Probablemente, el género musical que más me gusta es el blues-rock, si es que tal etiqueta tiene sentido. Para precisar más, estoy hablando de la corriente que se impulsó a partir de la recuperación de los bluesmen americanos por unos cuantos chavales británicos, allá por los sesenta. Gente como el venerable John Mayall, en cuyos bluesbreakers acogió a tipos como Eric Clapton, Peter Green, Mick Taylor, o unos gamberrillos de Londres llamados los Rolling Stones, o los que pasaron por otro grupo hoy bastante olvidado, The Yardbirds, el ya mentado Clapton, el alucinante Jeff Beck, el desaforado Jimmy Page y así podría dedicarme a recitar nombres, todos señores que hoy se acercan a los setenta y que, a mi juicio, fueron los responsables de un salto cualitativo en la evolución de la música popular, amén de dignificar definitivamente el instrumento icónico del rock que es, obviamente, la guitarra eléctrica. Como empecé a oir música en mi primera adolescencia, hacia el año 73 más o menos, no puedo presumir de haber vivido aquellos "años heroicos". De hecho, cuando descubrí a todos estos individuos y sus bandas ya estaban más que consagrados y muy transitado el camino que habían abierto. Pero ciertamente, el rock de esta gente (y bastantes más nombres de la época), sobre todo el de los discos de los setenta, está asociado a los que fueron "mis mejores años" por lo que, al margen de su para mí incuestionable calidad, tienen un valor añadido que concederé calificarlo de sentimental. En mis tiempos universitarios, en asuntos de música éramos un grupo absolutamente radical, todos rockeros fanáticos (aunque nunca hubiéramos aceptado ese término, por simplón) y agresivamente beligerantes (sólo de palabra y gestos, aclaro) contra las otras músicas y, muy en especial, contra la odiada disco (los Bee Gees, Gloria Gaynor, Donna Summer …) que ésa sí nos tocó verla nacer tras el exagerado éxito de Saturday Night Fever. Algunos lustros tuvieron que pasar para que me permitiera a mí mismo escuchar esos albumes e incluso descubrir, bastante mayorcito, el soul que hoy me encanta y entonces nos lo teníamos vetado. Para llegar a mi actual eclecticismo (que considero un síntoma de madurez), antes hube de confesarme que los Queen eran buenos y no simplemente el grupo para las hermanitas pequeñas de los que disfrutábamos con Led Zeppelin.
Si, como digo, es el blues rock el género que sigue siendo mi preferido, no será de extrañar que el instrumento que más me pone es la guitarra eléctrica. Oír el maravilloso llanto que logra un buen guitarrista, dejarme llevar por las espirales sónicas de un solo con vocación de eterno (pero que acaba, todo acaba), me resulta un verdadero placer y, en determinados momentos y situaciones, es necesariamente lo que tiene que sonar para redondear la perfección. Desgraciadamente, no toco ningún instrumento. Desde muy chaval mi más hondo anhelo era aprender a tocar la guitarra y algunos intentos hice; no muchos, porque enseguida me di cuenta de que mi torpeza manual, sumada a mis pocas aptitudes musicales, me condenaban irremediablemente a no pasar de oyente, a disfrutar de las habilidades, del arte, de otros y no envidiarlos, porque nunca lo he hecho, pero sí admirarlos, como se admira siempre lo que uno no es capaz de hacer (y le gustaría). De hecho, he tenido ocasión de trabar amistad con unos cuantos guitarristas de más que mediana calidad, lo cual, teniendo en cuenta que nunca me he movido en el mundo de la música, me llama un tanto la atención ahora que lo pienso. Quizá haya sido porque me atraen esos individuos tan ajenos a mí (al menos en el manejo de la guitarra) y quizá también por una cierta dosis de mitomanía que, no vamos a exagerar, tampoco es que sea demasiada, pero sí la suficiente para interesarme por las aventurillas de los malabaristas de las Fender Stratocaster o Gibson LesPaul.
