Dice mi amigo Federico en su último post que, ante un sistema económico cuya crisis produce como primeras víctimas a los más desprotegidos, ante las tragedias que en estos días viven tantas personas, una actitud correcta, una pequeña contribución contra el actual y rechazable estado de cosas sobre las que apenas tenemos control, sería oponerse a la orgía anual de consumo tan propia de estas fechas. Por supuesto, desde nuestra situación occidental de niños mimados del primer mundo, podemos argüir que se requiere nuestro consumo para que la economía funcione, para que el capitalismo (al fin y al cabo, como la democracia, el menos malos de los sistemas conocidos) remonte esta crisis (financiera que no real, mas ¿qué es ya lo real?) Pero tengo la impresión de que los argumentos de la fría lógica económica no logran que nos convenzamos desde las tripas (que es donde radican los convencimientos verdaderos). Si con menos del 1% del dinero que los estados occidentales están inyectando para reflotar la banca se puede salvar a los millones de personas que cada año mueren de hambre, por más que me acumulen razones difícilmente dejaré de pensar que esas políticas públicas son inmorales. Análogas sensaciones me llevan a coincidir con Federico en que esta gran orgía del despilfarro es también inmoral, y más inmoral cada año que pasa.
Ahora bien, ¿cómo no comprar, cómo no ser cómplice de esta frenética vorágine consumista teñida, para más inri, de altruismo generoso? Pasado mañana vienen los Reyes Magos y han de venir cargados de regalos. Estos días, la autopista de escasos ocho kilómetros que une Santa Cruz y La Laguna (las dos mayores ciudades de esta Isla) mantenía sus cuatro carriles absolutamente colapsados con multitud de vehículos, los aparcamientos públicos de las zonas comerciales estaban atestados, las tiendas y grandes almacenes completamente abarrotados de gente ... Es posible que lo cercano opaque el recuerdo de lo remoto, pero me atrevería a asegurar que hay muchísimas más personas comprando este año que el pasado. Y se supone que estamos en crisis, que son malos tiempos y que vienen peores. La única explicación que se me ocurre es que la pulsión por los regalos navideños la tenemos ya implantada en lo más profundo del sistema límbico, es algo ya más fuerte que nosotros, que no podemos eludir, por mucha argumentación racional o reflexiones éticas nos hagamos. Como no creo que nos venga dada por la genética, habremos de concluir que se trata indiscutiblemente de un virus exitosamente inoculado por el sistema económico.
El caso es que si no te gastas el dinero que corresponda en comprar regalos a los que te son más cercanos quedas poco menos que como un desalmado. A la inversa, tampoco vale de nada que a las personas queridas les insistas por activa y por pasiva que no te regalen nada, que no quieres regalos. Te miran sonriendo y simplemente evitan discutírtelo ... y luego "sus" Reyes resulta que te han traído un montón de cosas. A veces incluso se me han enfadado, afeándome esa pretensión mía de "prohibirles" que me regalen; según ellos, con esa actitud les estoy privando de sentirse felices porque, efectivamente, les hace felices regalarme cosas. Y es verdad, les hace felices porque me quieren y cuando quieres a alguien te sientes bien haciéndole el bien; y una forma inmediata de hacer bien (inducida en estas fechas) es hacer regalos. Junto a esta motivación "bienintencionada" hay otra que podríamos calificar de su "negativo" y que se traduciría en un cierto miedo de que, si a esa persona que queremos no le regalamos nada, piense que no la queremos. De una u otra forma, lo cierto es que el consumismo mercantilista ha logrado atrapar en sus redes al más noble de los sentimientos; así, nos guste o no, nos lo digamos abiertamente o evitemos incluso pensar en ello, en estas fechas, mediante las compras de los regalos navideños, ponemos precio a nuestros amores.
Además de la inmoralidad descarada que supone este consumismo navideño, hay otro efecto que quizá parezca de menores repercusiones sociales pero que tampoco es baladí. Resulta que nos están estandarizando (y, consecuentemente, empobreciendo) los modos de expresar nuestro amor; pronto llegará un momento en que sólo habrá una forma efectiva de hacerlo: mediante el regalo de un producto de consumo dotado de los atributos comerciales adecuados (que habrán sido, obviamente, consagrados a través de una estricta campaña de marketing). Naturalmente, la creciente banalización de la producción de los bienes de consumo (que acumulamos sin saber bien para qué) llevará pareja la banalización del amor que expresamos regalándolos y, para escapar de esa banalidad cualitativa, no quedará sino incrementar cuantitativamente el consumo, alimentando la espiral del crecimiento eterno en que se basa este irracional sistema capitalista.
