Hay demasiada gente. La frase le martillea machaconamente el cerebro: Hay demasiada gente. No consigue anular su eco y tanta repetición mental está a punto, lo nota, de producirle una crisis de ansiedad. La verdad es que sí, que hay mucha gente, demasiada. Pero no más que la que siempre ha habido, así es el mundo que me ha tocado vivir, un planeta superpoblado, se dice Jokin, al fin y al cabo llevo toda mi vida apretado entre demasiada gente, se supone que estoy adaptado a la hiperdensidad demográfica, ¿a qué vienen entonces estas ansiedades?
Jokin se dirige al Centro Judicial de su distrito, a verificar la jornada de MZS-23, su tutelado. Camina por el canal 4, senda pavimentada de primer orden; o sea, más de cuarenta metros de ancho y veinte carriles. Va por uno de los peatonales de velocidad media-alta, manteniendo sus zancadas al ritmo constante de 5 kilómetros a la hora, perfectamente sincronizadas con las del tipo de delante, un hombre que andará en la sesentena (no suelen verse tipos tan viejos por estos carriles), consciente de la pareja que se acompasa a su ritmo justo detrás, dos chavales veinteañeros que caminan abrazados, copando el carril en flagrante violación de la tercera norma de tránsito (me encantaría que pasara un inspector y les cayera una sanción, pensó Jokin, pero cada vez se ven menos inspectores; al menos espero que su tutor valore esta gamberrada). El canal, por supuesto, está a tope, pero eso no es ninguna novedad. Ya no, pero hace tiempo, mientras caminaba, se entretenía calculando la cantidad de gente que circulaba en ese momento por la red viaria de la ciudad. Las cifras casi siempre le salían muy parecidas, pero es que, claro, apenas cambiaba la densidad media, siempre cercana al valor de saturación. Una persona por metro lineal, carriles de dos metros, cada tres personas otra adelantando por la izquierda; las dimensiones superficiales se basan sólo en estimaciones a partir de sus propias observaciones (los mapas están prohibidos): unas ocho mil seiscientas hectáreas la ciudad, un 38% ocupado por la trama de calles. Dando unos márgenes de holgura, a Jokin le salía que casi veinte millones de personas estaban caminando por los canales urbanos al mismo tiempo que él. A partir de ahí, si suponía que, como él, todos los habitantes tenían debrecho (deber y derecho a la vez) a noventa minutos de tránsito diurno, y sumando un porcentaje de habitantes especiales (habría funcionarios del Gobierno, aunque nadie sabía si existía y, de ser así, cómo era su organización), Jokin aventuraba que la ciudad rondaría entre los 150 y los 200 millones de residentes, una densidad media por encima de 2 millones de habitantes por kilómetro cuadrado.
Las ciudades más densas del planeta a mediados del siglo XXI, fecha de la que datan las últimas publicaciones en papel, rozaron apenas los 3.000 habitantes por kilómetro cuadrado (esto Jokin lo sabe por su trabajo en la biblioteca del distrito); recuerda un editorial del New York Times: el redactor clamaba contra el insoportable agobio del exceso demográfico en Manhattan. Insoportable, Jokin se sonríe, y todavía había vehículos por la calles y los edificios dejaban enormes espacios libres entre ellos y apenas unos pocos pasaban de las cien plantas; ¿qué diría ese buen señor si viviera hoy? Intuye Jokin que, además, las dimensiones de su ciudad no son un caso singular, ni siquiera piensa que sea de las más populosas que pueda haber en el planeta. Por supuesto, no tiene ni idea de cuántas otras ciudades hay; por no saber, ni siquiera sabe en qué parte del mundo se encuentra (por lo que ha leído en las enciclopedias del XXI piensa que debe estar en algún punto de la Europa mediterránea, pero es difícil estar seguro; hoy en día todo lo que se percibe, incluyendo el clima, esta manipulado, artificializado). No obstante se atreve a aventurar: el mundo a mediados del XXI rondaba los siete mil quinientos millones de habitantes; elucubra que haya habido un proceso de concentración demográfica en menos pero mucho más densas ciudades. Toma como referencia el área metropolitana neoyorkina, que es de la que ha obtenido más bibliografía: si la población del estado de Nueva Jersey y de la parte sur del de Nueva York, unos treinta millones de personas en el 2048, se concentraran en una ciudad equivalente proporcionalmente a ésta en la que vivo, entonces mi ciudad correspondería a un 0,4% de la población mundial, y ésta, por tanto, de unos cincuenta mil millones. A Jokin le hace gracia imaginar lo que habrían pensado de esta cifra los terrícolas de hace apenas tres generaciones: les resultaría inconcebible, seguro.
