El miércoles 20 de abril por la mañana, cumpliendo casi el horario previsto, fuimos de Rímini a Rávena, poco más de una horita siguiendo la strada statale 16 o Adriática. Aparcamos en la Piazza Kennedy, que está en el borde del centro histórico, donde un negro se empeñó con éxito en vendernos una papeleta usada de aparcamiento que nos daba derecho a una hora de estancia a menos precio del oficial, aunque nos pasamos en más de una hora sin que, cuando fuimos a cambiarla, tuviéramos ninguna multa (por nuestra experiencia en este pasado viaje, en Italia hay que pagar en todos lados, pero la inspección es escasa y me da que hacen bastante la vista gorda). De ahí nos metimos por las calles peatonales, nos hicimos con un plano en la oficina de turismo de via Cavour (cómo no) y nos dirigimos ansiosamente hacia la basílica de San Vitale. Los mosaicos bizantinos ordenados por Justiniano y Teodosia eran, desde el bachillerato, una de esas obras que me había prometido ver algún día. En las múltiples reproducciones que había visto siempre me parecieron maravillosos y puedo asegurar que "al natural" no defraudan en absoluto. La única pega, la cantidad de gente que se agolpa en la basílica, pero aún así K y yo nos tomamos el tiempo suficiente para degustarlos a conciencia y, desde luego, quedarnos más que satisfechos. Podría intentar describirlos, poner en palabras el entusiasmo que me produjeron estas maravillas del siglo VI, el mejor ejemplo del arte figurativo bizantino que ha sobrevivido (a diferencia de lo que ocurrió en Constantinopla y otras capitales bizantinas por culpa de la obsesión iconoclasta). Podría intentarlo pero me temo que mis palabras apenas alcanzarían a rozar tanta belleza. Así que me limito a animar encarecidamente a visitarlos; dudo que nadie vaya a quedar decepcionado.
Como era de esperar, ver los mosaicos bizantinos no es gratuito y acreditar la condición de bautizado no basta para entrar de gorra, por más que estén en una iglesia cristiana (qué pocas ventajas nos quedan en estos tiempos a los bautizados). Pero los de Rávena aplican una fórmula que vimos también en otras ciudades: te venden un "billete combinado" que, por un precio bastante saladillo (unos diez euros, creo recordar), te permite ver además del plato fuerte (la basílica de San Vital, en este caso) otras muestras culturales "menores" o por lo menos no tan famosas. Por supuesto, lo tomas o lo dejas; es decir, que si quieres ver los mosaicos has de pagar también por el Mausoleo de Gala Placidia, la Basílica de San Apolinar el Nuevo, el Baptisterio Neoniano y el Museo Arzobispal. Los distintos monumentos están diseminados por el centro histórico, lo que hace que la visita resulte agradable, pues entre uno y otro callejeas y hasta te puedes tomar un cappuccino para reponer fuerzas y descansar de tanto arte. En todo caso, si no nos hubieran obligado a pagar, es bastante probable que no hubiésemos ido a conocer esas otras maravillas. Los mosaicos del mausoleo de Gala Placidia no son, desde luego, tan excelsos como los de San Vital, pero es que son algo más de un siglo anteriores (de principios del V), muestra magnífica de la transición artística del paleocristiano al bizantino. La Basílica de San Apolinar el Nuevo sólo la vimos por fuera pues la pillamos cerrada y no podíamos esperar hasta las cinco de la tarde que volvían a abrirla; lástima porque parece que también tiene unos magníficos mosaicos. Sabía de la iglesia porque justo durante el viaje estaba leyendo (en la iPad) la novela de Lászlo Passuth "Rávena fue la tumba de Roma", en la que cuenta la conquista de Italia por Teodorico el ostrogodo y la erección de este templo, que fue de culto arriano hasta la "reconquista" bizantina de la ciudad. El baptisterio neoniano es una preciosidad arquitectónica: un volumen muy sencillo (construido a finales del siglo IV sobre unas termas romanas) de planta octogonal y con un mosaico espectacular en el centro de la cúpula: San Juan bautizando a Jesús y rodeando esta escena doce sectores circulares, uno por cada apóstol.
