4:39
Hoy por primera vez he tenido su cuerpo desnudo junto al mío en este hotel sobre el Rin. La he hecho mía. Oh, cariño, cariño. Acércate, permanece conmigo; por favor, quédate conmigo.
El hombre suplica, cada vez más alto. Ehhh, ¿qué pasa? –refunfuña su mujer. Y él intenta abrazarla, atraer su cuerpo, mientras en sueños grita cada vez más fuerte: quédate conmigo, quédate conmigo, quédate conmigo ...
¡No, déjame! No es un hotel junto al Rin, pero él no quiere abandonar el sueño. Un hombre maduro, en su casa de los suburbios, manosea ansioso a la mujer que yace a su lado, su mujer. Quédate conmigo, insiste con su último grito agónico. Olvídalo, zanja ella.
El hombre suplica, cada vez más alto. Ehhh, ¿qué pasa? –refunfuña su mujer. Y él intenta abrazarla, atraer su cuerpo, mientras en sueños grita cada vez más fuerte: quédate conmigo, quédate conmigo, quédate conmigo ...
¡No, déjame! No es un hotel junto al Rin, pero él no quiere abandonar el sueño. Un hombre maduro, en su casa de los suburbios, manosea ansioso a la mujer que yace a su lado, su mujer. Quédate conmigo, insiste con su último grito agónico. Olvídalo, zanja ella.
4:41
La mujer se da la vuelta, quiere seguir durmiendo. Maldita sea, piensa él, estoy cachondo. Incómodo en la cama, el cabreo hacia su mujer desborda sus ensoñaciones. Coño, tía, aparta ya el puñal y hagamos la revolución sexual. Venga, mujer, liberémonos de nuestras broncas con esta llamada a la unidad. Ya mañana decidiremos, pero ahora juntémonos para que pueda saquear tu dulce gruta. Recuerda que sólo los pobres podrán salvarse.
La mujer refunfuña, molesta por el parloteo del hombre (duérmete, pesado). Éste, más exaltado, continua sus desvaríos. Oye, chica –le sigue diciendo-, siempre he preferido tus labios más rojos, no como los que te ha dado Dios. Eh, no me señales, no soy más que una rata en el laberinto que tú eres y sólo muertos podremos liberarnos. Así que, por favor, cojámonos las manos mientras damos tumbos por el laberinto. Y recuerda, nada puede crecer sin lluvia. Pero no me señales, aparta ese dedo de mí.
Fuera una tormenta atruena. Los rayos deslumbran intermitentes las habitación. El hombre abre los ojos. Debo tener fiebre, dice, las sábanas las he empapado en sudor. Has tenido una pesadilla, le dice ella, y parece que no se ha terminado todavía; supongo que tendrás que aprender algo. Entonces, la mujer sale de la cama y coge, de la mesita junto a la ventana, el perrito que él guardaba para el desayuno y se lo lleva a la cama para comérselo. Y él, en la cama, se siente como un perrito, emparedado entre dos piezas de pan, asumiendo su castigo.
La mujer refunfuña, molesta por el parloteo del hombre (duérmete, pesado). Éste, más exaltado, continua sus desvaríos. Oye, chica –le sigue diciendo-, siempre he preferido tus labios más rojos, no como los que te ha dado Dios. Eh, no me señales, no soy más que una rata en el laberinto que tú eres y sólo muertos podremos liberarnos. Así que, por favor, cojámonos las manos mientras damos tumbos por el laberinto. Y recuerda, nada puede crecer sin lluvia. Pero no me señales, aparta ese dedo de mí.
Fuera una tormenta atruena. Los rayos deslumbran intermitentes las habitación. El hombre abre los ojos. Debo tener fiebre, dice, las sábanas las he empapado en sudor. Has tenido una pesadilla, le dice ella, y parece que no se ha terminado todavía; supongo que tendrás que aprender algo. Entonces, la mujer sale de la cama y coge, de la mesita junto a la ventana, el perrito que él guardaba para el desayuno y se lo lleva a la cama para comérselo. Y él, en la cama, se siente como un perrito, emparedado entre dos piezas de pan, asumiendo su castigo.
4:47
Asustado, se acurruca en una esquina de la cama, la chaqueta del pijama sobre la cabeza. Ella sonríe mientras termina su sandwich con una mirada fría que disecciona su oscura historia, como si barriera los restos de ese amor de la cama. Y cuando vuelve a extender la colcha, cuando ya el hombre ha agotado las plegarias, la mujer dice: Ven aquí, chico tonto, antes de que cojas una pulmonía; sólo estaba bromeando. Dejemos atrás la porquería de la ciudad, no nos peleemos, podría estar bien vivir en el campo, ¿no lo crees? Venga, animémonos. Y él contesta: vale, de acuerdo.
Cierra los ojos, el sueño vuelve a abrazarlo.
–¿Nos vamos ya? –¿Adónde te gustaría ir, querida? –Mmm... Vermont... Wyoming, sí. –¿Wyoming? Vale, vale. Los niños gritan en el asiento trasero: vamos a Wyoming. –Querida, ¿en qué dirección está Wyoming? –Gira a la derecha. Los niños siguen gritando: te has equivocado. –Querido, los niños tienen razon. –Sí, ya sé. Mira cuantos ... cuantos Volvos estamos pasando mientras nos dirigimos a nuestra nueva vida en el campo. –Jade, cariño, eso está muy mal, no lo hagas.
Cierra los ojos, el sueño vuelve a abrazarlo.
–¿Nos vamos ya? –¿Adónde te gustaría ir, querida? –Mmm... Vermont... Wyoming, sí. –¿Wyoming? Vale, vale. Los niños gritan en el asiento trasero: vamos a Wyoming. –Querida, ¿en qué dirección está Wyoming? –Gira a la derecha. Los niños siguen gritando: te has equivocado. –Querido, los niños tienen razon. –Sí, ya sé. Mira cuantos ... cuantos Volvos estamos pasando mientras nos dirigimos a nuestra nueva vida en el campo. –Jade, cariño, eso está muy mal, no lo hagas.
CATEGORÍA: Canciones y otras líricas
Oye, Miros, no sé qué decir, si esperar a que acabe la serie, pero, esto es muy bueno (y tú sabes que tengo "buen diente" para la literatura)
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