Sin renunciar al imprescindible activismo ético (en la línea del post de Federico), para contribuir a una progresiva reducción del consumismo navideño, pienso que deberíamos también apelar a motivaciones más "emocionales". Así, por ejemplo, no estaría de más insistir en que hay que recuperar formas de expresar el amor que sentimos hacia nuestras personas queridas que no pasen por comprarles bienes de consumo. Bueno sería poner de manifiesto que, en el fondo, un regalo comprado supone siempre, en mayor o menor grado, "ensuciar" el amor que nos motiva a hacerlo, y mucho más cuando se convierte (como se ha convertido) en el modo único. Hace poco leía que el mejor regalo es aquél que tiene algo de quien lo da y algo de quien lo recibe; difícilmente pueden cumplirse esos requisitos en un objeto adquirido en El Corte Inglés. Por eso sugeriría que empezásemos a ofrecer regalos "hechos" por nosotros, sean objetos o bienes intangibles. Y de todos esos bienes, para mí, sin ninguna duda, el más valioso es el tiempo; qué mejor regalo puede hacerte alguien que te quiere que dedicarte su tiempo, su atención, sus cuidados ...
Pero, en fin, me temo que predico en el desierto. Que los Reyes os traigan muchos regalos, pese a que seguramente casi ninguno de ellos aumentará vuestra felicidad. Pero, sobre todo, que quienes os hagan esos regalos encuentren tiempo y ganas para daros su amor de muchas otras y más satisfactorias formas.
Ahora bien, ¿cómo no comprar, cómo no ser cómplice de esta frenética vorágine consumista teñida, para más inri, de altruismo generoso? Pasado mañana vienen los Reyes Magos y han de venir cargados de regalos. Estos días, la autopista de escasos ocho kilómetros que une Santa Cruz y La Laguna (las dos mayores ciudades de esta Isla) mantenía sus cuatro carriles absolutamente colapsados con multitud de vehículos, los aparcamientos públicos de las zonas comerciales estaban atestados, las tiendas y grandes almacenes completamente abarrotados de gente ... Es posible que lo cercano opaque el recuerdo de lo remoto, pero me atrevería a asegurar que hay muchísimas más personas comprando este año que el pasado. Y se supone que estamos en crisis, que son malos tiempos y que vienen peores. La única explicación que se me ocurre es que la pulsión por los regalos navideños la tenemos ya implantada en lo más profundo del sistema límbico, es algo ya más fuerte que nosotros, que no podemos eludir, por mucha argumentación racional o reflexiones éticas nos hagamos. Como no creo que nos venga dada por la genética, habremos de concluir que se trata indiscutiblemente de un virus exitosamente inoculado por el sistema económico.
El caso es que si no te gastas el dinero que corresponda en comprar regalos a los que te son más cercanos quedas poco menos que como un desalmado. A la inversa, tampoco vale de nada que a las personas queridas les insistas por activa y por pasiva que no te regalen nada, que no quieres regalos. Te miran sonriendo y simplemente evitan discutírtelo ... y luego "sus" Reyes resulta que te han traído un montón de cosas. A veces incluso se me han enfadado, afeándome esa pretensión mía de "prohibirles" que me regalen; según ellos, con esa actitud les estoy privando de sentirse felices porque, efectivamente, les hace felices regalarme cosas. Y es verdad, les hace felices porque me quieren y cuando quieres a alguien te sientes bien haciéndole el bien; y una forma inmediata de hacer bien (inducida en estas fechas) es hacer regalos. Junto a esta motivación "bienintencionada" hay otra que podríamos calificar de su "negativo" y que se traduciría en un cierto miedo de que, si a esa persona que queremos no le regalamos nada, piense que no la queremos. De una u otra forma, lo cierto es que el consumismo mercantilista ha logrado atrapar en sus redes al más noble de los sentimientos; así, nos guste o no, nos lo digamos abiertamente o evitemos incluso pensar en ello, en estas fechas, mediante las compras de los regalos navideños, ponemos precio a nuestros amores.