Y, sin embargo, será porque siempre he vivido así, a mí, salvo algunos momentos de ansiedad, no me parece raro. En todo caso, quizá mis cálculos yerren demasiado. Qué sé yo de lo que hay fuera de los muros del perímetro urbano: nunca he salido y no es previsible que lo haga en toda mi vida. Pero tengo el pálpito de no andar muy desencaminado; la imagen que me hago del planeta se me antoja bastante verosímil. Una población en torno a los cincuenta mil habitantes concentrada en su casi totalidad (habrá quienes se tengan que ocupar de los espacios no urbanos) en ciudades no muy distintas a la mía, pongamos entre 200 y 300. Tomando el tamaño de esta ciudad como media, la superficie urbana mundial apenas cubrirá un 0,03% de la total terrestre, y eso considerando una razonable reducción de la extensión de la tierra firme a causa de la subida del mar, que ya habían advertido a mediados del XXI. Por más que a Jokin le parece que hay más que suficiente proporción de suelo no urbanizado, le fallan algunos aspectos. El suelo agrícola, por ejemplo. En el 2025 un tercio de la superficie terrestre era potencialmente agrícola; por más que ahora se hayan aumentado y puesto en producción los terrenos cultivables, los índices de productividad tendrían como mínimo que haberse septuplicado respecto al siglo XXI para dar de comer a toda la población actual, y un incremento tan brutal a Jokin, de rigurosa formación numérica, le parece difícil de admitir. No obstante, hay rumores de inmensos campos de cultivos en varios niveles y también que gran parte de los menús estándares que se proporcionan en las gastrotecas son de origen sintético (gran invento las esencias saporíferas, sin duda).
Hacer cálculos mientras camina es algo que a Jokin le relajaba, le hacía más llevadero mantener el ritmo. Era algo automático, que no le hacía descuidar la atención a la marcha ni le provocaba tropezones de catastróficos efectos cuando el flujo se ralentiza o cuando, como ahora, el de delante, ese sesentón que bastante ha aguantado ya por el carril de velocidad media-alta (5 kilómetros a la hora) aprovecha una abertura de escape a la derecha para pasar al carril adyacente, el de velocidad media (4 kilómetros por hora): seguro que se ha cansado o quizá no, quizá es que le falte poco para su destino y comience la desaceleración carrilera. Pero ya no, lo de hacer cálculos, ahora Jokin prefiere no pensar, sólo imaginar cielos azules, como los de sus sueños, y controlar su respiración, inspiraciones profundas, espiraciones lentas. Eso hace Jokin mientras camina, como esta tarde, como ahora, cuando todavía le queda un buen rato (en minutos) o un buen trecho (en kilómetros) hasta llegar al acceso B2 del Centro Judicial. Pero antes, dentro de unos siete minutos y medio (o de algo más de 600 metros, si se prefiere), ha de dejar la ruta 4 y pasar a la 23, un canal de segundo orden, que Jokin opina que deberían haberlo calificado de tercero pues sólo tiene ocho carriles, aunque es verdad que cuenta con dos de bandas motrices, que se agradecen, más porque aligeran la percepción de agobio que en la ruta 23 es especialmente notoria. Así que Jokin, toma la siguiente abertura a la del sesentón y luego la siguiente y luego ya se mantiene caminando despacio unos cuantos metros hasta que llega a la que desciende hacia la ruta 23 en sentido oeste y baja las escaleras para incorporarse al carril lento de este canal, para empezar a ir cambiando hacia la derecha hasta situarse como todo un señor en la banda motriz (le bajará el crédito de su chip, pero se lo puede permitir) y así disfrutar de unos minutos de descanso. Antes, ya no, aprovechaba las bandas para otro de sus entretenimientos: contabilizar las ventanas de los edificios de vivienda y estimar las densidades habitacionales de su ciudad. Los resultados confirmaban siempre la misma conclusión: hay demasiada gente.