Charlando hace unos días con un amigo guitarrista (para mí buenísimo, pero ignorante como soy no se me haga mucho caso) me contaba algunas anécdotas de algunos de esos monstruos a los que ha conocido e incluso rasgueado las cuerdas con ellos en discretos segundos planos. ¿Te imaginas lo que fue para mí, que adoro la guitarra, estar en Londres vacilando con un grupo de amigos y que por un par de horas se nos una Mark Knopfler? Te quedas tan acojonado que apenas te atreves a esbozar unos acordes mínimos. Ese respeto rayano en la más paralizadora timidez parece que es una nota bastante común en los guitarristas de rock. En un post de principios de abril (16 de junio de 1965 en el Estudio A de Columbia, 799 Séptima Avenida), cuento que en el 64 un joven Mike Bloomfield, invitado por John Hammond junior a tocar la guitarra en el que luego sería el disco So Many Roads, prefirió sentarse al piano porque por ahí andaba un canadiense llamado Robbie Robertson que le pareció mucho mejor que él; y lo curioso es que ambos chavales eran de la misma edad (21 años) y no pienso yo que Robbie fuera para nada mejor que Mike. Al año siguiente, sin embargo, fue otro guitarrista, éste llamado Al Kooper, el que se puso a los teclados porque le dio miedo "competir" con la habilidad de Bloomfield. Me resulta llamativo tanto miedo a no estar a la altura, que mi amigo me aseguró que es algo muy frecuente entre los guitarristas. Para confirmarlo fuera de toda duda me contó que el propio Eric Clapton le confesó hace ya unas décadas lo nerviosísimo que estaba cuando le pidió (a través de sus respectivos managers) a Duane Allman grabar unas sesiones juntos. Eso ocurría en 1970 en Miami y, para entonces, Eric ya era una superestrella, muchísimo más importante en la jerarquía musical que Duane y, sin embargo, el británico se consideraba casi un aprendiz frente al gringo. Realmente me parece increíble porque aunque Allman era un excepcional virtuoso me cuesta imaginar que superara al que para mí es probablemente el mejor de los mejores. Pero en realidad no les importa lo que digan los demás, sino lo que ellos mismo perciben. Supongo que se tratará de inseguridad (de hecho, en sus primeras juventudes tanto Clapton como Bloomfield eran muy tímidos) pero creo que puede haber también un componente de exceso de respeto hacia el instrumento, que les lleva a cohibirse ante otros que creen mejores. Sin embargo, como mi amigo me cuenta, este pudor introspectivo tan frecuente entre los guitarristas coexiste con la pulsión opuesta que no es otra que el ansia de tocar con ese otro cuya técnica, cuyo arte admiras. Y al final siempre gana esta segunda fuerza (la centrífuga frente a la centrípeta) y gracias a ello (son palabras de mi amigo) los guitarristas aprendemos muchísimo en poco tiempo. Tal fue lo que hizo Clapton y como resultado de esas sesiones de jamming hay por ahí un sensacional album que merece la pena escuchar, sobre todo si a uno le gusta la guitarra.
La charla con mi amigo el guitarrista me hizo pensar en algún que otro profesional que conozco (esta vez ya más de "mi mundo") cuyas inseguridades le incapacitan mucho más que su falta de competencia (que no es tal). O sea, que en todos lados se cuecen habas, pero no creo que ejemplos tan extremos como los de estos grandes virtuosos de la guitarra eléctrica sean frecuentes en otros ámbitos. Curiosamente, tendría la oportunidad de preguntárselo a otro sensacional guitarrista, Brian May, que en su calidad de astrofísico y rector honorífico de una universidad de Liverpool está invitado a un congreso de astronomía de cuya organización está ocupándose una amiga quien se ha ofrecido a presentármelo. Pero, como ya he dicho antes, mitomanía tengo la justa y la que gasto es más a distancia; no me atrae demasiado conocer en persona a los personajes y, además, ¿de qué iba a hablar con él? Así que, como mucho, puede que vaya a oirle tocar la guitarra y cantar algún tema de Queen, pero nada más, Mientras eso ocurre (si es que ocurre) puedo escuchar las sensacionales grabaciones de Miami de Clapton y Allman, de las que acompaño una muestra: casi veinte minutos de espectacular jamming.
