Albert Speer (1905-1981) fue un arquitecto alemán quien, subyugado por la personalidad de Hitler, en 1931 se afilió al partido nacionalsocialista. Gracias sobre todo de su eficacia profesional, progresa rápidamente en el nazismo y, ya en 1933, el propio Hitler lo convierte en uno de sus hombres de confianza. A partir de entonces será "el primer arquitecto del Reich" (ocupándose de grandiosos proyectos al servicio de la megalomanía del Führer) y posteriormente, en 1942, ministro de Armamento y Producción Bélica, hasta la derrota alemana. El 12 de mayo de 1945 fue arrestado por los norteamericanos y en el juicio de Nüremberg fue condenado a veinte años de reclusión en la prisión berlinesa de Spandau.
El párrafo anterior es un breve resumen, sobradamente conocido, de la vida de Speer. Ya había leído sus memorias y una biografía (Albert Speer, su lucha contra la verdad, de Gitta Sereny), por lo que algo sé de este personaje que, desde hace mucho tiempo, me produce una extraña fascinación. Recientemente, leyendo una magnífica recopilación de artículos que George Steiner publicó entre 1967 y 1997 en The New Yorker, encuentro uno de abril de 1976 con motivo de la publicación de Spandau: Los Diarios Secretos del propio Speer. Me entero así de una curiosidad que me resulta interesante; lo suficiente, al menos, para escribir estas líneas.
Speer entró en la prisión de Spandau el 18 de julio de 1947 (tenía 42 años) y fue liberado justo a la medianoche del 30 de septiembre de 1966, con 61 años. Este largo periodo en el complejo penitenciario de Wihelmstrasse lo pasó vigilado por las cuatro potencias vencedoras (iban rotando mes a mes; el mes que le tocaba los rusos, la comida era escasa y mala) y en compañía inicialmente de otros seis jerarcas nazis, aunque al final sólo quedaron dos: Baldur von Schirach, el Gauleiter de Viena que fue excarcelado junto con Speer, y Rudolf Hess, quien falleció en 1987 en la propia prisión (a la muerte de éste, la cárcel fue demolida). La cárcel de Spandau era una construcción de ladrillo, rodeada de tres vallas (una de ellas electrificada) y guardada por sesenta soldados. Las celdas en las que "vivían" los prisioneros eran de unos 8 m2; pero frente a esta escasez de espacio, los nazis disfrutaban de un espléndido y vasto jardín, en el cual les permitieron disponer de parcelas individuales para cultivar.
El jardín era, además, donde Speer desarrollaba la actividad que me ha llamado la atención; dejo que lo cuente Steiner: "(Speer) conservó la cordura utilizando medios clásicos en los testimonios de sepultados en vida. Daba afanosos paseos cotidianos por los terrenos de Spandau (la cárcel contaba con un espléndido y vasto jardín), llevando un cálculo exacto de la distancia. Al final había recorrido 31.939 kilómetros. Pero esa marcha forzada era más que un ejercicio abstracto. Speer se imaginó que daba la vuelta al mundo a pie, desde Europa, pasando por Oriente Próximo, hasta China y el estrecho de Bering, y luego cruzando México. Mientras caminaba, evocaba mentalmente lo que conocía del paisaje, la arquitectura y el clima pertinentes. «Ya estoy en la India», dice una típica entrada de diario, «y conforme al plan estaré en Benarés dentro de cinco meses».
31.939 kilómetros en 7.043 días de reclusión (supongo que no todos los días daría sus caminatas, pero para mis efectos es irrelevante) suponen una media diaria de 4.535 metros, más o menos una hora a paso relajado. Me imagino a Speer solicitando mapas a las autoridades carcelarias y, armado de una regla graduada, planificando sus caminatas. Ahora bien, por muy buenos mapas que le facilitaran en esos años, dudo que tuvieran la precisión suficiente para identificar día a día los lugares por los que pasaba (su progreso diario sería, como mucho, un segmentito de un centímetro sobre un buen mapa). Pero a lo que voy es que me sentí identificado con Herr Albert (en esta aspecto, no vayan a pensar mal); eso de convertir en viajes mentales las tantísimas vueltas repetidas al mismo espacio me resulta una idea atractiva y, aunque en menor medida y con muchísima menos constancia, yo mismo he hecho rarezas parecidas.