Jokin se dirige al Centro Judicial de su distrito, a verificar la jornada de MZS-23, su tutelado. Camina por el canal 4, senda pavimentada de primer orden; o sea, más de cuarenta metros de ancho y veinte carriles. Va por uno de los peatonales de velocidad media-alta, manteniendo sus zancadas al ritmo constante de 5 kilómetros a la hora, perfectamente sincronizadas con las del tipo de delante, un hombre que andará en la sesentena (no suelen verse tipos tan viejos por estos carriles), consciente de la pareja que se acompasa a su ritmo justo detrás, dos chavales veinteañeros que caminan abrazados, copando el carril en flagrante violación de la tercera norma de tránsito (me encantaría que pasara un inspector y les cayera una sanción, pensó Jokin, pero cada vez se ven menos inspectores; al menos espero que su tutor valore esta gamberrada). El canal, por supuesto, está a tope, pero eso no es ninguna novedad. Ya no, pero hace tiempo, mientras caminaba, se entretenía calculando la cantidad de gente que circulaba en ese momento por la red viaria de la ciudad. Las cifras casi siempre le salían muy parecidas, pero es que, claro, apenas cambiaba la densidad media, siempre cercana al valor de saturación. Una persona por metro lineal, carriles de dos metros, cada tres personas otra adelantando por la izquierda; las dimensiones superficiales se basan sólo en estimaciones a partir de sus propias observaciones (los mapas están prohibidos): unas ocho mil seiscientas hectáreas la ciudad, un 38% ocupado por la trama de calles. Dando unos márgenes de holgura, a Jokin le salía que casi veinte millones de personas estaban caminando por los canales urbanos al mismo tiempo que él. A partir de ahí, si suponía que, como él, todos los habitantes tenían debrecho (deber y derecho a la vez) a noventa minutos de tránsito diurno, y sumando un porcentaje de habitantes especiales (habría funcionarios del Gobierno, aunque nadie sabía si existía y, de ser así, cómo era su organización), Jokin aventuraba que la ciudad rondaría entre los 150 y los 200 millones de residentes, una densidad media por encima de 2 millones de habitantes por kilómetro cuadrado.
Las ciudades más densas del planeta a mediados del siglo XXI, fecha de la que datan las últimas publicaciones en papel, rozaron apenas los 3.000 habitantes por kilómetro cuadrado (esto Jokin lo sabe por su trabajo en la biblioteca del distrito); recuerda un editorial del New York Times: el redactor clamaba contra el insoportable agobio del exceso demográfico en Manhattan. Insoportable, Jokin se sonríe, y todavía había vehículos por la calles y los edificios dejaban enormes espacios libres entre ellos y apenas unos pocos pasaban de las cien plantas; ¿qué diría ese buen señor si viviera hoy? Intuye Jokin que, además, las dimensiones de su ciudad no son un caso singular, ni siquiera piensa que sea de las más populosas que pueda haber en el planeta. Por supuesto, no tiene ni idea de cuántas otras ciudades hay; por no saber, ni siquiera sabe en qué parte del mundo se encuentra (por lo que ha leído en las enciclopedias del XXI piensa que debe estar en algún punto de la Europa mediterránea, pero es difícil estar seguro; hoy en día todo lo que se percibe, incluyendo el clima, esta manipulado, artificializado). No obstante se atreve a aventurar: el mundo a mediados del XXI rondaba los siete mil quinientos millones de habitantes; elucubra que haya habido un proceso de concentración demográfica en menos pero mucho más densas ciudades. Toma como referencia el área metropolitana neoyorkina, que es de la que ha obtenido más bibliografía: si la población del estado de Nueva Jersey y de la parte sur del de Nueva York, unos treinta millones de personas en el 2048, se concentraran en una ciudad equivalente proporcionalmente a ésta en la que vivo, entonces mi ciudad correspondería a un 0,4% de la población mundial, y ésta, por tanto, de unos cincuenta mil millones. A Jokin le hace gracia imaginar lo que habrían pensado de esta cifra los terrícolas de hace apenas tres generaciones: les resultaría inconcebible, seguro.
Y, sin embargo, será porque siempre he vivido así, a mí, salvo algunos momentos de ansiedad, no me parece raro. En todo caso, quizá mis cálculos yerren demasiado. Qué sé yo de lo que hay fuera de los muros del perímetro urbano: nunca he salido y no es previsible que lo haga en toda mi vida. Pero tengo el pálpito de no andar muy desencaminado; la imagen que me hago del planeta se me antoja bastante verosímil. Una población en torno a los cincuenta mil habitantes concentrada en su casi totalidad (habrá quienes se tengan que ocupar de los espacios no urbanos) en ciudades no muy distintas a la mía, pongamos entre 200 y 300. Tomando el tamaño de esta ciudad como media, la superficie urbana mundial apenas cubrirá un 0,03% de la total terrestre, y eso considerando una razonable reducción de la extensión de la tierra firme a causa de la subida del mar, que ya habían advertido a mediados del XXI. Por más que a Jokin le parece que hay más que suficiente proporción de suelo no urbanizado, le fallan algunos aspectos. El suelo agrícola, por ejemplo. En el 2025 un tercio de la superficie terrestre era potencialmente agrícola; por más que ahora se hayan aumentado y puesto en producción los terrenos cultivables, los índices de productividad tendrían como mínimo que haberse septuplicado respecto al siglo XXI para dar de comer a toda la población actual, y un incremento tan brutal a Jokin, de rigurosa formación numérica, le parece difícil de admitir. No obstante, hay rumores de inmensos campos de cultivos en varios niveles y también que gran parte de los menús estándares que se proporcionan en las gastrotecas son de origen sintético (gran invento las esencias saporíferas, sin duda).
