Lars no tendría que haberse ido así. Lo sé. No tendría que haberse ido. En fin, es raro. Lo más raro de su muerte es que ahora ya no puedo contarle cosas. Todavía me pasa que, si salgo a algún lado y converso con alguien, de inmediato pienso: «Ah, tengo que ir corriendo a contárselo a Lars» o «Cuando Lars escuche esto le va a encantar». Y entonces me acuerdo de que ya no está y de que no puedo contárselo. —Mi madre sonrió apenas. Su mirada se había vuelto hacia su interior.
(Elegía para un americano; Siri Hustvedt; Anagrama 2009, página 118).
Lo mismo que dicen estas líneas me lo han contado varias personas cuyas parejas de muchos años han muerto. Pasado los primeros tiempos del dolor que desgarra, en un estado de tristeza algo anémica, como si la pena nos hubiera absorbido las fuerzas, se empieza a echar en falta a la persona amada en tantísimos y frecuentes acontecimientos nimios acontecimientos cotidianos. Ves algo que te llama la atención y quisieras que él (o ella) lo viera, descubres un libro, una música, una película y piensas en cuánto que le gustaría, quedas con un amigo común y esperas que te acompañe ...
Pienso en especial en mi madre y en su proceso (nada bueno; en su caso no se cumple eso de que las viudas florecen) desde la muerte de mi padre. No lo dice expresamente, porque es muy seca y no le gustan las concesiones a la emotividad. Pero estoy convencido de que su hartazgo de vivir proviene de no tener al compañero con quien estaba acostumbrada a compartir las irrelevantes peripecias cotidianas que son, al cabo, las que dan contenido al 99% del tiempo de casi todos.
Ocurre también cuando acaba una relación, no hace falta que el otro se muera. Ya han pasado cuatro años de mi ruptura con R y cuántas veces me sorprendo pensando en que me gustaría comentarle tal o cual cosa, recomendarle una película o un libro que sé que le gustaría, hablarle de cosas que me han ocurrido y que enlazan con historias comunes de hace ya muchos años. No lo hago, sin embargo, y me pregunto por qué. Sé la respuesta, claro, pero no es suficiente para justificar nada. En fin.
Si eso me ocurre con R, cuánto más con K. Y sin embargo también se van creando las grietas que dificultan la espontaneidad comunicativa. Es como si, sin necesidad de acabar la relación, vayamos dejando que una especie de muerte empiece a instalarse entre nosotros. Empiezo a vivir, pese a mi empeño en no anticipar sentimientos futuros, la tristeza melancólica de que me invadan las ganas de contarle algo a K (cualquier tontería, qué más da) y me percate de ya no está, de que ya no puedo contárselo.
Supongo que esta necesidad de poder compartir nuestras boberías, de saber que tenemos con quien hacerlo, no deja de ser, como todas las necesidades, una carencia. Supongo también que tiene que ver con miedos propios, con pulsiones instintivas de dar sentido o contenido real a nuestras vidas, como si requiriésemos testigos ajenos que sostuvieran nuestras identidades. De otra parte, también es verdad, al menos en mi caso, que la intimidad interactiva con otros es el mejor medio para el propio conocimiento y maduración personal.
Da igual. Lo cierto es que ese "echar en falta" es seguramente la nota más distintiva y duradera de las pérdidas de las personas amadas. Y saberlo, anticiparlo incluso, no basta las más de las veces para que resulte inevitable.
Pienso en especial en mi madre y en su proceso (nada bueno; en su caso no se cumple eso de que las viudas florecen) desde la muerte de mi padre. No lo dice expresamente, porque es muy seca y no le gustan las concesiones a la emotividad. Pero estoy convencido de que su hartazgo de vivir proviene de no tener al compañero con quien estaba acostumbrada a compartir las irrelevantes peripecias cotidianas que son, al cabo, las que dan contenido al 99% del tiempo de casi todos.
Ocurre también cuando acaba una relación, no hace falta que el otro se muera. Ya han pasado cuatro años de mi ruptura con R y cuántas veces me sorprendo pensando en que me gustaría comentarle tal o cual cosa, recomendarle una película o un libro que sé que le gustaría, hablarle de cosas que me han ocurrido y que enlazan con historias comunes de hace ya muchos años. No lo hago, sin embargo, y me pregunto por qué. Sé la respuesta, claro, pero no es suficiente para justificar nada. En fin.
Si eso me ocurre con R, cuánto más con K. Y sin embargo también se van creando las grietas que dificultan la espontaneidad comunicativa. Es como si, sin necesidad de acabar la relación, vayamos dejando que una especie de muerte empiece a instalarse entre nosotros. Empiezo a vivir, pese a mi empeño en no anticipar sentimientos futuros, la tristeza melancólica de que me invadan las ganas de contarle algo a K (cualquier tontería, qué más da) y me percate de ya no está, de que ya no puedo contárselo.
