Un padre anima a un niño a que salte desde un balcón. El niño no quiere; el balcón le parece demasiado alto y tiene miedo de que la caída sea dolorosa. Pero el padre le dice que no se preocupe, que él, que está abajo, lo cogerá en brazos impidiendo que sufra ningún daño. El niño, convencido, salta hacia su padre, pero éste se aparta. Desde el suelo, muy dolorido, el niño le pregunta al padre que por qué no lo ha sujetado como había prometido. Para que aprendas a no fiarte ni de tu padre, le responde éste.
En alguna parte leí que este viejo chiste es de origen judío, de lo cual no estoy seguro, pero no me extrañaría demasiado, pues refleja un sentido del humor desencantado y cínico-pesimista (o realista, según gustos) que cuadra bien con la trayectoria cultural e histórica de los hebreos. No hay más que empezar por el Dios que se han echado (también el de los cristianos, se supone), que puede que sea padre, pero con su pueblo tan o más cabrón que el del chiste con su hijo. A partir de ahí, cómo han sido tratados por la historia explica más que de sobra que no sean demasiado proclives a las filosofías idealistas y que tiendan, por el contrario, a preferir adoptar las más crudas visiones, lejos de ingenuidades voluntaristas. Apuesto a que el conocido dicho que afirma que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones es también de origen judío (no, según la wikipedia, la frasecita es de San Bernardo de Claraval, el gran impulsor del Císter, pero vaya uno a saber las influencias culturales).
Supongo que descubrir así, tan súbitamente, que tu padre, la persona que el niño supone que ha de protegerle, puede ser un cabrón, tiene que ser bastante traumático. ¿En qué se convierte el chaval del chiste? ¿En un psicópata incapaz de la mínima empatía o, en el extremo opuesto, en un neurótico acobardado? También puede que, simplemente, estos golpes de crudeza le hagan a uno más fuerte, más dotado para soportar los embates que la vida se ocupará de darle. Pero, fuera del ámbito del humor negro, no creo que pueda defenderse bajo ninguna óptica pedagógica esos despojamientos tan crueles de la inocencia. Ahora bien, sin llegar a tales límite, sí parece recomendable que, poco a poco, vayamos aprendiendo que nuestro padre no es perfecto y que incluso, si es el caso, seamos capaces de asumir que es un cabrón como el del chiste, porque ciertamente también los cabrones tienen hijos.
Lo que pasa es que es duro aceptar que tu padre es un cabrón y salir razonablemente indemne. Por eso es muy humano, muy natural, que queramos proteger nuestro equilibrio emocional y nos esforcemos en ignorar cuantos datos apunten a confirmar la carbonería de nuestro padre. Simple y sencillamente, salvo que no haya forma de evitar enterarnos (como en el chiste), nos negaremos a escuchar a quienes nos dicen que nuestro padre es un cabrón. Y si ese "calumniador" consigue que contra nuestra voluntad le escuchemos, nos negaremos a creer en lo que dice. Y antes que dar crédito a sus afirmaciones aceptaremos cualesquiera otras, por muy peregrinas y faltas de lógica que sean, por muchas incongruencias y puntos débiles que tengan. Y si se empeñan en hacernos ver esas incongruencias, mandaremos callar a esos maleducados, recurriendo si es necesario a la violencia que, en el fondo, consideraremos legítima defensa.
Naturalmente, el cabrón de tu padre (porque lo es, aunque te niegues a aceptarlo) te explica que esas cabronadas que has sufrido no te las ha hecho él, sino otros que son ajenos a nuestra familia, que nos odian porque son malvados y envidiosos. Y tú (claro que sí, mi niño) le crees y te sientes emocionado y agradecido cuando castiga a esos malvados. Y lo quieres más todavía.
En alguna parte leí que este viejo chiste es de origen judío, de lo cual no estoy seguro, pero no me extrañaría demasiado, pues refleja un sentido del humor desencantado y cínico-pesimista (o realista, según gustos) que cuadra bien con la trayectoria cultural e histórica de los hebreos. No hay más que empezar por el Dios que se han echado (también el de los cristianos, se supone), que puede que sea padre, pero con su pueblo tan o más cabrón que el del chiste con su hijo. A partir de ahí, cómo han sido tratados por la historia explica más que de sobra que no sean demasiado proclives a las filosofías idealistas y que tiendan, por el contrario, a preferir adoptar las más crudas visiones, lejos de ingenuidades voluntaristas. Apuesto a que el conocido dicho que afirma que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones es también de origen judío (no, según la wikipedia, la frasecita es de San Bernardo de Claraval, el gran impulsor del Císter, pero vaya uno a saber las influencias culturales).
