disensos, aunque subrepticiamente lo admita en sus comportamientos privados. La Izquierda, en cambio, propicia "integrarlo" en el sistema, hacer la reforma necesaria en el edificio para, sin afectar la estructura, encontrar el hueco adecuado. En el fondo, ambos, los de Izquierda y los de Derecha, juegan al mismo juego y con las mismas hipocresías (si bien manifestadas en asuntos y con estilos muy distintos). Claro, es muy fácil criticar y, sobre todo, generalizar injustamente la crítica. Pero, ¿es que acaso caben otras alternativas?
Tengo la sensación de que muy pocas, casi ninguna. La historia, especialmente la de los últimos ciento cincuenta años, nos enseña que todos los intentos fracasaron, y más lo hicieron aquéllos que pudieron tener éxito. Quizá nos quede todavía el ámbito de lo individual, de lo íntimo; sin olvidar que todo es uno, cabría aplicarnos la ya vieja consigna ecologista: piensa globalmente, actúa localmente. Concentrémonos en el cuestionamiento de nuestras estructuras ideológicas íntimas, desmontemos (deconstruyamos, que dirían los posmodernos) el armazón que da sentido a nuestros sentimientos, a nuestras aspiraciones, pongamos en crisis esas convicciones que nos han incrustado tan adentro que casi parecieran residir en el sistema límbico. Puede que el único ámbito en que quede algo de margen a la actividad revolucionaria (la libertad siempre es revolucionaria) sea el íntimo; y eso, siempre que seamos discretos, sin que se note demasiado. Porque si nuestros ejercicios se dejan ver demasiado no sólo se escandalizarán los biempensantes, sino que vendrán quienes mandan a imponernos las medidas coercitivas pertinentes para que no se alborote el redil.
Es curioso que la mayoría de las ideologías revolucionarias obvien la esfera de la intimidad; casi todos quienes desde las Luces pensaron y construyeron contra el orden injusto al que se sometían sus vidas y las de sus contemporáneos, no se atrevieron a cuestionar las ideologías de lo personal. Curiosamente (¿o no tanto?) los grandes ideólogos revolucionarios resultaron ser de lo más convencionales en sus vivires cotidianos; incluso a más de uno se le podría calificar descaradamente de reaccionario. Pero ya no es que sus comportamientos fueran fieles al modelo burgués, a lo que hoy llamaríamos políticamente correcto; lo llamativo es que ni siquiera abordaran la crítica a las estructuras ideológicas que sustentan esos planteamiento vitales.
Hay, no obstante, una clamorosa excepción y no es otra que el anarquismo o, si se prefiere, el conjunto de ideologías varias enmarcadas bajo la etiqueta de libertarias (que, por cierto, nada tienen que ver con el fraudulento uso que del término liberal hacen nuestros compatriotas peperos). Seguramente sólo entre los anarquistas podemos encontrar una consistente y mantenida producción teórica sobre "ideologías de la intimidad" estrechamente vinculada con una concepción revolucionaria de lo social. Autores como Errico Malatesta, Luigi Fabbri, Paul Robin, Emile Armand o Emma Goldman trataron de estos aspectos que se suelen denominar íntimos, incluyendo entre ellos, desde luego, las relaciones afectivas y los modelos sociales consecuentes. Es ciertamente muy instructivo repasar escritos anarquistas sobre lo que se dio en llamar Amor Libre (término que ha sido trivializado y vilipendiado). No sólo ponen en solfa instituciones intocables como el matrimonio o la familia, sino socavan sin piedad la edulcorada ideología subyacente con la que se envuelve la venta del producto: el esquema tópico del amor romántico.
En otro momento intentaré definir este esquema tópico, inventado -creo- en la Inglaterra victoriana y que sigue siendo una de las estructuras ideológicas más profundamente incrustadas en nuestros cerebros. Sí diré ahora que lo admirable de esta "ideología romántica" no es ya que sea falsa como la experiencia no se cansa de demostrarnos (con singulares excepciones), sino que a pesar de ello sus fieles sigan empeñados en creerla y, lo que es más grave, en vincular su felicidad a sus presupuestos. De lo que se sigue que, en la mayoría de los casos, dicha ideología se convierte en un factor causal de la infelicidad de una gran cantidad de personas. Pero de lo que aquí quería hablar era justamente de las alternativas libertarias a los modelos políticamente correctos de amor, pareja y sexo; quería incluso referirme a una experiencia no por fallida menos interesante, la de la Colonia Cecilia, que el italiano Cardias fundó en Brasil a finales del XIX. Lo postergo también para próximas entradas.