Supongo que esta necesidad de poder compartir nuestras boberías, de saber que tenemos con quien hacerlo, no deja de ser, como todas las necesidades, una carencia. Supongo también que tiene que ver con miedos propios, con pulsiones instintivas de dar sentido o contenido real a nuestras vidas, como si requiriésemos testigos ajenos que sostuvieran nuestras identidades. De otra parte, también es verdad, al menos en mi caso, que la intimidad interactiva con otros es el mejor medio para el propio conocimiento y maduración personal.
Da igual. Lo cierto es que ese "echar en falta" es seguramente la nota más distintiva y duradera de las pérdidas de las personas amadas. Y saberlo, anticiparlo incluso, no basta las más de las veces para que resulte inevitable.
What I Miss about You. Katie Melua (Pictures, 2007)
CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
Não há diferença em dor entre perder aguém pra vida ou perder pra morte. quando se ama e o tempo vividos juntos foi uma história importante, a dor e pocesso de luto é igual, seja pra vida ou seja pra morte.
ResponderEliminarYo odio echar a alguien de menos. Pero sin duda odio mucho más no tener la posibilidad de decírselo de alguna manera.
ResponderEliminarA mí a veces no decirlo, pero saber que podría hacerlo, me ayuda a sobrellevarlo.
Un beso.
En algunas tribus de Sudamérica se entierra a los familiares en el suelo de la propia vivienda, la cabaña que se compartió con ellos; cuando se trasladan, pues son seminómadas, no sólo se llevan sus pocos enseres y sus huertos y piraguas, sino que desentierran sus muertos y se los llevan a cuestas. Y como nosotros, saben que alguien no muere de veras hasta que el último que le recuerda no muere también.
ResponderEliminarPor cierto, 'echar de menos' es uno de los ingredientes básicos del amor, esté o no este contigo la persona objeto del mismo. Y aún más matizada me parece la estrofa de esa canción aflamencada que dice: "lo mismo, lo mismo que te echo de menos, te echo demás" (¿Kiko Veneno?), ambas cara y cruz de la convivencia
ResponderEliminarNi te cuento lo insoportable que resulta tener la rara costumbre de pasarse la vida echando de menos ésto , aquello o aquellos.
ResponderEliminarisso se chama saudade...
ResponderEliminarMi comentario va en la dirección mencionada por lanski,
ResponderEliminar"echar en falta"... de menos y
echar de más... la peor de ambas
situaciones
porque ¿cuan cargada tiene que estar una persona para llegar a sentir eso?... al menos ocasionalmente.
En cuanto a compartir "cosas" que nos gustan... mejor tener más de un interlocutor "porsilasmoscas".
Besos. PAQUITA
OTRA COSA... que es la misma: he repasado mi crónica sobre La reserva de los Tiles y he comprobado lo de las diversas lauriáceas... entre ellas los til-es, singular y plural, respectivamente. ¡petarda puedo llegar a ser!
Somos ambigüos, nuestras relaciones y sentimientos suelen ser siempre contradictorios, pero la ausencia nos quita toda posibilidad de rectificación.
ResponderEliminarCuesta acostumbrarse a las faltas definitivas. Nos dejan con la palabra en la boca.
Preciosa canción, gracias.
Para Loc@:
ResponderEliminarEn las descripciones antiguas de las Islas Canarias se habla de varias de ellas (Hierro, por ejemplo)en las que había un árbol llamado "til" del que se "destilaba agua". Supongo que se referían a los elementos de laurisilva que interceptaban los alisios cargados de humedad, la lluvia "horizontal", pero no he podido averiguar a que especie arborea concreta se referían.
No dijo alguien aquello de "La tristeza es parte de la felicidad del pasado"?
ResponderEliminarHace poco visité a una señora de noventa y cuatro años de edad. Me dijo que todos se le habían muerto. Su soledad la encontraba al mmirar alrededor.
ResponderEliminar¿Y los hijos?, le pregunté.
No tengo hijos y aunque los tuviera, mis referentes están en la experiencia vivida junto a las personas que amé y odié.
Saludos
JT
La intimidad interactiva con otros es el mejor medio para el propio conocimiento y maduración personal. Te juro que voy a meditar profundamente esta frase.
ResponderEliminarQué me vas a decir. A finales de junio perdí a mi amiga más antigua, 50 años desde que nos sentamos juntas en el mismo pupitre el primer día de colegio, sin dejar nunca de tratarnos a menudo. Cada mañana al despertar lo primero que pienso es que ya no está.
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