4:30 AM
– Parece que están viajando por el extranjero y que han cogido a un par de autoestopistas.
– Taladro –ordena el cirujano.
El hombre se revuelve en la cama, forcejeando con su pesadilla. –Despierta, estás soñando; su mujer le sacude suavemente por los hombros. ¿Qué pasa? Nada, estabas soñando. Los ojos entrecerrados, todavía a medias en el sueño, la boca pastosa, el hombre balbucea: nos estamos alejando de la frontera. ¿Qué frontera? Venga, vuélvete a dormir. Un motero les dice: que tengan un buen día. ¿Qué? –pregunta la mujer. Que tengan un buen día.
Nos estamos alejando de la frontera, buscando un lugar donde dormir. Nos turnamos en la conducción y en el asiento de atrás, desparramados, dos autoestopistas les saludan.
Estoy conduciendo, sigue soñando el hombre, y mi mujer no me quita ojo. Pero una mirada furtiva por el retrovisor, la chica me sonríe. ¡Qué joven es! Pregunto si alguien tiene hambre, si alguien quiere que paremos un rato. Aparco en un área de servicio y vuelvo a mirar por el espejo. Por un momento me parece que el vestido se le escapa por la cabeza, por un momento la visión maravillosa de su cuerpo veinteañero me colma de lujuria. ¿Te gustaría venir conmigo? –le pregunto. Ni mi mujer ni su acompañante parecen existir, son ahora meros comparsas silenciosos. Siento que somos nosotros, sólo nosotros, los dueños de la historia.
Me contesta extrañas palabras balbuceantes y el sol reluce en sus preciosas piernas. Una chica así es demasiado para ese chaval. Salgo del coche, abro la portezuela trasera y me tiendo a su lado, emocionado, con lágrimas en los ojos. Pero, ¿por qué? ¿Acaso soy débil, acaso tengo miedo?
4:33 AM
De pie al borde de la carretera, las suelas de mis zapatillas de deporte adheridas al asfalto son como imanes metálicos. En su cara de chica Fassbinder hay esa clase de sonrisa que podría haber dibujada un niño aburrido atormentándose a la luz de la luna. Sin embargo, veo que está impresionada. Le parezco atractivo y me trata con dulzura. ¿A mí? No, lo que pasa es que ha visto mi Lamborghini verde. ¿Quién tiene miedo ahora? Fuerte y seguro, sin dudas.
Así que fuimos a dar una vuelta por el campo. A sentir el viento en el pelo, la potencia del motor, el estremecimiento del deseo ...
Pero entonces oí el chasquido de una rama, luces de alarma centellearon en mi mapa. Abrí los ojos y ante mi sorpresa ...
Hay árabes con cuchillos a los pies de la cama, armados hasta los dientes justo a los pies de mi cama. (–No rajes a la mujer, Mohamed, la quiero para mí). Dios mío, ¿cómo han llegado hasta aquí? Pensaba que nuestros hogares en Inglaterra eran seguros.
Mientras el terror lo atenaza, una voz femenina (¿de su mujer, de la autoestopista?) le susurra: estaba mal lo que hacías, admítelo, chico.
4:37 AM
Dormir, dormir; sé que estoy soñando. (¡Dejadme solo, largaos, largaos de mi casa!) A través de mis ojos cerrados veo los cielos de Alemania más allá del techo. Y quiero volver. Volver a la chica con la mochila, a sentir sus cabellos rubios. Quiero estar allí, ver el sol descender cerca de las acerías de Krupps en los alrededores de algún pueblo alemán.
El hombre está en una hostería germana. El posadero, un gordo jocoso, los saluda en una especie de deutschenglish entre carcajadas con regusto amenazador. –Buenas noches, queridos dama y caballero, bienvenidos a Königsberg. ¿Quieren bailar conmigo o prefieren beber cerveza? Ja, ja, ja ...
–Gracias, pero (el hombre duda, no termina de sentirse seguro, a salvo) ... Esta joven señorita y yo justamente acabamos de bebernos esta botella de vino. Es muy amable de su parte, pero ... Pero creo que debemos despedirnos, buenas noches. (¡Dejadnos solos, largaos!) ¿Puede darme la llave de la uno-cuatro-tres, por favor? Aquí la tiene, señor. Gracias, buenas noches. (¡Dejadnos solos!) Buenas noches. Ah, perdone, quisiera encargar el desayuno; café para dos y tostadas con mermelada.
CATEGORÍA: Canciones y otras líricas
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