Además de la inmoralidad descarada que supone este consumismo navideño, hay otro efecto que quizá parezca de menores repercusiones sociales pero que tampoco es baladí. Resulta que nos están estandarizando (y, consecuentemente, empobreciendo) los modos de expresar nuestro amor; pronto llegará un momento en que sólo habrá una forma efectiva de hacerlo: mediante el regalo de un producto de consumo dotado de los atributos comerciales adecuados (que habrán sido, obviamente, consagrados a través de una estricta campaña de marketing). Naturalmente, la creciente banalización de la producción de los bienes de consumo (que acumulamos sin saber bien para qué) llevará pareja la banalización del amor que expresamos regalándolos y, para escapar de esa banalidad cualitativa, no quedará sino incrementar cuantitativamente el consumo, alimentando la espiral del crecimiento eterno en que se basa este irracional sistema capitalista.
Sin renunciar al imprescindible activismo ético (en la línea del post de Federico), para contribuir a una progresiva reducción del consumismo navideño, pienso que deberíamos también apelar a motivaciones más "emocionales". Así, por ejemplo, no estaría de más insistir en que hay que recuperar formas de expresar el amor que sentimos hacia nuestras personas queridas que no pasen por comprarles bienes de consumo. Bueno sería poner de manifiesto que, en el fondo, un regalo comprado supone siempre, en mayor o menor grado, "ensuciar" el amor que nos motiva a hacerlo, y mucho más cuando se convierte (como se ha convertido) en el modo único. Hace poco leía que el mejor regalo es aquél que tiene algo de quien lo da y algo de quien lo recibe; difícilmente pueden cumplirse esos requisitos en un objeto adquirido en El Corte Inglés. Por eso sugeriría que empezásemos a ofrecer regalos "hechos" por nosotros, sean objetos o bienes intangibles. Y de todos esos bienes, para mí, sin ninguna duda, el más valioso es el tiempo; qué mejor regalo puede hacerte alguien que te quiere que dedicarte su tiempo, su atención, sus cuidados ...
Pero, en fin, me temo que predico en el desierto. Que los Reyes os traigan muchos regalos, pese a que seguramente casi ninguno de ellos aumentará vuestra felicidad. Pero, sobre todo, que quienes os hagan esos regalos encuentren tiempo y ganas para daros su amor de muchas otras y más satisfactorias formas.
Todo en el nombre del amor, dice Willy Deville (muy apropiado a este post).
CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
Yo lo he conseguido. Después de varios años he conseguido convencer a mi familia más próxima de que eliminemos completamente los regalos. En un grupo donde no hay niños y el más joven tiene 48 años no tiene mucho sentido esto de los Reyes. Al principio se sentían violentos cuando a un regalo suyo yo les correspondía con "un nada". Yo hacía como que no me daba cuenta y repetía una vez más lo de "ya sabéis que yo ni hago ni espero regalos". Al final los he traído a todos a mi redil.
ResponderEliminarCon mi familia menos próxima nunca he intercambiado regalos, así que por fin, este año, será el primero en que no compraré nada y no recibiré nada, lo que me hará feliz por muchos motivos. Uno de ellos, y no el menor, es que hay personas verdaderamente difíciles, como mi cuñada, a quien creo que en 14 años sólo le he hecho un regalo que le gustara, por mucho que me esforzara en pensar y buscar y por mucho que me gustara. Por otro lado, me fastidia esa sensación de estar ya al final comprando "lo que sea" con tal de cubrir el expediente.
En fin, tengo otra razón más para que la inmensa mayoría de los mortales me considere "rarita de narices". Lo cual, no hay ni que decirlo, me importa un rábano. Porque a estas alturas ya no hago absolutamente nada por quedar bien con nadie.
Besos.
Estoy plenamente de acuerdo contigo y con Kotinussa. Hay cosas mucho más valiosas, tú lo dices, como el tiempo que a la vez son más sencillas de dar pero más "difíciles". Y si hiciéramos una asociación de "Des-regalados" anónimos? Un abrazo.
ResponderEliminarPues yo confieso que sigo regalando. Empezando, por supuesto, por mi enana. Yo soy de esas que disfruta regalando pero también soy de esas que, si no hay, no hay. Y más de un año ha habido que no he regalado nada a nadie porque mi economía no estaba para esos dispendios. Por suerte, mi familia esas cosas las entiende perfectamente y nadie se me ofende. Ahora, eso sí, cuando puedo regalar, lo hago encantada de la vida :)
ResponderEliminarAh, por cierto, a mí esto de hablar de la crisis mientras consumimos como locos como que me suena la mar de contradictorio...