Si, como digo, es el blues rock el género que sigue siendo mi preferido, no será de extrañar que el instrumento que más me pone es la guitarra eléctrica. Oír el maravilloso llanto que logra un buen guitarrista, dejarme llevar por las espirales sónicas de un solo con vocación de eterno (pero que acaba, todo acaba), me resulta un verdadero placer y, en determinados momentos y situaciones, es necesariamente lo que tiene que sonar para redondear la perfección. Desgraciadamente, no toco ningún instrumento. Desde muy chaval mi más hondo anhelo era aprender a tocar la guitarra y algunos intentos hice; no muchos, porque enseguida me di cuenta de que mi torpeza manual, sumada a mis pocas aptitudes musicales, me condenaban irremediablemente a no pasar de oyente, a disfrutar de las habilidades, del arte, de otros y no envidiarlos, porque nunca lo he hecho, pero sí admirarlos, como se admira siempre lo que uno no es capaz de hacer (y le gustaría). De hecho, he tenido ocasión de trabar amistad con unos cuantos guitarristas de más que mediana calidad, lo cual, teniendo en cuenta que nunca me he movido en el mundo de la música, me llama un tanto la atención ahora que lo pienso. Quizá haya sido porque me atraen esos individuos tan ajenos a mí (al menos en el manejo de la guitarra) y quizá también por una cierta dosis de mitomanía que, no vamos a exagerar, tampoco es que sea demasiada, pero sí la suficiente para interesarme por las aventurillas de los malabaristas de las Fender Stratocaster o Gibson LesPaul.
Charlando hace unos días con un amigo guitarrista (para mí buenísimo, pero ignorante como soy no se me haga mucho caso) me contaba algunas anécdotas de algunos de esos monstruos a los que ha conocido e incluso rasgueado las cuerdas con ellos en discretos segundos planos. ¿Te imaginas lo que fue para mí, que adoro la guitarra, estar en Londres vacilando con un grupo de amigos y que por un par de horas se nos una Mark Knopfler? Te quedas tan acojonado que apenas te atreves a esbozar unos acordes mínimos. Ese respeto rayano en la más paralizadora timidez parece que es una nota bastante común en los guitarristas de rock. En un post de principios de abril (16 de junio de 1965 en el Estudio A de Columbia, 799 Séptima Avenida), cuento que en el 64 un joven Mike Bloomfield, invitado por John Hammond junior a tocar la guitarra en el que luego sería el disco So Many Roads, prefirió sentarse al piano porque por ahí andaba un canadiense llamado Robbie Robertson que le pareció mucho mejor que él; y lo curioso es que ambos chavales eran de la misma edad (21 años) y no pienso yo que Robbie fuera para nada mejor que Mike. Al año siguiente, sin embargo, fue otro guitarrista, éste llamado Al Kooper, el que se puso a los teclados porque le dio miedo "competir" con la habilidad de Bloomfield. Me resulta llamativo tanto miedo a no estar a la altura, que mi amigo me aseguró que es algo muy frecuente entre los guitarristas. Para confirmarlo fuera de toda duda me contó que el propio Eric Clapton le confesó hace ya unas décadas lo nerviosísimo que estaba cuando le pidió (a través de sus respectivos managers) a Duane Allman grabar unas sesiones juntos. Eso ocurría en 1970 en Miami y, para entonces, Eric ya era una superestrella, muchísimo más importante en la jerarquía musical que Duane y, sin embargo, el británico se consideraba casi un aprendiz frente al gringo. Realmente me parece increíble porque aunque Allman era un excepcional virtuoso me cuesta imaginar que superara al que para mí es probablemente el mejor de los mejores. Pero en realidad no les importa lo que digan los demás, sino lo que ellos mismo perciben. Supongo que se tratará de inseguridad (de hecho, en sus primeras juventudes tanto Clapton como Bloomfield eran muy tímidos) pero creo que puede haber también un componente de exceso de respeto hacia el instrumento, que les lleva a cohibirse ante otros que creen mejores. Sin embargo, como mi amigo me cuenta, este pudor introspectivo tan frecuente entre los guitarristas coexiste con la pulsión opuesta que no es otra que el ansia de tocar con ese otro cuya técnica, cuyo arte admiras. Y al final siempre gana esta segunda fuerza (la centrífuga frente a la centrípeta) y gracias a ello (son palabras de mi amigo) los guitarristas aprendemos muchísimo en poco tiempo. Tal fue lo que hizo Clapton y como resultado de esas sesiones de jamming hay por ahí un sensacional album que merece la pena escuchar, sobre todo si a uno le gusta la guitarra.
