Sueñan los tropezones de la sopa, mis ojos entrecerrados con el dulce escozor del letargo. Son ya las once de un lunes de paréntesis forastero, sólo restan dos horas para acabar la espera. Escarbo en las quejas doloridas de mis músculos, los repaso en deleite que podría ser morboso, y así, casi sin quererlo, se acallan los pensamientos. Tras la puerta sigue el mundo, ruidos de órdenes cotidianos, de los empeños siempre repetidos y siempre inútiles; buscar sentidos y no son más que tintineos de cucharas.
Hace casi quinientos años llegó el primer clavel, regalo de amor en Granada. Y a Granada en triste procesión volvió demasiado pronto la bella y prudente reina, ¿taparían los claveles con su aroma el hedor progresivo del cadáver? Inspiro con fuerza para desatascar mi olfato, el aire está cargado, se apelmaza todo en la perezosa desgana de esta espera. Sin embargo, al otro lado de la ventana, la pared refleja un sol alegre.
Necesito de todos mis reflejos, activar la atención al máximo, y la memoria, y el sentido común, y la lógica, y la previsión, y la paciencia, y la sagacidad. Tengo que no meter la pata y ser capaz de establecer conclusiones precisas, no dejar cabos sueltos por los que, inevitablemente, se colarán los errores inminentes. Dios está en los detalles, dicen, pero también el diablo. Así que, despierto, vigilante, tenso por dentro y relajado por fuera.
Mientras escribo estas nonsenses el sopor va cediendo. Se retira resentido a ese espacio secreto detrás de los ojos, agazapándose para volver en cuanto le deje. Cuesta tanto no aceptar sus tentaciones. Pero no podrá a ser hasta la noche. Ahora he de deshacer el paréntesis y ponerme en marcha.
Hace casi quinientos años llegó el primer clavel, regalo de amor en Granada. Y a Granada en triste procesión volvió demasiado pronto la bella y prudente reina, ¿taparían los claveles con su aroma el hedor progresivo del cadáver? Inspiro con fuerza para desatascar mi olfato, el aire está cargado, se apelmaza todo en la perezosa desgana de esta espera. Sin embargo, al otro lado de la ventana, la pared refleja un sol alegre.
Necesito de todos mis reflejos, activar la atención al máximo, y la memoria, y el sentido común, y la lógica, y la previsión, y la paciencia, y la sagacidad. Tengo que no meter la pata y ser capaz de establecer conclusiones precisas, no dejar cabos sueltos por los que, inevitablemente, se colarán los errores inminentes. Dios está en los detalles, dicen, pero también el diablo. Así que, despierto, vigilante, tenso por dentro y relajado por fuera.
Mientras escribo estas nonsenses el sopor va cediendo. Se retira resentido a ese espacio secreto detrás de los ojos, agazapándose para volver en cuanto le deje. Cuesta tanto no aceptar sus tentaciones. Pero no podrá a ser hasta la noche. Ahora he de deshacer el paréntesis y ponerme en marcha.
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
Casi soy yo la que entra en el sopor mientras leía tu relajada, amodorrada y laxa entrada :D
ResponderEliminarBesos
Y lograste deshacer el paréntesis?
ResponderEliminarParecías estar tan a gusto...
Besitos.