El museo arzobispal, por último, es una visita que también debo recomendar encarecidamente, pese a que en otras condiciones y fiándome sólo de su nombre no habría dudado en ahorrármela (me habría imaginado los espantosos "tesoros catedralicios", supongo que obras maestras de la orfebrería pero, para mí y por lo general, de bastante mal gusto, amén de ostentosas exhibiciones de la opulencia eclesial que debería haberse dedicado a otros fines distintos de la glorificación de Dios, Nuestro Señor, a quien espero que le traigan al pairo tales alabanzas). No es así en el de Rávena que, por cierto, ha sido abierto hace poco después de una laboriosa restauración. Lo primero que te enseñan es un lapidarium, colección de piedras paleocristianas y medievales de Rávena y su entorno con inscripciones, que nos resultó bastante interesante (los trabajos parecían filigranas bordadas); a continuación unas cuantas estatuas, de las que nos impresionó especialmente una descabezada en pórfido, tanto por la belleza de su talla como por el perfecto encuentro cromático entre el cuerpo (púrpura) y la base (gris claro). Al final de esa primera planta está una de las joyas del museo que es la capilla de San Andrés, un preciosísimo oratorio privado de los obispos de Rávena, que proviene de principios del siglo VI; es de planta en cruz griega y, como no podía ser de otra manera en esa ciudad, cuenta con unos espléndidos mosaicos (Cristo, los cuatro evangelistas, los doce apóstoles, seis santos, dos santas y cuatro "siervas"). En la segunda planta, en el centro de la sala circular, está expuesta la otra gran joya del museo, que es la Cátedra de Maximiano, un verdadero trono de marfil, espectacularmente decorado, que fue hecho para el primer arzobispo de Rávena a mediados del siglo VI; de verdad que es impresionante.
El museo tiene también parte de pinacoteca, aunque las pinturas que alberga no están a la altura artística de las muestras ya citadas (y otras que omito, que este post ya se parece demasiado a una guía turística). Sin embargo, me dejó intrigado un cuadro circular (valga la contradicción) de un tal Felice Giani, titulado Visione di Papa Sisto III. La tela representa al Papa Sixto III (432-440) dormido en su trono vaticano a quien se le aparecen en sueños tres personas: San Pedro y San Apolinar que señalan Pedro Crisólogo para que sea nombrado obispo de Rávena. Según el Liber Pontificalis (libro de los obispos de Rávena) del historiador Andrea Agnello (del siglo IX), este Pedrito era un joven diácono que acompañaba al séquito de Cornelio de Ímola, enviado por el emperador Valentiniano III a Roma para que fuera confirmado como nuevo obispo de la ciudad. Pero justo la noche antes de que llegaran a la histórica capital que ya no lo era, a Sixto se le aparecieron los dos santos citados (el primer obispo de Roma y el primer obispo de Rávena) y el Papa, muy respetuoso con las visiones beatíficas (como tiene que ser), da la sorpresa y nombra cabeza de la diócesis adriática al Crisólogo. Desde luego que hay otros motivos más pedestres (vinculados a los delicados equilibrios de poder de la época) que no es éste el momento de detallarlos, pero es ya sabido que las apariciones de los Santos han sido siempre muy convenientes (para algunos, claro). En fin, para los aficionados a los latinejos, aquí va la cita del Agnello que demuestra la veracidad de la visión papal: "Igitur nocte eadem apparuit ad sanctum Sixtum urbis Romae episcopum per visionem beato apostolo Christi clavigero Petro una cum Apolenare discipulo suo et inter ambo stans beatus Petrus Crisologus, et parum beatus apostolus Petrus gradum figens, dixit ad sanctum papam Sixtum: 'Vide hunc virum, quem elegimus nos, qui stat in medium nostrorum, ipsum consecra non alium.'