Gracias a la tremenda potencia del Google Earth, el pasado fin de semana me puse a ensayar el posible itinerario que se planteó Speer. Como no dispongo de los Diarios de Spandau (aunque está publicado en español), aventuré la ruta a partir del breve párrafo que transcribe Steiner. Así, imagino que pasaría hacia Oriente Próximo cruzando el Bósforo (eso no lo podía hacer a pie), lo cual me sugiere un periplo europeo que pasaría por Praga, Viena, Bratislava, Budapest, Belgrado, Sofia y, finalmente, Estambul, la grandiosa urbe sobre dos continentes. Así, el 29 de agosto del 47 estaría llegando a Dresde, la capital sajona, que por esas fechas tenía que estar casi en escombros tras el asolador bombardeo aliado que sufrió en febrero de 1945. Un mes después alcanzaría la bellísima Praga. Desde la capital checa, supongo que seguiría hacia Brno para, al llegar allí, desviarse en dirección sur, entrar en Austria y encaminarse a Viena. Me lo imagino entrando por la Praterstrasse y cruzando el Danubio por el Aspernbrükeng para pasear por el Ring y luego llegarse hasta la catedral de San Esteban. Eso ocurriría hacia el 7 de diciembre del 48, con la antigua sede imperial de los Habsburgo preparándose para las navidades. Después seguiría el Danubio hasta Bratislava, apenas 55 kilómetros que podría cubrir en sólo doce días. Tras la capital eslovaca continuaría bordeando el gran río, por la frontera húngara, hasta llegar a Budapest, el miércoles 4 de febrero de 1948. Continuaría hacia el sur hasta entrar en la Voivodina, provincia de la que entonces era Yugoslavia y hoy es Serbia. Hacia el 7 de abril volvería a encontrarse con el Danubio en Novi Sad y, un par de semanas después, arribaría a Belgrado, más o menos en los días del conflicto entre Stalin y el mariscal Tito, que le sirvió a este último para sacar a Yugoslavia del bloque soviético. Metiéndose en plenos Balcanes, se dirigiría hacia Bulgaria para llegar a Sofia el 16 de julio, casi exactamente un año después del inicio de sus caminatas carcelarias. En dirección este, tras unos pocos días, saldría de las montañas búlgaras para encontrarse en la antigua Tracia y, siguiendo el curso del Maritsa, llegar hacia mediados de septiembre al rincón fronterizo de tres países, Bulgaria, Grecia y Turquía. Ya en la antigua patria otomana, pasaría por Edirne, Babaeski, Luleburgaz, Çorlu, Silivri y Büyükçekmece (¿a alguien le suenan estas ciudades?) antes de poder cruzar la Sublime Puerta y decirse que había alcanzado uno de los extremos de Europa. Sería el martes 9 de noviembre de 1948 cuando Speer, con 2.185 kilómetros de paseos carcelarios, miraría hacia los muros de la prisión de Spandau e imaginaría que lo que tiene enfrente es el Bósforo y el comienzo de Asia.
En mi recreación del viaje imaginario de Speer no he llegado todavía más allá. Apenas un 7% de su recorrido total me ha bastado para estar entretenido durante unas cuantas horas, aprovechando el Google Earth e Internet para hacer turismo virtual. Ya seguiré en otro momento (conste que no amenazo con publicar la continuación). Eso sí, hice una burda aproximación para comprobar que, efectivamente, cuando el arquitecto del Tercer Reich fue liberado debía de andar por el centro de México. Para acabar, repito lo que ya he dicho: puedo entender perfectamente el ejercicio de Speer, imaginármelo imaginándose los campos por los que transitaba, los ríos que cruzaba, las ciudades a las que llegaba, las noches al raso, las montañas que ascendía (¿corregiría las etapas en función de las dificultades topográficas de la ruta?), las condiciones climatológicas, los paisajes y las arquitecturas ... En todo caso, seguro que Speer sabía más geografía que yo.
El párrafo anterior es un breve resumen, sobradamente conocido, de la vida de Speer. Ya había leído sus memorias y una biografía (Albert Speer, su lucha contra la verdad, de Gitta Sereny), por lo que algo sé de este personaje que, desde hace mucho tiempo, me produce una extraña fascinación. Recientemente, leyendo una magnífica recopilación de artículos que George Steiner publicó entre 1967 y 1997 en The New Yorker, encuentro uno de abril de 1976 con motivo de la publicación de Spandau: Los Diarios Secretos del propio Speer. Me entero así de una curiosidad que me resulta interesante; lo suficiente, al menos, para escribir estas líneas.
