En 1954 Mario Soldati (1906-1999) dirige La donna del fiume (la mujer del río), una interesante película protagonizada por Sophia Loren y que contó con Alberto Moravia en el guión y Pier Paolo Pasolini y Giorgio Bassani en los diálogos y la puesta en escena; basta ver los créditos para suponer, acertadamente, que tiene que ser una obra interesante. La película es dura. Una historia nada extraordinaria, la de una chica joven trabajadora que se enamora del típico vividor guaperas y delincuente que la embaraza y abandona; a partir de ahí el argumento se va precipitando con la implacable precisión de lo inevitable hacia un destino trágico. La mirada escéptica y desesperanzada de Moravia queda patente en ese fatalismo sin estridencias, cotidiano. La sceneggiatura es fiel a los presupuestos del neorrealismo: contar lo que hay, evitando todo énfasis, toda pompa (aunque, en el fondo, es sabido que esa aparente neutralidad no es más que una sutil trampa, un truco subliminal para lograr que la crudeza de lo que se nos muestra impacte más profunda y duraderamente en nuestras conciencias). Hay que suponer que la historia transcurre en la posguerra, más o menos por las fechas en que fue filmada o pocos años antes y se sitúa en la costa adriática, en el área del Delta del Po (el fiume mentado en el título será probablemente uno de los brazos en que este gran río italiano se abre en su desembocadura). Soldati nos muestra, de forma penetrante, la dureza y al miseria del ambiente rural de esa época, unos personajes campesinos / pescadores semiproletarizados, pero no por ello carentes de esa mentalidad ruin de hipócrita moralidad. Por último, la Loren (por ella fue que vimos la película) está espléndida, tanto en su actuación (austera y concentrada, no se trata para nada de una comedia) como en la espléndida belleza de sus veinte años.
Traigo esta película a cuento porque mientras la veíamos, aparte de sus méritos cinematográficos, me llamaron la atención dos escenarios. En primer lugar el propio Delta del Po, que en el film es un inmenso cañaveral donde en la parte final Sophia trabaja cortando las cañas. En segundo lugar, la pequeña ciudad provinciana que aparece en algunas pocas escenas y que en la propia película identifican; se trata de Comacchio, un pequeño núcleo situado poco antes de la desembocadura del río Reno y dispuesto sobre trece islotes unidos por puentes, lo que le da un cierto aire veneciano. La cosa es que estos dos topos quedan entre Rávena y Venecia (yendo por la SS 309 o carretera Romea), por lo que en la breve planificación del viaje de la pasada Semana Santa decidimos que pararíamos un par de horitas en Comacchio y que, algo más al norte, nos desviaríamos por las rectísimas carreteras del Delta para ver como era ese paisaje de antiguos pantanos reconvertido para la agricultura y la industria y luego declarado parque natural.Así que, en efecto, bajo el intenso y agobiante sol de primeras horas de la tarde del miércoles veinte de abril conduje desde Rávena hasta Comacchio, desdeñando los vulgares desarrollos turísticos costeros (i lidi) e imaginando el paisaje que cruzábamos cuando eran pantanos infestados de mosquitos; ya no, durante muchos siglos lo han ido domeñando para aprovechar los recursos de un espacio a medias entre agua (dulce y salada) y tierra: pesca, agricultura, salinas …
Teníamos que haber llegado a Comacchio unas pocas horas antes, de modo que hubiésemos almorzado allí un plato de anguilas del Delta del Po, por más que ni a K ni a mí nos entusiasmen esos bichos. Pero es que justo a la entrada de la ciudad, entre la carretera y el famoso Trepponti, hay un área con naves a las que llegan los canales y que supuse que serían donde se trabaja la manufactura de las anguilas, donde en la película de Soldati entraban las barcas cargadas de pescado y trabajaban Nives (Sophia Loren) y sus compañeras. No comimos anguilas pues, sino que paseamos por un casco agradable y razonablemente pintoresco, sobre todo por los canales y algunos puentes y edificios. Sin embargo, tampoco nada del otro mundo e imposible de comparar, siquiera remotamente, con la belleza de Venecia. A diferencia de la grandiosa capital de la Serenísima, Comacchio se reduce a encuadres muy limitados, perfectos para aprovecharlos en escenas fílmicas (por eso me llamó la atención) o retratarlos en fotos de turistas con las que queremos congelar (vano intento) el recuerdo de ese rato vacacional. Apenas tres o cuatro calles interesantes, en las que las heladerías siempre estaban en las aceras que el sol ajusticiaba inmisericorde, pero al final encontramos una pequeña terracita solitaria y a la sombra en la que pudimos descansar con nuestros gelati para evitar que éstos sufrieran la triste suerte del de limón, metáfora, en la canción de Paolo Conte que tanto gusta a Lansky, de los actos efímeros del amor, condenados a derretirse.