Reconoceré que, pese a mi magna cultura, ignoraba la existencia del pintor Felice Giani, un piamontino a caballo entre el XVIII y el XIX, pintor y "decorador de interiores" que, según la wikipedia, fue uno de los máximos exponentes del neoclasicismo. A medida que me hago viejo me doy más cuenta de que los radicalismos de tinte excluyente no son nada bueno. Pareciera que los ardorosos amores juveniles por concretas parcelas artísticas han de venir acompañados con simétricamente feroces rechazos de otras. En el caso de la pintura, a la que siempre he sido muy aficionado, algo de eso me ocurrió con el periodo entre el XVIII y mediados del XIX, y como consecuencia de esa estupidez, tengo inmensas lagunas respecto a lo realizado en esa época. Conste que sigo manteniendo que el nivel medio de la pintura etiquetada bajo el neoclasicismo es bastante mediocre y no son las salas correspondientes a esos años en las que más me detengo cuando visito museos. Sin embargo, de vez en cuando aparecen obras de esas fechas que me sorprenden y, al hecho preciso que despierta mi interés se le añade mi absoluto desconocimiento. Este Giani que descubrí en Rávena me resultó extrañamente moderno, tanto que su pintura me recordó muchísimo a la de dibujantes de cómic contemporáneos. Cierto es que el fresco, que fue en lo que más se prodigó, propicia los trazos someros y los colores planos, tan distantes de la densidad cromática y de los difuminados del óleo. Sin embargo, ese estilo de historieta gráfica lo mantiene Giani también en telas al óleo, como he podido comprobar repasando su obra en Internet. Véase, como ejemplo, una de sus telas más famosas: Numa Pompilio recibiendo de la ninfa Egeria las leyes de Roma: ¿no tengo razón?
Nota: En el museo arzobispal no dejaban sacar fotos (lógico). Entonces pensé que, de vuelta en casa, encontraría con facilidad una reproducción del cuadro de Felice Giani en Internet. No fue así; he pasado muchísimo tiempo rastreando la red y sólo he logrado encontrar una única foto de ese lienzo, que forma parte de una guía del museo publicada electrónicamente (todavía sin acabar) que, de otra parte, es la mejor bibliografía sobre el mismo que puede hallarse en internet. Quien esté interesado puede consultarla en este vínculo.
Como era de esperar, ver los mosaicos bizantinos no es gratuito y acreditar la condición de bautizado no basta para entrar de gorra, por más que estén en una iglesia cristiana (qué pocas ventajas nos quedan en estos tiempos a los bautizados). Pero los de Rávena aplican una fórmula que vimos también en otras ciudades: te venden un "billete combinado" que, por un precio bastante saladillo (unos diez euros, creo recordar), te permite ver además del plato fuerte (la basílica de San Vital, en este caso) otras muestras culturales "menores" o por lo menos no tan famosas. Por supuesto, lo tomas o lo dejas; es decir, que si quieres ver los mosaicos has de pagar también por el Mausoleo de Gala Placidia, la Basílica de San Apolinar el Nuevo, el Baptisterio Neoniano y el Museo Arzobispal. Los distintos monumentos están diseminados por el centro histórico, lo que hace que la visita resulte agradable, pues entre uno y otro callejeas y hasta te puedes tomar un cappuccino para reponer fuerzas y descansar de tanto arte. En todo caso, si no nos hubieran obligado a pagar, es bastante probable que no hubiésemos ido a conocer esas otras maravillas. Los mosaicos del mausoleo de Gala Placidia no son, desde luego, tan excelsos como los de San Vital, pero es que son algo más de un siglo anteriores (de principios del V), muestra magnífica de la transición artística del paleocristiano al bizantino. La Basílica de San Apolinar el Nuevo sólo la vimos por fuera pues la pillamos cerrada y no podíamos esperar hasta las cinco de la tarde que volvían a abrirla; lástima porque parece que también tiene unos magníficos mosaicos. Sabía de la iglesia porque justo durante el viaje estaba leyendo (en la iPad) la novela de Lászlo Passuth "Rávena fue la tumba de Roma", en la que cuenta la conquista de Italia por Teodorico el ostrogodo y la erección de este templo, que fue de culto arriano hasta la "reconquista" bizantina de la ciudad. El baptisterio neoniano es una preciosidad arquitectónica: un volumen muy sencillo (construido a finales del siglo IV sobre unas termas romanas) de planta octogonal y con un mosaico espectacular en el centro de la cúpula: San Juan bautizando a Jesús y rodeando esta escena doce sectores circulares, uno por cada apóstol.
