Irene en la ventana, tanta gente en la calle. El mundo le pasa al lado y ni siquiera le roza. Con las manos abiertas, con el corazón abierto, Irene mira hacia abajo.
Irene en la ventana, tanta gente para un suicidio. El teléfono descolgado, el alma en libertad.
Qué grande es el cielo y qué pequeña una mujer. El tráfico crece mientras el sol se pone e Irene sueña cosas que no comprende.
Irene en la ventana, tanta gente en la calle. El mundo le pasa al lado y ni siquiera le roza. Con las manos abiertas, con el corazón abierto, Irene mira hacia abajo.
Llevo una temporada bajo la influenza italiana. Se trata, como todas, de una gripe recurrente, que viene y va, y así llevo más de media vida. A diferencia de una gripe normal, sin embargo, suele durar algo más de una semana. En realidad no se va, ahí sigue siempre, latente, a modo de enfermedad crónica, lista para exhibir sus síntomas a poco que encuentre la más nimia excusa. Valga lo dicho para explicar por qué el reciente abuso de asuntos italianos en el blog.
Una de las manifestaciones de mi actual italianitis es el empeño en ordenar las bastantes canciones de que dispongo en este idioma. Paso los CDs a mp3 a fin de gestionarlos con el iTunes (y que no ocupen demasiada memoria de disco) y, una vez guardados, busco las letras en Internet, amén de los detalles técnicos de cada grabación. También, cuando el cantante me gusta lo suficiente, procuro completar su discografía o, al menos, conseguirme los discos más señeros. De este modo pasó largos ratos entretenido, como este fin de semana que le ha tocado el turno a un par de los que aquí denominábamos "cantautores", uno, Fabrizio de André, a quien bien conocía desde hace muchos años, y otro que, sin ignorarlo, había escuchado bastante menos.
Este segundo es Francesco de Gregori y la canción con que acaba este post pertenece a su primer álbum en solitario, Alice non lo Sa, de 1973. Mi traducción, casi casi literal (apenas algunas licencias sintácticas), es la que aparece al inicio. Una historia sencilla, la de una chica triste, muy joven se imagina uno, asomada a una ventana y coqueteando con la idea del suicidio; ¿ocurre o no ocurre el hecho fatal? Cuando hoy la escuchaba mientras caminaba, me acordé de un viejo cuento mío (Tráfico) inspirado en una novia de mi veintena. Pero también me ha venido a la mente una persona más querida y más reciente, que también es una chica muy joven (veintiuno en pocos días) y que, a diferencia de mi antigua novia, se llama Irene, como la de la canción. Pese a que su vida no marcha por donde a quienes la queremos nos gustaría, ojalá que no haya más similitudes con la protagonista del tema de De Gregori.
Irene en la ventana, tanta gente para un suicidio. El teléfono descolgado, el alma en libertad.
Qué grande es el cielo y qué pequeña una mujer. El tráfico crece mientras el sol se pone e Irene sueña cosas que no comprende.
Irene en la ventana, tanta gente en la calle. El mundo le pasa al lado y ni siquiera le roza. Con las manos abiertas, con el corazón abierto, Irene mira hacia abajo.
Llevo una temporada bajo la influenza italiana. Se trata, como todas, de una gripe recurrente, que viene y va, y así llevo más de media vida. A diferencia de una gripe normal, sin embargo, suele durar algo más de una semana. En realidad no se va, ahí sigue siempre, latente, a modo de enfermedad crónica, lista para exhibir sus síntomas a poco que encuentre la más nimia excusa. Valga lo dicho para explicar por qué el reciente abuso de asuntos italianos en el blog.
Una de las manifestaciones de mi actual italianitis es el empeño en ordenar las bastantes canciones de que dispongo en este idioma. Paso los CDs a mp3 a fin de gestionarlos con el iTunes (y que no ocupen demasiada memoria de disco) y, una vez guardados, busco las letras en Internet, amén de los detalles técnicos de cada grabación. También, cuando el cantante me gusta lo suficiente, procuro completar su discografía o, al menos, conseguirme los discos más señeros. De este modo pasó largos ratos entretenido, como este fin de semana que le ha tocado el turno a un par de los que aquí denominábamos "cantautores", uno, Fabrizio de André, a quien bien conocía desde hace muchos años, y otro que, sin ignorarlo, había escuchado bastante menos.