Teníamos que haber llegado a Comacchio unas pocas horas antes, de modo que hubiésemos almorzado allí un plato de anguilas del Delta del Po, por más que ni a K ni a mí nos entusiasmen esos bichos. Pero es que justo a la entrada de la ciudad, entre la carretera y el famoso Trepponti, hay un área con naves a las que llegan los canales y que supuse que serían donde se trabaja la manufactura de las anguilas, donde en la película de Soldati entraban las barcas cargadas de pescado y trabajaban Nives (Sophia Loren) y sus compañeras. No comimos anguilas pues, sino que paseamos por un casco agradable y razonablemente pintoresco, sobre todo por los canales y algunos puentes y edificios. Sin embargo, tampoco nada del otro mundo e imposible de comparar, siquiera remotamente, con la belleza de Venecia. A diferencia de la grandiosa capital de la Serenísima, Comacchio se reduce a encuadres muy limitados, perfectos para aprovecharlos en escenas fílmicas (por eso me llamó la atención) o retratarlos en fotos de turistas con las que queremos congelar (vano intento) el recuerdo de ese rato vacacional. Apenas tres o cuatro calles interesantes, en las que las heladerías siempre estaban en las aceras que el sol ajusticiaba inmisericorde, pero al final encontramos una pequeña terracita solitaria y a la sombra en la que pudimos descansar con nuestros gelati para evitar que éstos sufrieran la triste suerte del de limón, metáfora, en la canción de Paolo Conte que tanto gusta a Lansky, de los actos efímeros del amor, condenados a derretirse.
Gelato al Limon - Paolo Conte (Un Gelato al Limon, 1979)
Declinaba el pomeriggio y arrancamos de nuevo hacia el norte y en breves kilómetros, nada más salir de la Emilia-Romagna (al cruzar el brazo más meridional del Po a la altura de Mesola), giramos a la derecha para introducirnos en el Delta propiamente dicho. Una inmensa planicie herbosa cruzada por multitud de cursos de agua, que no sé si serán ramales del gran río o canales, aunque imagino que por muy Parque Natural que sea se trata de un paisaje absolutamente artificializado. No vimos demasiadas aves (sí las inevitables y escandalosas gaviotas) ni tampoco rasgos que nos sorprendieran demasiado. La sensación general era de abandono decadente y me quedé con la intriga de averiguar la historia contemporánea de este territorio. Grandes y extrañas edificaciones ruinosas, ejemplares de arqueología industrial, hablan de un espacio productivo, en el que muchas personas debieron currar denodadamente. Incluso vimos algunos caseríos con pinta de colonias de trabajadores, casitas modestas construidas todas iguales probablemente por las compañías explotadoras de los recursos del Delta. Quizá en algunas de esas naves se apilarían y tratarían las cañas que el personaje de Sophia Loren y sus compañeros cortaban a machetazos. Pero algo más que el aprovechamiento de la caña tenía que abarcar la economía de la comarca y lo cierto es que todavía no lo he averiguado.