En ineludible esfuerzo de síntesis vengo obligado a la caricatura. La efervescencia de los cuestionamientos creativos de aquella época derivó (al menos en nuestra vieja y podrida Europa) en movimientos revolucionarios de múltiples características, muchos violentos pero también muchos de alegre ingenuidad. Todos conocemos que hubo dos grandes guerras y una declaración de punto final para los pensamientos y experiencias sobre la libertad y la justicia; se decretó la necesidad e inevitabilidad (¿sí?) de un orden reforzado (o de dos, qué más da) con sus concesiones cosméticas (sólo en uno de los lados). Hubo un breve renacer de ese viejo espíritu en la década de los sesenta, más en las Américas que entre nosotros; tengo la impresión de que los unos fueron más ingenuos y los otros se anduvieron con menos contemplaciones. Y así seguimos quemando etapas: negación definitiva de la utopía comunista (gracias a un sofisma criminal sostenido durante setenta años), renacer de las teocracias, sacralización y universalización de la economía, glorificación de las cárceles (con distintos estándares de confort) como opciones de vida social ...
Hoy no es ya cuestionable la estructura ideológica única, el entramado de principios sociales, económicos, éticos, personales que subyacen en el Orden, que le dan sentido y también lo soportan. Ante cualquier aspecto particular que encuentra problemas de "encaje" en esa estructura (sigo con la caricatura), la Derecha se empeña en negarlo, combatir sus disensos, aunque subrepticiamente lo admita en sus comportamientos privados. La Izquierda, en cambio, propicia "integrarlo" en el sistema, hacer la reforma necesaria en el edificio para, sin afectar la estructura, encontrar el hueco adecuado. En el fondo, ambos, los de Izquierda y los de Derecha, juegan al mismo juego y con las mismas hipocresías (si bien manifestadas en asuntos y con estilos muy distintos). Claro, es muy fácil criticar y, sobre todo, generalizar injustamente la crítica. Pero, ¿es que acaso caben otras alternativas?
Tengo la sensación de que muy pocas, casi ninguna. La historia, especialmente la de los últimos ciento cincuenta años, nos enseña que todos los intentos fracasaron, y más lo hicieron aquéllos que pudieron tener éxito. Quizá nos quede todavía el ámbito de lo individual, de lo íntimo; sin olvidar que todo es uno, cabría aplicarnos la ya vieja consigna ecologista: piensa globalmente, actúa localmente. Concentrémonos en el cuestionamiento de nuestras estructuras ideológicas íntimas, desmontemos (deconstruyamos, que dirían los posmodernos) el armazón que da sentido a nuestros sentimientos, a nuestras aspiraciones, pongamos en crisis esas convicciones que nos han incrustado tan adentro que casi parecieran residir en el sistema límbico. Puede que el único ámbito en que quede algo de margen a la actividad revolucionaria (la libertad siempre es revolucionaria) sea el íntimo; y eso, siempre que seamos discretos, sin que se note demasiado. Porque si nuestros ejercicios se dejan ver demasiado no sólo se escandalizarán los biempensantes, sino que vendrán quienes mandan a imponernos las medidas coercitivas pertinentes para que no se alborote el redil.
Es curioso que la mayoría de las ideologías revolucionarias obvien la esfera de la intimidad; casi todos quienes desde las Luces pensaron y construyeron contra el orden injusto al que se sometían sus vidas y las de sus contemporáneos, no se atrevieron a cuestionar las ideologías de lo personal. Curiosamente (¿o no tanto?) los grandes ideólogos revolucionarios resultaron ser de lo más convencionales en sus vivires cotidianos; incluso a más de uno se le podría calificar descaradamente de reaccionario. Pero ya no es que sus comportamientos fueran fieles al modelo burgués, a lo que hoy llamaríamos políticamente correcto; lo llamativo es que ni siquiera abordaran la crítica a las estructuras ideológicas que sustentan esos planteamiento vitales.
