Dicen en el pueblo que un caminante paró mi reloj una tarde de primavera. Y sí, fue aquélla una tarde de abril, abril de mis veinte años. Ulises se llama el que desde entonces espero. Adiós, amor mío, me dijo, no me llores, volveré. Antes que de los sauces caigan las hojas, me dijo. Pero no hay sauces en las callejas de polvo y piedra de este pueblo blanco; ¿de qué sauces hablaba Ulises?
Piensa en mí, me dijo. Y en él pienso, siempre pienso en él, que me hizo reina, que me regaló su secreto, eso que nadie en el pueblo alcanza a ver. Cultivo el huerto que él plantó, la escasa parcela cobijada en el patio de mi casa de cal, la casa que era de mi madre, la casa a cuyo umbral se sientan las comadres a murmurar, a decir que estoy loca, que espero en vano. Dicen que se me ha marchitado hasta la última flor, pero no es verdad. La flor, la única, sigue intacta para Ulises.
Todos, mi madre la primera, se rieron desde el principio de mi confianza en Ulises. Qué va a volver ése, me decían, un viajante. Viajante, escupían la palabra con desprecio, el ceño fruncido. Ellos, los que nunca salieron de este pueblo estéril, los que nunca han visto el mar, los que están tan secos que ni saben llorar. Pero yo callaba, una reina no puede rebajarse. Los domingos me ponía el mejor vestido, el que él despegó de mi piel, mis zapatos de tacón y mi bolso marrón y, después de misa, caminaba despacio hasta la estación para sentarme en el banco de pino verde hasta que llegara el único tren. Luego, de vuelta a casa por la calle mayor.
Me llamaban loca, ingenua, ilusa. Pero no por eso dejaban de cortejarme los pocos mozos que quedaban, los cobardes que no se atrevían a irse muy lejos de este pueblo, a escapar de esta tierra enferma. Y ellas me envidiaban; ellas que pasan los días haciendo bolillos y espiando tras las cortinas, ellas que sueñan con alguno de esos mozos que llegan hasta mi puerta, al que imaginan, pobres tontas, fuerte para dominarlas y tierno para amarlas. Se los regalo todos, cómo iba a conformarme con alguno de ellos cuando me ha amado Ulises.
Sin embargo, soy mujer, acusaba la presión de las insistencias. Se acababa el verano y mi madre zanjó su ultimátum. Olvídate de él y de tus sueños de niña mimada, me dijo; no va a volver, sólo se divirtió contigo, está casado, me lo ha dicho el cabo, le pedí que hiciera averiguaciones en la capital. No la creí, claro, pero no podía contradecirla y además los cuatro meses y medio comenzaban a notárseme. Ella lo sabía pero no necesitaba mencionarlo. Ya empiezan las fiestas, habrás de escoger y que la boda sea antes del Cristo.
Parecía que los mozos lo supieran, todos se pavoneaban zalameros, competían entre sí en los juegos de la feria en bochornoso espectáculo simiesco. Y el último día, el domingo, llegó Ulises. No vino en el tren del mediodía, sino en coche, a última hora, mientras todos los del pueblo se apiñaban en la plaza para ver los fuegos. También yo estaba allí pero oí el grito de mi madre y supe en el acto que mi amante había llegado a casa, que había venido a recogerme. Nadie más oyó nada, nadie se dio cuenta de que me alejaba de esa masa ruidosa.
El portón de mi casa estaba abierto. En la sala una bombilla gastada iluminaba apenas a Ulises, desgarbado y apestando a vino, y a mi madre, brillantes de odio sus malignos ojos, en su mano la navaja tripera. Ya estás aquí, ladró mi vieja, mira al mierda al que crees querer, aquí te lo he traído, acojonado está de que le cuente a su mujer y a sus suegros; que te lo diga él. Lo miré con ojos tristes y entonces la luna entró en la casa y volvió a ser él, mi Ulises. Penélope, mi amante fiel, me dijo, mi paz; mírame, regresé por ti. Y sonreía y yo sonreí. Pero en ese instante mágico mi madre aulló de rabia y se precipitó hacia él, lo abrazó, el puño cerrado, la navaja.
Se separaron despacio, en silencio, sólo el golpe metálico del cuchillo contra el suelo. Mi madre me miró incrédula, me miró también despreciándome. Luego se apretó el abdomen y muy despacio las piernas se le fueron doblando hasta quedar tendida boca arriba. En torno suyo crecía una mancha negra brillante. La luna ya no estaba en la habitación. Ulises se me acercó, sus ojos hablaban de miedo. Lo abracé y busqué sus labios, pero en vez de besos frescos sentí un regusto acre. Penélope, reina mía, tengo cosas que contarte. Calla, mi amor, y lo empujé hacia la alcoba. Temblaba en la cama, sollozaba entre hipos. Te haré una infusión, estás nervioso. No contestó, parecía ido. Puse a hervir el agua, mezclé las hierbas que mi vieja tenía escondidas desde lo de padre, siempre lo había sabido por más que ella pensara que era muy niña.