Speer entró en la prisión de Spandau el 18 de julio de 1947 (tenía 42 años) y fue liberado justo a la medianoche del 30 de septiembre de 1966, con 61 años. Este largo periodo en el complejo penitenciario de Wihelmstrasse lo pasó vigilado por las cuatro potencias vencedoras (iban rotando mes a mes; el mes que le tocaba los rusos, la comida era escasa y mala) y en compañía inicialmente de otros seis jerarcas nazis, aunque al final sólo quedaron dos: Baldur von Schirach, el Gauleiter de Viena que fue excarcelado junto con Speer, y Rudolf Hess, quien falleció en 1987 en la propia prisión (a la muerte de éste, la cárcel fue demolida). La cárcel de Spandau era una construcción de ladrillo, rodeada de tres vallas (una de ellas electrificada) y guardada por sesenta soldados. Las celdas en las que "vivían" los prisioneros eran de unos 8 m2; pero frente a esta escasez de espacio, los nazis disfrutaban de un espléndido y vasto jardín, en el cual les permitieron disponer de parcelas individuales para cultivar.
El jardín era, además, donde Speer desarrollaba la actividad que me ha llamado la atención; dejo que lo cuente Steiner: "(Speer) conservó la cordura utilizando medios clásicos en los testimonios de sepultados en vida. Daba afanosos paseos cotidianos por los terrenos de Spandau (la cárcel contaba con un espléndido y vasto jardín), llevando un cálculo exacto de la distancia. Al final había recorrido 31.939 kilómetros. Pero esa marcha forzada era más que un ejercicio abstracto. Speer se imaginó que daba la vuelta al mundo a pie, desde Europa, pasando por Oriente Próximo, hasta China y el estrecho de Bering, y luego cruzando México. Mientras caminaba, evocaba mentalmente lo que conocía del paisaje, la arquitectura y el clima pertinentes. «Ya estoy en la India», dice una típica entrada de diario, «y conforme al plan estaré en Benarés dentro de cinco meses».
31.939 kilómetros en 7.043 días de reclusión (supongo que no todos los días daría sus caminatas, pero para mis efectos es irrelevante) suponen una media diaria de 4.535 metros, más o menos una hora a paso relajado. Me imagino a Speer solicitando mapas a las autoridades carcelarias y, armado de una regla graduada, planificando sus caminatas. Ahora bien, por muy buenos mapas que le facilitaran en esos años, dudo que tuvieran la precisión suficiente para identificar día a día los lugares por los que pasaba (su progreso diario sería, como mucho, un segmentito de un centímetro sobre un buen mapa). Pero a lo que voy es que me sentí identificado con Herr Albert (en esta aspecto, no vayan a pensar mal); eso de convertir en viajes mentales las tantísimas vueltas repetidas al mismo espacio me resulta una idea atractiva y, aunque en menor medida y con muchísima menos constancia, yo mismo he hecho rarezas parecidas.