Supongo que descubrir así, tan súbitamente, que tu padre, la persona que el niño supone que ha de protegerle, puede ser un cabrón, tiene que ser bastante traumático. ¿En qué se convierte el chaval del chiste? ¿En un psicópata incapaz de la mínima empatía o, en el extremo opuesto, en un neurótico acobardado? También puede que, simplemente, estos golpes de crudeza le hagan a uno más fuerte, más dotado para soportar los embates que la vida se ocupará de darle. Pero, fuera del ámbito del humor negro, no creo que pueda defenderse bajo ninguna óptica pedagógica esos despojamientos tan crueles de la inocencia. Ahora bien, sin llegar a tales límite, sí parece recomendable que, poco a poco, vayamos aprendiendo que nuestro padre no es perfecto y que incluso, si es el caso, seamos capaces de asumir que es un cabrón como el del chiste, porque ciertamente también los cabrones tienen hijos.
Lo que pasa es que es duro aceptar que tu padre es un cabrón y salir razonablemente indemne. Por eso es muy humano, muy natural, que queramos proteger nuestro equilibrio emocional y nos esforcemos en ignorar cuantos datos apunten a confirmar la carbonería de nuestro padre. Simple y sencillamente, salvo que no haya forma de evitar enterarnos (como en el chiste), nos negaremos a escuchar a quienes nos dicen que nuestro padre es un cabrón. Y si ese "calumniador" consigue que contra nuestra voluntad le escuchemos, nos negaremos a creer en lo que dice. Y antes que dar crédito a sus afirmaciones aceptaremos cualesquiera otras, por muy peregrinas y faltas de lógica que sean, por muchas incongruencias y puntos débiles que tengan. Y si se empeñan en hacernos ver esas incongruencias, mandaremos callar a esos maleducados, recurriendo si es necesario a la violencia que, en el fondo, consideraremos legítima defensa.
Naturalmente, el cabrón de tu padre (porque lo es, aunque te niegues a aceptarlo) te explica que esas cabronadas que has sufrido no te las ha hecho él, sino otros que son ajenos a nuestra familia, que nos odian porque son malvados y envidiosos. Y tú (claro que sí, mi niño) le crees y te sientes emocionado y agradecido cuando castiga a esos malvados. Y lo quieres más todavía.
Sparring partner - Paolo Conte (Paolo Conte, 1984)
Sigo con la italianitis musical. Para quien no lo conozca, Paolo Conte es uno de los cantautores más interesantes de esa península, de clarísimas vinculaciones jazzísticas. Espero que guste.
¿Padre = subconsciente...?
ResponderEliminarBuen día!
No Zaffe, Padre= inconsciente (para decidirse a serlo en estos tiempos)
ResponderEliminarAdoro a Conte, un gelatto al limón, un gelatto al limón...
Esta historia del padre que cuentas yo la oí en la película "cuando ella me encontró" (regularcilla)donde la protagonista (judía) cuenta la historia que a ella le contaron...
ResponderEliminarPersonalmente me parece una pedagogía muy cruel con la que para nada estoy de acuerdo. Es cierto que hay que hacer que los hijos se espabilen pero si es a costa de que no se fíen ni de los padres...mal asunto.
Interesante entrada.
;)
Por cierto me ha gustado la canción, no conocía a este cantautor.
ResponderEliminarCurioso titular... ¿Quién decide quien es un mal padre? Porque de lo que estoy seguro es que todos nos consideramos el MEJOR padre del mundo. Incluso el de tu historia.
ResponderEliminar-La vida es dura, muy dura y cuanto antes lo aprenda, mejor para él- sin duda pensará el protagonista de la historia.
-A los hijos hay que dejarles que desarrollen su propia personalidad y no interrumpir su creatividad, y debemos de comportarnos como sus amigos, y no como sargentos - y mientras, el hijo de puta del niño destrozando como el caballo de Atila, todo lo que se encuentra a su paso.
Ya sé que en el punto medio está la virtud. Lo que no sé es donde está el jodío punto medio.
Uno se da cuenta de que su padre era un cabrón, cuando éste ya ha muerto, y es obvio que no hay esperanza de que pueda corregir sus errores. Hasta este punto, es la ilusión la que ciega a uno con un amor incondicional.
ResponderEliminarSin embargo, como todo mal en este mundo, este también tiene su ventaja : una fuerte autonomía para no decir personalidad así adquirida por el hijo.
Sí, la canción es buena.
A todos: La intención de este post no era, en realidad, discutir sobre pedagogía. Se trata de una metáfora (es que estoy un poco críptico); veo que Zaffe lo ha intuido, pero no, los padres no son el subconsciente ni tampoco, Lansky, unos inconscientes sino cruel y friamente conscientes (al menos, los padres a los que me refiero).
ResponderEliminarY me alegro que Conte haya gustado.