Esa noche tocaron varios mozos mi puerta, borrachos todos. No les abrí; no era cuestión de que nadie viese nada y además tenía mucho trabajo. Mi madre, todos lo sabían, bebía demasiado; tropezó en la oscuridad y se clavó el cuchillo; yo no me enteré hasta la mañana siguiente. Ese mismo día la enterramos, en el cementerio del pueblo del que nunca quiso marchar. Pero allí también quedó otro más cautivo, aunque nadie lo sepa, aunque su nombre no figure en el registro de la parroquia.
Y después, ¿qué más quedaba? Nació un niño a quien no quise conmigo, rechacé a todos mis pretendientes, seguí yendo a la estación los domingos; sigo esperando. No quiero morir al sol como los viejos de este pueblo, la boca abierta al calor, como lagartos. Quiero que me guíe la luna y escapar hasta el mar para poder llorar frente a las olas. Pero ha de recogerme Ulises, ha de ser él quien me lleve. Mas los años han ido pasando, los mozos ya no me buscan, piensan que estoy loca. Dicen incluso que un domingo uno de los viajeros del tren se me acercó, que era él, Ulises. Dicen que lo miré con mis ojos llenitos de ayer y no lo reconocí. Dicen que también ese día, como los otros antes y después, ahí me quedé, con mi bolso de piel marrón y mis zapatos de tacón.
CATEGORÍA: Canciones y otras líricas
Como a Cela, se te da bien el tremendismo. Claro que la vida misma a menudo es eso, tremenda
ResponderEliminarConociendo tu opinión sobre Cela, tu comentario me deja un sabor agridulce. Y eso que viene de un asesino literario (por cierto, ¿para cuándo más relatos?)
ResponderEliminarLa verdad es que no se me había ocurrido que este divertimento sonara a Cela (¿Pascual Duarte?) y, en todo caso, el tono proviene de la descripción de Serrat de su pueblo blanco. Mi única aportación ha sido situar a la ñoña Penélope en ese marco, lo que se me ocurrió tras oír ayer ambas canciones, casi una detrás de otra. Que Penélope se hubiera cargado a su amante es algo que sospeché hace muchísimos años (por supuesto, no tengo pruebas), tanto respecto a la de Serrat como a la de Homero. Es sabido que no hay que fiarse de lo que nos cuentan los rapsodas.
No hombre. Cela no es santo de mi devoción, pero ese Cela del primer tremendismo, del Pascual Duarte, me parece lleno de fuerza. Es el académico pomposo y repetitivo posterior el que me repatea. Tu relato me ha gustado, que eres más sensible que una damisela de pueblo seducida por un viajante, coño. Mi asesino está de sabático
ResponderEliminar¿Qué hago aquí?... sobre todo después de leer que eres de Canarias ¡diosanto! ¿quien me manda a mí meterme en camisas de once varas?...
ResponderEliminarA lo que venía, acabo de escribir este texto en Lanski, como complemento? a tu respuesta del día 22, y por si ya no vuelves la vista "tan" atrás te lo "pego" en esta, tu casa. PAQUITA
Loc@ dijo... agosto 31, 2009 12:06
¡HOSTIAS! CÓMO PASA EL TIEMPO...
acabo de leer la respuesta de Miroslav a mi intromisión del día 21. Si vuelve por aquí espero que lea esto, y si no, por si acaso, quizá se lo traslade a su "casa".
Hice mucho hincapié cuando visité la reserva de Los Tiles en el porqué de ese nombre y me aclararon que así se llaman los árboles que más la pueblan "tiles", que no tilos -allí no hay ninguno-. ¿Son una ¿especie de laurel por lo que llaman a esos ¿bosques laurisilvas. Igualitas que las de las fotos de Gomera.
Andar por ellas agobia por el calor húmedo que se padece en su interior... las recorrí al completo ¡manías!
Besos. PAQUITA
CRÓNICAS DEL VIAJE A LA PALMA de fecha agosto/septiembre de 2006 ¿o fue julio?
Miedo me da la lectura que hagáis de esto... enfrentada a dos "profesionales" de la natura y demás...
¡Vuelvo! esta vez tras leer tu relato mix. Te ha quedado estupendo... bien engarzado.
ResponderEliminarYo... por poner una objeción diría que:
en vez de... el gesto fruncido
pondría... el ceño fruncido
Disculpa otra vez. PAQUITA
Paquita: Gracias por tu sugerencia. Ya he corregido el texo.
ResponderEliminarSerrat... es como de la familia. Reconozco que hay muchos mejores, pero ¡qué buenos recuerdos me trae y cuánto me gusta oirlo!
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