Max Beckmann se alistó como enfermero voluntario al iniciarse la Gran Guerra. Tenía 30 años y era ya uno de los pintores más reconocidos de Alemania, el miembro más joven de la Berliner Secession. Los horrores que vivió durante aproximadamente un año lo sumieron en una depresión nerviosa que lo llevó, a finales de 1915, a un sanatorio de Frankfurt. "Esta mañana temprano estuve en el polvoriento y grisáceo frente y vi cosas incandescentes y transformadas por un hechizo. Negro ardiente, como un violeta grisáceo dorado a un ocre de barro devastado, y un cielo pálido y polvoriento, y hombres desnudos y medio desnudos con armas y vendas. Todo disolviéndose. Sombras tambaleantes. Miembros de un rosa soberbio y de color ceniza con el blanco sucio de las vendas y la expresión grave del sufrimiento". Cuando, recuperado, vuelve a pintar, su estilo sufre un cambio radical: sus formas se muestran más exageradas y torturadas, sus colores más intensos, en sus temas aparece la crítica social. "La única forma de actuar que puede dar algo de sentido a nuestras superfluas y egoístas vidas consiste en mostrar a la gente sus destinos"; palabras que escribe en 1918. De 1919 es esta obra, La Noche, descarnada presentación del dolor y las nuevas maneras del artista.
Otto Dix tenía sólo veintitrés años cuando estalla la guerra y también se alista voluntario; él en la artillería. Lector entusiasta de Nietzsche, los sentimientos del joven estudiante de la Academia de Artes de Dresde serán rememorados cincuenta años más tarde por él mismo: "La guerra es algo horrible, pero también algo tremendo. Yo no quería perdérmelo a ningún precio; es necesario ver al hombre en su estado más extremo para comprender la naturaleza humana. Necesitaba experimentar todas las profundidades de la vida en mi propia carne; por eso fui a la guerra y es por eso que fui voluntariamente". Alrededor de 300 dibujos hechos en las trincheras dan testimonio de la dureza y crueldad de la primera gran guerra moderna. En cierta forma, Dix vivió una borrachera de emociones, una frenética descarga continuada de adrenalina en los frentes del Este y del Oeste, deshumanizándose (imagino) como medio siglo más tarde lo harán los soldados americanos en las selvas del sudeste asiático, para así soportar la locura apocalíptica de muerte y destrucción. Necesitó varios años, tras el armisticio, para digerir la pesadilla bélica y convertir su experiencia en el núcleo de su ideario artístico. Entre 1923 y 1924 trabaja en sus series gráficas sobre la Guerra. Luego irá a Berlín y, con Grosz, será el más ácido representante del movimiento que se dio en llamar Nueva Objetividad (Die Neue Sachlichkeit). Las calles berlinesas se convierten en escenarios para los más repulsivos personajes; la fealdad exacerbada es el violento instrumento de la crítica despiadada. Seguramente su obra más famosa de esos años berlineses es el tríptico Metrópolis (1928); menos conocido es este otro tríptico que pinta entre el 29 y el 32, de claras reminiscencias en la pintura religiosa.
A diferencia de Dix, George Grosz no quiso en absoluto vivir la experiencia bélica. No la veía, como muchos proclamaron en aquellos tiempos, como una catarsis purificadora ni la sentía para nada como un deber patriótico. En 1926 escribe sobre sus impresiones de entonces: "El estallido de la guerra me mostró que las masas, que desfilaban con entusiasmo por la calle sugestionadas por la prensa y la pompa militar, no tenían voluntad. Estaban dominadas por la voluntad de los estadistas y los generales. Yo también percibía esta voluntad sobre mí, pero no estaba entusiasmado pues veía amenazada la libertad individual de la que había disfrutado hasta entonces. Deseaba vivir con mis necesidades alejado de los hombres y de sus instituciones, y corría el peligro de que en el ejército me impusieran la compañía de unos hombres a los que tanto odiaba. Consideraba la guerra como una manifestación monstruosamente degenerada de la lucha por la propiedad. Si en sus pequeños episodios esta lucha ya me resultaba repugnante, cuanto más, entonces, a gran escala. Sin embargo, no pude evitar que por un tiempo me convirtieran en un soldado prusiano". Por suerte para él, fue muy poco tiempo; de hecho, es casi seguro que Grosz no llegó a intervenir directamente en ninguna acción bélica. Enfermó cuando se dirigía al frente y tras ser operado de sinusitis le dieron la baja por "inútil para el servicio militar". Pero las limitadas visiones de la guerra le bastaron para enconar su odio al orden social alemán, agravado con el miedo constante a que le volvieran a reclutar (así ocurrió, en efecto, y el primer día sufrió una crisis nerviosa que tuvo como consecuencia su nuevo licenciamiento). Seguramente el más airado y concienciado políticamente, Grosz desplegó una enorme energía durante los años de la República de Weimar en su esfuerzo de desnudamiento crítico de esa sociedad "tan cogida con hilos", de esos aparentemente "felices años veinte" que acabarían como acabaron. Para mí, la obra más representativa de Grosz sea Los Pilares de la Sociedad, (1926) con el burgués, el político, el periodista, el militar y el cura que encantado los bendice a todos; alegoría sarcástica plena de rabia.