La charla con mi amigo el guitarrista me hizo pensar en algún que otro profesional que conozco (esta vez ya más de "mi mundo") cuyas inseguridades le incapacitan mucho más que su falta de competencia (que no es tal). O sea, que en todos lados se cuecen habas, pero no creo que ejemplos tan extremos como los de estos grandes virtuosos de la guitarra eléctrica sean frecuentes en otros ámbitos. Curiosamente, tendría la oportunidad de preguntárselo a otro sensacional guitarrista, Brian May, que en su calidad de astrofísico y rector honorífico de una universidad de Liverpool está invitado a un congreso de astronomía de cuya organización está ocupándose una amiga quien se ha ofrecido a presentármelo. Pero, como ya he dicho antes, mitomanía tengo la justa y la que gasto es más a distancia; no me atrae demasiado conocer en persona a los personajes y, además, ¿de qué iba a hablar con él? Así que, como mucho, puede que vaya a oirle tocar la guitarra y cantar algún tema de Queen, pero nada más, Mientras eso ocurre (si es que ocurre) puedo escuchar las sensacionales grabaciones de Miami de Clapton y Allman, de las que acompaño una muestra: casi veinte minutos de espectacular jamming.
Jam 1 - Eric Clapton&Duane Allman (Studio Jams, 1970)
Este post también me emociona. Además, leo John Mayall, y, nerviosa, me pongo a buscar los 2 LPs que todavía deberían estar en mi posesión, si es que no me los robaron sin darme yo cuenta. Aquí estan : "Back to the Roots" con Clapton, Mick Taylor, Harvey Mandel a la guitarra, y John Almond a la flauta; el otro no lleva título más que las canciones "Crocodile Walk", "Crawling Up A Hill" etc..
ResponderEliminarY,además, para darte envidia, dos tesoros más : Howlin' Wolf con Eric Clapton, Steve Winwood,Charlie Watts ( The London Howlin' Wolf Sessions ), y last but not least : " Rainbow Bridge " de Jimi Hendrix al que no mencionas en tu homenaje.
Supongo que muchos de los que hemos pasado el más o menos terrible (para algunos al menos) cero del medio siglo compartimos experiencias similares. Yo pasé en el 71 cuando llegué a la Universidad Laboral directamente de los Beatles a una explosión musical que casi me vuelve loco: el folk de Dylan y Baez, el blues clásico, la música progresiva, etc. Pero fueron Cream y John Mayall los que se disputaron a muerte mi preferencia. Ganó Mayall. Aún soy capaz de reconstruir las emociones arrastradas que sentía escuchando el Turning Point o la alegría que me invadía con el Jazz Blues Fussion, que compré ahorrando pesetilla a pesetilla en Simago. Terminaron hiperrayados y hasta mucho después no los recuperé en CD. Aún los escucho de vez en cuando cuando me da la melancolía.