Besos
Ah, y Feliz Año Nuevo que casi me olvidaba :D
ResponderEliminarAhora sí, ahora me largo a hacer mis deberes y leer lo que no he podido leer :)
Cuánta verdad en tus palabras. El tiempo es un regalo maravilloso y poquísimas veces caemos en ello, como si al no pagar por ello no tuviera un valor tangible.
ResponderEliminarUn abrazo y que los Reyes te traigan tiempo, bello y glorioso.
Qué razón tienes, Miroslav...
ResponderEliminarFíjate que me saca de quicio cuando escucho esta pregunta: "¿Qué me has comprado?" (asociando inevitablemente compra y regalo, incluso sustituyendo un verbo por otro...).
Lo mejor de los regalos es el amor con el que se hacen y el amor con que se reciben...
:)
Me acuso terriblemente de regalar y recibir con enorme placer muchos mas regalos de reyes de los que merezco (en el caso de los que recibo) y de los que mi economía debería permitir (en el caso de los que entrego) ¡pero es que nos lo pasamos muy bien! Tengo mucha familia, propia y política, y me llevo divinamente con todos (o casi todos). En un lado (familia propia) todavía hay niños, eso hace sagrada la fiesta de los Reyes. En la otra familia hacemos un "amigo invisible" que nos permite concentrar el gasto y el tiempo de compras. Y en ambos casos la reunión para intercambiar regalos es una fiesta (con unos por la mañana, con otros por la tarde) y no se en cuál de ambas me lo paso mejor. Nos ponemos malos a fuerza de roscón, fisgamos y festejamos cada paquete que se abre, nos metemos todos con todos y nos reímos bastante. Yo comprendo que es un consumismo imperdonable, todos los años nos proponemos negarnos a participar en esa vorágine, y todos los años acabamos haciendo la misma reflexión "Pero bueno, si a este o al otro (sobrino tal, cuñada cual) nunca le regalo nada ni me acuerdo siquiera de su cumpleaños ¡qué menos que un libro de 10 euros, o unos pendientes de 8! Y así nos va yendo. Me acuso de todo corazón, pero me temo que ya no tengo edad de cambiar mis hábitos...
ResponderEliminarAh, y muchos años en que andaba peor de pasta, he invertido mucho tiempo y habilidad en fabricar yo misma los regalos que hacía, ya fuera hacer un mantelito bordado para una tía, o una bufanda para un cuñado. Espero que eso me redima un poco del "consumismo".
Bueno no sé si leerás este comentario después de tanto tiempo que lleva escrito el post y después de que han pasado las fiestas, tampoco tiene mucho sentido. A mi personalmente me gustaría saber a qué obede, o a quienes mejor dicho, el hecho de que siempre que llegan fiestan donde la gente se hace regalos, se extienda la propaganda de que regalar es algo así como malo y el causante directo de la pobreza y el hambre de muchos. Porque las cosas no ocurren porque sí y seguramente habrá gente que se aproveche de este tipo de propaganda, gente que no son los pobres evidentemente y que tampoco acierto a identificar, se me escapa, pero algún día se descubrirán. Todo tiene un sentido y el sentido no puede ser el simple hecho de aguar la fiesta.
ResponderEliminarMe acuerdo que cuando era pequeñita le preguntaba a mi madre sobre los reyes del antiguo testamente. Sobre el por qué de construir un templo recubierto de oro y piedras preciosas si había gente que pasaba hambre, por mucho homenaje a dios que fuera. Mi madre me decía que había que ser agradecidos y dar gracias y regalar, agasajar era una forma de hacerlo. No sé si es porque es algo que te enseñan de pequeña, que se me hace muy difícil ver el hecho de hacer un regalo como algo malo. Aunque posiblemente la Biblia también obedeciera a intereses que se escapasen a simple vista.
Pero por lo que no paso es porque alguien me quiera hacer creer que el hecho de no hacer regalo alguno beneficia al que precisamente está pasando hambre si no se invierte precisamente ese dinero en hacer algo por ellos. Está claro que regalemos o no a esas personas que queremos en nada beneficiamos a los más pobres si lo que ganamos, si nuestras rentas en vez de ir a una tienda para comprar un objeto que apreciará un ser querido va para el banco donde aumentaremos nuestros ahorros. Cachis.
Me encantó lo que expresas en el post y como prueba de lo mucho que te quiero , te hice una trasferencia bancaria a tu cuenta. Que lo disfrutes...
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