Por supuesto, estos tres y bastantes más que también me gustan mucho fueron calificados por los nazis de "artistas degenerados" y, en su gran mayoría hubieron de salir de Alemania.
Otto Dix tenía sólo veintitrés años cuando estalla la guerra y también se alista voluntario; él en la artillería. Lector entusiasta de Nietzsche, los sentimientos del joven estudiante de la Academia de Artes de Dresde serán rememorados cincuenta años más tarde por él mismo: "La guerra es algo horrible, pero también algo tremendo. Yo no quería perdérmelo a ningún precio; es necesario ver al hombre en su estado más extremo para comprender la naturaleza humana. Necesitaba experimentar todas las profundidades de la vida en mi propia carne; por eso fui a la guerra y es por eso que fui voluntariamente". Alrededor de 300 dibujos hechos en las trincheras dan testimonio de la dureza y crueldad de la primera gran guerra moderna. En cierta forma, Dix vivió una borrachera de emociones, una frenética descarga continuada de adrenalina en los frentes del Este y del Oeste, deshumanizándose (imagino) como medio siglo más tarde lo harán los soldados americanos en las selvas del sudeste asiático, para así soportar la locura apocalíptica de muerte y destrucción. Necesitó varios años, tras el armisticio, para digerir la pesadilla bélica y convertir su experiencia en el núcleo de su ideario artístico. Entre 1923 y 1924 trabaja en sus series gráficas sobre la Guerra. Luego irá a Berlín y, con Grosz, será el más ácido representante del movimiento que se dio en llamar Nueva Objetividad (Die Neue Sachlichkeit). Las calles berlinesas se convierten en escenarios para los más repulsivos personajes; la fealdad exacerbada es el violento instrumento de la crítica despiadada. Seguramente su obra más famosa de esos años berlineses es el tríptico Metrópolis (1928); menos conocido es este otro tríptico que pinta entre el 29 y el 32, de claras reminiscencias en la pintura religiosa.
A diferencia de Dix, George Grosz no quiso en absoluto vivir la experiencia bélica. No la veía, como muchos proclamaron en aquellos tiempos, como una catarsis purificadora ni la sentía para nada como un deber patriótico. En 1926 escribe sobre sus impresiones de entonces: "El estallido de la guerra me mostró que las masas, que desfilaban con entusiasmo por la calle sugestionadas por la prensa y la pompa militar, no tenían voluntad. Estaban dominadas por la voluntad de los estadistas y los generales. Yo también percibía esta voluntad sobre mí, pero no estaba entusiasmado pues veía amenazada la libertad individual de la que había disfrutado hasta entonces. Deseaba vivir con mis necesidades alejado de los hombres y de sus instituciones, y corría el peligro de que en el ejército me impusieran la compañía de unos hombres a los que tanto odiaba. Consideraba la guerra como una manifestación monstruosamente degenerada de la lucha por la propiedad. Si en sus pequeños episodios esta lucha ya me resultaba repugnante, cuanto más, entonces, a gran escala. Sin embargo, no pude evitar que por un tiempo me convirtieran en un soldado prusiano". Por suerte para él, fue muy poco tiempo; de hecho, es casi seguro que Grosz no llegó a intervenir directamente en ninguna acción bélica. Enfermó cuando se dirigía al frente y tras ser operado de sinusitis le dieron la baja por "inútil para el servicio militar". Pero las limitadas visiones de la guerra le bastaron para enconar su odio al orden social alemán, agravado con el miedo constante a que le volvieran a reclutar (así ocurrió, en efecto, y el primer día sufrió una crisis nerviosa que tuvo como consecuencia su nuevo licenciamiento). Seguramente el más airado y concienciado políticamente, Grosz desplegó una enorme energía durante los años de la República de Weimar en su esfuerzo de desnudamiento crítico de esa sociedad "tan cogida con hilos", de esos aparentemente "felices años veinte" que acabarían como acabaron. Para mí, la obra más representativa de Grosz sea Los Pilares de la Sociedad, (1926) con el burgués, el político, el periodista, el militar y el cura que encantado los bendice a todos; alegoría sarcástica plena de rabia.
Por supuesto, estos tres y bastantes más que también me gustan mucho fueron calificados por los nazis de "artistas degenerados" y, en su gran mayoría hubieron de salir de Alemania.
CATEGORÍA: Personas y personajes
el impactante expresionismo alemán...
ResponderEliminarcomo dibujante es imposible no admirar a todos ellos: continente y contenido, ambos espléndidos.
un abrazo
Gorst, Dix, Beckmann son espléndidos, aunque la denominación de Arte degenerado se adjudicó a toda la vanguardia y especialmente la francesa del momento. Lo curioso es que Goebbels a la para que proclamaba tal degeneración iba robando sistemáticamente todos los Picassos, Matisses, cezannes y demás que cayeran en sus ávidas manos. La expo de 1914 de madrid va sobre tu post.
ResponderEliminarEsos cuadros son impactantes. ¡Dicen tanto!
ResponderEliminarUn beso
Fascinante...
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