Gracias a la tremenda potencia del Google Earth, el pasado fin de semana me puse a ensayar el posible itinerario que se planteó Speer. Como no dispongo de los Diarios de Spandau (aunque está publicado en español), aventuré la ruta a partir del breve párrafo que transcribe Steiner. Así, imagino que pasaría hacia Oriente Próximo cruzando el Bósforo (eso no lo podía hacer a pie), lo cual me sugiere un periplo europeo que pasaría por Praga, Viena, Bratislava, Budapest, Belgrado, Sofia y, finalmente, Estambul, la grandiosa urbe sobre dos continentes. Así, el 29 de agosto del 47 estaría llegando a Dresde, la capital sajona, que por esas fechas tenía que estar casi en escombros tras el asolador bombardeo aliado que sufrió en febrero de 1945. Un mes después alcanzaría la bellísima Praga. Desde la capital checa, supongo que seguiría hacia Brno para, al llegar allí, desviarse en dirección sur, entrar en Austria y encaminarse a Viena. Me lo imagino entrando por la Praterstrasse y cruzando el Danubio por el Aspernbrükeng para pasear por el Ring y luego llegarse hasta la catedral de San Esteban. Eso ocurriría hacia el 7 de diciembre del 48, con la antigua sede imperial de los Habsburgo preparándose para las navidades. Después seguiría el Danubio hasta Bratislava, apenas 55 kilómetros que podría cubrir en sólo doce días. Tras la capital eslovaca continuaría bordeando el gran río, por la frontera húngara, hasta llegar a Budapest, el miércoles 4 de febrero de 1948. Continuaría hacia el sur hasta entrar en la Voivodina, provincia de la que entonces era Yugoslavia y hoy es Serbia. Hacia el 7 de abril volvería a encontrarse con el Danubio en Novi Sad y, un par de semanas después, arribaría a Belgrado, más o menos en los días del conflicto entre Stalin y el mariscal Tito, que le sirvió a este último para sacar a Yugoslavia del bloque soviético. Metiéndose en plenos Balcanes, se dirigiría hacia Bulgaria para llegar a Sofia el 16 de julio, casi exactamente un año después del inicio de sus caminatas carcelarias. En dirección este, tras unos pocos días, saldría de las montañas búlgaras para encontrarse en la antigua Tracia y, siguiendo el curso del Maritsa, llegar hacia mediados de septiembre al rincón fronterizo de tres países, Bulgaria, Grecia y Turquía. Ya en la antigua patria otomana, pasaría por Edirne, Babaeski, Luleburgaz, Çorlu, Silivri y Büyükçekmece (¿a alguien le suenan estas ciudades?) antes de poder cruzar la Sublime Puerta y decirse que había alcanzado uno de los extremos de Europa. Sería el martes 9 de noviembre de 1948 cuando Speer, con 2.185 kilómetros de paseos carcelarios, miraría hacia los muros de la prisión de Spandau e imaginaría que lo que tiene enfrente es el Bósforo y el comienzo de Asia.
En mi recreación del viaje imaginario de Speer no he llegado todavía más allá. Apenas un 7% de su recorrido total me ha bastado para estar entretenido durante unas cuantas horas, aprovechando el Google Earth e Internet para hacer turismo virtual. Ya seguiré en otro momento (conste que no amenazo con publicar la continuación). Eso sí, hice una burda aproximación para comprobar que, efectivamente, cuando el arquitecto del Tercer Reich fue liberado debía de andar por el centro de México. Para acabar, repito lo que ya he dicho: puedo entender perfectamente el ejercicio de Speer, imaginármelo imaginándose los campos por los que transitaba, los ríos que cruzaba, las ciudades a las que llegaba, las noches al raso, las montañas que ascendía (¿corregiría las etapas en función de las dificultades topográficas de la ruta?), las condiciones climatológicas, los paisajes y las arquitecturas ... En todo caso, seguro que Speer sabía más geografía que yo.
CATEGORÍA: Creencias y descreencias
Y todo ese recorrido sin salir de sus 8 metros cuadrados... la capacidad humana para evadirse de situaciones extremas es increible.
ResponderEliminarNotable.
Pues estoy pensando qué haría yo si me encerraran en esos ocho metros cuadrados, lo que peor llevaría sería lo del wc y las duchas. Soy de las que ni se les ocurre entrar en un baño que no es el suyo, cuando estaba en el instituto recuerdo un día que los servicios estaban más sucios de lo habitual y ni corta ni perezosa me fui a mi casa. Claro esto sería muy normal si está más o menos cerca de casa, la cuestión es que estaba a unos dos km de distancia. Así que iba a decir que los primeros días me los iba a tomar de relax, nada de dar vueltas al mundo, pero supongo que sería bastante asqueroso todo como para tomárselo en ese aspecto.
ResponderEliminarNo hay nada como usar el cerebro y la imaginación para poder conservar la cordura en determinadas circunstancias. Mejor eso que dejarse hundir en la desesperación...
ResponderEliminarBesos
finalmente, es tan virtual lo suyo como lo tuyo...
ResponderEliminarsepas o no tanta geografía.
No está mal.
ResponderEliminarAsí vería, o se imaginaría, el desastroso resultado de sus esfuerzos como ministro de armamento del Reich. El territorio arrasado y las ciudades en ruinas.
Pues ya nos contarás cuando cruces el Bósforo por el puente de Ataturk y te adentres en la Anatolia.
No hay duda. Speer salió de Spandau mucho antes de cumplir su condena. Un escape sin escape.
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