Estuvimos corriendo por las rectas carreteras de esa tierra casi agua, cruzando canales y tratando de llegar sin éxito a algún sitio que mereciera tal nombre y dejando en el intento que el día se fuera apagando. Tenía yo ganas de allegarme a la ribera y meter al menos las piernas en las aguas padanas pero pese a tanta vuelta no veíamos ningún acceso adecuado al río. Por fin, junto a un cruce, se abría un suave descenso hasta la orilla, así que aparcamos y nos dispusimos a acercarnos al agua. Sin embargo, como comprobé al primer paso, los veinte metros de "playa" eran un fangal que no hacía aconsejable caminar con zapatos, so pena de embarrarlos completamente. K se descalzó antes que yo y muy animada avanzó hacia el agua, pero nada más entrar el barro se sorprendió hundiéndose en lo que se revelaba como casi verdaderas arenas movedizas. A la vez que gritaba asustada, con no sé qué apoyo, impulsó como un resorte sus piernas hacia fuera y con dos o tres saltitos al estilo de un personaje de dibujos animados logró escapar del lodo que quería engullirla. La verdad es que todo fue tan rápido que ni tiempo me dio a reaccionar y mucho menos a pensar una estrategia para rescatarla, en el supuesto de que hubiera quedado atrapada e incapaz de salir por sus propios medios. Pasado el susto vinieron las risas y, mientras K se esmeraba en limpiarse lo mejor posible (labor que remataría una hora después en el hotel de Chioggia), yo descubrí otra vía de acceso hasta el río, dejándome deslizar por unas rocas, lo que me permitió mojarme los pies en las aguas del final del Po y hasta probar su sabor (dulce, sin ningún gusto salado todavía). Luego K me echaría una bronca por llevarme a la boca unas aguas que véte tú a saber qué bichos tienen, opinión que comparte Ricky Gianco en la canción con la que cierro este post. En cualquier caso, espero que el cantautor italiano exagerara en su letra ("el Po es un río químico pero sin H2O").
Estuvimos corriendo por las rectas carreteras de esa tierra casi agua, cruzando canales y tratando de llegar sin éxito a algún sitio que mereciera tal nombre y dejando en el intento que el día se fuera apagando. Tenía yo ganas de allegarme a la ribera y meter al menos las piernas en las aguas padanas pero pese a tanta vuelta no veíamos ningún acceso adecuado al río. Por fin, junto a un cruce, se abría un suave descenso hasta la orilla, así que aparcamos y nos dispusimos a acercarnos al agua. Sin embargo, como comprobé al primer paso, los veinte metros de "playa" eran un fangal que no hacía aconsejable caminar con zapatos, so pena de embarrarlos completamente. K se descalzó antes que yo y muy animada avanzó hacia el agua, pero nada más entrar el barro se sorprendió hundiéndose en lo que se revelaba como casi verdaderas arenas movedizas. A la vez que gritaba asustada, con no sé qué apoyo, impulsó como un resorte sus piernas hacia fuera y con dos o tres saltitos al estilo de un personaje de dibujos animados logró escapar del lodo que quería engullirla. La verdad es que todo fue tan rápido que ni tiempo me dio a reaccionar y mucho menos a pensar una estrategia para rescatarla, en el supuesto de que hubiera quedado atrapada e incapaz de salir por sus propios medios. Pasado el susto vinieron las risas y, mientras K se esmeraba en limpiarse lo mejor posible (labor que remataría una hora después en el hotel de Chioggia), yo descubrí otra vía de acceso hasta el río, dejándome deslizar por unas rocas, lo que me permitió mojarme los pies en las aguas del final del Po y hasta probar su sabor (dulce, sin ningún gusto salado todavía). Luego K me echaría una bronca por llevarme a la boca unas aguas que véte tú a saber qué bichos tienen, opinión que comparte Ricky Gianco en la canción con la que cierro este post. En cualquier caso, espero que el cantautor italiano exagerara en su letra ("el Po es un río químico pero sin H2O").
Il Fiume Po - Ricky Gianco (Arcimboldo, 1978)
Conte es sencillo, desenfadado, nada pedante, me encanta: sí.
ResponderEliminarTengo entendido que el Po es navegable aproximadamente desde la mitad de su recorrido hasta el delta en el que desemboca, quizás podríais haberlo intentando un tramo en vez de enfangaros peligrosamente en sus orillas
¿Y qué tal 'Riso amaro' con Silvana Mangano?
No he visto Riso Amaro, Lansky (me la apunto ahora que ando en plena italianitis), pero compruebo que no ocurre en el Po, sino en el Piamonte. En cuanto al Po, no sé desde donde es navegable, pero por donde lo cruzamos (ya casi en la desembocadura) es anchísimo, aunque sin llegar al Danubio de Budapest, por ejemplo (sin embargo, sí lo supertaría si sumamos todos sus brazos).
ResponderEliminarConte es muy bueno, pero además de él hay todo un grupo de coetáneos excelentes muy poco conocidos en España.