El museo arzobispal, por último, es una visita que también debo recomendar encarecidamente, pese a que en otras condiciones y fiándome sólo de su nombre no habría dudado en ahorrármela (me habría imaginado los espantosos "tesoros catedralicios", supongo que obras maestras de la orfebrería pero, para mí y por lo general, de bastante mal gusto, amén de ostentosas exhibiciones de la opulencia eclesial que debería haberse dedicado a otros fines distintos de la glorificación de Dios, Nuestro Señor, a quien espero que le traigan al pairo tales alabanzas). No es así en el de Rávena que, por cierto, ha sido abierto hace poco después de una laboriosa restauración. Lo primero que te enseñan es un lapidarium, colección de piedras paleocristianas y medievales de Rávena y su entorno con inscripciones, que nos resultó bastante interesante (los trabajos parecían filigranas bordadas); a continuación unas cuantas estatuas, de las que nos impresionó especialmente una descabezada en pórfido, tanto por la belleza de su talla como por el perfecto encuentro cromático entre el cuerpo (púrpura) y la base (gris claro). Al final de esa primera planta está una de las joyas del museo que es la capilla de San Andrés, un preciosísimo oratorio privado de los obispos de Rávena, que proviene de principios del siglo VI; es de planta en cruz griega y, como no podía ser de otra manera en esa ciudad, cuenta con unos espléndidos mosaicos (Cristo, los cuatro evangelistas, los doce apóstoles, seis santos, dos santas y cuatro "siervas"). En la segunda planta, en el centro de la sala circular, está expuesta la otra gran joya del museo, que es la Cátedra de Maximiano, un verdadero trono de marfil, espectacularmente decorado, que fue hecho para el primer arzobispo de Rávena a mediados del siglo VI; de verdad que es impresionante.
El museo tiene también parte de pinacoteca, aunque las pinturas que alberga no están a la altura artística de las muestras ya citadas (y otras que omito, que este post ya se parece demasiado a una guía turística). Sin embargo, me dejó intrigado un cuadro circular (valga la contradicción) de un tal Felice Giani, titulado Visione di Papa Sisto III. La tela representa al Papa Sixto III (432-440) dormido en su trono vaticano a quien se le aparecen en sueños tres personas: San Pedro y San Apolinar que señalan Pedro Crisólogo para que sea nombrado obispo de Rávena. Según el Liber Pontificalis (libro de los obispos de Rávena) del historiador Andrea Agnello (del siglo IX), este Pedrito era un joven diácono que acompañaba al séquito de Cornelio de Ímola, enviado por el emperador Valentiniano III a Roma para que fuera confirmado como nuevo obispo de la ciudad. Pero justo la noche antes de que llegaran a la histórica capital que ya no lo era, a Sixto se le aparecieron los dos santos citados (el primer obispo de Roma y el primer obispo de Rávena) y el Papa, muy respetuoso con las visiones beatíficas (como tiene que ser), da la sorpresa y nombra cabeza de la diócesis adriática al Crisólogo. Desde luego que hay otros motivos más pedestres (vinculados a los delicados equilibrios de poder de la época) que no es éste el momento de detallarlos, pero es ya sabido que las apariciones de los Santos han sido siempre muy convenientes (para algunos, claro). En fin, para los aficionados a los latinejos, aquí va la cita del Agnello que demuestra la veracidad de la visión papal: "Igitur nocte eadem apparuit ad sanctum Sixtum urbis Romae episcopum per visionem beato apostolo Christi clavigero Petro una cum Apolenare discipulo suo et inter ambo stans beatus Petrus Crisologus, et parum beatus apostolus Petrus gradum figens, dixit ad sanctum papam Sixtum: 'Vide hunc virum, quem elegimus nos, qui stat in medium nostrorum, ipsum consecra non alium.'