Hacer cálculos mientras camina es algo que a Jokin le relajaba, le hacía más llevadero mantener el ritmo. Era algo automático, que no le hacía descuidar la atención a la marcha ni le provocaba tropezones de catastróficos efectos cuando el flujo se ralentiza o cuando, como ahora, el de delante, ese sesentón que bastante ha aguantado ya por el carril de velocidad media-alta (5 kilómetros a la hora) aprovecha una abertura de escape a la derecha para pasar al carril adyacente, el de velocidad media (4 kilómetros por hora): seguro que se ha cansado o quizá no, quizá es que le falte poco para su destino y comience la desaceleración carrilera. Pero ya no, lo de hacer cálculos, ahora Jokin prefiere no pensar, sólo imaginar cielos azules, como los de sus sueños, y controlar su respiración, inspiraciones profundas, espiraciones lentas. Eso hace Jokin mientras camina, como esta tarde, como ahora, cuando todavía le queda un buen rato (en minutos) o un buen trecho (en kilómetros) hasta llegar al acceso B2 del Centro Judicial. Pero antes, dentro de unos siete minutos y medio (o de algo más de 600 metros, si se prefiere), ha de dejar la ruta 4 y pasar a la 23, un canal de segundo orden, que Jokin opina que deberían haberlo calificado de tercero pues sólo tiene ocho carriles, aunque es verdad que cuenta con dos de bandas motrices, que se agradecen, más porque aligeran la percepción de agobio que en la ruta 23 es especialmente notoria. Así que Jokin, toma la siguiente abertura a la del sesentón y luego la siguiente y luego ya se mantiene caminando despacio unos cuantos metros hasta que llega a la que desciende hacia la ruta 23 en sentido oeste y baja las escaleras para incorporarse al carril lento de este canal, para empezar a ir cambiando hacia la derecha hasta situarse como todo un señor en la banda motriz (le bajará el crédito de su chip, pero se lo puede permitir) y así disfrutar de unos minutos de descanso. Antes, ya no, aprovechaba las bandas para otro de sus entretenimientos: contabilizar las ventanas de los edificios de vivienda y estimar las densidades habitacionales de su ciudad. Los resultados confirmaban siempre la misma conclusión: hay demasiada gente.
Gente Metropolitana - Pierangelo Bertoli (Oracoli, 1990)
Me gusta.
ResponderEliminarMe gusta el género.
Me gusta esta...novela? historia? relato? cuento?
Pero, por favor, no te quedes ahí. Escríbela completa.
Detalle anacrónico de tu distopia futurista: no hay bandas magnéticas, todos los ciudadanos transeuntes llevan incorporados el chip de circulación
ResponderEliminarEhrlich (Paul R.)y la mayoría de los ecólogos demografistas que confunden la causa con el efecto estarían de acuerdo con tu pavoroso escenario futuro; yo no creo que suceda así, ya sé que es ficción (SF), pero no la considero verosimil
Tienes razón, Lansky, todos los ciudadanos llevan un chip que registra todo lo que hacen. De hecho, lo tenía previsto porque si no no funciona la clave argumental a la que todavía no he llegado. Se me pasó; gracias por tu advertencia y lo corrijo enseguida.
ResponderEliminarLupita, procuraré seguir, aunque soy experto en primeros capítulos. No obstante, la idea que quería "ficcionar" todavía ni siquiera la he presentado.
Anyway Mola!
ResponderEliminarEl tema de la superpoblación me interesa muchísimo, pero para denunciarla, que no sé si es por donde van tus tiros. Creo que de entre todos los logros de la humanidad, sea éste el que tenga las peores consecuencias. Por primera vez en la historia estaríamos en disposición de disfrutar verdaderamente de la naturaleza, pero para no seguir actuando tan torpemente y destrozar lo que más amamos, deberíamos planificarnos urgentemente.
ResponderEliminarQué agobio... Pobres maestros...
ResponderEliminarUn beso muy grande, y en el próximo capítulo no describas los colegios!
Por cierto... habrá colegios? O los maestros son de origen sintético también?
Atman: Bueno, la superpoblación es en este relato un componente del ambiente, nada más. Así que no la traigo a colación tanto para denunciarla como para entretener, que esto no es más que un mero divertimento, inocente incursión en la SF.
ResponderEliminarZaffe: Pues sí, sí hay colegios, y educación secundaria obligatoria. Allí la asignatura más importante es la filosofía de Kant; ya verás, ya ...