Hay, no obstante, una clamorosa excepción y no es otra que el anarquismo o, si se prefiere, el conjunto de ideologías varias enmarcadas bajo la etiqueta de libertarias (que, por cierto, nada tienen que ver con el fraudulento uso que del término liberal hacen nuestros compatriotas peperos). Seguramente sólo entre los anarquistas podemos encontrar una consistente y mantenida producción teórica sobre "ideologías de la intimidad" estrechamente vinculada con una concepción revolucionaria de lo social. Autores como Errico Malatesta, Luigi Fabbri, Paul Robin, Emile Armand o Emma Goldman trataron de estos aspectos que se suelen denominar íntimos, incluyendo entre ellos, desde luego, las relaciones afectivas y los modelos sociales consecuentes. Es ciertamente muy instructivo repasar escritos anarquistas sobre lo que se dio en llamar Amor Libre (término que ha sido trivializado y vilipendiado). No sólo ponen en solfa instituciones intocables como el matrimonio o la familia, sino socavan sin piedad la edulcorada ideología subyacente con la que se envuelve la venta del producto: el esquema tópico del amor romántico.
En otro momento intentaré definir este esquema tópico, inventado -creo- en la Inglaterra victoriana y que sigue siendo una de las estructuras ideológicas más profundamente incrustadas en nuestros cerebros. Sí diré ahora que lo admirable de esta "ideología romántica" no es ya que sea falsa como la experiencia no se cansa de demostrarnos (con singulares excepciones), sino que a pesar de ello sus fieles sigan empeñados en creerla y, lo que es más grave, en vincular su felicidad a sus presupuestos. De lo que se sigue que, en la mayoría de los casos, dicha ideología se convierte en un factor causal de la infelicidad de una gran cantidad de personas. Pero de lo que aquí quería hablar era justamente de las alternativas libertarias a los modelos políticamente correctos de amor, pareja y sexo; quería incluso referirme a una experiencia no por fallida menos interesante, la de la Colonia Cecilia, que el italiano Cardias fundó en Brasil a finales del XIX. Lo postergo también para próximas entradas.
PS: Como ejemplo del proceso de trivialización del término amor libre al que me he referido, vaya este video de nuestro rey del kitsch (pese a su buena voz). No me he podido resistir a ponerlo como ilustración casposa e irónica del tema del post.
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
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Precisamente todo lo que de fascinante ha tenido para mí el marxismo, lo ha tenido de fastidioso, sólo porque echaba de menos en él esa atención debida a la mitad del universo, que es la mitad que está dentro del corazón de cada hombre.
ResponderEliminarInteresante, sí.
El acierto está en no imponer nuevas normas a la ya estricta intimidad. La intimidad no necesita de nuevas normas para romper con estas estructuras que tantos frutos da a la sociedad y tanta infelicidad personal procura. Dejemos que las revoluciones sean individuales, como deben ser y posiblemente algún día haya cambios reales con vientos de libertad. O por lo menos empecemos con nuevos aires y fresquitos.
ResponderEliminar¿Colonia Cecilia? De qué marca es? Si hasta Amy dice que tiene un aire fresquito... En fin, que sólo estamos en septiembre y ya empiezan los anuncios de colonias...
ResponderEliminarUn besote!
Si la revolución es individual y no se aunan las pequeñas revluciones, no cambiaremos el sistemas sino que tendremos que vivir al argen de él. Es necesario volver a creer en que se pueden cambiar las cosas, unirse para cambiarlas. Las ideologías derechas o izquierdas han perdido valor porque se han desgastado de tanto malusarlas. Se puede luchar sin poner nombre a la lucha e identificarnos con los objetivos y tambien con los caminos.
ResponderEliminarEl anarquismo no se quedó en la individualidad sino que aunaron diferentes individualidades porqu esólo desde una organización se puede cambiar el mundo.
En un sistema en el que a nivel mundial parecen existir sólo dos colores y cada día se queda más gente al magen del sistema sin que a los del sistema les importe, es necesario trabajar para sea posible que nos movamos en el arco iris, la diversidad enriquece, el debate tambien debe aportar cuando no lo encasilllan tanto que deja de existir.
Si, creo que otro mundo es posible y los que lo creemos estoy convencida de que somos mayoría, pero... sólo uniendonos podría ser.
Quizás no es cosa de nuestos tiempos pero si sembramos puede que otras generaciones puedan vivir en otro sistema menos malo y más solidario.
La libertad empieza por uno mismo y desgraciadamente en estos tiempos estamos demasiado encadenados como para ni siquiera saber que significa porque encima nos creemos libres. Si no somos libres ¿lo va a ser el amor?
Buff perdón por el rollo...