Este segundo es Francesco de Gregori y la canción con que acaba este post pertenece a su primer álbum en solitario, Alice non lo Sa, de 1973. Mi traducción, casi casi literal (apenas algunas licencias sintácticas), es la que aparece al inicio. Una historia sencilla, la de una chica triste, muy joven se imagina uno, asomada a una ventana y coqueteando con la idea del suicidio; ¿ocurre o no ocurre el hecho fatal? Cuando hoy la escuchaba mientras caminaba, me acordé de un viejo cuento mío (Tráfico) inspirado en una novia de mi veintena. Pero también me ha venido a la mente una persona más querida y más reciente, que también es una chica muy joven (veintiuno en pocos días) y que, a diferencia de mi antigua novia, se llama Irene, como la de la canción. Pese a que su vida no marcha por donde a quienes la queremos nos gustaría, ojalá que no haya más similitudes con la protagonista del tema de De Gregori.
No conocía a este de Gregori, que me ha gustado bastante. Con el atrevimiento que da la ignorancia -sobre ambos dos cantantes- diré que me recuerda a Laonard Cohen, mutatis mutandis.
ResponderEliminarMe ha chocado el "alma libre" a la que atribuye la idea de suicidio. Yo tiendo a asociar la libertad con muchos y distintos caminos abriéndose ante uno, mientras que el suicidio me sugiere la idea de un único camino posible, es decir, todo lo contrario. Nunca he pensado en el suicidio como ejercicio de libertad, sino, en todo caso, como respuesta a la falta de ella. Siempre es instructivo descubrir otros puntos de vista.
Vanbrugh, a veces eres un supremo demagogo.
ResponderEliminarEs la posibilidad de 'sumar' el suicidio al resto de alternativas la que lo hace un elemento de suprema libertad, Vanbrugh, como la quimio o la radioterapia, aunque desde luego irreversible
Me sorprende que contar lo que uno piensa acerca de un asunto, señalar lo novedosas que le resultan a uno las opiniones distintas de las propias y manifestarse "instruido" por ellas pueda ser considerado demagógico por nadie.
ResponderEliminarSiempre se me olvida que, al contrario de lo que a mí me sucede, hay gente a la que parece ofender y molestar que los demás no piensen lo mismo que ellos.
Tanto la sorpresa como el olvido son, supongo, un síntoma más de lo demagógico que soy a veces.
Voy a tener que empezar a considerar la demagogia como una virtud, vistas estas nuevas e insospechadas consecuencias que, al parecer, debo a ella.
En efecto, Vanbrugh, tu demagogia, pues tal creo que es, no depende del tono .ni alzas la voz ni dejas de ser respetuoso en las foirmas- sino del fondo de tu, llamémosle, 'argumento', que condena a esos millones de "faltos" de libertad que ejercen su violencia contra ellos mismos, argumento de la más ultramontana jerarquía católica.
ResponderEliminarNo responderé a tus respuestas, para mí el tema es nítido: el suicidio es la 'última', repito, la última manifestaciónd e la libertad de decisión de los humanos.
No hay la menor "condena" contra nadie en nada de lo que he dicho. Creo que hay, en cambio, un automatismo sorprendente en lo que dices tú, una predisposición automática a entender como condena cualquier cosa que sobre el suicidio pueda decir un católico, aún mis consideraciones que, sinceramente, me parecen perfectamente respetuosas e inocuas, tanto de forma como de fondo.
ResponderEliminarHola Miros, hola a todos.
ResponderEliminarEl Grillo vago.
Creía que Di Gregori os era muy conocido. De él escuché con una 'amiga' una especie de tarantella preciosa una y otra vez hasta la amanecida en un bareto de Roma: BUONANOTTE FIORELLINO.
Es simple y algo pegadiza, pero con ese toque nostálgico y bello que dio a todas sus canciones.
Me alegro de vrte por aquí, Grillo, que andabas muy perdido (confío en que todo vaya bien y que tu ausencia se deba a que tienes asuntos más entretenidos en los que ocuparte). Conozco y tengo la canción a que te refieres (a lo mejor uno de estos días, mientras me dure la italianitis, la pongo). En efecto: simple y pegadiza, pero nostálgica y bella.
ResponderEliminarEstoy muy bien, gracias. La verdad es que, (siempre desde el cariño y el respeto), no encuentro motivos ni necesidad de excusar mi vagancia.
ResponderEliminarPero os sigo leyendo a todos con interés. Vuestra facilidad me llama mucho la atención. Casi diría que la envidio de no ser porque es el único de aquellos 'pecados capitales' que no proporciona ningún placer al pecador - como todos los demás.
Suerte con tu italianitis y que te dure, porque el país, la lengua, el arte, sus mujeres y los otros monumentos lo merecen.
Cordial saludo a todos desde tu siempre agradable parcela.