ResponderEliminarY mis odios radicales se dirigieron sobre todo a Cat Steven, del que era un amigo mío apasionado.
Precioso post, Miroslav.
Si en aquellos tiempos alguien me dice que Mayall tocaría en Córdoba un día del futuro y que asistiría al concierto, lo tomo por loco seguro.
ResponderEliminarC.C.: Mis vinilos, todos ellos, hace ya mucho tiempo que desaparecieron. Pero te diré que de Mayall tuve el Back to the roots que citas y el Turning Point que tanto gustaba a Harazem; además, también tuve en plástico las sesiones londinenses de Howlin Wolf. En la actualidad, tengo, en digital (sea en CD o en disco duro) muchísimos más discos. Y si no he citado a Hendrix (ni a muchos otros más) es porque tampoco se trataba de hacer un catálogo de guitarristas geniales, aunque te he de confesar que, admirando su virtuosismo, Hendrix nunca fue de mis preferidos, si bien hay algunos temas suyos que son simplemente antológicos (el Hey Joe o el All along the watchtower, de Dylan).
ResponderEliminarHarazem: Entre Cream y Mayall, en mi caso, me decanté por los primeros o, más concretamente, por Clapton. De todas formas, también puedo rememorar las emociones del verano del 73, en la casa de un amigo del barrio con hermanos mayores que viajaban a Londres, oyendo insistentemente The Turning Point. A Cat Stevens, en cambio, aún considerándolo "menor", nunca lo odié y su album Foreigner, por ejemplo, me parecía magnífico. Lo que dices respecto a Mayall tocando en Córdoba lo habría suscrito yo a mis trece-catorce años respecto a Dylan.
Me alegro de que os haya gustado el post.
En la portada que pones del disco, E. Claptón mas que cohibido, con la lectura del "Comic", en mi opinión, de esa manera trata de marcar en forma por demás respetuosa su distancia de J. Mayal. ¿Hubiera E. Clapton aportado al rock-pop melodías tan trascendentes como Cuarto Blanco como ápendice de J. Mayal o de cualquier otro?, lo dudo.
ResponderEliminarA propos, J. Mayal vino a México, si mal ni recuerdo, a fines de 1979llenando una plaza de toros desahuciada para esos menesteres, con con jovenes y adolescentes, por allí estuvo tu servidor. (Se rumora en estos días que después de poco más de 30 años estará tocando otra vez en México).
A mi no todo lo de J. Mayal me parece bueno, que sí lo tiene, para mi gusto es del tipo de bluseros blancos que logran su culminación cuando bien acoplados con santones del blues negro hacen y han hecho cosas excelentes, magnificas, como los Yarbirds con Sony Boy Willianson e, incluso el Propio J. Mayal con BB King.
Saludos
Yo, como los de arriba, me emociono... qué vibraciones acompañan a los nombres! Pero escribo para añadir la mayor escena de acojonamiento supremo que he visto en esto de superguitarristas cohibidos: Jan Akkerman (de Focus, seguro que recuerdas su Hocus Pocus) semiparalizado junto a Paco de Lucía como diciendo: "A ver si no la cago mucho", jajaja. Claro que yo también me quisiera ver muerta en semejantes circunstancias. Que valor le echó, de todos modos, el gran Akkerman, que incluso con ese evidente miedo procuró acompañarlo y hasta por veces no estuvo nada mal. Y Paco... en otra dimensión, como siempre.
ResponderEliminarHete aquí el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=Vakx58fh4bA
Hola, Sin Sin Sin y bienvenida a este blog. No había visto (ni escuchado) la fantástica sesión que enlazas. Coincido plenamente con tus apreciaciones y hasta diría que te quedas corta. Desde luego, Ackerman estaba acojonado, con una cara de "quién me habrá mandado meterme en este marrón" y sufriendo lo indecible para, no ya estar a la altura de las excelsas virguerías de Paco, sino, como bien dices, para no cagarla. Gracias por el "regalo" y espero volver a verte por aquí.
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