Reconoceré que, pese a mi magna cultura, ignoraba la existencia del pintor Felice Giani, un piamontino a caballo entre el XVIII y el XIX, pintor y "decorador de interiores" que, según la wikipedia, fue uno de los máximos exponentes del neoclasicismo. A medida que me hago viejo me doy más cuenta de que los radicalismos de tinte excluyente no son nada bueno. Pareciera que los ardorosos amores juveniles por concretas parcelas artísticas han de venir acompañados con simétricamente feroces rechazos de otras. En el caso de la pintura, a la que siempre he sido muy aficionado, algo de eso me ocurrió con el periodo entre el XVIII y mediados del XIX, y como consecuencia de esa estupidez, tengo inmensas lagunas respecto a lo realizado en esa época. Conste que sigo manteniendo que el nivel medio de la pintura etiquetada bajo el neoclasicismo es bastante mediocre y no son las salas correspondientes a esos años en las que más me detengo cuando visito museos. Sin embargo, de vez en cuando aparecen obras de esas fechas que me sorprenden y, al hecho preciso que despierta mi interés se le añade mi absoluto desconocimiento. Este Giani que descubrí en Rávena me resultó extrañamente moderno, tanto que su pintura me recordó muchísimo a la de dibujantes de cómic contemporáneos. Cierto es que el fresco, que fue en lo que más se prodigó, propicia los trazos someros y los colores planos, tan distantes de la densidad cromática y de los difuminados del óleo. Sin embargo, ese estilo de historieta gráfica lo mantiene Giani también en telas al óleo, como he podido comprobar repasando su obra en Internet. Véase, como ejemplo, una de sus telas más famosas: Numa Pompilio recibiendo de la ninfa Egeria las leyes de Roma: ¿no tengo razón?
Nota: En el museo arzobispal no dejaban sacar fotos (lógico). Entonces pensé que, de vuelta en casa, encontraría con facilidad una reproducción del cuadro de Felice Giani en Internet. No fue así; he pasado muchísimo tiempo rastreando la red y sólo he logrado encontrar una única foto de ese lienzo, que forma parte de una guía del museo publicada electrónicamente (todavía sin acabar) que, de otra parte, es la mejor bibliografía sobre el mismo que puede hallarse en internet. Quien esté interesado puede consultarla en este vínculo.
Sora Rosa - Antonello Venditti (Theorius Campus, 1972)
He buscado en mi discoteca italiana alguna canción sobre Rávena o de algún cantante de allí, pero no he tenido suerte. Venditti es romano y la letra de ésta que es casi su primer éxito nada tiene que ver con la capital de la Italia bizantina; que al menos guste.
Aparte de vuestros gozos (para mi trabajos) de turistas concienzudos y cultos, me ha gustado -porque la comparto- tu reflexión sobre Giani, al que tampco conozco, y la innecesaria manía juvenil de los rechazos en bloque, aunque a mí el neoclasicismo...y también cada vez veo paralelismos más insospechados con comics en renacentistas, popmpier y neoclaicistas.
ResponderEliminarTiene que existir alguna canción sobre Rávena! Cual sería la ciudad española equivalente a Rávena?
ResponderEliminarLansky: Conste que sigue sin entusiasmarme el neoclasicismo, pero desde luego no hay que rechazar nada en bloque, que en todos lados se descubren perlas.
ResponderEliminarEmma: Sí, encontré una canción sobre Ravenna de unos italianos que se llaman Massimo Volume, pero no me gustó nada y en el blog pongo canciones que me gustan y que además tenga. En cuanto a tu pregunta es bastante curiosa. La verdad es que no sabría responder. Tendría que ser una capital de provincias de tamaño medio (unos 150.000 habitantes), muy cercana al mar pero no pegada (a unos 10 km), con historia desde la antigüedad romana ... A ver cuál te parece a ti.
Lansky: Conste que sigue sin entusiasmarme el neoclasicismo, pero desde luego no hay que rechazar nada en bloque, que en todos lados se descubren perlas.
ResponderEliminarEmma: Sí, encontré una canción sobre Ravenna de unos italianos que se llaman Massimo Volume, pero no me gustó nada y en el blog pongo canciones que me gustan y que además tenga. En cuanto a tu pregunta es bastante curiosa. La verdad es que no sabría responder. Tendría que ser una capital de provincias de tamaño medio (unos 150.000 habitantes), muy cercana al mar pero no pegada (a unos 10 km), con historia desde la antigüedad romana ... A ver cuál te parece a ti.
Tarragona, creo
ResponderEliminar